SIEMPRE HABRÁ UN SORBETE DE ORO…
Si has leído las dos crónicas anteriores, tendrás un mayor conocimiento sobre el funcionamiento de nuestro sistema respiratorio. Habrás entendido las consideraciones que tienes que tomar a la hora de elegir la mezcla respirable óptima para tu próxima inmersión, o, es posible que hayas encontrado algo mucho más barato que las tisanas de Valeriana para dormir.
Pero entendiendo todo esto mucho mejor, aún subes al barco el primero, empiezas a desarrollar ventosas en la nuca y necesitas manómetros de carbono porque cuando la aguja desciende, lo hace con tanta velocidad que el rozamiento la pone al rojo vivo.
En el capítulo de este mes, vamos a tratar de darte unos sencillos consejos para que tus inmersiones se alarguen un poco más. Vamos a tratar de poner un poco más complicada la dura pugna por el “sorbete de oro”.
Esperamos que, tras la lectura de este texto, comiences a notar una mejora en tu progresión como buceador/a y disfrutes mucho más de las inmersiones que se avecinan.
Antes de meternos en materia…
Es posible que algunos de vosotros estéis cansados de ser el primero del grupo en quedarse sin aire durante la inmersión y que penséis que estáis obligando a vuestro compañero o al grupo a volver prematuramente al barco. Puede, incluso, que en ocasiones hayáis retrasado el momento de indicar “media botella” esperando que el guía no lo descubriera. Esto, solo conseguirá que os sintáis incómodos durante la inmersión y que, una vez a bordo todos te interroguen o aumenten involuntariamente el sentimiento de culpa al comentarte los compañeros el aire que aún les queda en la botella. Es posible que alguna vez alguien no haya aceptado bucear con vosotros.
El consumo de aire no es genético ni hereditario. Respirar eficientemente bajo el agua es una técnica que puede mejorarse. Podemos hacer ciertas cosas, tener ciertos hábitos, mejorar técnicas o acumular experiencia para conseguir una reducción de nuestro consumo de aire. Pero, al final, tenemos que convencernos que tenemos unos límites fisiológicos que no podemos superar. Cada uno tiene el suyo, y, por lo tanto, cada uno tendrá su tiempo de fondo.
En ningún caso eso significa que consumir más que tu compañero suponga “fastidiar” una inmersión como por desgracia, he tenido que escuchar en demasiadas ocasiones. Todos hemos tenido una media de consumo alta en nuestras primeras inmersiones. A todos nos acompañaron al barco en alguna ocasión, y siempre he visto como buceadoras/es que hoy tienen un consumo muy bajo llegaban al fondeo colgados del regulador auxiliar del compañero. Mi deseo es que todos hayamos tenido un compañero comprensivo de quien aprendimos y a quien agradecemos que velara para que disfrutáramos de nuestro tiempo de fondo.
Por eso no tenemos que estigmatizar a quienes no comparten nuestros números. Una inmersión se fastidia cuando alguien se queda sin aire a treinta metros de profundidad. Demos a nuestro compañero el tiempo que necesite y adaptemos nuestra inmersión a la nueva situación.
No olvidéis que un “sorbete” no es más que un testigo de una evolución conseguida durante un tiempo de progresión marcado por un esfuerzo continuado en mejorar.
Y ahora que hemos puesto las cosas en su sitio, vamos a seguir ofreciendo unos sencillos consejos que os ayudarán a mejorar vuestro consumo
Capacidad al esfuerzo y buceo
Pese a las consideraciones que podamos tener ante nuestros compañeros, una de las mayores preocupaciones para cualquier tipo de buceador es el consumo de aire. Si somos un poco más puntillosos, el obtener el mejor rendimiento posible al aire consumido durante la inmersión. Este rendimiento lo podemos medir mediante la relación establecida entre el volumen consumido y el esfuerzo realizado. Cuanto mejor sea esta relación, es decir, cuanto mejor sea nuestro rendimiento, más tiempo podremos estar debajo del agua, necesitaremos menos equipo (por ejemplo, botellas de menor capacidad) o modificaremos los objetivos de nuestra inmersión.
La importancia del objetivo es relativa al tipo de actividad, ya que, los buceadores recreativos convencionales lo que hacemos en realidad es adaptar nuestra inmersión a nuestro equipo y a nuestro consumo, mientras que para los buceadores recreativos técnicos (profundo, espeleo, etc.) el rendimiento del aire (gas) usado es vital para alcanzar sus metas.
Dado que en el buceo recreativo no existe una competición directa, el ritmo de ventilación o esfuerzo varía entre muy bajo y moderado, se funciona en situación completamente aeróbica, lejos aún del nivel anaeróbico, por lo que el rendimiento respiratorio va a estar condicionado fundamentalmente por:
– El nivel de tensión mental con que afrontemos la inmersión. No tiene por qué tratarse de una tensión negativa, puede estar producida por la excitación ante una inmersión muy de nuestro agrado.
– Técnica de navegación, flotabilidad neutra y control del equipo
– Hábitos respiratorios
Si nos comparamos con otros compañeros, al margen de los factores anteriores, influirá el:
– Peso de cada buceador: mayor peso, mayor consumo
– Metabolismo de cada buceador: temperatura basal, mantenimiento corporal
– Diferencias fisiológicas:
– Estado de los alvéolos (fumadores, catarros, etc.)
– Estado de la hemoglobina (fumadores, etc.)
– Cantidad de hemoglobina (anemia)
– Densidad de mitocondrias y afinidad celular con el oxígeno (entrenamiento)
En el buceo recreativo, la forma física, aunque considerable, tiene poca influencia en el rendimiento al consumo, salvo en el caso de inmersiones con mucho equipamiento, navegando durante una parte importante de la inmersión, respirando aire por debajo de los 35 metros de profundidad, o en el caso de inmersiones en las que se esté realizando un esfuerzo algo fuerte en el fondo.
Habrá buceadores que, por sus características personales y por sus hábitos, consumirán muy poco en la zona aeróbica sin proponérselo y tienen poco margen para la mejora, mientras que otros pueden mejorar su consumo enormemente mediante un control mental enfocado a la relajación, una mejora de los hábitos respiratorios, de la técnica de inmersión y abandonando los hábitos perjudiciales a los sistemas respiratorio y circulatorio.
El segundo objetivo, también común a todos los buceadores es el de poder llegar a la superficie indemnes, desde una situación de emergencia que se produzca en cualquier punto de la inmersión.
Partiendo de una situación en la que el buceador esté preparado técnicamente para la inmersión que está realizando, en función del riesgo “objetivo” existente en ésta, las necesidades ventilatorias en emergencia van a ser completamente diferentes a las necesidades normales de la inmersión.
Son factores “objetivos” de riesgo en una inmersión:
– La distancia que hay que recorrer para alcanzar un lugar seguro
– La cantidad de equipo que llevemos encima
– La profundidad de la inmersión
– La visibilidad y su efecto para alcanzar el lugar seguro
Un recorrido en situación de emergencia puede que lo hagamos por encima del umbral ventilatorio, con lo que el rendimiento del aire respirado ya no va a ser constante y va a empeorar, pudiendo poner en peligro el éxito en alcanzar el punto seguro. Cuanto mayor sea el recorrido que haya que realizar para alcanzar el lugar seguro, más importante va a ser el rendimiento existente en nuestros sistemas respiratorio, circulatorio y muscular.
Para una inmersión de bajo riesgo, en la que se pueden emplear uno o dos minutos en alcanzar la superficie, es mucho más importante el control mental y respiratorio que el entrenamiento habitual que estemos realizando. Personas sin ningún entrenamiento, que no entran en pánico y dominando el equipo, serán capaces de alcanzar la superficie ante una situación de emergencia, sin sufrir problemas mayores.
En inmersiones en las que tengamos que navegar en emergencia durante muchos minutos para poder alcanzar un lugar desde el que poder subir a la superficie, es necesario algo más que control mental y dominio del equipo, aun siendo éstas las bases primeras para la supervivencia. Una situación como esta requiere:
– -Entrenamiento muscular para el tipo de esfuerzo en inmersión
– -Desplazar el umbral aeróbico hacia niveles más altos del %RCM, para mejorar el rendimiento del aire empleado en situación de emergencia y evitar la sensación de ahogo y cansancio por acumulación de lactato.
Por tanto, el nivel de entrenamiento y los objetivos que nos fijemos en éste, han de ajustarse con el nivel de “riesgo objetivo” de las inmersiones que realicemos. El nivel de riesgo de una inmersión es lo que hace “necesarias” una preparación física y mental. La intensidad del esfuerzo requerido solo las hace “convenientes”.
Energía y metabolismo
Nuestro organismo genera la energía necesaria para mantener el metabolismo celular, producir calor y producir las contracciones de los músculos, mediante combinaciones químicas en las que interviene el oxígeno, la glucosa, el glucógeno y las grasas. Esta combinación no es directa, sino que se realiza a través de complicados procesos bioquímicos. El resultado de estos procesos es una molécula, el ATP, que es capaz de transformar la energía química contenida en ella, en energía calorífica o en movimiento muscular.
Existe una cantidad de ATP de reserva en cada una de nuestras células. Esta reserva se agota en pocos segundos cuando realizamos un esfuerzo intenso. El organismo está continuamente generando ATP mediante un proceso bioquímico en el que intervienen el oxígeno y la glucosa. La velocidad con la que se genera ATP de esta forma no es suficiente cuando se realizan esfuerzos importantes. En este caso el organismo dispone de otros dos procedimientos para producir ATP, en los que no interviene el oxígeno. Uno de ellos reacciona ante la aparición de un esfuerzo intenso. Tiene una respuesta muy rápida, pero se agota en segundos. El otro procedimiento genera cantidades suficientes para atender esfuerzos intensos durante tiempos mayores, a costa de un empleo masivo de moléculas de glucosa y de producir ácido láctico que se reutiliza posteriormente o que tiene que ser eliminado por la sangre en el caso de que su producción sea excesiva.
El primer proceso de producción de ATP se llama aeróbico porque interviene el oxígeno, y los otros anaeróbicos, por no intervenir el oxígeno. El primero solo produce, como sustancias finales, agua, anhídrido carbónico y ATP, mientras que el anaeróbico de larga duración genera ácido láctico, cuya acumulación produce efectos negativos en los músculos y en el organismo en general.
Cuando producimos energía aeróbicamente, el músculo no se cansa, no necesita recuperación. La energía producida anaeróbicamente nos produce cansancio y, si el tiempo es suficientemente prolongado, agarrotamiento en los músculos.
En una situación de reposo, la energía se produce, casi totalmente, aeróbicamente pero conforme aumenta el esfuerzo, el componente anaeróbico aumenta con la intensidad del esfuerzo realizado.
La capacidad máxima de esfuerzo aeróbico que podemos desarrollar no depende solo del metabolismo de las células y del entrenamiento físico, también depende de la cantidad de oxígeno que podamos hacer llegar hasta las células, así como de la cantidad de glucosa o glucógeno que aportamos a las mismas. En el caso del oxígeno, dependemos de nuestro sistema respiratorio y cardio-vascular. En el caso de la glucosa, de la cantidad disponible en nuestro cuerpo y del sistema cardio-vascular.
Por última vez repetimos las características básicas del sistema respiratorio
El sistema respiratorio es capaz de suministrar más o menos aire hacia los alvéolos, dependiendo de una serie de factores:
– Hábitos y patrones respiratorios
– Entrenamiento de los músculos que intervienen en la respiración
– Estado de salud de las membranas alveolares
– Obstrucciones en los bronquios – bronquiolos
– Capacidad pulmonar (o capacidad vital)
La capacidad vital es el máximo volumen que somos capaz de mover en los pulmones desde una inspiración forzada hasta una expiración forzada a una velocidad de expulsión del aire que resulte cómoda. Solo varía con la edad y se mejora muy ligeramente con entrenamiento físico.
Si relacionamos la capacidad vital expresada en centilitros, y el peso en kilogramos obtendremos la medida de la capacidad máxima teórica al esfuerzo. Este valor se conoce como coeficiente de Demeny y viene a decirnos que si nuestro peso es excesivo (para la actividad que estamos realizando) se convierte en un factor limitante del esfuerzo.
El estado de nuestros bronquios se mediría por el coeficiente de Tiffeneau resultante de dividir el volumen expirado en el primer segundo. El valor obtenido nos indicaría el grado de obstrucciones que tienen nuestros bronquios y bronquiolos. Estas obstrucciones afectan enormemente en las situaciones de emergencia, de corta duración. También pueden provocar micro-sobrepresiones espontáneas con la generación de micro embolias más o menos importantes dependiendo de la profundidad a la que se producen.
Pese a todo, el valor más importante a tener en cuenta seguirán siendo la capacidad vital y el volumen consumido por minuto, es decir, el ritmo respiratorio, cuya variación dependerá de factores como:
– El esfuerzo
– El grado de estrés mental
– Los hábitos respiratorios
– El entrenamiento realizado de forma sistemática
La variación es muy grande para los tres primeros factores sin embargo el cuarto influye en menor grado pero es fundamental en el caso de inmersiones con esfuerzo de navegación.
Las membranas alveolares son estructuras muy delicadas formadas por una sola capa de células recubiertas de un líquido surfactante que anula la tensión superficial de la membrana y evita que el alvéolo se colapse. Muchas de las sustancias contaminantes que respiramos dañan parte de sus propiedades haciendo que su rendimiento de transferencia gaseosa (CO2-O2) disminuya, afectando en la capacidad de oxigenación del organismo. Los hábitos que perjudiquen a los alvéolos, como el tabaco o la permanencia en lugares muy contaminados serán un factor limitante de nuestro consumo.
Aunque sea algo que llevamos haciendo desde nuestro nacimiento de manera involuntaria, en la respiración también intervienen unos músculos que se pueden entrenar para mejorar su trabajo. El efecto del entrenamiento de los músculos respiratorios es la primera limitación que percibiremos cuando empecemos a realizar esfuerzos medios y se más evidente en inmersiones profundas con aire para buceadores que no estén entrenados físicamente.
Los hábitos y patrones de respiración influyen enormemente en el rendimiento de nuestra ventilación dado que el pulmón es mucho más eficaz en el intercambio de gases en su tercio inferior que en los dos superiores. De los músculos que participan en la respiración, el más eficaz es el diafragma. Por tanto la respiración ha de ser abdominal en lugar de torácica. El primer objetivo de un buceador debería ser observar su hábito respiratorio y hacerlo abdominal.
El esfuerzo respiratorio, por lo tanto está afectado por varias causas:
– La resistencia al movimiento que ofrecen los órganos del tórax y la tensión superficial residual de los alvéolos. La profundidad no les afecta
– El rozamiento producido por los gases en las vías respiratorias. La fuerza que produce es directamente proporcional a la densidad del gas y al cuadrado de la velocidad con que se mueve. Es decir a doble presión, se produce doble fuerza de rozamiento. Duplicando el ritmo respiratorio se cuadruplica la fuerza de rozamiento.
– La inercia de los gases movidos depende del volumen y de la densidad. Este esfuerzo producido por la inercia es lineal con la presión: a doble presión, doble esfuerzo inercial.
Teniendo en cuenta estos efectos, duplicar el ritmo respiratorio a 10 metros, significa multiplicar por 16 el esfuerzo debido al rozamiento del aire en las vías respiratorias y al producido por la inercia del gas. A 50 metros el factor es de 48, respecto al esfuerzo respirando a la mitad del ritmo, en superficie.
Por ello es de vital importancia llevar una respiración profunda y amplia para evitar la acumulación de CO2, que perjudica para la descompresión, narcosis e hiperoxia, pero el ritmo respiratorio tiene que ser lento aunque sin llegar a ser incómodo. Por lo tanto, nuestro objetivo cambia y nuestro patrón de respiración no sólo ha de ser abdominal, también tendrá que ser amplio y lento, para ello nos puede resultar de utilidad realizar ejercicios de concentración en la respiración de forma rutinaria o concentrarse en la respiración cuando se realice esfuerzo físico procurando que sea lo más lenta y amplia posible
Modificar los hábitos respiratorios es muy difícil y costoso en tiempo, pero es posible crear un reflejo asociado al esfuerzo, de forma que siempre que estemos en inmersión, adoptemos de forma refleja el patrón deseado: abdominal, lento y amplio.
Queda por hablar del efecto de nuestro estado mental en la respiración. El control respiratorio es muy complejo porque intervienen zonas de la corteza cerebral y del bulbo raquídeo aparte de distintos tipos de sensores para detectar CO2 (en la aorta, los alvéolos y las carótidas) O2 (arterias), la acidez de la sangre (bulbo) y sensores mecánicos repartidos por la caja torácica. El bulbo raquídeo es responsable del funcionamiento reflejo de la respiración, mientras que la corteza lo es en el control voluntario.
Nuestros hábitos respiratorios cuando estamos conscientes, están afectados por la costumbre grabada en la corteza y por el estado emocional de nuestra mente. Realizando un mismo ejercicio podemos tener consumos muy distintos, dependiendo de la sensación de angustia percibida o del grado de estrés que suframos en cada momento. Para situaciones en las que el esfuerzo es bajo, el factor predominante para el consumo, es el hábito respiratorio y el estado de estrés mental. Una situación emocional anómala o una mala costumbre ventilatoria, pueden duplicar el consumo.
En inmersión interesa ajustar nuestro consumo al necesario manteniendo un ritmo respiratorio necesario para no acumular CO2 por encima del valor normal, en torno a 0,04 bares. Un estado de excitación por cualquier causa, o un mal hábito respiratorio, puede provocar el que “tiremos” aire sin ningún beneficio en lo que al aumento de oxigenación se refiere.
Conclusión: hay que controlar el estado emocional y el hábito respiratorio de forma regular, para que se genere un reflejo automático cuando estemos en inmersión que nos conduzca, sin control voluntario, a reproducir esos buenos hábitos mentales y respiratorios.
Relacionemos esto con el sistema cardio vascular
Antes de realizar ningún deporte que requiera esfuerzos intensos o que implique riesgos no despreciables, es necesario realizar un examen médico que nos certifique que nuestro sistema cardio vascular no tiene ninguna contraindicación para la práctica de la actividad física deseada.
El torrente sanguíneo es el responsable del intercambio gaseoso y sólido que permite el mantenimiento de nuestro metabolismo y la realización de esfuerzo. Nuestra capacidad de esfuerzo va a depender de la capacidad de transportar oxígeno desde los alvéolos hasta las fibras musculares que intervienen en el mismo. Entre los factores que intervienen están:
– Cantidad de hemoglobina en la sangre y estado de la misma
– Eficacia del bombeo cardiaco
– Estado de la elasticidad de las arterias y de sus fibras contractoras
La cantidad de hemoglobina se mantiene en condiciones normales dentro de una banda de valores mínimo y máximo. Una persona que sufra anemia, tiene una capacidad de oxigenación muy disminuida, que le incapacita para hacer esfuerzos intensos. Un fumador que consuma una cajetilla diaria tiene intoxicada con monóxido de carbono un 10% de su hemoglobina sin contar el efecto que la nicotina y el alquitrán producen sobre las paredes de bronquios, bronquiolos y alvéolos.
El tipo de alimentación influye en la aparición de rigidez en las arterias, que perjudica el rendimiento en el sistema circulatorio. Una alimentación sana ha de evitar, en lo posible, bebidas excitantes, alcohol y un exceso de grasas saturadas.
Arterias y corazón mejoran sustancialmente con el ejercicio físico. Los programas existentes para mejorar el rendimiento de nuestros sistemas circulatorio y respiratorio están perfectamente establecidos y su eficacia demostrada. Convendría conocer los parámetros más importantes que nos van a permitir controlar el estado de nuestro sistema circulatorio, es decir, la tensión arterial y ritmo cardiaco.
La primera, siendo importante, se emplea poco en el control del esfuerzo. De ella conviene realizar revisiones periódicas que nos indiquen si estamos dentro de los valores normales de máxima y mínima referidos a nuestra edad. Es especialmente peligrosa para la realización de esfuerzos intensos, la hipertensión crónica. El ritmo cardiaco, sin embargo, es muy empleado para controlar el nivel de esfuerzo realizado y el estado general de nuestro sistema cardio vascular.
Por último, en la capacidad al esfuerzo, influye el grado de desarrollo de los músculos que intervienen en el deporte que estemos realizando, empezando por los músculos que intervienen en la respiración. El entrenamiento, además de aumentar la masa muscular hasta su valor necesario, aumenta el riego sanguíneo y, en las células, el número de mitocondrias, que son los órganos celulares que utilizan el oxígeno en las reacciones metabólicas para generar ATP, así como la mioglobina, la sustancia que es capaz de “robarle” el oxígeno a la hemoglobina para transportarlo hasta las mitocondrias.
En definitiva, lo que necesitamos es optimizar la relación entre la ventilación por minuto y el oxígeno metabolizado, es lo que conocemos como umbral ventilatorio.
El umbral ventilatorio que se corresponde aproximadamente con el umbral aeróbico tiene un valor normal de proporcionalidad de 25 litros de aire ventilados por cada litro de oxígeno consumido. Por encima del umbral ventilatorio, el gasto de aire aumenta más rápidamente que el gasto de oxígeno, por lo que la ineficacia del sistema respiratorio aumenta progresivamente. El ejercicio y los buenos hábitos respiratorios permiten mejorar el rendimiento de nuestra respiración incluso para casos de emergencia. También se mejora la capacidad aeróbica, con lo que el umbral de lactato se alcanza con porcentajes de RCM mayores.
Consejos para optimizar el consumo de aire
Mucha gente cree que si hace pequeñas apneas con su regulador estará disminuyendo su consumo de aire. Esto de ninguna manera es así, no sólo no se ahorra aire sino que además es peligroso. En primer lugar estará aumentando considerablemente el nivel de dióxido de carbono en sus pulmones. En segundo lugar estará corriendo el riesgo de una sobre distensión pulmonar ya que, con la costumbre, las apneas serán más prolongadas y si hubiera una variación en la profundidad el pulmón no estará compensado. Por otro lado luego de un tiempo de apnea, prolongado o no, la persona suele hiperventilar para limpiar el dióxido de carbono a nivel pulmonar, gastando de esta manera el aire que se ahorró por no respirar normalmente. Si tiene un regulador en la boca, respire. El secreto está en cómo respirar.
Prolongar la respiración. Una persona adulta, de tamaño medio mueve aproximadamente medio litro de aire cada vez que respira en superficie. Bajo el agua y con un regulador esa respiración se hace un poco más profunda alcanzando a inspirar un litro o más de aire. El ciclo respiratorio (inhalar-exhalar) de una persona en estado de reposo y tranquila dura aproximadamente unos cuatro segundos de los cuales se emplean dos para inhalar y dos para exhalar.
El secreto consiste en tomar aire normalmente (dos segundos) y exhalando lentamente dejando que las burbujas salgan suavemente de su regulador en un tiempo no inferior a seis segundos. De esta manera ventilaremos mejor el pulmón eliminando efectivamente el exceso de dióxido de carbono y sin correr riesgos de sobre distensión pulmonar
pero lo más importante es que habremos duplicado el tiempo del ciclo respiratorio. Antes respirábamos unas 15 veces por minuto empleando 30 segundos de cada minuto en inhalaciones. Ahora respirará sólo 7 veces por minuto empleando sólo 14 segundos de cada minuto en inhalar. El pulmón estará más relajado, mejor ventilado y nosotros mucho más cómodos
Por otro lado tenemos que tener en cuenta los llamados “espacios muertos” de la respiración. Cuando respiramos el aire se mueve hasta los alvéolos que es el lugar en donde se realiza el intercambio gaseoso, pero para que el aire llegue hasta ahí deberá pasar primero por la suma de los espacios aéreos libres correspondientes a las cavidades (nariz, boca, tráquea, etc.) que es de aproximadamente 150 centímetros cúbicos, que al no ser utilizados, se consideran desperdiciados. Al inhalar menos veces por minuto conseguiremos reducir a la mitad ese desperdicio de aire, ahorrando aproximadamente un litro de aire por cada minuto bajo el agua.
Economizar movimientos. Evitar nadar de forma innecesaria. Usar los pulmones como control de la flotabilidad en lugar de hacerlo aleteando. No utilizar las manos para nadar o para equilibrarnos, el agua es más densa que el aire por lo que cada movimiento que hagamos precisa de un esfuerzo mucho mayor. Tratemos de optimizar el aleteo evitando los movimientos rápidos, es mejor moverse lentamente pero sin pausas.
Si tenemos que nadar contracorriente aprovecharemos el perfil del fondo para “taparnos”, incluso podemos colocarnos inmediatamente atrás de algún compañero que reciba la corriente de frente haciendo todo el trabajo… Un “truco sucio”
Flotabilidad. Quietud absoluta. Suspensión perfecta. Es uno de los sentimientos más sublimes durante una inmersión y esencial para un movimiento eficaz.
Lastrado. La cuenta es sencilla: cuanto menos peso arrastre, menos esfuerzo tendremos que hacer, menos aire tendremos que inyectar en nuestro chaleco y más tiempo podremos permanecer bajo el agua.
Trimado. Muchos buceadores navegan casi en vertical o, al menos, colocando su cuerpo en diagonal con respecto fondo. Colocar el cuerpo totalmente horizontal ofrece menor resistencia al agua lo que traerá aparejado un menor esfuerzo natatorio y un menor consumo de aire.
Equipo. No lleves los latiguillos sueltos. Aparte de aumentar las de enredos ofrecerán resistencia al avance. El chaleco deberá ser de la medida correcta. Chalecos más grandes embolsarán agua y generarán turbulencias que también aumentarán la resistencia. Cuidar que el conjunto formado por “vosotros y vuestro equipo” sea lo más hidrodinámico posible. Cuanto antes tengáis vuestro propio equipo, antes comenzaréis a reducir vuestro consumo. Cambiar constantemente de equipo supone cambiar de capacidad de chaleco, de velocidad de llenado y vaciado, de lastre, de trimado etc.
Protección térmica adecuada. Aunque sea muy cómodo bucear con traje de baño o con una lycra fina, cuando pasamos frío aumentamos en consumo de aire. La pérdida de calor es un importante contribuyente a la fatiga del buzo. Esta pérdida incluso se da en aguas calientes de mares tropicales ya que, aun así, siguen estando por debajo de la temperatura de su cuerpo y es importante recordar que el agua absorbe el calor 25 veces más rápido que el aire.
En base a un menor consumo de aire hay que recordar que cuando buceamos en aguas frías, el 40% de la pérdida de calor se disipa a través de la cabeza. Protege del frío las extremidades (pies y manos) y usa trajes de tu medida.
Fugas de aire. Regulador y chaleco poseen juntas que pueden perder aire si están en mal estado. Procura tener estas partes del equipo en perfecto estado realizando un mantenimiento anual y un control periódico.
Coloca el octopus hacia abajo para evitar flujos continuos durante el transporte, la entrada al agua o durante la inmersión. Algunos buzos sostienen que usando el inflador oral del chaleco bajo el agua, economizan aire pero la realidad indica que usar el botón del inflador es más eficaz, seguro y cómodo. Lleve su equipo a un técnico especializado para que lo revise, repare y ajuste al menos una vez al año.
Aire del tanque. Hay que evitar permanecer o nadar en superficie utilizando el regulador, en esos casos utilice el snorkel con el chaleco compensador inflado lo que le hará ahorrar una cantidad significativa de aire.
Control de la inmersión. Es conveniente hacer un curso de orientación subacuática para evitar recorridos erráticos y viajes inútiles a superficie. Controlar la flotabilidad y mantenernos en una profundidad adecuada a nuestros conocimientos, equipo, experiencia y capacidad física. Aletas. Aunque es posible que tardéis algo de tiempo en encontrar unas idóneas, recordar que estas tienen que tener una relación directa entre el tamaño de la aleta y la fuerza del usuario. Procura aletear sin doblar la rodilla ya que restará impulso a la patada con el consecuente desgate de energía y aire. Mantener un ritmo sostenido de navegación, sin cambios de ritmo bruscos.
Hábitos saludables. Cuanto mejor sea nuestra forma física, más preparados estaremos ante los esfuerzos. Cuidemos nuestra alimentación antes de las inmersiones (comer mucho no significa comer bien). Vigilar la hidratación (fundamental) y evitar bebidas alcohólicas antes y después de bucear. Fumar es un hábito que reduce como mínimo en un 15% la capacidad para captar O2.
Por interés particular, repetiré este último párrafo para conocimiento de los/las más “empedernidos/as”: التدخين هو عادة أن يقلل من القدرة على التقاط O2 كالحد أدنى 15 ٪
Por última vez, por si hay alguien que no se ha enterado: 吸烟是一种习惯,降低了最低的 15%作为到捕获 O2 的能力。
Bueno, hagamos o que hagamos van a pasar de este consejo más que de comer 狗屎
Aptitud psicológica. A pesar de todo lo anterior, la aptitud psicológica de un buzo será el motivo preponderante de un excesivo consumo de aire. Un buzo más experimentado, más tranquilo y relajado podrá disfrutar más de la inmersión consumiendo menos. Los cursos de especialidades adicionales proporcionan una mayor experiencia y enseñan nuevas técnicas para bucear mejor. Se mejoran las habilidades y las aptitudes
Cuánto más buceemos, más sencillo nos resultará hacerlo ya que nos encontraremos más familiarizados con el medio, las técnicas y los equipos. Dejar la actividad por períodos más o menos prolongados nos obligará a vivir una etapa de readaptación
Zona de inMersión: Lo que haces mal buceando no se considera un error, sino una parte intrínseca del proceso de aprendizaje.