CALAHONDA: Expedición “Vinito”. 24/04/15
Aún no habíamos terminado de digerir aquellos churros licuados de Carboneras cuando, un par de piscinas mediante, nos encontramos preparando equipos y ajustando barcos, hoteles y propuestas alternativas en un frenesí de actividad que amenaza con dañar al pequeño estómago que nos está saliendo justo en medio de la úlcera.
En principio teníamos programadas una salida a Columbretes y otra simultánea a Calahonda, pero, las previsiones del tiempo se cumplieron y el temido noreste nos hizo imposible el poder salir a nuestras islas, por lo que, la costa tropical granadina, se convirtió en nuestro único destino del fin de semana. Las lamentaciones por la mala noticia de la anulación de la escapada langostera se tragan mejor por la asistencia de Raúl a las costas de la Carchuna, que, visto el ritmo al que se están haciendo las reservas, esa mano nos va a venir muy bien.
El jueves por la mañana cerramos todo, enviamos los mensajes de confirmación a hoteles, restaurantes, centro de buceo y vinacoteca y empezamos a preparar equipos. Sonia lleva tres cuartos de hora haciendo el baile de la chochobrinca en una baldosa porque con tanto chaleco que tenemos por el suelo, la tienda parece una ciénaga. Como anda más atacada que las naves del Star Trek se le ha puesto un carácter de tertuliana que, cabeza que asoma, cabeza que escamocha. Menos mal que con tanta llamada de teléfono, sale a fumar –que se ha fumado ya hasta el mimbre de la mecedora- y a pasear -que cualquier día va a terminar una de sus conversaciones en Albacete- y la cosa se va relajando.
El viernes nos ponemos en marcha, con la furgoneta cargada hasta la luz de arriba con tanto equipo.
Salimos por la radial, que sale mucho más barata que la A4 y seguimos rumbo abajo por las interminables rectas manchegas. Los hay que aprovecharon momentos de ociosidad laboral y ya andan mandando fotos originales de sus pies en la playa o de una cerveza y el mar. Los del curso de open, van a lo suyo, esperando que alguna torreznilla incáuta ceda al sueño y sacarle una foto para poner a la pobre a parir, que sólo le falta que le tiren de la goma del sujetador para chafarla del todo el viaje. Así, kilómetro a kilómetro llegamos a las puertas de Granada donde paramos para darle un poco de fuelle al estómago probando alguna cosa obscena u obsmerienda. Aprovecho para ir conectando el nuevo aparato reproductor de música para la Scubamovil que permitirá que en lo sucesivo, no corramos el riego de escuchar canciones de esos grupos que despiertan vuestras sensibilidades y mis arcadas. Tras reponer fuerzas pasamos al baño del bar de carretera a comprobar si el Yoni y la Yesi seguirán tan juntos y enamorados, aparte de hacer de tripas un marrón. La noche nos envuelve más o menos pasando por la Alhambra y nos regocijamos al comprobar que ya tenemos autovía hasta nuestro destino, la Carchuna, una zona a la que le puso el nombre el mismo que a Pepita Pulgarcita o a Maguila el Gorila. Llegamos a Calahonda y lo primero que hacemos es llamar a Julia para que nos mande a Salva y nos abra el centro, y así, dos o tres veces.
Luego nos acercamos al hotel, vamos cogiendo habitaciones, y nos reunimos, finalmente, todos, en la mesa. Tras el viaje tenemos todos tanto hambre que si viene una chorva y nos quita el ali oli como la del Nesspreso le quita el café al Clooney, le falta Calahonda para correr. Antonio, el camarero, el que se parece al Lute, nos empieza a poner cosas encima de la mesa que aquello parece una boda berebere, todos comiendo con las manos porque les puede el ansia roñosa. Cuando terminan de traer viandas, puedo ver que la gente se ha ido agrupando por afinidades, como en juego de tronos. Por un lado aparecen Villa que es de esa clase de persona que el gilipollas que todos llevamos dentro, él lo lleva por fuera, que ha venido acompañado por Fernando (que es como un lunes, que no le gusta a nadie) y por el resto de finlandeses: Sotelino, Eladio y Tojeiro. Mercedes ha bajado pese a que su estado de forma es tan lamentable que David el Gnomo es catorce veces más fuerte que ella. No le falta apoyo en Maribel, la de Torrijos, que ya tiene el pelo que parece un chupachús de estropajo. Antonio Vinuesa, nuevo en estas hospedas, pone la misma cara que la postal de un cachorro de mastín porque Murillo, que ya de por sí habla más que un cuentacuentos argentino, le anda explicando que tras tantos despliegues artísticos de boya deco, se ve capacitado para ahorcarse con un inalámbrico. Victor, que vuelve a la acción tras su periplo suizo, está escuchando atentamente a Rubén, Antonio DC y Miguel Ángel contar sus batallas submarinas y se siente como Jennifer Love Hewitt… entre fantasmas.
David que es tan feo que la primera prenda que le hicieron a ganchillo fue un pasamontañas y Nacho, que por algún recóndito motivo se ha peinado y hasta maquillado, aún no se ha dado cuenta de que lo que si le quedaría monísimo, es un hachazo entre ceja y ceja. Junto a ellos están los que terminarán el fin de semana conociendo la verdad del buceo. Por un lado está Ángel, que podría estar bostezando, sí, pero la realidad es que es así de feo. A su lado las tres chicas: Almudena, Irene y Ksenia muy preocupadas porque al pasar la barca el barquero permaneció en silencio. Los dos que quedan son Miki y Alex, que me planteo si tengo que hacerles un test de la Superpop para saber si son universitarios o se han quedado así de los porros.
La cosa es que, con Sonia, Raúl y yo, el grupo suma veinticuatro efectivos a los que, efectivamente, hay que acomodar en barcas. Menos mal que un servidor se ha curtido en interminables sesiones de Tetris y ha llegado un punto en el que me da lo mismo ubicar bultos en la Scubamovil que torreznos y torreznas en embarcaciones de buceo.
Vamos a ver, como tenemos torreznos buceadores titulados (uno que yo me sé, incluso, indocumentado), que no podemos mezclar con los que van de curso, optamos por dar prioridad a los primeros. Por eso, nos equipamos despacito y empezamos tarde, a eso de las 11:20, nuestra primera inmersión. Estamos en Calahonda, y, lo primero que tenemos que reconocer es que, si bien la costa es tropical, el mar. Es ártico. Cuando soplan los vientos del oeste, nos entran unas aguas frías que lo flipas. Tendremos que aprovechar la orografía y escondernos en el Zacatín para encontrar la tranquilidad necesaria que requiere la primera inmersión de curso.
Mi traje, recién reparado del estropicio de Carboneras, funciona, me protege del frío, un frío al que estos cabrones no parecen temer. En Almería, Marta, no pudo hacer la primera inmersión porque sufrió la rotura de la cremallera del traje semiseco. Hoy, al equiparnos, comprobamos como Miki, de los Pimpinela, el que es más raro que un gitano con gafas, me mira con ojillos de chino madrugando, y me dice que se ha dejado el equipo en tierra. Seamos serios, que un alumno de open wáter diver, se postule al collejón de oro 2015 es desconcertante, como cuando las mujeres piden respeto y luego se ponen a perrear como si no hubiera un mañana. Total que, dejando a Miki abandonado a su suerte con Chema, nuestro patrón preferido, empezamos la inmersión descendiendo por el cabo hasta la arena. Ksenia, la que tiene nombre de detergente y que es bailarina de las que no perrean ni se despatarran, parece que tiene cierto problemilla con la máscara y ha pasado un momento más tenso que el bautizo de un Gremlin. Como va maquillada, se le ha quedado una cara que parece un cruce de Rafaella Carrá con un mapache. El resto va roqueando, alucinando con unas piedras llenas de “nudis”, algún pulpo y la vida menuda de este lugar. Pese a la temperatura, alargamos esta inmersión hasta los cincuenta y seis minutos.
Para la segunda inmersión, elegiremos entrar por la playa, hasta llegar al puntal blanco. Ángel, buscando notoriedad, consigue la nominación para el collejón de oro dejándose el cinturón de plomos en la playa. Por aquello de no tener al grupo esperando en el agua gélida, le instamos a que se quede en tierra mientras el resto progresa entre rocas, ceriantos, congríos, anémonas y las preciosas anthias que hay junto a la antena. Con trece graditos de mínima, llegar a los cuarenta y dos minutos de inmersión supone salir del agua pudiendo cantar canciones de Lady Gaga: te-te-te-te-telephone, Ale-Alejandro, po-po-po-poker face, mo-mo-monster, da-da-dance…
Como estos chavales son más activos que las luchadoras guatemaltecas, se aventuran con una tercera inmersión después de comer. Como andamos cortos de barcos (el temporal de enero vino más violento que un cumpleaños con piñata y les dejó el barco peor que el moño de una borracha), repetimos desde playa, puntal blanco abajo, puntal blanco arriba, pero como el agua sigue fresquita, a los treinta minutos, han pasado tanto frío que los dedos de los pies les hacen “los cinco lobitos” y optan por salir del agua, eso sí con cara de semana fantástica por todo lo que hemos visto.
Cuando salgo del agua veo a Raúl, me comenta que, finalmente, la actividad alternativa consistente en una “cata” de vinos en Salobreña ha tenido que ser suspendida.
Contrariado por el asunto “vinito” en especial cuando el clan de los Finlandeses se ceba en un desbordado Raúl, me dirijo al furgón para recoger las últimas botellas. Hay que cumplir con el programa y los olvidadizos tienen que recuperar inmersiones. Como el mar sigue más encabronado que Don Quijote en un parque eólico, retomamos con nuevos bríos el puntal blanco y su colección de ceriantos, nudibránquios y anémonas con cangrejo. Los 13º de temperatura ya escuecen un poquito, en especial cuando llevas cuatro inmersiones y cuando me hacen la señal de media botella empiezo a navegar deprisa, como cuando estornudo y echo una carrera con los mocos a ver quién es más rápido, si ellos cayendo o yo cogiendo el pañuelo. Hemos salido de la inmersión con tanto frío en los pies que por un momento pensé que cuando empezamos a zapatear contra el suelo para entrar en calor se acercarían Farruquito, Tomatito y la Chunga para montar un cisco flamenco de la hostia.
Calahonda es una playa en la que me siento sólo, pero tal vez tengan que ayudarme a levantarme, y además, con tanta piedra en las segundas etapas el camino a la camioneta se ameniza, que parece que lleves un concierto de castañuelas . Con la noche cayendo, llegamos al centro, una duchita y camino al bar, a tomar unas Alhambras mientras esperamos para la cena. Con el grupo reunido, otra vez, empezamos a dar rienda suelta al ansia gumiosa de barbacoa, que no digo que no seamos destructivos, pero Juego de tronos no hubiera pasado de la primera temporada si una de las familias hubieramos sido los Scubaguetos. Tras la cena, la primera opción de copas es el bar de la Mexicana, donde disfrutaremos de unos genuinos mojitos y/o varias rondas de espirituosas. Dicen que el buceo es dañino pero tenía mejor aspecto Cousteau tras cincuenta años buceando que mi abuelo tras cincuenta años trabajando.
Como esta Murillo, se habla de fútbol, un tema en el que yo soy como los Gremlims, que no me mojo. Aparecen los chavales, entre ellos Almudena, una chica tan inocente que cuándo su novio le dijo “se hacer de todo con la boca” le pidió que hiciese el reclamo de la perdiz. Un poco más tarde, me retiro a dormir, que la escapada dista mucho de terminar. La noche, tranquila, se vio interrumpida cuando un perro empiezó a ladrar, y el resto lo retuiteó. Con tanto ardor canino, he dormido muy poco y, encima, hay que dejar el hotel. He bajado a desayunar con tantas ojeras que si te ve un oso panda te empieza a hacer el ritual de apareamiento. La verdad, con esto del estrés entiendo que mi economía no me permita ir a un psicólogo, pero he visto unos cuchillos en oferta que…
Hay que ser humildes, como don Simón, que lleva años convirtiendo el agua en vino y no le ha dado por fundar una religión, pero no puedes dejar de sentir orgullo cuando ves a tus alumnos progresar y disfrutar del buceo en unas condiciones nada sencillas. Tras terminar la penúltima inmersión, Sonia, me dice que se va al centro para agilizar lo de guardar equipos. No puedo negarme. fue, hace muchos años cuando supe que me quería porque ella me miraba igual que yo miraba a los chuletónes de buey. No me puedo negar. Como tengo a Raúl y los chavales van bien, dejo a Sonia rebajada de servicio y tanteamos la cuarta inmersión del fin de semana. En estos momentos, con el viento arreciando, el fondo del mar es como una caja de bombones, todo marrones, pese a todo, el tiempo de inmersión rondará los cuarenta minutos.
Lo que queda es conocido: ducha, recoger equipos, cubicarlos y dejar atrás Calahonda con la vista puesta en las próximas escaadas, pero eso, será otra historia.
De camino a Madrid, buscamos un sitio donde parar. Si un tiburón es capaz de oler una gota de sangre a kilómetros de distancia, Sonia, con hambre, puede hacer lo mismo pero con comida, y su olfato nos detiene en un bar de carretera muy peculiar, con un camarero con menos sangre que la compresa de la veneno que sacó de sus casillas a más de uno.
La vuelta, entre amigos, charlando sobre temas importantes, compartiendo mi filosofia sobre el sexo, que no es otra que no hacer nada que luego no le puedas explicar a la enfermera. Pasamos Despeñaperros y cruzamos las rectas manchegas rumbo a esa enorme luz que es Madrid. Antes de llegar, unos comentarios sobre nuestra afición poética, aunque, realmente, me lo ponen muy dificil cuando me dicen que si continuo haciendo rimas soeces arderá troya…
Zona de inMersión
Hay quien necesita razones para ir a bucear, los Scubagueto, solo necesitan un lugar.