EXPEDICIÓN “Maldivas 2016” .03/12/2016
…La cabra, la cabra, la puta de la cabra…
Bien pudieron quedar a la izquierda, o a la otra izquierda (la de la derecha) pero no, cuando a las placas tectónicas les dio por imitar a la cabrita, comenzaron a salir hilillos como de plastilina que terminaron formando una base donde se generaron cientos de islas coralinas denominadas atolones. Atolones que ya estaban referenciados desde la antigüedad por navegantes que cubrían las rutas marítimas entre Egipto, Mesopotamia, China y las civilizaciones del Valle del Indo. Se supone que los primeros pobladores de estos archipiélagos poseían cierta organización tribal denominada “pachorra maldiva”. Sus primeros habitantes eran marineros, adoradores del sol, y acojonados por la existencia de malos espíritus como el del curro o el de la iniciativa. Evidencia del pasado religioso solar es el hecho de que las mezquitas Maldivas están orientadas hacia el sol y no hacia La Meca como las demás, aunque, posiblemente sea porque les salió así de natural y pasaron de comprobar cosas, algo que como os podréis imaginar, ha perdurado hasta nuestros días. Por lo que se ve, antes de alcanzar la perfección prensil en sus pies, los nativos eran expertos en la talla de esculturas sobre piedras. En esa época, al parecer, lo que lo petaba más que la “salchipapa” en Fuenlabrada era labrar en bloques de coral leones o toros (desde luego no se volvieron locos por la diversidad artística) y para dejar el trabajo así de cuqui, también utilizaron como decoración la esvástica y el loto. Luego, se dieron cuenta que picar piedra era un trabajo mazo de cansado y se pasaron al budismo (no activo), limitándose a ver campar por sus despechos a Egipcios, Cíngalos, Drávicos, Persas y Árabes (no activos, se entiende), tradición que se ha mantenido hasta nuestros días. Más tarde llegaron los Portugueses (en 1506) lo que se demuestra por el pelazo de yegua cardado y engominado a lengüetazos que es el tocado nacional maldivo y el enorme número de mostachos que lucen con orgullo las mujeres y algún que otro hombre. Terminaron por echar el ojo a las islas Franceses y holandeses, hasta que en 1887 llegaron los británicos y dijeron que para cojones los suyos y montaron el tinglado de siempre, es decir, un cacho de protectorado. Un embrollo no activo (como tiene que ser) en el que se empeñaron en montar bases aéreas, primero los ingleses y luego los rusos hasta que en 1968 se confirmó la independencia que se había logrado tres años antes, pero que por aquello de la “pachorra maldiva” nadie se había preocupado de ponerla en práctica. Esto lo he copiado (palabras más, palabras menos) del histórico viaje a Maldivas del 2014, pero he pensado empezar esta crónica con un poco de calidad cultural, no vaya a ser que – “jodo macho” – a Carolina no le salgan las cuentas y se lie parda, pero, no adelantemos acontecimientos.
El caso es que un viaje anhelado con ilusión durante muchos meses que está a punto de ponerse en marcha. Para ello, tenemos que esperar a que Carlos (que no digo que sea cabezón, pero si fuese una gamba sería todo desperdicio) Alex y Manuel lleguen a Zona de Inmersión. Por el suelo, andan colocados en un organizado caos los equipos de buceo. Sonia, ha pesado todo ya por lo menos siete veces y es ahora cuando se fija que la maleta que contiene mis utensilios tiene un aspecto ligeramente desaliñado. Para que os hagáis una idea, yo soy de los que no limpian la bolsa de buceo hasta que no noto que algo la cierra desde dentro. Afortunadamente, antes de que comience con su alegato sobre mi desidia, aparece Manuel Peña por la calle y con tiempo como para tomar un café. A los que aún no le conocéis en persona… veréis, hay dos tipos de amistades esos del “a ver si nos vemos” y los que siempre están aunque no les veas. Manuel, evidentemente, es de los segundos. Con todo cargado abandonamos Carabanchel con dirección al aeropuerto. Un trayecto que me sirve para comprobar que el año 2017 será, sin duda, el año de la recuperación del ansiamasá de honor.
Llagamos a la T4. Lo primero, es envolver las maletas en esos plásticos verdes, que luego se me queda el equipo más arrugado que la anchoa que hay dentro de la aceituna, pero cualquiera le lleva la contraria a Sonia. Recibimos un wasup de Pepe/DC en el que nos informa que ya casi está dentro del avión. Nacho (que tarde o temprano tendrá que hacer examen de conciencia y va a tener que estudiar mucho para aprobarlo) llegará, pero a su ritmo. Bea llega con su flamante palo para selfies, por lo visto, ahora quiere pagar en efectivo en todos los peajes. De las lejanas tierras de Aragón, han venido para acompañarnos una familia de primera clase: Alfonso, Marisol y Carolina. En el mostrador de facturación están Pedro y Mari Luz, y, a mi lado Amparo, una mujer de mirada clara y que tiene un cuerpazo sin que tener que pasarse meses lamiendo agua o mirando lonchas de jamón al trasluz. Pese a ser su primer crucero de buceo, parece muy tranquila, quizás sea porque ayer le confirmamos que no hay que vestirse de gala para la cena en la playa… que porque me paró mi queridísima esposa, que si no, la Valenciana hubiera bajado a la isla desierta con traje de primera comunión.
Antes de llegar a la T4 satélite, mientras evitamos las interminables escaleras usurpando ascensores, Bea nos ilustra sobre las diferentes formas de compensar los oídos. A ver, seguro que todos conocéis la maniobra de Valsalva, algunos habréis oído hablar de maniobra de Frenzel, pero lo que lo peta ahora mismo en el mundo de la oreja submarina es la maniobra de “toys-arás” para despejar las trompas de Eustaquio. Aún no hemos despegado y ya la libreta se va adornando con pequeñas esbozos de lo que pretende ser la mejor crónica del mejor viaje. La sala vip de Anea se abre para mí y para mi compañera de buceo… que sí, que si entramos juntos, es por eso, porque es mi compañera de viaje. Que ella sea guapa y que por ejemplo, para hacer el retrato de la cara de Manuel se necesiten un 6, un 4, el número pi con 786 decimales y una función asíntota oblicua, no tiene nada que ver. Tras descansar un poco, refrescarnos y desayunar, llega la hora de embarcar. El avión de que nos llevará a Dubai es un A380, un pedazo de monstruo con muchos “acos”: motoracos, asientacos, pantallacos…
Como los de Emirates han visto bien la jugada (nuestra fama nos precede), nos han dispersado por el avión, así que, el primer vuelo transcurrirá sin nada que reseñar. Una vez aterrizamos en Dubai, toca correr para llegar a tiempo a la puerta de embarque, ya que, para que los pasajeros puedan estirar las piernas, los muy cabrones te hacen cruzar toda la puñetera terminal que es más larga que el inventario de una ferretería. Aun así, hay tiempo de arrimarnos unas cervezas, por aquello de ir haciendo grupo. En el nuevo avión, también hubo diáspora, por lo que, no es que me sobrasen motivos para darle fusta a la libreta. De repente, las nubes se abrieron y el mar se empezó a decorar con pequeños (y no tan pequeños) atolones en verde y dorado. En la pantalla del avión, ya podíamos ver la cabecera de la pista del aeropuerto de Male.
Tras pasar por los controles y recoger los equipajes, salimos al exterior de la terminal, donde ya nos esperan nuestros guías. Una pequeña espera de tres horas en la íntima, aunque coqueta, terraza del mejor restaurante del aeropuerto (el Burger King) nos separa de nuestro barco, el Handy. Con celeridad, porque ya hay ganas de nitrógeno, ocupamos nuestros camarotes y preparamos todo para la primera inmersión del viaje.
Nos estrenaremos en el cercano arrecife de Kurumba. Una inmersión de chequeo, entre atunes, morenas, nudibránquios, alguna que otra estrella de espinas, peces escorpión, peces aguja, atunes, jackfish y un grupo de guías que a los diez minutos de inmersión ya estaban al borde del suicidio. Como era de esperar, cuando la directora del crucero, Ornella, en adelante “la Corleone”, nos dijo lo de los cuarenta y tantos minutos de tiempo de fondo, nosotros, empezamos a sufrir esa otitis genital colectiva (escuchamos lo que nos sale del… o de la… completa tú la frase) y alargamos la inmersión hasta los sesenta minutos. Mientras asciendo, voy pensando en cómo poder explicar al equipo de la Corleone que hay dos tipos de buceadores, los que tratan de estar más de una hora buceando, y los que no tienen ni puta idea de la vida. Durante la cena, el protagonismo fue para la última adquisición de mi compañero de buceo asimétrico libre asociado, Manuel, que al parecer se ha comprado una “plastic bitch”, una muñeca hinchable, pero sin agujeros, para practicar una amistad sincera.
Como guía y traductora nos han colocado a una chiquilla transparente y de mirada turbia que responde al nombre de Alicia. Luce un peinado de los que te tienes que pasar tres horas en el baño para conseguir ese aspecto “elegante pero desordenado”, sin darte cuenta de que si sacas la cabeza por la ventanilla del Dhoni en marcha obtienes los mismos resultados. Otro de los guías es Marco, que, aparte de proponernos una escapada la mar de interesante en aguas italianas, ya va aprendiendo lo que es el ansiamasá. Hay otro guía nativo que a estas alturas no sé cómo carajo se llamaba y el otro italiano, un tal Alberto (Berto), que no es que pretenda decir que sea feo, pero que si se le torciese un poco más la nariz, no necesitaría snorkel para respirar. También en esta primera cena es donde tomamos conciencia del resto de compañeros de viaje, a saber: Una pareja de dos (ella y el) franceses, que van todo el día (incluso buceando) de la mano. Se ve que el gabacho, al ver tanto italiano venteando carne fresca ha decidido no dejar a su pareja suelta, que no digo que la naturaleza masculina de los transalpinos sea la de tirarle los tejos a todo lo que se menea, pero los “nuestros”, tras dos cruceros seguidos, andan tan salidos que ya les han puesto orden de alejamiento hasta de los maniquíes del Intimissimi. Hay, también, dos mozas en edad casadera que lucen esos tatuajes tribales que dentro de diez años parecerán algas pegadas a la espalda, dos chavales que tienen más pluma que un edredón de pato y por último el “crak” de los tatuajes de yakuza de saldo, que aún no se ha enterado de que lo que mejor combina con esos polos de cuello alto y ese look “dolce vita” es un alpargatazo en el cielo de la boca. El karma – y que conste que si digo “karma” es porque decir “poco te ha pasado esta semana para lo gilipollas que has sido” podría entenderse como un comentario hostil – se encargaría de equilibrar el universo a consta del gondollieri.
Segundo día. Ha habido un giro dramático de los acontecimientos. Los treinta minutos que iban a tardar en reparar el motor del Dhoni se han convertido en dieciocho horas. El Handy se pasea entre la isla de Male y la isla del aeropuerto, poniendo a prueba nuestra paciencia. Aprovecho para impartir el curso de nitrox que tenía pendiente con Amparo. La verdad, viene con muchos de los deberes hechos y lo de la planificación lo pilla a la primera, cosa que me preocupa ya que, una de las máximas pedagógicas del buceo dicta que la regla número uno de las tablas es que si te parecen fáciles, es porque estás haciendo algo mal.
Luego, nos sirven la comida. Los menús son variados: de primero siempre hay arroz o pasta. Luego, te sirven una ensalada a la que en cada servicio van añadiendo un ingrediente. El primer día era solo de tomate y el último tenía hasta horrocruxes. El plato principal suele ser de pescado… A ver si os lo explico… Dale un pez a un hombre y comerá un día. Dale un pez al cocinero del Handy y hoy comerás pescado, cenarás muslos de pescado y mañana habrá chuletas de pescado y salchichas de pescado. Eso no desmerece en absoluto la calidad de las comidas del barco (aunque decir esto pueda generar confusión), tan exquisitas que hasta yo comí… pescado.
La primera inmersión del día (segunda del crucero) la perpetraremos en el pecio de Kuda Guiri. La idea es seguir al guía hasta que le despistemos en un requiebro, disfrutar de la vida que se oculta en el barco y luego seguir por una pared llena de grietas bastante divertidas hasta el punto de ascenso. En el pécio, lo más destacable son los peces de cristal y el pez pipa fantasma que localizamos en un costado. La profundidad en este punto te invita al abandono del metal y al ascenso escalonado por el arrecife, entre peces de colores, nudibránquios y, en el azul, atunes y carángidos de todos los tamaños. Como somos ligeramente disciplinados (en aragonés se dice sumisos por los cojones), me las apaño para volver a perder de vista al postillón nativo y adosarme a cualquier otro grupo, para no incumplir la norma esa de “ascender siempre con un guía”, total, sesenta y ocho minutos de inmersión, que parecen pocos, pero que en algún remoto lugar ártico, la cloaca de algún pingüino nos lo agradecerá.
Hasta que carguen las botellas, han de pasar -que aquí las cosas son así de sosegadas- un par de horas que amenizamos con una sesión de baño (sin masaje y sin jacuzzi) que concluye con una exhibición de des-natación des-sincronizada masculina pero rozando el ridículo. A ver, chavales, que está claro que venimos del mono, pero no hay que volver… un poquito de esfuerzo.
Nos sobra tiempo (los cálculos de intervalos de la Corleone se miden en minutos Windows) para jugarnos un campeonato mundial de mus patrio en el que la veteranía se impuso a la juventud. Carlos y yo les pegamos a Manuel y Nacho (ex hombre de negro) un repasito de esos de dejarlos más humillados que cuando tu padre te cuenta como fue la reina del baile de fin de curso. Que, bueno, no es que sea significativo, pero ganar, ganamos. Tras el último órdago, estamos listos para hacer la segunda inmersión del día, que, será nocturna. Nos desplazamos con el Dhoni hasta la thila (pedazo de mojón pétreo en mitad de ninguna parte) y empezamos a dar vueltas, escudriñando cada rincón buscando gambas, cangrejos, morenas y al final, como puesto para exposición, el pez rana amarillo. Para la cena… ¡¡¡ sorpresa !!! Pescado.
Tercer día. El día de Alex. Un día normal, de los que se pueden ponen en negro en el calendario, normal. Un día en el que empezamos la mañana con la enésima reproducción del video de “imita la cabrita”. Un día en el que se presume que vamos a ver tiburón a saco. Alex, que no seré yo quien diga que es feo, pero el preservativo que lleva en la cartera ha conocido ya tres renovaciones del DNI, lleva dos días ejerciendo de ingeniero tratando de construir un filtro para el foco a base de unir con esparadrapo cosas que se encuentra o roba por el barco. La versión actual se compone de un vaso de los del baño y un calcetín que, de momento, sirve para hacer entrevistas de rabiosa actualidad a la gente. Hay foto y hay vídeo.
Antes de la inmersión, nos ponen algo para matar el gusanillo. Concretamente, para el desayuno flojito, sirven galletas y obleas, aunque, he de reconocer que he chupado bolsas de plástico con más sabor que las pastas estas de jengibre. Para beber, siempre ponen a nuestra disposición termos con sucedáneo de café y agua a la temperatura de fusión del acero, que nos proporciona la temprana y estimulante sensación de percibir en el velo del paladar el calor de una infusión cuando tienes más prisa que paciencia. Luego, subimos al Dhoni, y nos llevan a la primera inmersión del día. Hoy toca un khandú, que es una de las aberturas del atolón al mar abierto, lo que supone existencia de corrientes, lo que supone existencia de nutrientes, lo que supone explosión de vida, lo que supone tiburón.
Tras un chequeo de la corriente, total, tenemos el cincuenta por ciento de posibilidades, o va para allá o viene para acá, hacemos el denominado salto “Van Gaal” (siempre negativo) y nos dejamos llevar por la corriente hasta el escalón. Allí, si no tienes un guía como Farruquito (como no sé cómo carajo se llama el guía local le hemos puesto este apelativo cariñoso) te quedas en un punto cómodo a ver pasar la vida. Si tienes a Farruquito como guía, te lleva el muy cabrón en contra de corriente hasta que notas como las entrañas asoman por la bigotera de la segunda etapa. Es en ese preciso momento, cuando decides que hay que empezar con la pretecnología testicular (hacer lo que te salga de los cojones) y contando con la actitud decidida a no abandonarme de mi compañera de buceo (Amparo) que no se separa de mi lado, nos hacemos los remolones y disfrutamos viendo, primero tiburones y luego acabamos la inmersión jugueteando con una tortuga de las que posan a gusto.
Las dos inmersiones que quedan, también son de este tipo: Kandooma Cocoa y Miyaru kandu son sólo otras de esas inmersiones en medio de la nada, pero en las que sientes de todo. Una vez superas la fuerte corriente y te anclas, disfrutas con una cantidad enorme de tiburones patrullando la zona. Tengo imágenes en las que puedes contar más de quince ejemplares, y eso que la cámara cubre tan solo una pequeña parte del escenario. Como me gusta decir, las inmersiones no se miden por los momentos en los que te quedas sin aire, se miden por los momentos en los que te quedas sin aliento, y, esto… ¡¡¡¡ vaya !!!!
Salimos del agua, siempre, con cara de semana fantástica. Por mucho que digan, ni el engolado “oh la la” de los franceses, ni chinchorrero “bel-lo” de los italianos, por más que gesticulen como orangutanes epilépticos al decirlo, se puede comparar con el “hostia puta” patrio a la hora de definir lo que hemos vivido en estas inmersiones. Habrá que esperar al video, eso sí, para que una imagen valga más que las 3.034 palabras que llevas leídas en esta scubacrónica.
Pero, volvamos con Alex, y con su día, el día de Alex…
De momento, al subir al barco, nos pregunta que si “hemos visto las mamás de los tiburones”. Esa pregunta, que ya merece una rima de las buenas, me deja más perplejo que ver a Paquirrín en el “Saber y Ganar”. De momento, porque en un imaginario colectivo tan envilecido como el Scubagueto, uno bien podría entender que el bueno de Alejandro, que lo único que se cepilla últimamente son los dientes, ha tenido una visión onírica y sensual de alguna práctica erótica de los escualos, quizás fruto de la “narcolepsia de las profundidades”. Luego, nos explica (menos mal) que se refiere a las crías de los tiburones que van nadando mientras son amamantadas por sus madres. Eso, me deja aún más perdido que Wally en el frente atlético. Cuando por fin dejamos que se explique, nos enteramos que lo que ha ocurrido es que ha confundido a las rémoras con tiburones pequeños, y como van pegadas a la panza del tiburón (vamos, donde tendrían que tener las mamas) pues que él ha pensado que… empezamos bien el día, Alex.
Por cierto, que pese a agotar los recursos del botiquín para elaborar su filtro para el foco, la versión 1.0 (la de calcetín + vaso) no ha resistido y a estas alturas un bicho tendrá una casa con vistas al exterior en color translucido.
El desayuno de verdad, entre la primera y segunda inmersión es una delicia para los sentidos. Hay tostadas “Evax” (las llamamos así porque son extrafinas) que puedes rellenar con una mezcla de atún de lata, cebollinos y coco (con picante) si eres decidido, o, en caso contrario, con mermeladas (que hay) y con Nutella. Luego, Manuel, cada noche, nos elabora un delicioso bollito pastelero, que es lo que le da calidad al viaje, que también puedes untar con Nutella. También nos ponen tostadas para untar con Nutella y de beber agua, café, infusiones y un delicioso zumo completamente natural, de frutas recién exprimidas, aunque, Pepe/DC se empeñe en decir que ve como el cocinero mezcla todas las mañanas anticongelante y unas limaduras de color blanco para obtener el elixir.
Pero volvamos a Alex. Entre inmersión e inmersión, el muy tuno (que sí, que es de verdad, que estuvo en la tuna universitaria con el hijo de Luis y Alma, lo cual, explicaría muchas cosas), como decía, el muy tuno, sigue erre que erre con su proyecto de crear un difusor de la nada. Ahora, su mirada se centra en las tapas de los botes de desodorante, cuya ausencia, sería mucho más fácil de explicar que la desaparición de los vasos de los baños. Convencidos todos que cuando en la facultad dieron la asignatura de soldadura, él se encontraba vestido con leggings, capa llena de chapas de grupos “jevis” y cantando “clavelitos” por las bodas, asistimos absortos a la génesis del filtro para foco 2.0. Os ahorraré la inquietud, la última versión de filtro fue la 18.0.
Hoy, además, feliz, feliz en su día, ha intentado con una cerrazón exagerada, meter sus bolsillos para lastre en el chaleco de Manuel, que carece de este dispositivo, lo que significa, que el lema de los ingenieros españoles sigue siendo mide con micrómetro, marca con tiza y corta con hacha. De camino al lugar donde haremos la inmersión nocturna, vemos como ruedan un episodio de bricomanía en Maldivo, en el capítulo de hoy, como hacer un atolón en seis sencillos pasos. Hay foto. Está aquí al lado. Vamos, no me digáis que no es divertido. Para colmo, Kevin, el chico del salón, que luce siempre una sonrisa Profident, le está dejando claro que, aunque él sea de pescado, concretamente, hoy, puede que le interese el pollo.
El día de Alex está a punto de irse cuando suena la campana tocando arrebato. Concretamente, charla para la nocturna. Hoy, la técnica de escaqueo y camuflaje para perder al guía consistirá en decirle a Farruquito que nos vamos con Marco y a Marco… que nos vamos con Farruquito. La cosa funciona y en la inmersión del “house reef” de Alimatha Amparo y yo gozamos de cierta libertad de movimientos, algo que nos beneficia a la hora de bucear junto a los tiburones nodriza que se reúnen en este erial.
Pero pasemos a otro punto… Los maños… Son tres, como los Bee Gees, Progenitor, progenitora y Carolina, que como mueve mucho la cabeza imagino que es la que manda. No, no me lo imagino… ¡¡¡¡ Es la que manda !!!!.
Marisol, su madre, está más contenta que Mcguiver en el Leroy Merlín mientras que Alfonso, su padre, que es un tipo elegante, con clase y viruta, un señor de los de tirar los huesos de las aceitunas al cenicero, lleva todo el viaje con molestias en los oídos por cosas de un resfriado. Anda a saco con el “Rinomer”, el “Boral” y el extracto de “cipotina”, vamos, un clásico. Que esta noche, cuando le preguntamos que como le había ido durante la inmersión, respondiera que las diez y cuarto, no es buena señal. La más joven del crucero, Carolina, anda apostando en un arrebato de ludopatía, sobre todas las cuentas que no le salen. Esta chica, es de ese tipo de persona ambiciosa que aún no ha pedido la independencia de Aragón porque quiere que sea un continente.
La campana de este barco suena más veces que el timbre de la casa de médico de familia. Esta vez, es para cenar. Tenemos pizza, vamos, las sobras de la comida metidas en el horno gratinadas con queso y con el pan que ha sobrado en el desayuno. Alex, pide que le corten las suya en cuatro trozos, porque si le cortan la pizza en ocho no se ve capaz de terminársela. Por la noche, conversaciones serias, profundas y metafísicas como las frases de San Agustín, se suceden entre carcajadas y anécdotas. Concretamente esta noche, todos juntos, en un rato casi mágico, que me convence que un grupo consolidado Scubagueto no es otra cosa que un montón de personas inteligentes que se juntan para reírse de todo como tontos. De estas noches de elucubración, nacen ideas como la de rellenar el badajo de la campana con papel higiénico de manera que a la mañana siguiente no pueda sonar.
Cuarto día. La cara de los italianos cuando han ido a tirar de campana y se han encontrado sin el replique ha sido para enmarcar. La operación “badajo” ha sido un éxito. Hoy, pasaremos un día relajado, a base de Thilas. Hemos cambiado de atolón y las tres inmersiones previstas de hoy, las que nos acercarán al territorio “ballena” son Kudarah thila, y Diggurah beyru, que en maldivo significa buceo en escombrera. La primera, es bastante bonita, con sorpresas en forma de cuevas y mucha vida. La segunda, donde vimos el ballena aquel año, sigue siendo una escombrera con apariciones ocasionales de tortugas y águilas de mar. Quizás, para mi desgracia, lo más destacable es el momento “boya deco” que me tocó vivir. Veréis, todo perfecto, todo. Extender la boya, anclaje al carrete, conseguir la flotabilidad neutra… pero a la hora del inflado final, el regulador auxiliar había quedado trabado, por lo que, decidí tirar del principal. Justo cuando puse la boquilla en la apertura, la segunda etapa se pone en flujo continuo, hincha el globo a gran velocidad, este, sale disparado a la superficie arrastrando el carrete al que, hay que esperar que mansamente vuelva a bajar. Todo esto, ante los atónitos ojos de Amparo, experimentando esa máxima milenaria de instructor que postula que el orgullo es al revés que un kiwi, que primero la cagas y luego te lo comes. Luego, en el Dhoni, la bronca de los guías ante nuestra bendita indisciplina (sumisos por los cojones, ¿recordáis?) que me pilla como bañado en aceite, porque todo me resbala.
La inmersión nocturna la hacemos en otro pécio, concretamente en el Khudi Maa. Es un carguerito hundido junto a un resort, plagado de vida pequeña y que sirve de refugio a peces piedra, morenas enormes, enjambres de peces de cristal, gambas, cangrejos y pequeñas flavelinas. El secreto para disfrutar de esta inmersión es despistar nuevamente a Farruquito y recorrer el barco a nuestra puta bola. Al terminar, el maldivo me confirma que ya no se va a preocupar más ni por Amparo, ni por mí… ¡¡¡¡ Joder !!!! ha tardado cuatro días en darse cuenta.
Por cierto, que esta noche me he podido fijar en el colorido traje de buceo nocturno de Pepe/DC. Si durante el día nuestro villano favorito es un tipo al que no se le escapa un “ay” en un concierto flamenco, que se cubre con un hábito negro aristocrático, por la noche, luce una librea en gama cromática de magentas que si siguen haciendo trajes tan coloridos y aumentando el grosor de las suelas de los escarpines será complicado distinguir a nuestro buceador de una drag queen.
Quinto día. Ha habido un giro dramático de los acontecimientos. El “Cigala”, el patrón del Dhoni, ha amanecido con un ojo que parece la boca de un boxeador y su aspecto es más raro que el del Pittbull sin gafas. Eso, nos obliga a esperar, porque tenemos que evacuar al “capi” y nos tienen que mandar (a lo largo de la mañana) a otro “cantaor” sustituto. Los dos buceos de la mañana serán, por lo tanto, en “beyru”, es decir, en escombrera. Que no digo que no sea interesante ver algún tiburoncillo de puntas blancas de arrecife, un par de águilas de mar y hasta un esquivo pez hoja, pero, que la Corleone vuelva a insistir en lo de los cuarenta y tantos minutos ha generado ya un motín abierto, que consiste en cumplir a rajatabla la regla de los tercios, es decir, salir con un tercio de la reserva (menos de diez bar) y, durante la cena, exprimir las latas de cerveza como si no hubiese birra después de la muerte. Quizás eso sea la causa por la que, esta noche, sustituyamos la campana por un cucharón y un cazo, eso sí, no somos criminales, adjuntando libro de instrucciones para usarlo.
Uno que salió en plan rémora fue Alex, que se quedó, aparentemente sin aire. La realidad (por eso ha recibido una nominación al collejón de oro 2016) es que en lugar de dar un cuarto de vuelta al terminar de abrir la grifería dio cuatro vueltas y un cuarto. Su preparada queja basada en su expresión, y cito textualmente; “Lo justo es que me deis de chupar”… bueno, juzgar vosotros mismos, que luego decís que si mente sucia y tal y tal.
En el intervalo de superficie charlamos sobre buceo. Carolina, en plan ganador desde que batiera al tuno con la apuesta sobre la edad de los maldivos de la tripulación, se apuesta una brújula (la mía) a que la historia del Indianápolis es una invención. Menos mal que soy un caballero poco dado a la pendencia y con escaso interés por el ensañamiento en la victoria, que si no…
Con lo bueno que soy (y el culito que tengo) para estas cosas, me parece injussto que cuando yo meto la pata me caigan más hostias que a las puertas de la casa del hermano mayor. A veces, viendo alguna de las puyas que he encajado a lo largo de mi vida, pienso que perdono todo porque tengo una memoria lamentable, y no porque tenga un gran corazón.
Venga, ya he soltado la reflexión personal de la scubacrónica. ¡Ah!, “love is in the air”, temazo de John Paul John. Confirmado.
Sobre los maldivos y sus usos… Si eres bajito y de pelo corto, tu destino es ser guía de buceo, Si eres un poco más alto (lo justo como para ver por encima del timón sin tener que ponerte de puntillas) y te dejas el pelo largo, que pareces un “cantaor” de flamenco, entonces, el sombrero te elige para patrón de Dhoni. Como el Cigala está de baja, nos han traído a otro que se parece al Antonio Flores en los rasgos, en el pelo, en el moreno y que yo no digo que consuma o que se esté quitando, pero este se hace la raya del pelo con el DNI.
Esta noche no cenamos en el barco. Esta noche nos llevan en la patera a la playa donde han montado un tinglado a la luz de las velas. En un ambiente íntimo, disfrutamos de una barbacoa con chorizos, panceta, oreja, morro, y torreznos… de pescado. Luego, a desmontar el cisco tropical y pasarnos a limpio, que tenemos arena de atolón incrustada hasta en los…
Normalmente, las cenas son como los almuerzos, pero sin luz natural. El menú es igual que para las comidas, aunque, cambian la fruta de la mañana por deliciosos postres. Es entonces, cuando nuestro grupo aumenta, en ocasiones, hasta los 34 comensales, en una audaz iniciativa de ansia gumiosa por acaparar lo dulce. Tras saciarnos, entramos al salón, probablemente a prepararnos una infusión en el termo de la barra, que a la que te descuidas te pega unos calambrazos de miedo, que lleva así, tres cruceros, pero como aquí son de iniciativa vaga, con decirte que no toques la parte metálica, lo tienen solucionado. Es un momento relajado que aprovechamos para pasar las inmersiones al logbook, respetando los nombres en maldivo, que es un idioma que parece creado por una choni del puente de Vallecas a la vista de las pocas vocales que emplean, y que, si lo lees tres veces seguidas, puedes acabar invocando a los demonios. También es un momento perfecto para la elucubración. Puede que sea por el efecto de las birras durante la cena, o que ya andas eliminando los posos de nitrógeno que te quedan incrustados en las neuronas, lo cierto es que los momentos más prolíficos del viaje solían ser estos. Así que, chicas, mucho ojito con quedaros con el que os haga reír, porque podéis pillar a Alex dándose cabezazos en una mesa imitando a la cabrita.
El barco tiene estratégicamente repartidos pufs de esos enormes de los que te abrazan como una abuela y que, seguramente, laven con cloroformo, porque es caer en uno de ellos y quedarte frito. También hay una televisión (mayormente apagada) y un equipo de música, dominado por los hijos de Garibaldi y en el que ponen música… bueno, no se pasó Beethoven aislado por la sordera en un sótano lúgubre componiendo la novena sinfonía para que estos llamen música a los pitufos maquineros o al reggaetón. El caso, es que los cabrones, cuando se van a la cama, la dejan puesta, así, por sistema, que como dice Pepe/Dc, hostias, si os vais, lleváosla.
Que no me quejo, bueno sí, pero es que, mi modus operandi crepuscular es esperar a que mi compañera de cabina se retire a ordenarse las zonas de marisqueo y se quede plácidamente dormida. Como esta chica es de buen yacer (cae enseguida y cuando cae, se mueve menos en la cama que Pablo Alborán en un concierto) la convivencia nocturna es muy fácil, incluso, cuando el cansancio o la congestión me convierten en ese superhéroe de los Xmen –concretamente, el roncador nocturno- de manera que, la espera con esa tortura filarmónica golpeándome los tímpanos es inasumible.
Sexto día. Laguna de Fesdhoo. Hoy el tema de conversación son las Aletas de Amparo, muy visibles en todos los vídeos. Por lo visto, le quedaron tan “cuquis” y fueron tan baratas que se compró dos, una para cada pie. El zasca del día se lo llevo de forma indirecta Alex. Veréis, andaba yo mostrando unas fotos de la gente con las anémonas y los peces payaso, cuando, le pregunte a Carolina, y cito textualmente, “¿tienes muchas fotos con payasos?”, Su respuesta, también textual fue: “Sí muchas, y una más que me haré con Alex”. Que… bueno, no diciendo más ná, lo digo tó.
La primera inmersión es de jara y sedal, alargada hasta el extremo y compartida con los italianos, absortos en un plan ansiagumioso de “quítate que me estorbas”. Es una actitud reprochable que reflejaré en mi próximo Scubarticulo “Se va a quitar tu puta madre y como sigas metiendo el codo te voy a soltar un sopapo que vas a estar cagando dientes tres días” en el que hablaré de la necesidad de aprender a convivir pacíficamente con los buceadores que no saben respetar ni el entorno ni a los compañeros, aunque, seguramente, el método a utilizar ante tal despliegue de majadería hubiera sido usar un preservativo a tiempo.
La “inmersión”, la mejor del viaje, es en un “manta point”. De primeras, salto Van Gaal y al “corner” a ver tiburones. Si bien surgieron dudas cuando de camino, se nos cruzaron un par de ejemplares de mantas, seguimos el instinto (teníamos un 50% de posibilidades, o los veíamos, o no los veíamos) y disfrutamos con una exhibición de poder por parte de un grupo numeroso de tiburón gris, puntas blancas, puntas negras y un sedoso que se cuela entre el cardumen de carángidos como Pietro por su casa. Luego, arriba, a ver como se desparasitan las mantas. Parece mentira que algo tan grande pueda tener tanto control y tanta parsimonia. Alguna, incluso, nos regaló una danza que bien podría considerarse como “lap dance” submarina. El baile de regazo (lap dance en inglés) es un baile de tipo sensual que ha alcanzado popularidad en los clubes y salas eróticas de Europa y Estados Unidos, en donde la bailarina se mueve sensualmente en el regazo de sus espectadores. Yo no he estado nunca, a mí me lo han contado. Lo podréis ver en el vídeo. El de la manta, no el de la bailarina.
El que sube fastidiado es “Il Gondolieri”, porque, aparte de joder la pava poniéndose por delante de las mantas, al parecer, una morena le ha dejado un recadito en forma de corte muy feo en los dedos. Como con Bea en un barco estamos mejor cuidados que un Tamagochi, el de Venecia se va a beneficiar de una asistencia sanitaria de primer orden. Porque, la opción de darle los puntos de sutura siguiendo un tutorial de “youtube” la descartamos por falta de wifi. Otra de las novedades en esta inmersión, es que, por si no fuera bastante con un guía, hoy, tras los fracasos de Alicia y de Farruquito, nos han asignado a “Berto”, así que, la inmersión la vamos a hacer más escoltados que el airforce one. Evidentemente, sumisos por los cojones, volvemos a lo de siempre, setenta minutazos disfrutando como gorrinos en una charca. Por la tarde, la que se marcó un deco time de 18 minutos fue el Cressi de Amparo. No olvidaré la cara mitad sorpresa, mitad “vete a la mierda gilipollas” que puso cuando me mostro el ordenador con los minutos de deco y acto seguido el manómetro con 30 bar y mi gesto fue el de tranquila, que tienes aire de sobra. Pero nominada al sorbete de oro… está, también.
En esta tranquila laguna, es donde se bucea de noche con las mantas. La cosa es simple. Ponen un foco enorme en la parte de patrás del Handy, y, cuando cae la noche, hemos elaborado una sopa de plancton, rica, rica y con fundamento, que atrae a las mobulas. Cuando empiezan a bailar a la luz de los reflectores, saltamos al agua, nos ponemos en semicírculo con las linternas en plan espada laser y esperamos que bichos de trescientos kilos nos pasen a menos de diez centímetros de la cabeza. Esas son las expectativas. La realidad, es que, el fondo es de arena y, si no te lastras un poquito de más, cada movimiento que haces levantas una nube de sedimento. Hay que hacer como Pepe/DC que bajó con un ancla y no como el “yo-yo” de Alicia, un aguerrido gladiador que vino a este viaje para terminas las inmersiones de aguas abiertas de su curso de iniciación al buceo, que, viendo los resultados, seguramente sea de ese tipo de personas para los que la frase favorita a la hora de aprobar un curso es: ¿no te doy lástima?. La cosa es que con los movimientos de bailarín de break dance submarino que hizo, levantó tal cantidad de arena que, gran parte de la inmersión nos la pasamos jugando a caballeros Jedi o alucinando con los diminutos animalitos que formaban el plancton, porque ver, lo que se dice ver, no se veía una puta mierda. Justo cuando tenía dominada a una gambita, que le había tomado hasta cariño, apareció la primera manta, evolucionando unos minutos, los suficientes como para dejarnos sin aliento, y luego… nada, hasta que agotamos el aire y regresamos al barco.
Último día. Ha habido un giro dramático de los acontecimientos. Los italianos, que ya han terminado las inmersiones contratadas, quieren playa. Nosotros, queremos emociones fuertes. Corleone, nos obliga a levantarnos temprano (no seremos la especie más inteligente cuando tenemos que madrugar tanto) si queremos bucear en Maya Thila. A nuestros compañeros de viaje, les dejamos en una lengua de arena en mitad del mar, sin una puta palmera de las que guarnecerse del sol, palabras más, palabras menos, lo que ellos querían. La noche anterior, comentamos con los guías sobre la necesidad imperiosa de ver vida pelágica. Marco ha elegido este punto por su potencial incuestionable. Nada más bajar, me avisan que estoy perdiendo mucho aire. El latiguillo del inflador se ha rajado, por lo que, es imposible hacer nada. Le digo al guía que sigo buceando pero que cuando llegue a la reserva (a un tercio de la reserva, para qué vamos a engañarnos) yo ascenderé pero mi compañera se quedará con el grupo disfrutando de su inmersión. Con todo aclarado, llegamos a la zona por la que se mueven tiburones de forma inquieta. Como es primera hora del día, su hora más activa, andan entre las grietas buscando, supongo, alimento, lo que nos permite bucear casi, codo con aleta con estos impresionantes animales. Desgraciadamente, la pérdida de aire es grande y a los treinta y siete minutos tengo que despedirme del grupo. Amparo me dice que se viene conmigo, pero va a ser que no, la inmersión es impresionante y no me podría perdonar que no disfrutara estos últimos minutos de buceo por mi mala suerte. De manera que, esta vez sí, lanzo la boya deco con la perfección acostumbrada y espero a que me recojan “los chunguitos”. Media hora más tarde, ascienden mis compañeros. El buceo, ha terminado.
Ahora hay que recoger los equipos, subirlos al tendedero y empezar a preparar las maletas para la vuelta. Nos quedan casi seis horas de navegación antes de llegar a Male. Trato de amortizar sueño perdido en la proa, aunque, el fresquito que empiezo a sentir en las canillas me sugiere que, si no quiero mojarme, hay que cambiar sofá maldivo por cama de cabina. Por cierto que, andaba yo desperezándome de tan merecido descanso cuando Amparo entró en la habitación y se despojó de la parte superior del chándal… actuaba como si no me hubiese visto, algo que parecía imposible. Enseguida me percaté que llevaba (yo) puesta mi camiseta de camuflaje, y eso, seguramente, evitaba que mi compañera pudiera verme. Como soy un caballero, decidí hablar, para que se percatara de mi presencia, antes de que siguiera quitándose ropa no fuera a ser que sufriera una luxación cuando se diera cuenta de que también estaba allí y empezase con esos movimientos extraños que hacen las chicas tapándose para que no se les vea el fruti di mare. Evitado el incidente, total, yo ya tengo mis gafas de cristales porlizos que calurcian en 1080, no me hace falta nada más, llega la hora de visitar la capital de las Maldivas.
La ruta clásica consiste en pasar por el mercado de frutas, un mercado en el que no pides fruta, pides “destos“, que realmente son dos naves de chapa con el suelo lleno de mierda, que tienes que andar a saltos como Jack Sparrow y luego llegarte al mercado del pescado. Otra nave con tanta suciedad que Diógenes salió de allí vomitando donde te trocean los atunes en un tiempo record. Una vez superas ambas pruebas, puedes ir al “central park”, que lo encontramos en obras pero pudimos ver los zorros voladores, que deben de ser como la mascota oficial del país. Luego al cementerio musulmán y la mezquita de coral, eso sí, desde fuera, antes de entregarnos al frenesí consumista en la milla de oro de Male. Es una calle (bueno, milla, milla, digamos trescientos metros y rabiando) donde se ubican los tres grandes comercios de la ciudad. En uno de los espejos de la tienda, puedo hacer uno de esos ejercicios de nostalgia comparando mi aspecto en los primeros viajes de buceo que hacía con estos. Puede, que la gran diferencia sea que, antes, cuando visitaba una ciudad nueva, la gente pensaba “que interesante ese joven bohemio” y ahora piensan “mira ese señor que se ha perdido“.
Una vez cumplido con las obligaciones familiares (mamones, la camiseta que le compré a mi sobrina le queda grande, ni puta idea tenéis de tallas) y satisfecho el ansia consumista, volvemos al barco, a terminar de hacer las maletas. La última noche a bordo.
Por la mañana, tras el desayuno, nos suben al dhoni por última vez y nos llevan al aeropuerto. Está lloviendo con ganas, y, el camino del barco al avión está más deslizante que un escenario después de un concierto de los Locomia. Tras despedirnos de nuestros guías (Farruquito no vino, ahí lo dejo) pasamos los controles y paseamos por la terminal. Es curioso la moderación de precios que hay aquí, donde te puedes tomar algo sin problemas, no como en la T4, que te compras allí un refresco y un bocadillo y te gastas los ahorros para la universidad de tus hijos. Nos quedan dos vuelos, de nuevo, en modo dispersión, que sirven para constatar que el desodorante utilizado en grandes dosis no cuenta como ducha. Por fin llegamos a Barajas, punto de partida, punto de llegada. Me despido de todos los que han decidido confiar en nosotros, con la certeza de que cada minuto que he pasado con vosotros en este viaje, ha sido como estar sesenta segundos a vuestro lado. Os considero, más que mis hermanos, mis brothers.
2016 termina aquí. Desde este momento, ya estamos trabajando para que la temporada que viene podáis vivir y sentir un viaje como este. Recordar que en esto del buceo, no hay segundas oportunidades, excepto para el remordimiento. Así que, andaos por lo segao.