ALTEA: expedición “Bonononos”. 10/06/2016
Mi vida es una sucesión de “al principio, pareció una buena idea”
Y, es que al principio, hacer coincidir un “Columbretes” con una escapada de fin de semana era una idea de lo más cojonuda. Sobre todo, teniendo en cuenta que ambas experiencias estaban llenas de adictos y adictas al ansiamasá más radical. La cosa se complicó un poco cuando por exigencias de formación tuvimos que convocar una sesión de aguas confinadas. Y no tendría que haber pasado nada… salvo que más del 80% de los implicados carecían de equipo propio, lo que nos obligaba a prestar los nuestros, dejándonos las existencias tiritando.
Carmen, me preguntó en una ocasión como hacía para organizar las escapadas… bien, básicamente se trata de hacer algo, cagarla. Intentar arreglarlo, cagarla otra vez. No hacer nada, cagarla por no intentarlo. Bueno, pues así es la organización de una escapada.
De momento, cuando cerramos el jueves, con todos los equipos desperdigados por el suelo, la tienda, se ha quedado con el aspecto del parking de la Radikal. He terminado de enviar por correo los exámenes a los alumnos, con el pleno convencimiento que un mono con un lápiz tendría más posibilidades de aprobar que ellos… y que ellas. Repasando un poco el alumnado que pretende conocer la verdad universal del buceo tenemos a: Ricardo, Dani, Itziar, Ana (con más nervios que la novia del capitán Garfio cuando hizo el trio con Eduardo Manos Tijeras), Patricia y Jorge, nuestro púber, que con solo 16 años y siendo tan feo que en la pegatina del coche de su madre ponía Bebe a Mordor, quiere descubrir de que va esto de la caterva Scubagueto.
Bien. Ya es viernes. Cuando bajo a la tienda ya me está esperando Alma. Cargamos el coche (en esta ocasión voy en el “Luismovil”) y dejamos atrás las míticas calles de Carabanchel (siempre libre, siempre independiente y si pudiera o pudiese ser con puerto de mar) y nos dirigimos a Parla, muy cerca de la residencia de mi sobrino, para recoger a Luis que está de exámenes. Lo de la ciudad de mi sobrino merece mención aparte. Sabes que estás en un barrio de chonis, de gitanos y de canis, pero como ves tanto oro y tanto chándal parece que estás en una villa olímpica. Hacemos un giro más ilegal que hacer mamografías solo con las manos y sin venir a cuento y callejeamos hasta salir a la A4 y evitamos tráfico entrando a la AP36. Justó aquí, nos llama Nacho (ex hombre de negro) diciendo que le quedan un par de horas para salir de Madrid. Transitamos por esas carreteras que languidecen hasta fundirse con el horizonte (Peña, vuelve ya) que son más tristes que caerle mal a tu amigo imaginario.
Es entonces cuando Luis conecta el reproductor de CD del “Luismovil” y comienzan a sonar unos acordes de reminiscencias africanas mezcladas con fondos jamaicanos y claras influencias de soul. Vamos un temazo de Boney M cuya letra parece decir algo así como “banananas gimme bonononos”, en una versión “extended” de más de diez minutos de timbales, organillos banananas y bonononos. Una experiencia más terrorífica que ver a los Mojinos Escozios haciendo el anuncio de burbujitas Freixenet.
Con la tensión disparada, el sudor frío y el miedo escrito en los ojos, paramos en los Chopos para tomarnos un antídoto a base de panceta a la brasa con queso manchego de la mancha y unos buenos lingotazos de refrescos de las mejores cosechas. En esto, que llega Nacho, que como viene sin Bea, al parecer, ha podido poner los MPtres de los AC/DC y le ha pisado un poco a su coche fabricado con infrapolimeros y gloméricos de última generación. Allí le dejamos, esperando que le sirvan su bocadillo mientras nosotros nos vamos acercando a nuestro destino. Hacemos una breve parada para comprobar la presión del aceite y continuamos camino. A unos setenta kilómetros de Altea, Luis, comienza sus elucubraciones sobre la distancia que nos separa de Nacho. Como cuando se pone metafísico comprenderle es tan inútil como tratar de entender a Shakira cantando, permitimos que relacione velocidades, tiempos, dinámicas y postulados de mecánica cuántica para concretar que el bueno del ex hombre de negro tiene que estar a, más o menos, doce minutos detrás de nosotros. Es entonces cuando recibimos la llamada del Roig para informarnos que lleva media hora en Altea, que ya se ha tomado tres birras y que se va al centro para ir dejando allí su equipo.
¡¡¡ Que se joda Stephen Hawking que este ya sabe lo que es la tele transportación !!!
Llegamos al centro, dejamos los equipos y nos entregamos al saboreo de Alhambras mientras esperamos al resto del grupo. Un grupo abundante, copioso, multitudinario, profuso y tan tumultuario que aún no hemos empezado y ya ando con más presión que la báscula de Falete.
Lo primero es pasar lista…
Ana, ha venido acompañada por dos amigas, Vanesa y Sara, lo que supone tres chicas de esas que no necesitan acicalarse para estar guapas. Y lo digo porque esta es la época del año en la que hay poligoneras que parecen un rasca y gana de tanto maquillaje como se ponen. Santi (que es tan feo que perdió la esperanza antes que la virginidad) viene escoltado por Alejandro, Israel y Tomi. Supongo que para evitar que volvamos a dejarle solo cuando hacemos un “simpa”. Coto se hace acompañar por su máquina de llevar la contraria. Otro que llega con más tensión que el niño del sexto sentido en un capítulo de The Walking Dead es Ángel, en libertad vigilada bajo custodia. Con él, Rafa, un tipo de esos tan listo que ya se ha tomado un pelotazo con cubitos de hielo de agua de Marte. Con pijama de dibujitos a juego aparecen Juan y Olivia. Un poco más tarde, el otro Juan y Raquel. Mención especial para Elvira que anda recuperándose de una de esas relaciones que empiezan con mariposas en el estómago y terminan con abogados y gusanos en el corazón, que viene tutelando a sus hijos. Llegarán tarde la flor y nata del paraninfo madrileño, que eligieron venir a bucear cuando bien podrían haber evitado que la facultad se quedara triste y llorosa. Estos son Pablo, Dani, Edu y Ricardo, al que tenemos que aguantar sólo porque sus padres no tuvieron huevos de echarle lejía en el biberón.
Mención aparte para los más sensatos del grupo, Inés, la hija de Coto y Sara, un torbellino lleno de desparpajo y el hijo de Elvira, Iván. Otro ciclón impetuoso aptos ambos para ocupar los números uno y dos de cualquier organización. Con ellos al mando, James Bond no habría pasado de la primera película. Con su (corta) edad ya saben de sobra que el modelo a seguir no es la choni que se forra en televisión sino el ingeniero que les atiende en Mcdonals. Con todo esto, antes de ir al salón a cenar, sólo me queda llamar a Sonia y tener una de esas conversaciones que terminan diciendo ese “si cariño” que equivale a un “aceptar los términos y condiciones de uso” cuando instalo algo en el ordenador.
Llega la hora de cenar. Atendiendo el salón está un híbrido entre la Señorita Rottenmeier (Heidi) y Frau Blücher (el ama de llaves del jovencito Frankenstein) que mete tanta caña al asunto que haría quedar a Sonia como un suave querubín alado. Dicho esto desde el respeto y la admiración hacia quien demuestra un dominio tan majestuoso del noble arte de la guía de la manada catervaria. La cosa es que, hasta una sopa que estaba tan caliente que pasaron dos hobbits a tirar un anillo fue tragoneada sin una sola objeción, aunque, alguno derramara más de una lágrima y dejara lisa la planta del aloe vera a base de darle lengüetazos para cicatrizar quemaduras.
En las habitaciones del hostal hay wifi, lo que me permite corroborar las previsiones del tiempo y confirmar los planes previstos. Tiempo también para una auto reflexión y es que, he notado que la categoría de porno que estoy buscando tiene más de seis palabras, y eso es una degeneración absoluta. Recuerdo los tiempos aquellos en los que las rusas nos apostillaban como “guarrillos”. Está claro que con los años nos hemos superado y hemos mejorado en todo.
En el móvil comienza a sonar una música es de las que te avisan cuando viene un susto. Concretamente, el susto es que son las siete de la madrugada y hay que ir preparando todo. Bajo a desayunar. Ya hay gente desperdigada por las mesas. El desayuno es de esos de tipo brufés, en los que igual que te hartas de donetes, te preparas una infusión o le puedes robar las tostadas a los japoneses. Los escolásticos van bajando con la cara de estar dándole el sol en los ojos todo el rato. Se hacen los chungos porque dicen continuamente “vaya rollo”, “jobar” y se dejan los churretes del colacao. Luego, en el fondo, son unos sentimentales. Dani, por ejemplo, Tiene novia porque es alto, Dice Cris que las estrellas no puede bajarlas, pero las cajas de cereales sí. Edu, es un tipo circunspecto, sensato y coherente, aunque, si tuviese que destacar algo más en concreto, diría que lo que más me gusta de él, es ver su espalda alejándose. Nacho (el ex-latiguillos) sigue siendo ese joven infalible con las mujeres, que dónde pone el ojo, paga la fanta, y así podríamos seguir insulto tras insulto, aunque jamás podríamos hacerlo mejor de lo que ya ha hecho la madre naturaleza.
Por fin llegamos al centro. Montamos equipos. Cargamos el remolque y nos dirigimos al punto de embarque. Con nosotros, de patrón, estará Álvaro. En este barco irán los alumnos, Ángel y Rafa, que luce un tocado para cubrir su alopecia que parece diseñado por la famosa modista Coco chambrosa y le confiere un aspecto singular, de mestizaje entre Rosi de Palma y Pozí, pero con barba. En el otro barco, los que dicen que bucean bien.
Apenas me ha llegado información fiable de las peripecias del llamado equipo de élite, por lo que centraré el relato en el segundo grupo, al que denominaremos “B” (de bazofia) para no levantar suspicacias. Y digo esto, porque pese a mantener una conducta coherente en la actitud, una paridad exquisita en el trato y una escrupulosa homogeneidad en los criterios, incluso, recociendo la singularidad de ciertas empatías por antigüedad y/o afinidades de caracteres, nos han imputado comportamientos parciales. Probablemente, se trate de una confusión pre senil de la marginalidad con el “no me dan lo que yo quiero”, ya que, en todas nuestras actividades procuramos ser tan ecuánimes que hasta Sonia, cuando prepara la menestra llora cuando corta las verduras para que la cebolla no se piense que es algo personal. Pese a todo soy consciente de que a veces fallo a la gente, y lo que peor me sabe de todo es la coliflor.
Tras la reflexión personal, toca hablar de la inmersión. Del personal que hay en el centro… ya hemos hablado de Álvaro (patrón del barco B). En el barco E, van Alfredo y…
Joder, Alfredo…
Cuanto tiempo hacía. Y lo bueno es que no ha cambiado nada. Del pacto que hizo con el demonio le ha quedado como recuerdo una pitillera debajo de la clavícula. Su eterna juventud se desparrama a borbotones a la que le dejas a mano un megáfono, una peluca, una careta de Darth Vader y una letra de canción pegadiza de los sesenta. El guiará la inmersión, lo cual, es una garantía de éxito.
A los mandos está Rebeca. Hoy tiene faringitis, por lo que sus palabras no ensombrecerán la belleza de sus silencios. Pese a todo, se pasa toda la mañana diciendo que no con la cabeza y gritando a susurros, como el padrino. Se nota que es la que manda. Paco se queda en el centro, deseando que llegue ese mágico momento en el que nos ve desaparecer por la bocana del puerto para tomarse una cervecita a gusto.
Mientras los de la E se van a buscar la Llosa, nosotros fondeamos a resguardo del leve oleaje del sur en la cara norte de la Mitjana. Uno a uno, vamos lanzando a los alumnos al agua. La primera pifia (digna del collejón de oro) es la pérdida de aleta por parte de Itziar que me obliga a empezar la primera inmersión del día en soledad. Tras poner orden, comenzamos el descenso. Los oídos mandan. Poco a poco, el grupo se reúne en el fondeo. Sobre el hierro, se pasea un cangrejo. Pasamos a través de un muro de castañuelas y sorprendemos a un pulpo escondiéndose entre dos piedras. Miro a mi espalda. Sorprendente, van todos clavados. Decido ir a la derecha y buscar las paredes verticales de la Mitjana. Aquí, hay un banco de pruebas excelente para comprobar la progresión de la flotabilidad, y, admito con orgullo, que todos y todas están superando la prueba. Incluso, cuando nos cruzamos con los dos enormes ejemplares de vaquita suiza, y hay que parar y estabilizarse para deleitarse con la belleza de estos opistobranquios, superan todas las expectativas. Un poco más abajo, la turbidez del agua nos sugiere la presencia de una termoclina a la que no pienso bajar. Inesperadamente, aparecen las primeras señales de media botella. Hay que dar la vuelta. La cosa va tan bien que me atrevo a subir entre los dos grandes bloques, a sabiendas que alguno/a va a tener que aprender a controlar el ascenso por las malas. Todos, menos Jorge, que con eso de la pericia adolescente va más sobrado que Mcguiver en las ofertas del Leroy Merlín.
Subimos al barco. Lo de no tomar desayunos ácidos y darle un poco a la biodramina parece que no ha sido bien entendido. Yo no entiendo mucho de gamas cromáticas, pero las chicas lucen una tez “ascopena” que lo flipas, y, eso supone que andan mareadas. Decidimos desplazarnos hasta la cueva del enanito, ya que, allí, el movimiento del agua ha de ser menor. No es una navegación muy larga. El mar y el viento han caído. Pero ni por esas conseguimos recuperar a las afectadas. Con solvencia, saltamos al agua y roqueamos por una pared en la que se deja notar el mar de fondo. Luego, hacemos una visita a la cueva del Enanito, para ver que nos regala. No alargamos mucho el buceo a sabiendas que tenemos personal en el barco deseando estar en tierra.
Con más pena que Gloria, regresamos a puerto, recogemos todo y nos vamos al hotel, donde ya nos espera la del látigo para que no nos alarguemos mucho en la sobremesa. Tanta coordinación, celeridad y precisión consigue que dispongamos de minutos extra para entregarnos a la muy noble e ilustre tradición del descanso pre crepuscular.
Pocas cosas hay más tristes que una siesta con despertador…
Y el mío ha sonado diez minutos antes de la hora fijada para hacer una de esas visitas culturales que hacen apaciguar el alma y enriquecer el espíritu, siempre y cuando haya un bar cerca. Me subo al narcocar de Nacho que, como va de “tranqui” tiene en el “sistema de audio” una cuidada selección de clásicos de la Oreja de Van Goth. Si amiguitos y amiguitas, así son los narcocoches… No tienen casetes ni reproductores, tienen sistemas… sis-te-mas. Y es que donde hay clase casta y viruta…
Disfruto de una conversación madura, amena e interesante con Iván y con Inés. Nuestra plática se ve interrumpida por los acordes chabacanos de una de esas orquestas de las que no se sientan y están todo el rato andando, que escoltan un grupo de chonis disfrazadas de cartaginesas más colocadas que Pocholo en el camión de la Mahou.
Regresamos a la estricta disciplina de combate que nos espera durante la cena y nos acostamos pronto, que hay que optimizar recursos.
Otro madrugón que comienza con el desfile de poseídos por el demonio de cada mañana. En especial, los jóvenes, que como beben como mineros ucranianos tiene unas caras que se parecen a Lady Gaga en una chirigota. Tras el desayuno, regresamos al centro. Allí, Nacho (el ex latiguillos), se nos pone unas mallas que se le marcan hasta las picaduras de mosquito. Luego decimos que si ponemos motes. Llevamos los equipos a los barcos y de nuevo ponemos proa a la isla de Benidorm.
Para evitar en parte los mareos, quedamos fondeados en la tranquilidad del embarcadero. Allí, descendemos, y, esta vez la cosa va funcionando. Menos para Ana y para Patricia, que se empeñan en hacer ascensos prematuros y permanencias a flote para nada deseables de esas de desnudar el alma pero no el cuerpo. Pese a ser una de las inmersiones menos valoradas de la zona, la buena visibilidad nos permite disfrutar de una variedad increíble de vida, en especial, de pulpos, que ya andan preparando el asunto del cortejo, buscando hembras con las que frunjir.
Para la segunda inmersión, buscamos la boya del medio. La que está cerca de los arcos, pero no tanto, y lejos de la cueva del aire, pero no tanto. Por aquello de la disciplina de grupo, esta vez, me voy a dedicar en exclusiva a Patricia y Ana. Como han tenido una primera inmersión de las rápidas y ayer el mareo les impidió hacer la segunda, van un poquito justas y hay que acelerar el proceso.
Ahora sí, mucho más relajadas se marcan una inmersión de las exigentes en flotabilidad más que digna entre cabrachos, grupos nutridos de dentón y algún que otro espetón a la caza de castañuelas.
Lo que queda es más o menos lo de siempre: Regresar al puerto, recoger equipos, despedirnos de nuestros amigos de Buceo Altea y tomarnos algo que aplaque la gusilla del estómago hasta que lleguemos a la Gineta. Otros que ya son como de la familia, los del restaurante los Chopos, nos toman nota de la comanda y, mientras esperamos, nos obsequian con una ración de torreznos, de esos que nadie quiere, pero cada vez que consulto el wasup, noto que desaparecen. Lo que sí aparecen son los bocadillos de panceta a la brasa con queso manchego de la mancha.
El olor a brasas desaparece a medida que nos acercamos a un Madrid caluroso que ya empieza a prepararse para el verano, pero eso, será otra historia.