SAN JUAN DE LOS TERREROS. EXPEDICIÓN “Marejadilla” .15/07/2016
Se nota que estamos en plena canícula del verano. Apenas corre viento y hace mucho calor. Yo, que soy espartano, como las alpargatas, aguanto como puedo, pero Sonia, lleva más de tres horas moviéndose de lado a lado como leona enjaulada, algo, que contribuye notablemente al menoscabo de su sentido del humor y amplifica notablemente su exacerbación matutina. Normalmente, mi mujer, suele enfadarse por cinco motivos: por todo, por nada, porque sí, porque no y por si acaso, pero hoy, casi casi, tengo que darle la razón, como siempre.
Como parece que le ha dado por imitar un programa de “humor amarillo” y anda haciendo más ruidos que un grupo de reggaetón ensayando en un garaje, considero poco posible la posibilidad de apurar el tiempo en horizontal y decido empezar a poner en marcha el día. Lo primero, visita al baño. Cuando me veo en el espejo, me fijo en lo mucho que se me nota el gym… concretamente, que no voy. Tras la afusión y cuidados agrosexuales que me caracterizan, cierro la puerta tras de mí y comienzo una nueva jornada de trabajo. La reflexión del día, quizás sea que empiezo a llevar muy mal eso de no ser inmensamente rico.
En la tienda, Sonia sigue en contacto con SEUR, que tiene que traernos un pedido, y andan más perdidos que Falete en un NaturHouse. La cuestión, es que, tras la desagradable experiencia del fin de semana anterior, ha decidido darle un respiro a su viejo chaleco y abrirse al fascinante mundo del ala (nótese que evito el chiste fácil, que podría, pero que no, que lo voy a evitar) casi técnica. Pero como los del reparto no aparecen, el talante siempre conciliador y positivo de mi máquina de discutir se va tornando en negatividad, que ya es un “no a todo” como principio filosófico fundamental.
En esto, que van llegando los Scubagueto que nos acompañarán en la scubamóvil. El primero es Carlos, que es como un reloj, no por su puntualidad, sino porque tiene un brazo más largo que el otro. Poco después llega Antonio, montado en su coche (de chica) conocido (el coche) por todos como Antonio Machín… bueno, ya lo dejo.
Aparcando están Luis (que yo no digo que sea feo, pero se fue a una zapatería a comprarse unas chanclas y le dieron unas herraduras) y Alma que por lo visto viene muy enfadada porque quiso jugar un partida de ajedrez y no le dejaron barajar las cartas. El último en llegar es Sergio, ese que prefiere ir a las fiestas del pueblo antes que a un crucero por el Mar Rojo (a gastos pagados), y del que no voy a cuestionar su capacidad intelectual, pero piensa que su padre es astronauta porque trabaja en una nave.
A tan selecto grupo, nos tuvo esperando el papanatas de la agencia hasta que decidimos subirnos a la Scuba con la sana intención de comenzar de una puta vez la escapada. Es entonces, cuando el tipo aparece por la esquina con el paquete en la mano. Bueno, que dicho así pareciera o pareciese que se trataba de un exhibicionista, pero no, es el que nos trae el pedido. Cargamos la solución final de Sonia en el maletero y el motor de la furgoneta atrona de impaciencia. Mientras abandonamos Carabanchel por su parte más alta, pienso que mi vetusta Scuba está en un periodo claramente “felino”, el motor ruge y tras meses sin llover los limpiaparabrisas imitan perfectamente el sonido de un gato atropellado. Eso sí, limpiar, lo que se dice limpiar no limpian nada, que tengo el cristal delantero que parece un diseño del Desigual.
La desafortunada hora de partida nos invita a utilizar la R4 y luego la AP36, llegando a tiempo a los Chopos, donde nos entregaremos a la degustación de esos bocadillos de panceta a la brasa y una Coca-Cola cosecha del 2015 que posee una combinación de edulcorantes única, fermentados mediante el tradicional sistema pipe-blender en las mejores bodegas de Albacete. Es un producto final con un sabor clásico, fuerte, que emulsiona en el paladar y consigue evocar aquel maravilloso refresco de la añada 63 de tinte afrutado y leves matices de acesulfame-K y aspartano F.
Vale, explico lo de la Coca-Cola… Es que con tanto silencio en el vehículo y Sergío arrasando con el criadero de Pokemon que ha surgido en la furgo, imagino que la crónica esta no va a dar para mucho más…
Aprovechando la somnolencia post Gineta, hacemos la carrera con una sola parada, llegando antes de lo previsto al centro de buceo Isla Negra. Allí ya han llegado Bea y Nacho. Ella es cabrona de poner puestos de churros delante de los gimnasios y él, es la prueba viviente de que siendo Scubagueto puedes ligar hablando solo de buceo, que ya no le hace falta ni cloroformo para dormirlas ni nada. Han bajado en un coche de camello venido a menos con Borja, uno de esos tipos audaces que cuando quieren vivir una experiencia extrema se arrancan un pelo de la nariz. De individuales vienen Juan que ya tiene órdenes precisas de número uno y se va a chupar más kilómetros que Willy Fog y Luis (el de Blanca) que se parece al Partenón en que él también es una ruina. También llegarán Mer, Bego y Laura que como es bajita y espabilada siempre digo que es una mujer minimalista. Los últimos en incorporarse a la familia son Luis (otro) el informático, que precisamente se dedica a esta actividad porque solo se requiere tener un coeficiente intelectual superior al de una marmota, y su pareja, Natalia.
Sonia lleva toda la tarde con su cosa de alas (que mira que podría hacer el chiste fácil, pero que no, que no voy a sucumbir) encima de la mesa y siguiendo unas instrucciones de montaje en inglés inventado. Por su parte, el grupo, va cogiendo las habitaciones y cuajando ideas para pasar el tiempo hasta la cena. Los más osados, recorremos los metros que nos separan del paseo marítimo buscando un chiringuito donde saciar las ganas de Alhambra. La diferencia entre pedir birras y pedir horchatas estará en unas horas de entregar parte de tu vida en un wáter.
La cena, bien, aunque la mezcla de sangre del norte de Al-Andalus y del sur de Myrtea, hace que un Koala sedado tenga más vitalidad que estos camareros. Esto nos sugiere irnos directamente a la cama, porque, la mañana siguiente será ciertamente durilla.
El movimiento de las copas de los árboles del paseo nos va informando muy a las claras que las previsiones del tiempo se mantienen y el insurrecto levante domina la situación climatológica. Hemos optado por levantarnos pronto, ya que, la cosa del desayuno suele ir de a poquitos y es preferible aprovechar la bonanza de primera hora de la mañana. Yo creo que es la primera vez que llegamos a Isla Negra antes que Rubén y sus secuaces. Animamos a la gente para que se dé prisa bajo la amenaza del oleaje. La biodramina comienza a rular mientras vamos repartiendo al personal en los barcos. Al pequeño, mandaremos a Luis, Alma, Nacho, Bea, Borja (que no digo que sea feo, lo que pasa es que hoy se ha puesto una cara que no le favorece), Antonio y Sergio.
Ellos salen antes del centro, mientras el resto terminamos de equiparnos, Cuando llegamos a la cubitera, el otro grupo ya ha salido, han podido embarcar, pero, en unos minutos, el viento ha subido, y, el oleaje que entra impide que podamos embarcar desde el mimo punto. Cuando nuestro primer apellido es “problemas”, sacamos a relucir el segundo que es “soluciones”. Hoy, en lugar de subir a la barca desde la inestabilidad del puertito lo haremos a la antigua, desde la playa, como si estuviéramos en una playa de Málaga descargando fardos de hachís. Desde los tiempos del Poseidón en Benidorm no hacía esto… ¡¡¡ qué recuerdos !!!
Nada más arrancar y abandonar la mínima protección de la costa, nos percatamos que lo del oleaje hoy va a ser pelín determinante. Las olas, son mucho más grandes que las previstas en las páginas (muchas) consultadas. Para colmo, cuando nos ponemos a la altura del otro barco, Rubén, nos dice que no podremos hacer la inmersión de la “Catedral” por la fortísima corriente que hay. Por lo tanto, buscamos uno de los tres fondeos de la “llosa del Payo”, concretamente la del centro, la que llaman “el cráter”.
Bajo con Natalia, que no ha podido encontrar un día más favorable para hacer su primera inmersión de curso y que ya se va enterando que eso de cerrar los ojos, soplar y pedir un deseo no funciona en los OWD de zona de inmersión. El oleaje se deja sentir hasta más allá de los diez metros, una vez llegas a esa profundidad, el mar está calmado y las algas ya no se agitan tanto. Es entonces cuando puedes disfrutar de una muy buena visibilidad y de una fauna bastante generosa. En las paredes, las vaquitas suizas pastan escoltadas por julias, fredis, tordos y cabrachos. En el azul, las bogas se mueven de un lado a otro presionadas por un pequeño cardumen de dentón. Mi alumna va tranquila, empezando a sentir su adicción al ansiamasá, pese a que, cuando subimos, el repunte del viento hace que la situación sea más peligrosa que un biberón con la leche cortada. Dejo al patrón con los que ya han agotado el aire y bajo a reunirme con el resto para aportar un poco de ayuda. Me encuentro con Juan, y nos damos una vuelta pasando por encima de una taza de váter hasta llegar a la punta, Después, cruzamos el bajo y encontramos esa zona llena de recovecos, arcos y oquedades que nos proporciona unos últimos minutos de diversión. Cuando subimos al barco, la cosa pinta fea, y, hasta Rodrigo, tuvo que lanzarse al agua para separar a Juan de las olas, ya que el de Alovera estaba en plena pelea con la marea (que conste que ganaba él) y los que estaban en el barco no tenían ya el kiwi para muchas macedonias.
Por lógica imperiosa, en lugar de regresar a San Juan, decidimos conocer las instalaciones de Isla Negra en Villaricos, teniendo claro que no haremos sucesiva. La logística improvisada obliga a una estancia larga en el muelle, y, luego de llegar de nuevo al centro de Terreros, hay que cambiarse, por lo que, cuando llegamos al restaurante todos tenemos más hambre que el primero que se comió una acelga.
Mientras esperamos nuestro turno, vamos cumpliendo con esa máxima del buceo que dice que tras bucear conviene beber una cerveza cada treinta minutos, y si no, cada media hora. Finalmente, accedemos al salón y sufrimos la desidia de los camareros (lo que os digo de estar al límite), y es que, como estamos en Andalucía, tenemos a una plantilla que es vaga por los cuatro acostados. Eso sí, la paella está cojonuda.
A medida que vamos dando fuelle al estómago, la sobremesa se va pareciendo a una de las nuestras, hablando de lo mal que lo ha pasado Luis (el Borrajas) en el agua, y es que, a su curso de buceo lo llamaron “OWD PADI” porque “coño de la Bernarda” ya estaba cogido. Carlos, que es un tipo con pasta, de esos de guardarse las vueltas sin mirarlas, ya recuperado de su palidez matutina propone excursiones post siesta.
Y en eso estamos cuando me saca de mi letargo los gritos de un par de chonis discutiendo. A la hora de la siesta, parece ser que tener razón no está reñido con ser una puta gritona. De todas maneras, me he sesteado tanto que me he despertado sin saber si es lunes, martes, mayo o junio. Bajo a la terraza, y para no volver a sucumbir al atractivo de la horchata caducada, subimos al castillo, donde repiten lo de la visita virtual a la geoda de Pulpí. Como ahora cobran la entrada al recinto, me sacrifico y hago la primera guardia en el chiringuito, donde me voy a tomar un refresco a la sombra. En esas estamos cuando recibo la llamada de teléfono de Rubén, proponiéndome la opción de salir desde Villaricos, en lugar de Terreros. Tras valorar las opciones y cortar los flecos que van surgiendo a medida que gestionamos el plan de acción, la conversación termina con un “a tomar por culo“, que es lo que llevan al final las mejores decisiones de la vida.
Tras el helado de rigor, llega la hora de la cena. Antes de sentarme, paso al baño del bar para lavarme las manos. Sospecho que la función principal de los secamanos de los bares es hacer ruido mientras te secas las manos con el pantalón. Luego, a sufrir la desidia de un personal más ineficaz que los ceniceros en las motos, que con más de tres clientes los ves más atacados que las naves del star-treck y que dan más vueltas que Leticia Sabater en una biblioteca.
Tras la cena, subo a la habitación y me ducho. Juan está descojonándose cada vez que el protagonista de la película le pega un tiro a un traficante de drogas, un sentido del humor que ya conocemos del último Rojo sur. Tras el toque de retreta y oración, toca dormir.
La mañana comienza esquivando un debate con Sonia. Para los que se apresuraron a dar opiniones sobre la valentía y cosas así: A veces, por la calle, ves una mierda y la esquivas para no pringarte. ¿Verdad que no es cobardía? Pues con algunas discusiones, igual. Listos.
Dejamos Terreros, porque vamos a embarcar desde Villaricos. El cuchitril organizado de Rubén demuestra funcionalidad y proporciona bastantes opciones de futuro. Trataremos de hacer dos inmersiones, ya que, el tiempo, tal y como teníamos previsto, nos está dando cuartelillo. Repetimos distribución de barcos y salimos al mar, revuelto, pero menos. Como la catedral está ocupada, vamos directos a la boya de pacá de la llosa del payo. El oleaje, es cabopalero, inquieto, molesto, pesado, pero en cuanto llegas a cierta profundidad el movimiento desaparece. Pasamos por debajo del arco y llegamos a la cueva. Como esta preciosidad no es apta para cualquier aleteo, dejamos a Natalia acompañada por Sonia dando vueltas por el exterior mientras entro con Luis (el informático) a ver lo que se esconde hoy en las entrañas del bajo. Nada más entrar una morena. Una vez se ensancha la oquedad, vemos una miríada de salmonete real y algunas corvinas que buscan refugio en una grieta por la que no es posible penetrar. Entre las algas del fondo, los camaroncillos rojos se pasean buscando comida mientras que en la pared norte dos enormes cigarras de mar tratan de pasar desapercibidas. Tras disfrutar de tanta vida, Luis (que es tan feo que su abuela le llamaba “el simpático”) me hace un “Mer” y me deja la cueva como la ciénaga de Shreck. Tras salir, reunimos grupo y ascendemos. Luis… a ver, tenemos en el grupo tres “Luises” el “informático”, “el borrajas” y el “sospe”. Bueno, pues el informático se aventura a la imitación del despliegue de balón de señalización. Veamos, como crítica constructiva, diré que si luciera un modelito traje y pelota de playa de Ágata Ruiz de la Prada y se pintase con coloretes verdes daría menos vergüenza que tirando la boya deco.
Tras terminar la inmersión, regresamos al puerto y comienzan las deserciones. Unas forzadas y otras obligadas. Nos despedimos de Juan, que tiene que recoger a Irene y a Juanito en Córdoba y regresar a Madrid antes de la hora de cenar y dejamos al resto en tierra firme besando el suelo como el papa cuando llega a un país nuevo. Eso supone una re-organización y el uso y disfrute de un solo barco.
Nuestro destino será la catedral.
Llegamos y vemos como la corriente, ha disminuido de intensidad. Según bajo, acompañado por Natalia en su tercera inmersión de OWD, Luis (el informático) y Sonia, vemos como Nacho (que es de los que persiguen sus sueños hasta que le ponen una orden de alejamiento) toma un rumbo equivocado, incorrecto, opuesto al bueno… e-qui-vo-ca-do. Mientras le demuestro a Luis que lo de la narcosis no es un mito, veo como Rodrigo ha solventado lo del cambio de dirección y me lleva a todos caminito a la entrada de la cueva. Por allí entra Luis (el “sospe”) que bucea con más chulería que guiñar un ojo y hacer la pistola con los dedos, Alma (ya recuperada de lo de las nueces), Antonio, Luis y Sergio, la demostración viviente de que en esta vida puedes ser demasiado vago, demasiado tonto o demasiado feo, aunque, hay veces en las que todo puede ser compatible. Como todos son buenos (están trabajados en las prácticas de piscina de Zona de inMersión) no me dejan la oquedad demasiado mal y puedo darme una vuelta tranquilo, saliendo por el agujero de la pared oeste dando vueltas al peñasco hasta llegar al fondeo. Como he cargado la botella con EAN, dejo a Luis (el informático) en el cabo de fondeo, haciendo la misma secuencia de movimientos que hacen los monos oligofrénicos cuando les pica el escroto, tratando de colocarse el equipo mientras apuro mi tiempo de no descompresión. Asciendo, porque soy consciente que una ED puede ser mala, aunque no tanto como un concierto de electro latino.
Lo que queda, es sencillo, cambiarnos, recoger equipo, ducharnos y salir rumbo a Madrid. En el camino, tomar algo que nos suprima los instintos homicidas hasta llegar a la Gineta y un café como el que mantiene despierto al batería de Pablo Alborán. No puede faltar en una escapada el bocadillo de “los Chopos” y alcanzar Carabanchel antes de que la luna nos diga que ya no es de día. Descargamos la Scuba y subimos a casa. Hay que empezar a preparar el siguiente fin de semana en Columbretes, pero eso, será otra historia.
Cuando abro mi correo electrónico, veo un mensaje de Durex. Hace un año me enviaron unas muestras de preservativos, y hoy me han escrito para preguntarme por mis impresiones sobre el producto. He tenido que responder que no he tenido tiempo para usarlos y que me tienen que dar un poco más de tiempo.
Andaos por lo segao.
