COLUMBRETES. EXPEDICIÓN “Niebla” .30/10/2016
Esta crónica no comienza con la Scubamovil abandonando la nación Carabanchelera. Tampoco se pone en marcha con un ingenioso “cubiqueitor”. No hay parada en “los Chopos”, ni bocadillo de panceta a la brasa con queso manchego de la Mancha. Esta expedición se inicia justo en el momento de terminar la anterior. En esta ocasión, el punto de partida es el “Burriquín” de Alfaz del Pí, donde dejamos a la mayor parte de los participantes en la expedición “Heidi” de regreso a Madrid mientras que Ana (en adelante Heidi) y Álvaro me siguen a distancia por la A7 en dirección a Benicarló. El sábado se produjo el cambio de hora y por eso la noche nos sorprende con rapidez. Solo, conduciendo, mantengo la atención berreando los grandes éxitos que van sonando en el equipo de música del coche de Raúl. No os voy a engañar, canto tan mal que si algún día voy a “La Voz”, en lugar de girar las sillas, me las tiran, pero en estos momentos llevo yo una marcha más que el coche.
Y este subidón está justificado por lo bien que ha salido la expedición anterior y por lo bien que pintan las previsiones del tiempo para los próximos días. Por una vez, la suerte me sonríe, la fortuna me acompaña y las musas, por una vez, se han compadecido de mí y me han puesto en el camino venturoso, sobre todo, teniendo en cuenta que, hasta ahora, era de los que tocaban madera para evitar la mala suerte y se clavaban una astilla.
Aparco frente al “Alí Babá”, justo a la entrada del pasillo. El Devismar, luce tranquilo al fondo. Miro el móvil. Esto da para tres programas de “Cuarto Milenio”. Si dejo el teléfono en la mesa, al alcance, no me llega ningún wasup, pero cuando no puedo cogerlo me aparecen setenta y tres conversaciones, me han añadido a siete grupos, he recibido una carta de Hogwarts y Malú me ha invitado a unirme a su equipo. Ante tal avalancha de participación en redes sociales, hago lo que tengo que hacer, apagar el puto trasto del demonio y empezar a preparar el viaje.
No hay que esperar mucho. Álvaro y Heidi ya han ido a buscar los carros cedidos por el “Mercadona” (si bien el Mercadona, por ahora, desconoce dicha cesión) mientras que van apareciendo por un lado Luisín (neologismo de Luis + informático), Natalia, Laura, Daniel, Manuel y Rodolfo. Con tranquilidad, dado que tenemos previsto salir de madrugada, montamos equipos, preparamos camarotes, cumplimentamos documentación y comprobamos si tendremos cerveza suficiente para dos días.
A ver, con las existencias de Cerveza que había en el barco, un grupo “normal” tendría como para emborracharse tres veces al día durante dos meses, pero, ante la peligrosidad inminente de unas horas de abstinencia, optamos por llamar a Jorge y pedirle que traiga unos cuantos retráctiles más del preciado líquido. Tras reponer mercaderías nos sentamos a la mesa, teniendo tiempo para soltar la charla sobre seguridad antes de entregarnos a la fruición nutritiva en forma de pizzas o kebabs enrollados. La noche continua con una sobremesa llena de anécdotas de buceo increíbles… bueno, no tanto. Increible es que al chino de Indiana Jones le haya dejado su padre salir de la tienda. Se acaba el día, se acaba el mes, y, cumpliendo con mi compromiso de no emplear en las crónicas lenguajes machistas u opresores, he de decir que he disfrutado mucho con los domingos y las domingas.
Por hacer una presentación del grupo, esta última expedición del 2017 a Columbretes, está formada por:
Luisín, que como se ha enterado que no hay botellas de quince litros tiene peor cara que un gitano mojado. Álvaro que no digo que sea feo, pero le ve el violador del ascensor y baja por las escaleras. Daniel, que solo es positivo en los test de alcoholemia. Rodolfo, que no seré yo quien critique su aspecto, pero no le quieren ni pagando en el Badoo y Manuel, mi compañero de Maldivas, un tipo tan solidario y comprometido con las nuevas tecnologías que le cayeron dos años por una descarga ilegal… De fardos de hachís en una playa de Algeciras.
La representación femenina recae en Laura, Heidi (Ana) y Natalia. Tres chicas dinámicas, actuales, con personalidad e inteligencia. Mujeres que no basan su incuestionable atractivo en su físico, y que estando tan buenas fingen que son rubias, seguramente, para no agobiarnos demasiado. Por supuesto, ya sabéis que, a mí, esas mujeres tan “retocadas” que cuando se mueran no van a saber si enterrarlas o tirarlas al contenedor de plásticos no me dicen nada, ni una palabra. Es más, no me dirigen ni el saludo.
Tras la última copa, embarcamos y nos dormimos. Puntual, como siempre, llega Sebas. El barco ronronea mientras soltamos amarras. Luego, se desliza sobre las tranquilas aguas del puerto mientras maniobra para poner proa a lo negro de fuera. Cuando pasamos junto al faro verde, un par de olas mecen las proas del Devismar. Es el único movimiento que notaremos en todo el fin de semana, pero, no adelantemos acontecimientos.
El sol entra por todos los lados. El tambucho se ilumina. Por la gatera que da acceso al camarote, se percibe la respiración de uno de los pasajeros, que si cierras los ojos, dices –ya está aquí Darth Vader-. Lo que me extraña es el poco movimiento que se percibe, y no me refiero de gente, me refiero del barco. No cabecea, no oscila. Mira que hemos tenido viajes tranquilos, y mira que hemos tenido viajes movidos en los que las paredes del Devismar se han llevado más cabezazos que las puertas de las casas del “hermano mayor”, pero, si no estuviera escuchando el sonido revolucionado de los motores, juraría que aún no hemos salido del puerto. Con la misma cara de sorpresa que pones cuando una mujer te ha dado la razón a la primera, salgo por el hueco del tambucho (desde que voy al gym me sobra hasta sitio) y miro el panorama.
El mar está inmóvil, con un aspecto aceitoso. La luz que se filtra entre las nubes saca colores púrpura de las únicas ondas que hay, que son las que deja nuestro barco por popa. A proa el barco corta la superficie, lisa, plana. Cuando nos asomamos por los costados, el espectáculo sigue. Sobre la calmada superficie, se reflejan las nubes. Navegamos sobre un espejo. Cualquier objeto que sobresale es claramente visible a muchos metros de distancia. Poco a poco, la tripulación se despereza y van subiendo a cubierta. La falta de movimiento permite, incluso, a las chicas, acicalarse sin sobresaltos, algo importante para las mujeres, ya que, por las mañanas, tan temprano, el maquillaje es la diferencia entre parecer humana y que os persigan aldeanos con antorchas. Entre la admiración general, nos entregamos a actividades propias como tomar imágenes o recrear películas míticas como “Titanic” pero en una versión bastante alejada de considerarse “heterosexual”. Luego, tranquilamente, desayunamos. Tengo claro que el éxito de un crucero depende de la Nutela, los bollos del Hacendado, del Nesquick y las combinaciones que seas capaz de imaginarte entre ellos.
Nuestro destino, la Foradada, está al alcance de la vista cuando empezamos con el ritual de siempre. Lo primero, charla informativa, luego, a preparar los equipos, ajustar los lastres y, finalmente, ponernos el traje. Tras fondear, en una calma rota únicamente por los chillidos de gavio… de patos de mar y de los halco… bichos esos de Eleonor, preparamos la primera inmersión. Saltamos, uno a uno, comprobando que si lo de la ausencia de olas es bueno, lo de la temperatura es la ostia. Está mejor, incluso, que en altea. La visibilidad es máxima, rozando la alta definición. Una vez se reúne el grupo, junto al fondeo, tenemos que esperar a “Luisín” que anda remoloneando buscando no sé qué. A ver, yo soy de los que opina que hay que respetar el ritmo de cada uno, y que no es bueno meter presión, así, contribuimos a generar un ambiente sosegado que evita incidentes, aunque, lo que realmente estoy pensando es en el tiempo que puede estar pataleando un buceador tardón de unos noventa kilos mientras lo asfixias con el latiguillo del manómetro.
Por fin comenzamos la inmersión. Vamos dejando la pared a nuestra izquierda hasta que nos metemos en la primera grieta, la de las corvinas. Este grupo es bastante tímido y en cuanto nos ven acercarnos se esconden en su cueva. Entre bogas, continuamos hasta ver el arco frente a nosotros. Pasamos baja la masa de piedra hasta llegar a la cueva del sur. Allí, nos esperan los dos primeros meros de gran tamaño del fin de semana, luego, seguimos por la pared hasta la cueva del norte, donde, pese a la temperatura del agua, ya nos sorprende el primer ejemplar de langosta. Cuando me planto delante de ella con la cámara, en lugar de retroceder, se acerca confiada y curiosa al objetivo, poniendo las antenas sobre los brazos de los focos, en un posado de revista de buceo. En estos casos siempre recuerdo las palabras de David Barrio sobre el “Karma” subacuático. Tras disfrutar unos minutos de la compañía de este adorable mamífero (ver el capítulo de los Simpsons antes de decir nada) salimos del arco y cruzamos sobre grandes bloques de piedra tratando de encontrar la primera de las barras del Peña. Veo como Natalia y Luisín van unos metros por encima del grupo, en un claro arrebato de ansia gumiosa de aire. También Laura me ha marcado medio depósito y Heidi, presumo, que tampoco andará demasiado sobrada. Decido subir desde el brazo a la parte superior, sonde suele estar la pastinaca, aunque, en esta oportunidad, su lugar lo ocupa una gran tembladera medio oculta en un brazo de arena. Desde esta atalaya, alcanzo a ver a grandes dent…inos recorriendo la pradera de algas y, la caída sur de la barra, sigue acogiendo un par de meros monocromáticos más grandes que un beso de abuela. Como ya hay alguno un poco falto (de aire), regresamos al fondeo. Luisín (que ha durado menos que Pinocho en un aserradero), Natalia, Laura y Daniel se quedan haciendo un ascenso entre las castañuelas, mientras que, los demás, nos damos una vuelta a ver si encontramos a los espet…inos. La inmersión termina localizando otro de los proyectiles que se dejaron aquí los americanos cuando utilizaron este islote como blanco para prácticas de tiro.
Parece verano. Mientras cargamos las botellas a velocidad de liebre, podemos bañarnos, tumbarnos en la red de proa, hidratarnos, secarnos y disfrutar de un calorcito inusual en esta época del año. Luego, de nuevo el silencio. Llega la hora de hacer la segunda de las inmersiones.
Fondeamos en la quince. Y descendemos. Mientras los de las orejitas rojas hacen un descenso a paso de procesión, aprovecho para ver los enormes cangrejos que se ocultan bajo los tentáculos de las anémonas. Con el grupo reunido, vamos superando las piedras hasta llegar al final de la Foradada. A partir de aquí, según Raúl, hay un caminito que te lleva aun canal estrecho. Creo verlo justo delante de nosotros, pero, algún manómetro ya está más bajo que la matrícula de un monopatín y tenemos que pensar en volver. De todas maneras, hay tiempo para que nos quedemos parados frente a las bogas y esperemos a ver los bonitos que andan de caza, esto sí que es una bala plateada, y no el McLaren de Fernando Alonso. Llegados a la vertical del fondeo, seguimos apurando aire mientras continúa la búsqueda de los espet…inos, que resultará infructuosa. Eso sí, no faltan a la cita los meros, abades, corvinas, morenas y langostas de este punto de inmersión.
Tras más de una hora disfrutando, subimos a superficie y comemos. Sebas, nos prepara un rape con patatas que es devorado casi en su totalidad. Y digo “casi”, porque nuestro patrón siempre hace un poquito más de comida, no sea que alguien se quede con hambre o se presente de improviso alguien más para comer, por ejemplo, el aforo completo del Vicente Calderón. De todas maneras, en estos almuerzos no ocurre nada especial hasta que llegan los postres, y es que, todos somos muy “compi guay” hasta que nos dicen que no hay cucuruchos para todos. Menos mal que el truco de atiborrar al personal con natillas y fruta aún funciona, casi tan bien, como el del capuchino solidario del faro o las pulseras hechas con plantas autóctonas de las islas.
Antes de que se ponga el sol, dejamos la Foradada y ponemos rumbo a la isla Grosa. Que mucho valiente en camiseta de tirantes marcando bíceps, pero cuando Sebas dejó a Heidi al timón, más de uno puso la misma cara que Rosy de Palma oliendo una mierda. Una vez entramos a Puerto Tofiño, ponemos en marcha el compresor y pasamos la tarde escuchando las comunicaciones por radio (que dan para mucho) o la selección musical del barco, que, tiene cojones, que en un sitio donde no hay ni cobertura ni wifi se pueda sintonizar Rock FM. A ver, no es por criticar vuestros gustos musicales de mierda, pero, que coincida la puesta de sol de Columbretes justo cuando suena el “Hotel California de los Eagles” no puede ser una coincidencia.
Antes de cenar, toca merienda. En este punto, siempre encuentras dos tipos de personas, las que saben que la verdadera Nutella es negra y los que se comen la Nocilla blanca sin importarles ese quebranto del orden natural. Aprovecho para contarles la historia del archipiélago por si mañana se nos va de las manos lo de la visita, hablamos de deporte, de música, de los pinchitos diarios de Manuel y hasta de historias taumatúrgicas que van desde la de los niños sedientos del cementerio hasta esos discos que solo tienen mensajes si los reproduces al revés. Todos estamos de acuerdo en que el caso más sorprendente es el de Enrique Iglesias. Por lo visto, si pones un CD de este cantante al revés, se te queda un posavasos cojonudo.
Nos tomamos la última birra de la tarde coincidiendo con la despedida del último rayo de sol. Cuando todo se queda oscuro, empezamos con la primera cerveza de la noche. Luego, barbacoa clásica aderezada con la salsa que prepara Sebas. Álvaro está tratando de enseñar a Heidi a jugar al Poker. Aprende rápido. Mientras, Daniel y Manuel siguen a lo suyo con las rubias maltesas dejando a las claras que en la guerra contra el alcohol, ellos… van con el alcohol. El grupo, afortunadamente, está encajando a la perfección. No solo hay buen rollo, sino que detecto generosos ramalazos de coordinación. Por ejemplo, todos tienen sed cada vez que a mí se me ocurre levantarme a por algo. Que anochezca tan pronto es una putada, pero bueno, así, si nos vamos a la cama pronto, y mañana, a las cuatro y media en Benicarló.
Cuando salgo del tambucho y me dirijo a popa, veo como ha quedado la mesa. Entre las latas, los ceniceros, las toallas tiradas, esa parte del barco me recuerda al parking de la radikal después de un concierto de skinheads. Encuentro un huequecito para desayunar. Mientras desenvuelvo las magdalenas, pienso que los bollos del hacendado son como salir de fiesta, que mejor si mojas. La cocina ha visto días mejores, ahora mismo, acumula mierda como para poder rodar tres anuncios de “Cillit Bang” y cumple con esa verdad universal de la náutica que dice que si encuentras un envase de natillas en el fregadero hay una cucharilla en la basura. Suena la campana. La gente que me conoce sube en silencio, pasa a mi lado y no dice nada. Realmente, no son buenos días hasta que no haya matado con la mirada a tres… por lo menos.
Sebas es una máquina. Sin que nos hayamos dado cuenta, ha convertido el desastre mañanero en un acogedor espacio donde desayunar. La tranquilidad de la mañana se interrumpe, a veces, por el “chunda chunda” de la palanca de los baños. Tras las ablaciones y sesiones de peluquería en la red de proa, nos equipamos para saltar al agua. De nuevo, nos retrasamos porque al Arribas se le ha doblado la membrana de la segunda etapa principal y le entra agua. Solucionado en asunto, recorremos el canal (que ya os voy diciendo que volver va a ser más duro que un bocadillo de adoquines) y salimos al exterior. Evito el encuentro con nuestro mero y sigo hasta la pared. Allí, hacemos chequeo de aire. Compruebo que, al “Cremaet” no llegamos ni de coña, y que Luisín se ha convertido en el “penúltimo” aspirante al sorbete de oro 2016. Luego, atravesamos las corvinas y salimos un poco al azul a tiempo de ver a tres enormes medregales pasearse entre las castañuelas. Por los gestos de Natalia, que parece una epiléptica bailando una muñeira, deduzco que hay que ir volviendo al barco. El paso del canal es durillo. La corriente, en contra, nos obliga un poco. Menos mal, que desde que voy al gym estoy más en forma que los dobles del equipo A. Con el aire justo, ascendemos dando por terminada una inmersión fascinante.
El intervalo en superficie es aprovechado para visitar la isla. Esta vez, me la pierdo. Opté por quedarme en el barco, haciendo de tripas un marrón. Por aclamación popular, repetimos inmersión. He omitido en la primera nuestro encuentro con el mero, ya que, prácticamente, esta segunda incursión, la dedicamos a posar junto a nuestro amigo. Por cierto, viéndole allí, poniéndole ojitos a Heidi, me pareció ocurrente bautizarle como “Niebla” y concederle el honor de dar nombre a una expedición. Se lo merece. Niebla, nos sigue, parece uno de los gatos de Manuel (de los que aprovechan el centrifugado de la lavadora para masturbarse) jugueteando con todos. A mí me han dicho muchas veces que tengo magnetismo animal (los mosquitos me pican, las palomas me cagan y los chuchos salidos siempre eligen mi pierna) pero en el agua… aquí subo de nivel. Ya en el fondeo, apuro los últimos bares para buscar en las piedras que rodean el fondeo. De repente, escucho a Manuel en una imitación perfecta de orangután macho en celo que solicita mi atención y… allí estaba él, quieto, amarillo, agarrado a un alga, posando para la posteridad. De nuevo, despedimos una inmersión con el caballito de la isla Grosa. Lo mismo hay que ir pensando en ponerle nombre.
Regresamos a Benicarló. El mar sigue en calma. No como el lunes, pero igualmente fantástico. Nos da para hacer un “Titanic” pero en versión de rubia (en lugar de mirar al frente, miran al barco) que sugiere dos nuevas aspirantes al borraja de oro 2017 (por si lo de las palmeras que dan cocos no hubiera sido suficiente) y para sacarme una foto en actitud de siesta continua. Llegamos al puerto. Sacamos equipos y dejamos los camarotes que parecen la franja de Gaza. Cargamos los coches y regresamos a casa. En la radio, un programa de esos de casos raros de los que me gustan a mí, como el de un chico que pensaba que su novia era multiorgásmica hasta que descubrió que era epiléptica o historias de sexo selvático… ¡¡¡ y yo que lo más salvaje que he visto en mi cama ha sido una manta del rey león !!!
Andaos por lo segao