EXPEDICIÓN “Sulawesi”. 26/04/2017
El archipiélago indonesio, tal como existe hoy en día, se formó durante el derretimiento de los hielos después del final de la Edad de Hielo, hace aproximadamente 10.000 años, durante el Pleistoceno, cuando todavía estaba conectado con Asia. Geológicamente, su formación es semejantemente parecida a la del archipiélago de las Filipinas, así que, si quieres algo más de información, te recomendamos que vuelvas a leer la scubacrónica de nuestra expedición en Anilao (2015).
Lo de la historia de Indonesia es otro cantar, veamos…
Un turista se encontró tirados por el suelo un cráneo y un fémur y, pese a pensar que se trataban de los restos de un chimpancé viejuno, por aquello de ganar notoriedad y algo de pasta le puso el nombre de “Hombre de Java”, Pithecanthropus erectus o como dicen ahora los modernos, Homo erectus. Eso demuestra que Indonesia estaba ya habitada por gorilantes desde el principio de todo. Los “erectus” (su propio nombre lo dice, vaya) se levantaban siempre como un tanque apuntando a un campanario y se paseaban por los cocoteros que todo lo que encontraban se lo llevaban a casa y lo montaban, igual que nosotros vamos hoy en día al Ikea. Esa vida disoluta entregada a la diversión fornicial fue aprovechada por los “Homo Sapiens”, mucho más formalitos, que se dedicaban a la pesca y a sus barcas con las que se hacían travesías oceánicas y llegaban a cualquier islote (con cocoteros) que se encontraban. El aislamiento subsiguiente se tradujo en la aparición de muchas culturas y subculturas, hasta que a una que tenía un nombre que sonaba como la campana de un asilo (Dong) les dio por hacer incursiones violentas con fines comerciales, es decir, lo de siempre, que era un llegar a las islas (con cocoteros), remoñonear a ostias a los hombres, esclavizar a las mujeres mayores y confinar a las jóvenes disolutas libertinas y casquivanas en conventos. También importaron el cultivo del arroz, el ritual del sacrificio del búfalo o la industria del bronce, prácticas que todavía se conservan hoy en día en Sulawesi (isla grande con cocoteros) donde los Toraja siguen honrando los espíritus de los muertos a machetazo vivo.
Aquí empezamos con los nombres raros y complicados de pronunciar como los Dvipantara que se marcaron la primera tribu urbana o reino (pero venido a menos), y con una religión hinduista. Uno de los primeros reyes fue Tarumanagara que para pasar a la posteridad hizo una impresión de sus manos en el suelo, como Antonio Banderas en Hollywood que, aunque lo hiciera en sanscrito, que es una lengua inventada, demuestra ya un alto grado de civilización. Otro “crack” fue Srivijaya (otro nombre que no puedes pronunciar sin escupir) que atrajo peregrinos y consiguió un formidable poder naval. En 1414, el último príncipe del reino, se convirtió al Islam y fundó el Sultanato de Malaca en la península (casi isla llena de cocoteros) malaya.
Y aquí la cosa iba de puta madre, hasta que los Holandeses, ¡quien lo diría, tan modositos ellos! vinieron con compañía (concretamente con la compañía de las Indias Occidentales) y europeizaron el concepto del remoñoneo a ostias de los hombres y la sumisión de las mujeres mayores, mientras que a las jóvenes disolutas, casquivanas y libertinas las encerraban en peceras con luces rojas. También se quedaron con el monopolio del comercio, que cobraban comisión hasta por los papiros para los porros.
Un tal Raden Trunajaya (príncipe por la g.de D.) se mosqueó más que un pavo en nochebuena y salió de rebelión con unos colegas, que aquello, con tanta pluma y tatuaje, se parecería más a las fiestas del orgullo que a una batalla en condiciones. Los holandeses, que no querían ni batallas, ni rebeliones ni fiestas del orgullo, empezaron a repartir carantoñas a diestro y a siniestro malayo hasta que pusieron en el poder, tócate los cojones, a un tal Pakubuwana, que ya tenía nombre de ewok de los stars wars (tars bars en Murciano). Pese a fortificar a tope las islas, en 1524 un tal Sunan Gunung Jati de Cirebon (que muy joputas tenían que ser sus padres para ponerle un nombre así) echó a los holandeses y se marcó otro sultanato de los potentes.
Entonces, un grupo de gitanos (portugueses) a ritmo de fado, llegaron así de pronto, y vieron el negocio, hasta que un tal Mahmud se hartó y rompió el trato a lo bestia. Eso convenció a los primos de Viriato que allí los asuntos se tenían que llevar en plan barriobajero y en tan solo 40 días derrotaron a los lugareños y llenaron la zona de cristianos. Me refiero a cristianos de los de rezar y no de canis sobrevalorados de los que juegan al fútbol. Poco les duró la alegría a los Portugueses, ya que, en 1592, Cornelis de Houtman, los largó de allí devolviendo el control de la zona a la compañía de las Indias Occidentales.
Lo que pasa es que en esos años, ya se había inventado la corrupción y la empresa quebró. Eso, lo aprovecharon los Franceses que pusieron al hermanísimo de Napoleón (Luis Bonaparte) en el trono de Holanda, y por lo tanto, también en el de Indonesia. Como el Sire andaba a la gresca con los hijos de la gran Bretaña, en 1811, los ingleses empezaron a dominar el terreno (descampado lleno de cocoteros) y (otra vez) empezaron a remoñonear a ostias a los jóvenes, esclavizar a los viejos y enseñar disciplina (inglesa, of course) a las mujeres, sin importar la edad, fueran o no disolutas casquivanas y liberales. Allí andaban dándole a las mozas con la fusta en el solomillo, pero sin duende, que los ingleses para las cosas maritales son muy sosos, cuando los japoneses al mando de un tipo que tenía nombre de aire acondicionado (El general Hisaichi Terauchi) ocuparon la región y se quedaron con todo. A cambio, y, como prueba de buena voluntad, se ocuparon de que la población disfrutase de la excelencia de la esclavitud, la tortura, el abuso sexual o la ejecución, pero con la gracia japonesa, es decir, remoñonear a ostias a los hombres, someter a las mujeres y hacer con las jóvenes disolutas, casquivanas y libertinas prácticas erótico-festivas pero en plan salpicón grumoso, que aquello terminaba siendo más pegajoso que un madridista recordándote lo de las doce champions.
No tardaron mucho los yankees en ganar la guerra y largar de allí a los japos, pero, como no tenían claro que hacer con la zona, permitieron que un tal Sukarno proclamara unilateralmente la independencia de Indonesia. Desde entonces, se han sucedido una serie de gobiernos más o menos autoritarios y/o corruptos que han basado su gobierno del archipiélago (muchas islas con cocoteros pero agrupadas) en remoñonear a ostias a los opositores, subyugar a las mujeres y, en cuanto a las disolutas, casquivanas y libertinas jovencitas, las tratan de disciplinar a la japonesa, aunque, lo que de verdad caracteriza al país, es que no puedes beber cerveza en el aeropuerto de Yakarta. Eso, no lo perdonaremos nunca, aunque… no adelantemos acontecimientos.
Lo llame scubaescapada porque serie interminable de catastróficas desdichas ya estaba pillado.
Estoy en el baño. La expedición a Sulawesi ha terminado. Tras una siesta de esas de las que te levantas con una cinta en la que pone “tus amigos no te olvidan”, me ufano en arreglar esa barba rebelde que se me ha quedado tras unos días entregados en cuerpo y alma al buceo. Tal vez ya no tenga en la cabeza, pero cuando me afeito, suelto pelo como para hacerle peluca a una Sandia. Toca reflexionar, y mucho, sobre lo acontecido. Imagino que el tiempo pondrá cada cosa en su sitio (espero que el mío sea una cama) y a la tormenta, como siempre, le seguirá la calma. Pero ha sido un viaje en el que hemos tenido menos suerte que la ardilla de “Ice age”. Y eso, que nuestro destino no es de los que implican riesgos. Indonesia es una nación donde puedes abrazar la fe católica, la musulmana o ser laica, como la perra. Es uno de esos países con unas condiciones de inestabilidad estable y cientos de posibilidades para saciar el ansiamasá. Buscando iniciativas de las que animan el espíritu, pensé que podría ser una muy buena opción para empezar el año, pese a las variables organizativas que acarreaba. La excelente acogida inicial se quedó en casi nada cuando la gente se empezó a poner malita y nos dejó el coro en casi un quinteto, como los Backstreet boys. Finalmente, como siempre, reunimos un grupo de inasequibles al desaliento y nos lanzamos a los brazos de la aventura. Por cierto, ahora que me miro en el espejo… como siga engordando voy a empezar a atraer a las mujeres gravitacionalmente.
Así que, vamos a empezar a relatar nuestra aventura, que comienza puntual, el día D, a la hora H…
Lo mejor no es empezar la semana ni con optimismo ni con café, lo mejor es empezarla un jueves. Sobre todo si ese jueves la tienda está llena de bolsas de buceo. Desde aquí, iniciaremos periplo Maribel (que con tanto acogerse a la pedalada estática le está adelgazando tanto la cara que se le han quedado los labios como los bordes de una empanada) y Manuel, que es un hombre que se ha hecho a sí mismo, pero que se ha hecho muy mal. Al rato de estar en la estación, aparecen Silvia, la que se enamoró de la voz de Ángel, y, desde entonces no le deja hablar nunca, Irene (que viene a su primera experiencia -de buceo- internacional y está más a gusto que Falete en un Burger King) y el mencionado Ángel (que desde que su vida se rige por objetivos hay que darle pelados hasta los plátanos). Con su habitual look extravagante de tendencia “capitán Capioca” llega José Manuel (Josema). Por cierto, que cuando digo que es extravagante, me refiero a que no da un palo al agua asín le maten. Luego llega “el Clan”. Primero los chicos, Alejandro (Alex) que es un joven actual, duro y abigarrado, como la corteza de un torrezno y Víctor, Víctor Jr., Junior, Bro, Vikingo o Viki (que responde a todos estos “alías”) que hace deportes de contacto y el chaval está más duro que el turrón en agosto, que se le ve encantado de conocerse, que no se chupa los pezones porque no llega. Víctor, el líder familiar todopoderoso viene un poco tarde, lo mismo, porque en el andén no puede sintonizar Real Madrid Tv. Que no pasa nada, que ser del Madrid está muy bien que ganas mucho y a menudo, pero a cambio tienes la desventaja de ser madridista. La última en llegar es Margarita, que pertenece a esa nueva raza de mujeres ágiles, fibrosas y con riñonera capaces de enfrentarse con éxito, incluso, a las huestes del IMSERSO en los dutifrís. Algo que se nota enseguida, porque ha llegado la última y ya está en cabecera de fila con nosotros, la primera.
La primera fase del viaje se hace en tren, en el AVE, a toda velocidad. Los asientos son cómodos, aunque, lo que de verdad da calidad a este medio de transporte está un par de vagones más adelante y se llama bar. Bar caro. Caro de cojones. Pero bar al fin y al cabo. Josema anda viendo películas en su Tablet. Creo que está viendo esa de las Termópilas. Cuando yo veo la película de “300” me dan ganas de entrenar muy mucho y a tope para conseguir estar así de cachas. Después escucho a Irene y a Maribel que me dicen que si me quiero ir al bar a tomar una cervecita y picar algo con ellas y se me pasan. Irene, es una chica muy avispada, que, aunque hoy vaya vestida como una cabrera húngara (cosas de las tendencias) siempre va iluminando el terreno con esos ojazos, que, otra cosa no, pero de todas las ofertas que hay en los carteles se entera. Mientras nos aproximamos a la capital del Ebro, me fijo en que, Manuel está sin afeitar, Josema lleva perilla y en el tren, hay más tíos con barba que con dos brazos. Eso debe de ser porque en estos sitios un hombre barbudo tiene más posibilidades de ligar que una mujer barbuda. La camarera, que ya nos conoce por nuestros nombres, (es lo que tiene estar en la barra desde que salimos de la estación), nos sirve ronda tras ronda. Hace un rato, Alex y los Víctor me torturaban sobre la probabilidad de que el Madrid se llevara las doce champions este año. A ver, que llevar doce copas encima no es complicado, nosotros (Irene, Maribel, Manuel y yo) las llevamos en menos de una hora y no vamos por ahí dando la brasa… bueno, quizás a la camarera un poco.
Mientras nos acercamos a Barcelona, aprovechamos para conversar sobre las diferencias entre un resort y un crucero. Yo, particularmente, prefiero lo del barco. En un barco no puedes vivir ese incómodo momento en el que estás haciendo el amor bajo el chorro la ducha y viene el socorrista a echarte de la piscina, situación más que habitual en nuestras escapadas, y que si nunca os lo he contado, es porque nunca ha ocurrido. Finalmente, llegamos a la ciudad condal y nos recogen los transfers que nos dejan en el hotel.
Lo primero que hay que hacer es cenar. Bueno, lo segundo, que lo primero siempre es pedirse una cervecita. Lo que pasa, es que en los bares de hotel no te ponen aperitivos, y eso, que Maribel con su desparpajo habitual se ha empleado a fondo exigiendo su pinchito, que dicho así, podría ser mal interpretado, o no, pero que va a ser que sí. Manuel, por su parte, birra en ristre, escrudiña la televisión apagada con la mirada audaz de un chimpancé comiéndose un moco y en un alarde de percepción cognitiva nos regala un revelador: Si haces “Brrrrrrrrrrrrr” ves la pantalla vibrar. Para cenar, optamos por pedirnos unas hamburguesas y una ración de croquetas. Lo ideal hubiera sido una fusión de ambos conceptos. ¿Os imagináis una hamburguesa de croquetas?. Sería así como la madre de todas las hamburguesas, la “hamburcreta”, la “croqueburger”… sería la madre de todas las hamburguesas, “burguerzilla”.
Y ese, amigos y amigas, resume el estado mental en el que puedes caer en una Scubascapada.
Antes de irnos a dormir, somos testigos de un intento de timo bilateral entre un taxista catalán con acento extremeño y un pasajero italiano demasiado espabilado, que sirvió para amenizar la sobremesa. Como al día siguiente había que madrugar, y encima, no había un puto bar abierto en kilómetros a la redonda, nos tomamos la última en el hotel y nos vamos a dormir, que mañana nos espera un día duro.
Y amanece. Y me ducho. Y bajo a desayunar. Calculo que deben de ser las 5 de la mañana porque alguien se ha asomado a una ventana y nos ha gritado “dejar de montar escándalo, coño, que son las 5 de la mañana”. Maribel baja con una mancha en la camisa de esas por las que nadie pregunta pero que tú te empeñas en explicar. Literalmente, dice que, si se te cae la leche encima, no es por lo que tú te crees. Así empezamos el día. Inquiriendo a Manuel sobre la tostada, asevera que “no es para comérsela entera”. Y ya van dos a la libreta. De repente, aparece Víctor, con la consiguiente “hay que darse vaselina que la que nos espera no es precisamente fina”. Para colmo, a Irene, le gruñe la neurona y lingüísticamente confunde la isla de Bunaken con la isla de Bukake, que debe de ser esa isla en donde en lugar de recibirte con flores te reciben a chorracos le leche condensada.
Llegamos al aeropuerto de Barcelona – El Prat. Así de sencillo. Así de simple, y no como el nuestro que como siga así, terminará llamándose Máximo Décimo Meridio Adolfo Suarez Madrid-Barajas. ¡Y llegamos puntuales!, llegamos puntuales porque el tipo del transfer agobiaba más que Darth Vader con un megáfono y nos ha llevado a ritmo legionario toda la mañana. Vaya experiencia la de nuestra estancia Catalana. No hemos podido disfrutar apenas ni del ambiente cosmopolita de la ciudad, ni de su cultura, ni de su modernismo, ni de su gastronomía… que bueno, la comida típica catalana es un cacho de pan untado con tomate, ni siquiera es un bocata. No se le puede pedir más a una gente que vota a CUP.
Embarcamos rumbo a Singapur, aunque, antes, hay que hacer una pequeña escala en Milán, la ciudad de los borradores. Es una escala técnica, un mete y saca, un rapidín, un quítame allá esas pajas…
Aterrizamos, el avión se vacía, se cierran las puertas y ya estamos saboreando la fila de asientos que tenemos por persona. Ya estamos visualizando posturas para la siesta que nos tenemos que marcar para no sucumbir al jet lang. De repente, la megafonía del avión nos avisa en ese tono que parece un murciano susurrando, de que el motor se ha jodido y que tenemos que esperar hasta que lo reparen. Nos vamos a quedar en la pista, viviendo un momento más tenso que cuando hablas con los colegas por el “manos libres” con la novia al lado. Silvia anda más nerviosa que Chewaka con una epilady, al parecer, lo que ella llama su sexto sentido (lo llama sexto sentido porque llamarlo “intuyo cosas a partir de las teorías descabelladas que surgen de la ralladura mental que tengo” era muy largo) le invita a querer bajarse del avión. Cosa que no nos dejan, quizás, porque los mecánicos andan buscando por Milán un “Midas” abierto para buscar los repuestos. El chino Cudeiro nos dice que nos van a servir la comida. Una italiana que tiene el moño como un Joystick pregunta a las azafatas que responden con excusas y explicaciones menos creíbles que las noticias del mundo today. El tiempo pasa y las opciones de retomar viaje se agotan. Estamos viviendo una experiencia más aterradora que sentarte junto a King África en un bufé libre.
Finalmente, lo que más temíamos, el avión no puede despegar. Nos tenemos que bajar, recuperar las maletas y esperar a que la compañía nos facilite otros vuelos, otras rutas, lo que sea, soluciones. De momento, apenas hay personal de tierra y la única chica que está dando la cara está más agobiada que un daltónico desactivando una bomba con cables de colores. De vez en cuando llaman a alguien, algo que resulta más sospechoso que un casado haciendo la cama, y se lo llevan a uno de los mostradores. Imagino que cumplirán con esa máxima empresarial que dice que si “tu trabajo te agobia por el principio, empiézalo por el final” y andan solucionando los casos más fáciles. La tarde avanza, los nervios y la incertidumbre incrementan el mosqueo, y ya se sabe que a la gente, cuando está mosqueada, si abre la boca se le escapa hasta el feng shui.
Llamamos a la agencia (Tomás), por cierto, de diez, que nos localiza alternativas. Yo soy de esos tipos a los que les pegaban en el colegio, se apuntaban a karate, y les pegaban en el colegio y en el karate, es decir, aguanto casi de todo, pero tengo los nervios más alterados que los del urólogo de King Kong. Otro que anda temblando es Manuel, quizás angustiado por la falta de cerveza, que le veo que en cualquier momento se va a líar a ostias hasta con las farolas, así que, le invito a una. Doce euros cuesta una cerveza en el aeropuerto de Milán. Pero ha valido la pena. Han sido los doce euros mejor invertidos de mi vida. Finalmente, se hace la calma. LLega la solución que no es otra que pasar noche en Milán y al día siguiente volar hasta Singapur, de allí a Yakarta y de allí a Manado.
Nos llevan al hotel. Nos dan habitaciones. Lo primero que necesito es una ducha, que con tanto nervio he sudado más que Cristiano Ronaldo en la agencia tributaria y si me paso el shazaam por el sobaco me va a detectar alguna de Enrique Iglesias. Como es un hotel de lujo, La alcachofa de mi ducha tiene tres posiciones: la primera es un chorro muy suave (chorrito), la segunda es una lluvia amplia (chorrazo) y la tercera sirve para despegar lapas de las piedras. Luego, bajo a cenar, unos “perritos” pero sin agujero para meter la salchicha, que sí, que yo también me he dado cuenta. Maribel, dice que la leche le gusta muy caliente… con esa blusita sensual que me lleva imagino que si la leche estuviera templada se la tiraría por encima, como en el anuncio de Dove. Bueno, pues con todo arreglado, mis nuevos objetivos son dormir y a largo plazo, desayunar.
Amanece en Milán. Bajo a desayunar. Lo bueno de los desayunos de los hoteles es que si se terminan los cereales te puedes comer la caja de cartón, porque sabe igual. Eso sí, la Nutella, lo que es la Nutella, no es que me la tome, pero robo botecillos como para servir en una boda indonesia, pero, no adelantemos acontecimientos. En el aeropuerto, gastamos los bonos (Boucher) que nos han dado, pero ya se sabe que la comida de aeropuerto… y no te digo nada si la comida es de un aeropuerto Milanés. Para quien no lo sepa, la comida típica Milanesa es un cacho de pan relleno con pasas, ni siquiera es un bizcocho. No se le puede pedir más a una gente que vota a Berlusconi.
Después de un cacheo más volvemos a embarcar. En fin, que, si ayer, el avión estaba vacío, hoy hay tanta gente que no cabe Kate Moss metiendo tripa. Lo que sí hay que reconocer es la importancia del idioma. Hay que hablar inglés, aunque sea inventado, y, hacerlo bien. Durante la espera me pedí dos cervezas y ahora me preocupo de que no me dejen subir con los osos.
Bueno… tras un vuelo sin incidentes, llegamos a Singapur. Pedimos nuestras tarjetas de embarque y volamos, de nuevo, hasta Yakarta, la capital. Un viaje, ya de por sí largo, se está dilatando mucho, ando cansado, tenso, inquieto. Ahora entiendo porque Casemiro cuando salta al campo le pega patadas hasta al niño que sale con él. Pero no soy el único. En Yakarta, en el aeropuerto, no hay cerveza, y ahí nos tenéis, en el último vuelo, el que, por fin, nos dejará en Manado. Yo, después de más de 21 horas de vuelos sigo tratando de averiguar cuál es el lado largo de la manta que nos dan en los aviones. Manuel ya empieza a beberse hasta el vaho de las ventanillas. No entiendo mucho la ausencia de cerveza en los aeropuertos y/o aviones indonesios, pero bueno, si os cuento que La comida típica indonesia es el Karedok, que son vegetales crudos con salsa de cacacués, que ni siquiera es una menestra… no se le puede pedir más a una gente que fue colonizada por portugueses
Manado, por fin llegamos. Nos reciben las cómodas furgonetas de Bastianos y nos llevan a Lembeh. Un viaje por una carretera muy virada, entre la jungla, con casas de esas que tienen luces rojas cada quinientos metros. Es impresionante la cantidad de iglesias que hay por aquí. Lo que no sé es porqué decoran los templos como si fueran puticlús. Por fin el mar, el puerto y la isla de Lembeh. Lo primero, cenar, que estamos cansados y necesitamos reponer fuerzas. Margarita tiene el pelo más desarreglado que el sobaco de una feminista, Alejandro, sin wifi (aún) está más desequilibrado que King África con tacones de aguja, yo tengo más hambre que el primero que se dio cuenta de que los caracoles se podían comer y Manuel… Manuel ha descubierto la cerveza local y ya anda bebiendo a morro lechón, porque, en cualquier lugar del mundo, el amor, tiene muchos nombres: Bintang, caña, quinto, tubo, jarra, tercio, litrona…
Nos despertamos en Lembeh. Poco vamos a estar aquí, Por eso, y porque la configuración del resort es muy parecida al de Bunaken, evitaremos alargar la scubacrónica limitándonos a reseñar las dos inmersiones que hicimos en la mejor zona de “muck diving” del mundo y que, de verdad, respondieron a su fama. Luego, nos trasladan de un lado a otro. Por carretera. Coche cómodo, aire acondicionado, música de esa repetitiva… me he echado una siesta de esas que cuando te despiertas te nombran andaluz del año. El puerto de manado es lo más parecido que yo he visto al depósito de basuras de stars wars (tars bars en Murciano) con cosas flotando que esconden cosas muy viscosas que hay debajo. Hay mierda como para poner tres kebabs. Si te caes al agua, te mueres de la infección antes que ahogarte. La barca, que tiene tres motores, como las de los narcos gallegos pero bastante venidas a menos nos trasladan hasta la isla tropical de Bunaken.
Desembarcamos. Mientras llevan nuestras maletas a la recepción para que hagamos el “check in” nosotros caminamos por una bellísima playa con el mar a nuestra izquierda y los chiringuitos a la derecha. De momento, en una mesa de las de afuera, nos recibe la pareja que dirige el cotarro. Enseguida se ve que ella es el macho alfa, porque mueve mucho la cabeza diciendo que no y maltrata a los indonesios. También debe mangonear al chaval de la coleta, mucho más del género sumiso y que, a juzgar por la carita inexpresiva del mancebo y el carácter de tertuliana de la Francesa (porque ser, es francesa) ella, por las noches, le tiene que dejar el culo como la boca de un boxeador. Lepen (ya está bautizada) habla con los dientes apretados mientras nos va explicando el funcionamiento del hotel. Nos da una botellita para rellenar y que tengamos agua siempre, nos dice lo de los horarios, yo, pongo los cinco sentidos en su arenga, como cuando mi mujer me dice eso de que o la presto más atención cuando me habla o no sé qué cosas me hará. De repente, empieza el capítulo de limitaciones. Mira, Jean Marie, me da igual que seas gilipollas, lo que me fastidia es que te esfuerces en demostrármelo… aquí, los del grupo, llevamos unos días a la carrera y andamos un poco alteradillos, de manera que, no nos pongas freno al ansiamasá, que ahora mismo tenemos más peligro que un mono con una Gillette, y si hay que documentar, se documenta.
Venga reconozco un pequeño exceso de bordería en mis formas, pero bueno…
Una vez hemos solucionado lo del tiempo y lo de la profundidad, subimos a las habitaciones. La cosa es aligerar para aprovechar y hacernos la primera nocturna. Mientras subimos por las escaleras, ante la inminente puesta del sol, aprovechamos para conocer los detalles del Bastianos diving Resort.
Descripción del resort y su personal
De momento, Bunaken es una isla. Pequeña. Eso sí, a pocos metros de sus aguas tranquilas y azules y de sus paradisiacas playas de arena dorada encontramos una jungla espesa. Para los que no lo sepan, una jungla, es como un jardín, pero donde todo está manga por hombro. Aquí viene Manuel (Peña) y ni en seis días te hace un paisajismo vegetal decente. La cosa es que en los árboles cuelgan murciélagos más grandes que un caniche y un montón de aves de esas que empiezan a piar a las cuatro de la mañana.
Integrado en la naturaleza está el resort. Todo es de madera. En la planta baja, están el centro de buceo, la recepción y un bar donde, gracias a Dios, sí que sirven licores. Nos hemos lanzado todos a la cerveza como Leticia Sabater al chorro de una manguera. En la planta superior están el salón con mesa de billar, el comedor y la cocina. Todo en plan Robinson Crusoe y mezclando estilos, que estos no han visto una revista de decoración en su puta vida y parece que han colocado las cosas según las recuperaban del vertedero. Hay una terraza con colchones de esos “maldivos” que promete siestas a volumen brutal. La humedad te hace sudar. La temperatura es alta. Se está haciendo de noche y los 34º que marca el termómetro los va a terminar reivindicando el estado islámico. Una escalera te lleva al pasillo de las habitaciones.
Las habitaciones son grandes. De entrada, tienen un pequeño tendedero frente a la puerta, que parece una buena idea para dejar allí la ropa, si no fuera porque, precisamente por el carácter propio de jungla de los alrededores, aquello parezca el plató de pelo-pico-pata… está lleno de bichos. Lagartijas, lagartos, una especie de gallina, los pájaros de los árboles, cosas con formas insectoides que vuelan o que no vuelan, cochinos jabalises gatos, perros y un alien…
A la habitación tienes que entrar como Bear Grylls, en plan, entra, pero entra con cuidado que no sabemos que podemos encontrarnos ahí dentro. La cama es amplia, con estructura de esas de película de amor con mucha acción. No hay armarios y en su lugar hay estanterías, lo cual, me parece la mar de práctico. Coloco la ropa en su sitio y subo las escaleras que me llevan al baño. El aseo es otra cosa. Hay una mosquitera que impide el paso de los mosquitos, y poco más. Son tres metros cuadrados pero hay material como para filmar un especial de Wild Frank. La ducha está… es en el… ¡es el suelo! y parece que se dejaron el presupuesto en lo que se ve, porque ni los azulejos son iguales, La pared la hicieron por fases y cada lado es diferente. Tendencias. Lo curioso de la habitación es que solo tiene tres paredes, la cuarta, la que da al exterior es un ventanal, de manera que, lo primero que veremos al despertarnos será una preciosa combinación de madera noble curada por el sol y el azul intenso del mar. Para el tema de evitar los calores hay un aire acondicionado que suena como la máquina de hacer cubitos del Burger King, pero en flujo continuo. Hay ventanas, sí, pero si las abres un momento te entran setenta mosquitos, un tucán, dos abejonejos, la lechuza de Harry Potter y el penalti de Sergio Ramos.
Estancia en Bunaken: vida en el resort
La vida comienza cuando el sol acaricia tu rostro y los rayos entran por los huecos que dejan las cortinas dibujando líneas donde el polvo que se levanta del suelo burbujea. El ventilador, tócate las narices, quien lo diría, refresca tanto que a media noche te tienes que tapar. La madera cruje cuando te levantas y caminas, de forma que, para no despertar a nadie caminas de puntillas, como Jack Sparrow en un parque para perros. El tacto en los pies es suave, cálido, invitándote a no calzarte. Bebes agua y bajas al centro de buceo. Al salir, el sol te da en los ojos. Cuando te acostumbras a la luz, el paisaje es de gran belleza. A la izquierda un volcán se recorta en un cielo despejado. A la derecha, el mar, con sus diferentes tonalidades, la última, de un azul cobalto intenso (¡toma gama cromática!) sugiere profundidad. Los barcos, se alinean en la playa. La foto, desde luego, es idílica. Cuando sales de la habitación, las escaleras cambian la madera por el hormigón y es donde te cagas en todo por no haberte bajado las chanclas.
Lo primero que hay que hacer, es la medición del nitrox. Eso se hace el primer día, o, como mucho, el segundo. Una vez has realizado la labor evangelizadora entre el personal, son ellos los que miden y se encargan de todo. Omitir este trámite, hace que ganemos unos minutos más de sueño antes de ir a desayunar. Los equipos son enjuagados a diario y son los de las tripulaciones los que los suben a bordo, pero de eso, ya hablaremos más adelante.
Desayunar, comer y cenar son tres acciones que se hacen en la mesa que nos han dispuesto en el salón. Es para nosotros y está siempre montada. A la derecha (según entras) hay un balcón abierto a la playa y al mar. A la izquierda está la barra del bufé. Está atendida por una chica muy mona y con cara angelical que te hace las tortillas y otra dos metidas en la cocina. Para atender las mesas está Kevin (que no sé si se llama así, pero como tiene cara de Kevin, Kevin se queda) y una chica muy joven que siempre está sonriendo, no sé si por que le caemos bien, o porque después de la conversación inicial con Jean Marie esta está más tensa que el tendedero de los Serrano. Desde mi atalaya y mientras me curro un gazpachuelo de lácteos con pasta de cereales deconstruida, lo que viene a ser un vaso de leche con galletas (puto master cheff) voy viendo llegar a la gente. He visto por el lugar macetas con más vitalidad que estos. Silvia, viene con una cara que parece el cojín de un doberman. Como no tienen café, café, hasta que no arranca de forma espontánea me da más miedo que a un poligonero un libro sin dibujos. Kevin, nos atiende con una camiseta de Cristiano Ronaldo, aún no ha comprendido que si el fútbol no le gustase a nadie, el gitano portugués sería simplemente un cani de los de MHYV pero como siga así, le voy a dar tal patada en la papada del pubis que va a bailar hasta la onda vaselina. Manuel y Josema, que comparten habitación, han adquirido poderes de yayo y ya son capaces de dormirse de pie, hacer las preguntas de dos en dos o levantarse de la mesa arrastrando el mantel. Alejandro, Víctor y Viki, con wifi, comentan las noticias que eso parece los desayunos de la dos, en especial, temas deportivos, el de hoy, con Ángel e Irene de invitados, trata de lo raro que resulta que Casemiro salga de los partidos sin antecedentes penales. El desayuno es arroz, espaguetis muy finos que aquí se llaman noodles, verduras, tortillas y frutas con sorpresa, las hay con sabor, y las hay sin sabor. El zumo, es lo más parecido que he visto con la Cruzcampo (no sabe a nada) y el arroz está bien si lo mezclas con algunas de las salsas que hay en la mesa. Luego, como siempre, tortitas con Nutella, que es lo que imprime sobriedad al desayuno.
Lo de comer se hace entre la tercera y la cuarta inmersión. La verdad es que se come bien. Eso del “sírvase vd. Mismo” está bien, por la rapidez, pero mal porque no mides las cantidades y a mí, que me engorda hasta respirar por la boca, no me viene demasiado bien esa anarquía metabólica. Los menuses son comidas típicas, pero sin el toque picante. Tienen nombres sencillos, como pescado picante, pollo con salsa o ese manjar al que llaman cerdo agridulce porque gato mojado en mermelada caducada quedaba poco apetecible. Lo del ¿sabor? De los pasteles del postre, mejor lo obviamos. Menos mal que robé toneladas de Nutella en Milán. Kevin, al que desde mi posición veo que trabaja menos que la ginecóloga de Carmen de Mairena viene siempre a la cabecera de la mesa para echarse unas risas. Ya se ha aprendido lo de la cerveza muy fría y lo del agua con hielo.
La cena, tras la nocturna, es un momento único. Comentamos y nos reímos de como los clientes chinos, a la que entran al salón empiezan a moverse como los velociraptores de Jurassic Park hasta que localizan su presa. Her Stapo y Le Pen se sientan cada noche con los demás clientes, pero, a nosotros, ni se nos acercaron. La cena también es el momento en el que los protocolos varían. Puedes comprar cocos, y te los sirven, pero te los tienes que preparar tú mismo, en versión bricocomania. Las chicas llevan como media hora dándole al manubrio y aún no han sacado ni una cucharada, esos sí, ya han patentado el squirt y el bukake de coco. También por la noche, a veces, sacan mesas y sillas a la playa y se cena a la luz de las velas, en plan Braille, que es una aventura en sí mismo ya que, no ves ni lo que sirven ni lo que te comes. Para amenizar la velada, hay un grupo de cantantes que son como los “cañita brava” de indonesia, que se inventan las letras de las canciones, bueno, se las inventa, porque cantar, solo canta uno, el resto hace uuuuuuuh. En la playa, no solo corretean los cangrejos, también hay mosquitos, pero lo curioso es que no deben volar, más que nada, porque a todos nos han picado en los tobillos. Deben de ser mosquitos vagos, que, como tienen comida a saco paco, no les hace falta volar y se han especializado en saltar, que son como los “parkour” de los insectos.
Bucear en Sulawesi, bien en Bunaken, bien en Lembeh
El buceo en estos lugares no es menos descansado que el que se hace desde crucero. Más bien, yo diría que todo lo contrario. Nosotros, por aquello de mantener el grupo compacto, elegimos ocupar los once un barco. Pero, normalmente, no salen con más de ocho buceadores. Vayan los que vayan, el número de tripulantes no varía, y eso, que hemos visto barcos con menos de seis ocupantes. Con nosotros están el capitán, dos marineros y tres guías.
Ellos se encargan de todo. De momento, montan y suben tu equipo y las botellas para las sucesivas al barco. Las estiban y lo dejan todo preparado. Cuando estamos listos, el barco sale. El mar siempre está tranquilo y la navegación es muy corta. La isla está rodeada por un arrecife que empieza en cuatro o cinco metros de profundidad y luego cae de forma vertiginosa hasta los treinta, cuarenta o incluso sesenta metracos. Son paredes verticales, impresionantes, en un mar azul. Un espectáculo de gran belleza. En cuanto a la vida marina… es incontable las especies que hay, tanto en vertebrados como en invertebrados. La biodiversidad es el mayor tesoro de estas aguas. Nosotros tuvimos contados encuentros con grandes pelágicos, algún águila de mar, atunes, un par de tiburones de puntas blancas y los eternos “jackfish”. Lo que si se disfruta a tope es del resto de peces como las anthias, cardúmenes de salmonetes, batfish, peces escorpión, o invertebrados como langostas, cangrejos, gambas… sin olvidar de una fauna que es más rara que una película sin la colaboración de a3media como peces pipa, pipa fantasma, peces rana, pulpo de anillos azules, caballitos de mar, peces hoja, caballitos pigmeos y millones de nudibránquios. Pero si hay algo que sorprende aquí es la gran cantidad de tortugas que hay. Es como si las fabricaran en estos arrecifes y las exportasen al resto del mundo.
Entre inmersiones, cuando subes al barco, te están esperando con agua o infusiones. Te dejan una toalla que siempre doblan como si fueran ensaimadas para que te seques y mientras te preparan el equipo para la inmersión sucesiva, te puedes dar un bañito o tomar el sol. Hay que advertir que aquí, el sol, pega de verdad y es recomendable darse protector solar. Por ejemplo, veo como Ángel le aplica la crema a Silvia, que, por la espalda no parece haberse esmerado mucho, pero por el pecho, la chica se puede acercar a un asador de pollos que no se quema. En estos intervalos vamos educando a los guías, hablando en un perfecto inglés con conversaciones como la mítica “the divers cataplum in the water glu, glu, glu long que te cagas, no more 50 bar y parriba” y al parecer nos entendieron porque ninguna inmersión terminaba antes de los sesenta minutos. Los guías saben perfectamente las rutas, donde están los peces raros, y flipo cuando dicen eso de que “vamos hacia el este” joder, y que todos saben perfectamente dónde está el este, mientras que nosotros no sabemos ni como se le cambian la pilas a la brújula. Una que disfruta mucho es Maribel, aunque suba al barco con el pelo como si hubiese buceado en una freidora. Irene, está pasando hasta calor y se ha pedido un traje menos grueso bajo el que lleva unos bikinis que tienen menos tela que un parche de nicotina. Silvia, ha optado por un traje de esos que le quedan muy ceñidos, que cuando anda suenan como si pellizcaras un globo y se los tiene que poner y quitar echándose margarina.
Otra cosa que hay que destacar aquí es la corriente, sobre todo las denominadas como circulares confusas, que te llevan de lado a lado del arrecife sin que puedas hacer nada por evitarlo. Nosotros, que somos del género vago, por aquello de no dar palos al agua nos dejamos llevar de lado a lado aunque eso implique no movernos del sitio. Tras comer, se hace la tercera inmersión y luego, a elegir, entre la nocturna o la de los peces mandarín. Las nocturnas son sencillamente espectaculares. La vida cambia totalmente, sin apenas corrientes, con el mar rendido, las luces de los focos van descubriendo un mundo oculto de mil formas y colores. Luego, tras la cena, disponemos de un momento para relajarnos, bien el croquetarium, bien en el bar, hasta las dos de la mañana, para que se note que somos españoles.
Fueron 18 inmersiones en las que la bandera ondeó en lo más alto, llenas de magia y de sorpresa, con multitud de anécdotas como en aquella nocturna en la que el guía nos hizo la señal de hacer la parada de seguridad y “pollito” empezó a dar toquecitos al foco “tiki, tiki, tiki” o cuando Víctor, que había cogido un plátano en Milán, quiso sacarlo en una inmersión y estaba más negro que el sobaco de un grillo.
La última noche, la relación tan buena que tuvimos con los guías, hizo que nos invitasen a una boda. Al principio nos negamos, pero luego, cuando nos enteramos que sería el único lugar de la isla donde podríamos tomar unas birritas aceptamos todos, y así, nos llevaron en grupo, a través de la jungla, que por momentos pensé que seríamos el grupo de extranjeros más sencillo de secuestrar de la historia.
Llegados al lugar, nos encontramos con una carpa, alrededor de la cual se amontonaba la gente donde en un extremo, en una especie de escenario se encontraban el novio y la novia, que no sabría decirte cuál de los dos estaba mejor maquillado, con unos atuendos con los que te mirarían de reojo en una boda gitana y con unas caras que daban más pena que los cofrades en un día de lluvia. Pues allí, con la exquisita sensualidad de un bar de carreteras nos entregamos en cuerpo y alma a un baile amenizado por los “Camela” indonesios.
Lo que nos queda, es lo que tenía que haber sido, pero al revés. Un tranquilo vuelo de Manado a Singapur, otro hasta Milán, donde, esta vez sí, hicimos una escala de menos de una hora y de allí a Barcelona, de nuevo al Ave y un paseo hasta Madrid, donde llegamos cansados, con los parpados como los toldos de un tendedero pero felices con todo lo que hemos vivido.
En el horizonte, el mediterráneo con Columbretes, pero eso, será otra historia.