Blog Post

Si nadie habla mal de ti,
es que estás haciendo las cosas mal.
Raymon Field love.
Spanish poet, but of the goods

El comportamiento asocial es el que algunas personas humanas (o incluso, caterva) deciden tener algún fin de semana que otro, pero de forma inconexa, así, al deslavace vivo. Aunque parezca mentira, no se trata ni de una enfermedad ni de un problema psicológico (que con ser como son ya tienen suficiente) sino de una actitud tomada al libre albedrío, a la sopa boba, al de repente, de por que sí. Vamos, que a un fárrago de gente le da por sincronizar un gruñido neuronal y optan por negar la interactuación con otros individuos o individuas, ya sean de su misma especie o especia. Pero no adelantemos acontecimientos.

Hoy salimos pronto. Me he apuntado al viaje con Rafa, (que es un tipo que lo entrega todo en el trabajo, no porque sea comprometido, sino porque es repartidor), y nos hemos propuesto salir de Madrid antes de las 12:00. ¿Los motivos?, porque sí, porque podemos y porque nos sale de los c… porque nos apetece, que en esta expedición hay niños.

Tres mil canciones y pico que tiene en el pendrive. Con eso, con el solecito que entra de costado, y con la baja rumorosidad del vehículo automóvil estoy a punto de empezar la tele transportación. Lo que pasa, es que el chaval está ávido de experiencias y como ha venido incubando el virus del ansiamasá desde aquellas olas de Terreros, a la que le pongamos al borde del precipicio el paso adelante lo va a dar él solito. Que le ando contando cositas sobre Maldivas, Mar Rojo, Roatán, Riviera Maya y ha puesto las alfombrillas del coche llenas de babas, que parece aquello la cama de un alien.

Llegamos a la Gineta con gusa, pero con calma. Nos damos una vuelta por la zona del “brufé” y ante nuestros ojos se nos abre un abanico increíble de posibilidades. Scubaguetos y Scubaguetas, con la solemnidad que me caracteriza, ya os voy diciendo que los bocadillos de panceta a la brasa con queso manchego de la mancha pueden estar en peligro de extinción.

Con la obligación cumplida, retomamos nuestro camino, con la firme intención de dormir a pierna suelta hasta que paremos en Altea. En la fase REM andaba yo liado cuando sonó mi teléfono móvil. Es Peña, que me pregunta nosequé, pero con el manos libres, que llámame suspicaz, pero lo mismo es que pretendían cachondearse de mi persona, pero en directo. Mira que en ocasiones le he dicho (a Peña) que en estas escapadas se comporte con naturalidad, que sea él mismo, excepto cuando es gilipollas, que en ese caso mejor que sea otro.

Llegando al hotel, llamamos a Rebeca para asegurarnos si estará en el centro para descargar ya los equipos. Como vamos bien de tiempo, cogemos las habitaciones, nos apretamos una Alhambra, nos damos un baño y, finalmente, bajamos a Buceo Altea (Celacanto) para descargar equipos…

El centro de buceo… ¿qué puedo contaros de Celacanto?

Pues empezaré diciendo que llevan años de experiencia acumulados, eso no se lo quita nadie. El centro está a escasos metros del puerto de Altea, lo que evita desplazamientos en pateras con ruedas de esas en las que vas tan apretado que empiezas a empatizar con las anchoas de Santoña. Para que no tengas que hacer esfuerzos en el traslado del material, tienen a disposición de los distinguidos clientes (y también para nosotros) dos carros para cargar los equipos, el de la derecha y el de la izquierda. En el coche que está en doble fila, se cargan las botellas necesarias para la segunda inmersión, los equipos ligeros y lo que no haya entrado en los carros. Los buceadores/as solo tienen que darse un paseíto hasta los barcos.

Para entrar al resto de instalaciones, hay que bajar unas escaleras y llegar a la puerta del centro. Del local que conocí cuando hacía mis primeras inmersiones recreativas al que hay actualmente han cambiado muchas cosas, y es que, Rebeca, que de las dos chicas que verás por allí es la que tiene el pelo que parece que haya lamido un pararrayos, es de espíritu inconformista y lo mismo le da por el bricolaje que por la jardinería. Por eso, hay unas sillas y unas mesas así en plan anuncio de catálogo de Ikea y en la barandilla unos palets de los que sobraron en la reforma y que ahora tienen macetas con geranios, que eso parece un patio cordobés. En la fachada, han abierto dos grandes ventanales que a la vez que airean el interior proporcionan mucha iluminación extra. La única queja, es que la barra que han colocado en el exterior no funciona como tal, que tú vas con la ilusión de pedirte unas cañas con su tapita y te miran con la misma cara que Rosy de Palma oliendo una mierda. Pero seguimos.

Según entras por la puerta, a tu izquierda, hay fotos vintage de esas que se hacían con carrete, que como con el paso de los años han perdido color, son aptas para daltónicos. Justo enfrente, sigue la placa de agradecimiento por un rescate realizado hace muchos años, pero que a mí, me sigue impresionando. A la izquierda está el mostrador que utilizan para gestionar lo de la burocracia, que con tanto papel no sabes si estás en un “divecenter” o en Bankia firmando una hipteca. Como os estaba contando, este mostradoe, está a doble altura, por lo que tú, desde fuera, ves personas enteras, pero ellas desde dentro, te ven solo el pecho, la cabeza y las manos, que da la impresión de que somos como los muñecos de barrio sésamo, lo mismo por eso las dos de dentro están riéndose siempre.

Por fuera del mostrador, hay dos carteles para dejar las bombonas desinfladas y coger las bombonas infladas y justo enfrente, están las pilas de endulce, las barras para colgar los equipos y las duchas. Que entre todo el agua que se desborda de las pilas, la que chorrea de los equipos y la que se escapa de las duchas, se pone el suelo que parece las marismas del Guadalquivir. Menos mal que Celacanto es un centro con mucha gente y muchas fregonas de esas de “heavy duty“, que después de un fin de semana fregando a degüello para quitar tanto líquido, has pillado tal nivel de pericia que ya puedes representar a España en el próximo mundial de Curling.

Tras el muro hay un pasillo con dos bancos de esos como de asilo, blanquitos, las perchas para colgar la ropa y una repisa para dejar las bolsas. Para almacenar los equipos, también hay cestas de fruta, donadas seguramente por el super de la esquina, si bien, los del super de la esquina, aún no son plenamente conscientes de su generosidad. Al final, hay un cuarto oscuro, al que solo puedes acceder si tienes el carné de Staff y donde se tiene que sufrir mucho, porque, el que entra allí sale con más sudores que Cristiano Ronaldo abriendo una carta de hacienda.

En definitiva, que es un centro de buceo muy recomendable para los que les gustan los mundiales de curling o sudar abriendo cartas de hacienda.

Volvemos a lo nuestro. A las nueve y media, con casi todo el mundo ya fichado (faltan las tres reinas que han decidido que el camino más corto entre dos puntos es el que pasa por Murcia) comenzamos la cena. Allí está la patrona de la música (Cecilia) en plan dominatrix manteniendo una disciplina de combate más eficaz que la del Afrika Korps. Desde mi atalaya de observación, puedo ver a casi todo el mundo, menos a las tres reinas, que aún no se sabe si están mirando para Murcia o para Cuenca, pero que estar más perdidas que Pakirrín en una biblioteca, lo están.

Tras la cena, se hace evidente la fractura existente entre los asociales y los socializados, por aquello de las distintas ubicaciones a la hora de tomar los cubatas. Tampoco hay que exagerar la hora de la retirada, ya que, la cita para mañana es a las 8:30, cosas de Sonia, que como tiene la zanja en obras se le ha puesto el mensual carácter de tertuliana, que ahora mismo, entre ella y Cecilia mandan en España más que Felipe VI, Rajoy, Carmena y Florentino Pérez juntos.

El amanecer en Altea es precioso. El sol sale entre las palmeras y el cartel de la nave de enfrente pintando el cielo de un idílico color rojo intenso. El agua de la piscina se vuelve dorada y asomado al balcón puedes disfrutar de los graznidos de las gavio… de los patos de mar. Dirías que estás en un crucero de lujo si no fuera porque los coches y camionacos que pasan constantemente por la carretera se encargan de sacarte de la realidad. Y es que, esto del amanecer a las siete de la mañana, está muy bien, pero si fuese a las once, sería la ostia.

Creo que en el próximo scubartículo al que titularé “Si la ONU abolió la tortura en 1948 porqué tengo yo que soportar vuestras tonterías también en el desayuno” hablará sobre la necesidad vital de disfrutar de un momento de paz personal y recogimiento diario.

Son las ocho de la mañana la gente ya está desayunada, lista para bucear y yo aquí, pensando en si me partiré el cuello durante la siesta que me voy a marcar en cuanto vuelva. En un lado del salón, muy discreto y apartado de la mirada del resto de comensales, están compartiendo mesa los asociales. Villa (Que se levanta con la misma cara que pone cuando va a estornudar pero no puede), Fernando (que ahora que ha perdido peso se parece a Mickey Rourke recién levantado), Rubén, Josete y Miguel, que para que nos enteremos que es de Castellón viene con el chándal del equipo de la ciudad, que está en tercera división y no lo conoce casi nadie. Coño, ven con el traje regional de “castellonera” y así es más fácil de relacionar.

Fuera, fumando, están Peña (que es la única persona que conozco a la que le ha mejorado un ictus), Sonia y Pollito que sigue buscando ese príncipe azul que se ponga morado a bucear. Bajando, ya más orientadas, andan las tres reinas: Mer, Carmen y Begoña. Así como añadido a los de la asocialidad, está pablo, que no digo que sea feo, pero que calladito… está más callado. Así, “sueltos”, han venido Rafa, Raúl (que no dudo sobre su dominio del inglés, pero se pensaba que caimán significaba “hombre de Cádiz”) y José Antonio, que lleva toda la noche imaginado lo que Freud pensaría sobre todo esto.

Emparejados han llegado José Antonio y Raquel, Nieves y Vallekas, Luis y Mabel, Santi y Ana y, por último, el otro Rafa y Silvia que van todo el día de la mano y dándose abrazos, que parece que hubieran sobrevivido a una catástrofe natural. Mención especial para los “peques” Héctor, Iván (que tiene más peligro que un indio detrás de un árbol) y Yaiza, que son los que le dan un aspecto serio a esta escapada.

Del hotel al centro hay un camino cojonudo, porque carece de rotondas, eso, significa que Peña no va a pasarse media hora dando vueltas.

Llegamos a Celacanto. Allí nos encontramos con Rebeca, que parece que ya tiene asumida esa máxima del buceo que dice que: “ya que todo va a salir mal, disfruta”. En la recepción, captando titulaciones, seguros y certificados médicos está Patricia, que ya anda más más desbordada que el de atención al cliente de Ryanair. Pero… ¿Cómo puedo ser tan despistado?.

La gente de Celacanto, ¿Qué puedo deciros sobre la gente de Celacanto?

Por un lado están Paco y Curro, pero por el lado de lejos, vamos que estar, no están. Coordinándolo todo está Rebeca. Su signo del zodiaco debe de ser de exclamación porque se pasa todo el día gritándonos. La del pelo cortado a “bocaos”, que si lo tiñes de rosa se parece a la versión choni preziosi de mi pequeño poni, es Patricia. El muchachito de barbas, que hace las veces de becario es Alfredo, que no digo que sea viejo, pero cuando Moisés abrió las aguas allí estaba él, cogiendo coquillas. Hoy también nos guían José y Jorge que lo van a pasar peor que el perro de un vegano.

En fin, que como la crónica empieza a ser más densa que un batido de escombros, y aún no nos hemos metido en el agua…

…Empezamos a repartir botellas y lastres y a cambiarnos. De nuevo, los asociales buscan su lugar apartado, que observo que, esto de las mochilas de campaña, las camisetas de marcar pezones y los chambergos se les empieza a ir de las manos, y cualquier día van a venir vestidos como los caballeros del Zodiaco. Mención especial para los tatuajes, que los hay como el de Rafa (el Fernández) que como es de género despistado, lleva tatuado el nombre de su hijo, para que no se le olvide y como el de Rafa (el del móvil grande) que se ha tatuado el cuerpo con dibujos sacados que parecen sacados de la pizarra de un parvulario. Por mi parte, yo, cuando me quito la camisa, soy como Mario Casas, un mal actor.

Resumiendo, hay dos tipos de buceadores, los que pasan frío por lucirse y los que con tanta capa de neopreno pierden la forma humana.

Nos subimos a los barcos. El primero que sale, el asocial, va camino del Mascarat, nosotros, vamos a empezar a lo grande y ponemos rumbo a la isla de Benidorm. El mar está tranquilo, dócil, sin olas. Su aspecto oleoso anima a pensar en buena temperatura y ausencia de corrientes y, por si fuera poco, el día está soleado. Llegamos a la Llosa y fondeamos. Hay al menos cuatro barcos más. Pero todos están en el agua, por lo que, aunque ahora esté tan petado de buceadores/as, que si tiras un plomo al fondo, descalabras a siete, en diez minutos nos vamos a quedar solos.

Y estar solos en la Llosa, es una pasada, algo muy top, guay del Paraguay o dabutín. Sin corriente, con 22º de mínima, con visibilidad, con luz, y con toda esa vida…

Vamos. Al agua. Al principio, parece fresquita, pero luego el cuerpo se queda caliente, como cuando te pegan un balonazo en la oreja y empiezas a disfrutar con los sargos, las brótolas (en cada grieta), las morenas, congrios, cabrachos y los dent…inos. Una verdadera explosión de vida. La pared está plagada de nudibránquios y la entrada a la cueva de la virgen está flanqueada por dos enormes pulpos. Hay un dentón enorme dando vueltas por los grandes bloques y de vez en cuando un gran espetón cruza por en medio del cardumen de castañuelas. Bordeando los treinta metros, encontramos las langostas. Más completa no puede ser la inmersión.

Solos, en superficie, bañados por el sol que nos permite recuperar temperatura, cambiamos botellas y navegamos hacia nuestro segundo destino, los arcos.

La Llosa nunca defrauda, es cierto, pero lo de los Arcos empieza a ser de otro nivel. Y eso que, a Peña, le ha dado por innovar ruta y se va para lo azul oscuro con la misma mirada de decisión de un chihuahua lamiéndose las pelotas.

Si es que hay gente que es como un agujero de gusano pero sin agujero de…

La cosa es que con este ansia de dar aletas que le ha poseido, en muy poco tiempo llegamos a la esquina. Allí, a los veinte metros, sí que encontramos una termoclina marcada, pero, a cambio, hay mucha vida en movimiento: Dentón, medregal, águila de mar, y grandes cardúmenes de sargos, salpas, chopas, castañuelas y bogas, vamos, el coctel perfecto como para quedarte allí, apoyados sobre una roca, si no fuera porque los ordenadores empiezan a ponerse muy nerviosos con lo de la deco y ya estamos escuchando más pitidos que en un partido de regional.

Terminamos la inmersión y regresamos al puerto amparados por los acantilados de la “sierra Gelada”. Una vez de vuelta a Celacanto, recogemos todo y sin prisa pero sin pausa, al hotel, a comer. La decisión grupal es la de subir al “poble antic” para tomar un helado, que por lo visto, ahora, es el sustituto ideal del ansiamasá igual que el chocolate lo es del sexo. Como vamos justos de tiempo, las probabilidades de siesta se desvanecen, por lo que se me está haciendo el día más duro que subir a gatas el Anglirú. En las calles de la vieja Altea, nos encontramos con Villa y sus secuaces. Al parecer, su escondite no era tan bueno. Después, a la heladería, a pasar el tiempo viendo las vestimentas de los que se casan y sus invitados. Algunos/as pensáis que soy muy criticón con las causas ajenas, y estoy, en parte, de acuerdo con esa apreciación. Es cierto que no seré el más guapo ni el más listo, ni el más amable ni el más digno. Seguramente, no seré perfecto, pero se me ha olvidado lo que iba a decir.

Tras el helado, directos a cenar, antes de las nueve y media, que si a la hora fijada a la cenicienta se le convertía el coche en una calabaza, como nosotros no lleguemos a tiempo al salón, Cecilia nos va a remoñonear a collejas, que es un destino mucho más temible, qué duda cabe.

Tras la cena, la terraza del hotel invita a la conversación. Allí está Peña, que lleva la misma camisa desde el jueves, que con barbas y despeinado solo le falta un carrito de supermercado lleno de cartones para ser igualito al señor Barragán. ¿hablamos?, no, elucubramos, sobre los guantes de buceo reversible y su incidencia en las posiciones de buceo, sobre las relaciones sexuales, sobre las azafatas o sobre lo que les ocurre a los que hacen un globazo. En un momento de tregua, decido ir al servicio para aliviar la vejiga de tanto amaretto acumulado. No llegaré a comprender nunca a los creativos modernos, esos que deciden poner una luz que se apaga cada treinta segundos para hacer que mear en los baños sea una experiencia inolvidable. Acumulando historias y anécdotas pasa el tiempo y llega la hora de irse a dormir. Detecto cierto bienestar en la gente, y es que, bucear como se bucea en Zona de inMersión, no se bucea en ningún circo.

¿Habéis visto la furgoneta nueva de Rubén?.
Ya os dije que meter un euro en un bote cada vez que os masturbáis era una buena idea.

Peña, que ayer pasó fresquete en la inmersión, vuelve a dejarse el traje seco en el hotel. Lo que pasa es que hemos instaurado el “así, más o menos como tú” como medida estándar para las talla de los trajes de buceo, y el tío lleva puesto uno de Sonia, que le queda así como ajustadito, marcando todo el grumo, pero como es de tres milímetros le filtra agua continuamente y se va a poner al borde de la hipotermia a menos que la inmersión se alargue un poco.

Pollito, a que le saco tantos años como kilos, que si bien por un lado me está obligando a tener una higiene de uñas impecable, por el otro me desmoraliza costantemente, que la chiquita va a llevarse el ansimasá 2017 a base de tiritonas. Sonia, pese a que yo soy de contorno espacioso, se ha empeñado en que compartamos una cama más estrecha que la de Pin y pon, y me ha dado esta noche más patadas que Casemiro bailando ská. La gente preguntándome cosas a primera hora de la mañana, cosas continuamente, cosas de todo… ¡ joder, las duchas de una cárcel turca son un spa al lado de la mañanita que me están dando !

Y eso que aún falta lo del buceo. Todos esos que piensan que las cosas no pueden empeorar, son, sin duda, unos impacientes.

Otra vez en el centro, a la vorágine ansiosa de pillar botellas y plomos. A cargar equipos, estibar los barcos y salir con rumbo a la Llosa, donde ya está amarrada la barca de los asociales. El mar, está mucho mejor que ayer. Pero, hay una nubosidad persistente que nos priva de la luz del sol y ha comenzado a notarse una corriente creciente en intensidad. Pese a todo, en cuanto desciendes por la pared, todo se vuelve tranquilo. Oscuro, pero tranquilo.

Mientras buscamos las referencias que nos llevan a la segunda Llosa, me encuentro entre las piedras con un enorme ejemplar de cabracho. La posición es muy fotogénica por lo que le indico a Irene que se acerque mientras me cuelo entre los bloques para tener el ángulo bueno. Lo que pasa es que, esta vez, he olvidado esa máxima del buceo que dice que “antes de entrar en un lugar, tienes que fijarte por dónde se puede salir“, y tras obtener la imagen tengo que rozarme más que los muslos de un niño gordito para salir de allí, que he dejado la cueva con más mierda que la bayeta de un burguer. Con disimulo, para que no me vea nadie, seguimos ruta y atravesamos la pradera, buscando la fría profundidad de la segunda Llosa. Allí llego acompañado por Sonia, Luis, y Mabel, que ponen la misma cara que un perrillo vietnamita cuando se rasca el culete con la moqueta y me avisan por señas de que allí no bajan ni de coña, ya que, la termoclina, es más densa que un batido de adoquines y tiene un aspecto nada hogareño.

Regresamos, pues, a los grandes bloques y seguimos por la pared sorprendiendo a las gambas que se afanan en limpiar la dentadura a sus compañeros de piso. Hay congrios, muchos congrios en los agujeros, y en las cornisas más altas, bastantes ejemplares de murión y morena. Hay que hacer una pequeña parada antes de romper la superficie y subir a la barca, para hacer el intervalo en superficie navegando rumbo a la mediana. Para los que tenemos hambre después de la inmersión, las galletas que ha robado Sonia son como caviar para los ricos, migas para los pastores o torreznos para los currelas.

Superamos un par de dificultades a la hora de recomponer los equipos, y eso que siempre he dicho que cuando se aprieta una primera etapa DIN deberíamos tener siempre presente que luego la va a tener que abrir un ser humano. Buceamos pues en la mediana. Alfredo, sale primero con su grupo. En esta inmersión será mi compañero asimétrico libre asociado. Yo voy por delante de los que quedan. Vamos por la pared, procurando no coger demasiada profundidad hasta llegar a la esquina, de repente, picada a treinta metros y unas piedras llenas de tiburongríos. Los Nacho Vidal de los congrídos. Si el Frank de la jungla se encuentra uno de estos se caga por la pata abajo. Seguimos abriéndonos un poco hasta sorprender al pez luna, y de aquí, por la grieta que ha decidido ocupar una tembladera, empezar el ascenso por aquello de descontar minutos, que mi ordenador está ya pensando en ponerme de cara a la pared como castigo.

Subimos al barco, en el que Jorge se ha encargado de estibar todo correctamente que así, los frioleros se pueden sentar en el suelo para que no les dé ni una pizca de viento, que ya están más azules que el trueno azul cuando cruza el cielo azul, que los pitufos que van todos de azul, que Pancho y Piraña de verano azul, que la lata de Pepsi, que es en parte azul o que el paquete de trujas, que también era azul.

Viendo este grupo, entiendo que hay gente que tiene bondad, otros belleza, otros dinero y Sonia, lo que tiene, es hambre. Y como ya se considera deporte de riesgo hablar con Sonia cuando tiene hambre, hay que ir agilizando lo de recoger. Antes hay que despedirse de los asociales, cuando Villa termine de hablar por teléfono con la jefa, que ya se sabe: dos no discuten cuando uno está buceando. Tambien hay cariño para los socializados, por supuesto, no vayáis a pensar que los odio, de hecho, si se estuvieran ahogando y yo pasara por allí con una barca, hasta os saludaría.

Nos queda lo de siempre, carretera, bocatas en los Chopos (el bufré cierra a las cinco) y regreso con la silueta de Madrid recortándose con la puesta de sol y con Cartagena en el frente, pero eso, será otra historia.

El miércoles, al hospital, para lo de las pruebas médicas, aunque, lo mismo es que engordo porque estoy haciendo la “operación bikini para el lado que no es…

Zona de inmersión. No dejes que nadie te amargue la inmersión, si una no vale, ya vendrá otra que saque lo mejor de tí.