LA AZOHIA. EXPEDICIÓN “Streaking”. 27/10/2017
El Síndrome de Stendhal se caracteriza por la ansiedad física, las experiencias disociativas, la confusión, el exceso emocional, incluso por las alucinaciones que una persona padece cuando contempla una obra de arte. Esto ocurre, generalmente, cuando se está observando una obra particularmente bella o se concentra de manera exagerada en una sola creación. Podemos designar bajo el mismo rótulo a la reacción similar que experimenta una persona cuando se enfrenta a una inmensa belleza en el mundo natural. Por lo general, esta experiencia es limitada y las personas afectadas no necesitan más que pequeñas medidas de apoyo, pero, no adelantemos acontecimientos.
Esta escapada comienza meses atrás, precisamente, la última vez que intentamos una inmersión de infantería (entrando desde tierra para los menos leídos) en la que, al salir, los de Greenpeace me ponían toallas húmedas por la espalda y me metían rodando de nuevo al mar. En otra ocasión, visitando las instalaciones del zoo, me caí en la piscina de los leones marinos y me nombraron su nuevo macho alfa. Me di cuenta de que empezaba a atraer a las mujeres de forma gravitacional y decidí ponerme a dieta, pero en serio. De manera que, pedí cita con la endocrino y ya en la primera visita y sin ninguna analítica que sostuviera sus argumentos me dijo que tenía un cuerpo de infarto, es decir, que si me tomaba un flan de queso del Felipe más, la diñaba. Ya tengo muy claro que, a medida que me quedo calvo mis ideas son mucho más descabelladas, así que me propuse empezar con el régimen impuesto el día antes de empezar la escapada a la Azohía, un error, craso error, pero no adelantemos acontecimientos.
Jueves. Sí, jueves, porque está historia empieza un jueves. Según el Feng shui, los jueves son el día ideal para conectar con nuestra parte espiritual, es el día en el que tenemos más fuerza de voluntad para crecer y probablemente los negocios o proyectos que pongas en marcha saldrán muy bien. Si esos proyectos los pones en marcha con Zona de inMersión, serán la ostia. Repaso con mi tradicional disciplina y exactitud tanto mi equipo de buceo como mi equipaje. Durante estos años he desarrollado una técnica infalible, yo pregunto -¿Cariño, seguro que está todo?- y la brisa me devuelve un roznido tan grácil como vesicante, un voz que suena como un coro de urutaús confirmándome que todo está como tiene que estar. No sé en qué momento de nuestro matrimonio pasamos del “ya voy mi vida” al “que ya voy cojones”.
La cuestión es que estamos esperando a Carmen y a Rafa, que se han propuesto pasar unos días de más en Murcia y que se han ofrecido a llevarme en su coche.
Carmen y Rafa, ¿Qué puedo contaros de Carmen y Rafa?
En principio, a primera vista, y dada su edad… Bueno, podría deciros su edad, pero luego tendría que mataros, claro, pero para que os hagáis una idea, cuando Moisés abrió las aguas del mar Rojo, allí que se los encontró, a los dos, buscando coquillas. Como os decía, dada su edad tú te imaginas a una de esas románticas parejas de jubilados que siempre caminan de la mano, ella mirando al horizonte y el escuchando el carrusel deportivo en un viejo transistor, pero no, Carmen y Rafa son la élite de una raza de mayores fibrosos, ágiles, con riñonera y chándal que lo mismo se tiran en paracaídas, que hacen puenting o que te sacan los colores en clases de zumba, porque claro, con tanto gym y tanto yoga, tienen la misma preparación que un ninja, que ya no me extraña que cuatro de estos te tomen el control del bufé de un hotel de playa en cero coma.
Carmen, de los dos, la que tiene el pelo como un chupachups de escarola, tiene aspecto angelical, unos andares -que ya los hubiera querido la Schiffer- y un swing de caderas que si le pones una gorra del revés, una sudadera amplia, dos collares como los del negro del equipo A y la dejas recitar algo de Góngora se come al Daddy Yankee al Eminem y el 50cts juntos. Últimamente, quizás influida por la serie de Harry Potter, generó la extraña adicción de querer entrar en Hogwarts por las puertas de servicio jugándose la pelvis en caídas que pondrían los pelos de punta hasta a los de humor amarillo. Eso sí, estilosa ella, no se resigna al ostión proletario en la puerta del Mercadona sino que viaja a lugares exóticos como el caribe o Malasia para hacer el salto del tigre sin red. Ahora bien, a la que le mencionas un destino de buceo de los calentitos, pone las orejas como un doberman, te agarra el brazo y te pregunta eso de: “a ver, a ver, qué es eso de Moalboal”.
Rafa, es de los dos, el que no dice continuamente “calla Rafa”, que si le pones una gorra de capitán de barco de todo a cien podría pasar por el Hugh Hefner latino. Por lo que cuenta, porque eso sí, contarlo, lo cuenta, ha estado viviendo en varios países trabajando en asuntos exteriores, vamos, que tiene muy claro que la palabra es mucho más fuerte que el brazo, y eso, que cuando le escuchas hablar, porque eso sí, hablar, habla, nunca te agrede los oídos con “haigas”, “picsas” o “tasis”, y es reconocido mundialmente por ser el único ser humano capaz de iniciar una conversación sumando dos más dos y no parar hasta que el resultado tenga decimales.
Dicho esto, los dos supuran pasión por el medio acuático y se les nota más felices que el de bricomania en un desguace cada vez que vienen a bucear, vamos, que si Arturo en lugar de Excalibur hubiera tenido que sacar a uno de ellos de una inmersión no hubiera sido rey de Inglaterra en su puta vida.
Y así, finalmente, llegamos a La Azohía.
Lo primero, como siempre, es llamar a Miguel y/o a Sol para que nos abran el centro y dejar los equipos.
Amigos del azul, ¿qué puedo deciros de Amigos del Azul?
El centro de buceo está ubicado en un chalet justo enfrente del mar y “aquí, al ladito” de cualquier otra parte de la bahía de Mazarrón, considerando que, “aquí al lado”, es una expresión muy común en Murcia y que equivale a una distancia comprendida entre diez metros y cuarenta y dos kilómetros.
Como se llaman “Amigos del Azul”, la fachada está pintada de azul, como el atún del norte que, es un pez azul, los pitufos que iban todos de azul, Pancho y Piraña de verano azul, la lata de Pepsi que es en parte azul, el trueno azul cuando surca el cielo azul o el paquete de Ducados que también es azul. Tras la valla encontramos una terraza muy grande, donde se dejan los percheros para los trajes y los remolques donde más tarde cargaremos toda la bombonería. Claro, que, cuando hay efervescencia de buceador*s entre las botellas, los equipos y los remolques, a la que vayas descalzo, te puedes dar un golpe en el dedo meñique con cualquier cosa, y, como todos sabemos de toda la vida de Dios, la única cura para el dolor por impacto de cosas contra dedo meñique es dar vueltas en círculos a la pata coja, por lo que, si estás en la terraza alta, puedes amenizar la fase de equipamiento viendo un bonito espectáculo de gente dando vueltas a la pata coja, que parecen los sioux bailando la danza de la lluvia.
La segunda terraza se separa de la primera por una ingeniosa escalera, que, hoy en día, está cubierta de una sustancia antideslizante muy semejante al “chapapote”, pero que antaño, cuando tenías que bajar los dos peldaños sin calzado y con los pies mojados te sentías más inestable que un avestruz pisando canicas. En este espacio, a la izquierda según entras o a la izquierda si sales de espaldas hay una jaula como la de las rapaces del zoo que se utiliza para archivar los equipos. Para separar ambas terrazas, han recurrido al original sistema de poner, en lugar de tiestos, cubos de endulce, que así, tan redonditos, tan llenitos de agua, son una constante invitación a la travesura. Dos mesas con sus bancadas a los lados sirven para descansar hasta que llega la hora de bucear.
Entrando, a la izquierda, está el vestuario de las chicas y a la derecha la leonera de los chicos. Justo enfrente el mostrador de Sol, el aula donde se dejan las bolsas y la entrada al compresor, lugar donde pediremos las botellas. La dinámica es sencilla: Pides la bombona, perdón, bombonas, que nosotros siempre hacemos inmersión doble. Pides la bombona, montas el equipo y lo cargas en el remolque. El equipo ligero irá en las furgonetas. Bueno, furgonetas.
Hay una gris, llamada cariñosamente “la morita” que, por decirlo de alguna manera, bebe de fuentes de inspiración minimalista. Consta de volante sin dirección asistida, que callejear quince minutos con ese vehículo equivale a trescientas horas de pesas. Tiene tres filas de asientos con menos acolchado que la cama de un faquir y espacio útil posterior que lo mismo sirve para llevar equipos que para llevar a los lentitos que no se han sentado a tiempo. La azul (como el atún del norte y tal y tal) es ideal para las nocturnas. Como tiene menos luces que el barco de un contrabandista se confunde con el entorno. Es como una sombra, como el coche de Batman pero sin gilipolleces. “Sombrita”, la vamos a llamar a partir de ahora. Con adelantos del siglo XXII como los retrovisores adaptables, los intermitentes escamoteables o la apertura de puertas por cable quizás sea la que más personas puede transportar. Nosotros nos metimos doce, aunque, como no arrancaba, nos tuvimos que bajar. La última adquisición “Blanquita”, es nueva, aunque ha visto cosas que muchos no recordábamos, como por ejemplo, la crisis de los misiles cubanos.
Una vez en el puerto, cargamos los tres barcos de los que disponen nuestros Amigos del Azul (como el atún del norte y tal y tal). De pequeño a mayor, estarían el “Ilusions” que ahora se viste de gris (antes era azul, como el atún del norte y tal y tal) y es una semi rígida con escalera a un lado, muy cómoda, por cierto. El botellero es centralizado y con el motoraco que tiene es, sin duda, la más rápida de la zona. El alverdr, aldegr, alberdan, aldriel, el barco blanco es mucho más lento, pero más espacioso. En proa hay un W.C. químico metido en un tambucho que si eres capaz de mear allí sin salpicarte te convalidan cuarto de contorsionismo. El suelo es de rejilla (como las medias de una choni) y en el medio, la tapa del motor, sobresale para ofrecer un sitio cojonudo para dejar las aletas. Lo bueno, es que tiene una zona que se mantiene seca y te puedes cambiar a bordo, o, mejor aún, dejar los bocadillos (cuando se acuerdan de traerlos) sin peligro de que se ahoguen. Para entrar al agua, se quita una trampilla que da acceso a una plataforma amplia y con una escalera cómoda. Al arrancar el motor conviene separase de la popa ya que, según Luis, el pelargón de las bujías hace perla y suelta una humareda que parece que nos estén asaltando los navy seals. Ahora bien, es realmente cómodo para bucear. El otro, el grande, aún está en fase de evolución, a ver que nos sale.
Lo mejor, sin duda, como siempre, lo que hace que la experiencia sea única, es el trato que te da el personal. Del fondo a la luz te puedes encontrar con Andrés (no “paha ná”), Rubén que con esto de ser instructor le ha entrado la seriedad y se le pone carácter de tertuliano o Bruno (brugnó) que le ves siempre sin camiseta como los espartanos y como tiene las manos que parecen peinetas de berenjenas la primera impresión es de dar más miedo que abrir una carta de la agencia tributaria. Begoña es la que lo mismo te da un curso, que te guía una inmersión, que te patronea el Ilusions. Siempre va con esa cara de anuncio de cereales para el desayuno con la sonrisa puesta desde las seis de la madrugada, que le sacas una foto a traición y sale sonriendo, no como yo, que si me sacan una foto antes de las once y media de la mañana salgo como si me hubiera poseído la niña del exorcista. Miguel Ángel, el “Boss”, es un tipo serio, curtido, que lleva tanto tiempo en esto del buceo que tiene más cicatrices en las manos que el masajista de un puercoespín. Si veis un Audi 6 aparcado en la puerta, seguramente, vayas a llevar a Martos como patrón. En época estival también anda por allá Rosalía, un alma libre que lo mismo te viene con el pelo de un color más rojo que el mono de un ladrillero, que se hace un peinado de esos afros que parecen las cortinas de bolas de una puerta. La que siempre ilumina más que la sección de lámparas del Ikea es Sol, interlocutora válida, mediadora, negociadora y sobrecogedora, es decir, que coge todo lo que viene en sobres.
En definitiva, un centro de buceo ideal para quienes gustan de llevar el pelo rojo como el mono de un ladrillero o quieran convalidar cuarto de contorsionismo.
Con cierta tranquilidad y ante un mar completamente en calma nos preparamos para cenar. Sinceramente, a mí, que hace unos días abría el frigorífico y me comía hasta la goma de la puerta porque estaba a punto de caducar, salirme de lo que nos ofrece Sergio me cuesta bastante, sobre todo, a la hora del postre, que como el camarero siga recitando todas las tartas que tienen le voy a saltar a la yugular. Y eso, que por la mañana, cuando paramos en “Los Chopos”, resistí las tentaciones de panceta como San Antonio ante los demonios, que yo no os quiero decir nada, pero creo que a los torreznos les echan drogas para que ansíen.
La primera noche ha pasado. El viernes amanece sereno, fresquito, con ausencia de viento un sol anaranjado por detrás de las montañas y un mar más calmado, si cabe, que ayer.
Tengo que quedarme en la terraza, mientras veo como salen hacia el puerto los carros de los que van a bucear, porque esta mañana tengo que hacer las aguas confinadas con Nacho. La verdad es que el tipo este le echó más huevos que a un desayuno continental viajando toda la noche para estar en la playa a primera hora. No es extraño que cuando terminamos los ejercicios el hombre estuviera más frio que el candado de un iglú.
Tras el almuerzo, un mínimo descanso y a empezar a recibir a toda la caterva que ya está en carretera. Por ejemplo, Gloria, que es la primera en llegar. Luego aparecen Rafa, Alex, Paloma y Noa, que seguramente sea la más interesada en meterse en el agua. Esta, sí que tiene ansiamasá. Le gusta el mar más que a un concejal de urbanismo un maletín. Le da lo mismo por la mañana, que por la tarde, que por la noche, cada vez que baja al mar, ya está hociqueando la forma de meterse entre las olas. Es una pena que no haya un OWD para perr*s.
La “Morticar” hace acto de presencia llenita de gente. Quitando los dos alumnos que se han incrustado, vienen Luis el “sospe”, Irene “pollito”, Sonia, Mirian (otra que siempre tiene una sonrisa de esas como la valla de un jardín pintada de blanco) y Manuel, que se va a quedar otra vez sin nocturna por esta afición desmesurada que ha cogido por los helados. Juan, Isabel #1, Irene y Juanito llegan a continuación. También aparece mi tocayo, José Luis, acompañado por Lydia, que no ha empezado aún a bucear y ya ostenta el “epiquísimo” record de mantener una conversación con Rafa ella solita. German, Eduardo, Pablo (que no sé por qué dicen que es un inútil total, ya que, al menos expulsa co2 para que las plantas puedan seguir viviendo) y Daniel quedan alojados en el bungaló con baño. Luego llegan Soraya y Stefano (que jura y perjura que es oriundo de ese país imaginario llamado Italia) y las últimas Mer y Vanesa. Molano, Carlos, Álvaro, Marta, Daniel “M” (así, con letra entrecomillada, como las spice girls), Leandro y Juan ya están alojados para alegría de Eva, que estaba más inquieta que el de Walking Dead en un cementerio de Gremlims bajo la lluvia por aquello de pensar que venir a una población centenaria implicaba retroceder a la edad media. A David y a Santi no les veremos hasta mañana porque se pararon a preguntar en Cartagena y han tenido que hacer noche allí.
Que no quiero decir ni que sí ni que no pero, en esta ocasión, hemos reunido a 37 personas para bucear, y, si contamos las que hemos movido en el resto de escapadas, así, a ojo, me sale un número superior a los fans de Pablo Alborán, todo un orgullo.
Total, que nos aventuramos a la cena, porque, lo de ver los “pececicos” de noche va a ser que no. A lo mejor, es que antes nos daba lo mismo hacer cuatro inmersiones que cuarenta porque no sabíamos contar, no sé. Lo que sí que tengo claro es que una escapada sin nocturnas ni inmersiones extras es más sosa que una guerra Mundial sin Alemania. Eso sí, liberados de los efectos narcóticos del nitrógeno, las conversaciones en torno a la mesa dan para mucho, en especial, cuando damos las instrucciones sobre los horarios del día siguiente y alguien propone eso de ir desnudos para ahorrar tiempo. Un nuevo aspirante a “Borraja” que se une a la lista. La Scubacomida del año que viene va a estar entretenida.
Lejos quedan, pues, esas noches con buceo nocturno. Suspendidas hasta nueva orden, quedan, también, esas parrilladas de carne que nos apretábamos y en las que dejábamos a Pepa pig sin amigos. Ahora, en su lugar, preguntamos a l*s camarer*s si tienen esas tortitas de trigo que parecen posavasos, bebemos cerveza sin alcohol o leche de soja desnatada (Cruzcampo) y nos reunimos bajo la luz de unos fluorescentes que languidecen ante la oscuridad del mermeamasao para tomar un helado (sin azúcar) contando a l*s recién llegad*s esas aventuras arcaicas de la gloriosa época del ansiamasá. Que más que aguerrid*s buceador*s parecemos venerables viej*s del visillo en plena catarsis chismorréica. ¡Si hasta cuando Juan dice que hace frio, allí se levanta a buscar una chaquetita hasta el “Tato”!. En un acto de rebeldía extrema, aun mantengo la osadía de convertir en pijama la camiseta que me dé la gana, por supuesto, pero acostándome prontito porque ya no son horas.
A tod*s l*s que piensan que no hay nada más doloroso que una ruptura amorosa, es porque nunca se os ha subido un gemelo en mitad de la noche. Es lo que faltaba, sin nocturna, sin inmersiones adicionales, sin postre y con esto de la dieta que estoy pasando más hambre que la rémora de un tiburón inflable. Menos mal que de momento no me han recetado esos medicamentos de nombre discreto, algo así como “redupeso” o “no+gordos”, que en estos tiempos que corren ya tenemos que tener bien asumido que ser creativ* no está reñido con ser un* hij* de puta.
En fin, madrugada del sábado. A las 8:00 en punto, tod*s desayunando y Leandro vestido, menudo alivio, uffff.
Las caritas de sueño van desapareciendo a medida que corren el café y las tostadas. Me percato de que mis alumn*s van asumiendo mis consejos con total naturalidad. Se ve que ya han aprendido que es mucho mejor confiar en los conocimientos milenarios de instructor*s de buceo antes que en Dioses que permiten que cantantes de “reguetón” publiquen vídeos. Aparece Manuel, más descansado y relajado (son cosas del abuelo, mejor no preguntar) con Irene (Pollito), que no voy a decir nada de su situación sentimental, pero que se guarda cosas en los bolsillos cuando sale del Mercadona para que la registren los de seguridad. Luis se queja de molestias en el cuello (son cosas del abuelo, mejor no preguntar) porque, al parecer, por la noche se perpetró un nuevo intento de romper la barrera del ronquido (son cosas del abuelo, mejor no preguntar).
Llegamos al centro. Tal y como había previsto, el escalonar los horarios no asegura, al menos el primer día, el aturullamiento en la terraza. Desde la perspectiva que me da la altura, más que un grupo ordenado de buceador*s equipándose parece que haya un baile de orangutanes. Aprovecho para perfilar quienes van en cada barco y advertir a los guías que llevan a gente que tiene más peligro que un tiroteo en un ascensor. Junto a Rafa y a Carmen con l*s jóvenes (que esa mezcla puede ser más explosiva que un taller de Al Qaeda) y a l*s veteran*s los mando sin guía al que no hacer ni puto caso. El resto, al barco grande, con Sonia, Vanesa, Juan y yo como instructor*s.
El mar está muy tranquilo, así que, por aquello de ser la primera inmersión del fin de semana nos amarramos a uno de los fondeos de cala cerrada. Repartimos personas humanas, tocando a tres por instructor. Luego, dado el poco espacio de la bañera de popa del barco, dejamos que se equipen l*s primer*s y cuando saltan al agua se equipan l*s segund*s y así hasta estar tod*s en el agua. El primero en saltar es Juan, que se mete a pezón patatús, sin encomendarse a ninguna santidad, que a las alturas del mes en las que estamos hasta un guerrero cántabro metería primero el pie, pero él no. Luego el grupo de Vanesa, el de Sonia y los últimos l*s mí*s.
La inmersión resulta bastante espectacular. De momento, entre las praderas de posidonia encontramos un par de chicharras desplegando sus aletas de color azul neón. Nudibránquios hay a patadas, y eso, que el agua se mantiene por encima de los 22º. Por supuesto cabrachos, morenas, pulpos, tordos, dent…inos, espet…inos y demás fauna típica bentónica. Lo mejor, viene del piélago. Pegados a las rocas hay cientos de bogas y/o sardinillas que atraen a bonitos y medregales. La inmersión consiste en quedarse quietos y ver las carreras de estos peces alucinando con las formas que crean para despistar a sus depredadores los cardúmenes de peces pequeños. Pues esto, en Moalboal, es mil veces más grande… ¡qué poquito nos queda!
De regreso al fondeo, viendo que van tod*s más sobrad*s que Fernando Alonso en los coches de choque (“¡tirorirotirorirotirorí!”) opto por provocar un vergonzoso ascenso descontrolado en la entrada a la cala. L*s que supieron evitarlo tuvieron el premio de ver su inmersión extendida unos minutillos más. Pese a que por debajo de los 18 metros de profundidad la termoclina avisa de una capa de agua más fría, en general, la temperatura ha permitido que estemos casi una hora buceando.
Intervalo en superficie. Yo esperaba un poco más de optimismo, de alegría, de encomio. Sin embargo, allí están tod*s, aprovechando el calorcillo de la proa, charlando, que cuando les preguntabas sobre sus sensaciones respondían con un “pse” o en los casos más efusivos con un “uuuuh”, que particularmente, la gente que no se expresa con soltura, a mí, no sé, ¿sabes?, como que eso, y tal.
Pasado el intervalo en superficie y habiendo repuesto energías a base de sándwiches nos preparamos para hacer la segunda inmersión. Por aquello de estar muy a gusto en el lugar, optamos por repetir cala cerrada, esta vez, hacia la derecha. No sé porque, pero aquí, el mar está más extraño. La mezcla de agua de distinta temperatura no es uniforme y pasas del calor al frío con inusitada rapidez, que parece eso una ducha escocesa. Eso sí, la vida marina, que es lo que importa, se va abriendo paso con contundencia. Tras otra hora de inmersión, regresamos al barco y volvemos a puerto.
En el centro, voy preguntando al resto de grupos por sus experiencias. Hay unanimidad en lo benigno de la situación climatológica pero sobre todo, coincidencias en la gran explosión de vida que se está experimentando en esta reserva. Incluso Manuel, que suele ver menos que un topillo campestre, ha salido impresionado del agua. Por allí anda, con ese bañador ceñido de los de marcar grumos y esa forma de vestir, que, pese a no haberla modificado desde 1993, ahora, por lo visto, es moderna. Pero, ahora no hay tiempo como para recrearse en observaciones. Sonia anda inquieta. Eso es porque como lo de las inmersiones se ha alargado más que la serie del secreto de puente viejo, ella anda con las tripas rugiendo, y, como es conocido, Sonia con hambre es capaz de matar a la pitufina delante de papá pitufo, así que hay que darse prisa y sentarse a comer.
Tras el postre, había trámites pendientes que no se podían dejar para luego, así que, allí los tienes, a los doce, terminando sus cuadernillos de caligrafía mientras el resto asume que lo de los conceptos “siesta” y “buceo” son inseparables. A Germán, sin embargo, le colmarán de alabanzas y posiblemente agradezcan su gestión con unas palmaditas. En la cara. Con un bate de baseball. Esta juventud me sorprende. Hay tres que llevan veinte minutos mirando una mosca frotarse las patas y han llegado a la conclusión de que es increíble que las moscas se entretengan con una tontería así. Sinceramente, si estuvieran ahogándose y solo pudiera salvar a uno no sé si burlaría mi disciplina alimenticia cenando en el Burguer o en el Mcdonals.
Como lo de la nocturna tampoco prospera, toca, de nuevo, paseíto para ver la puesta de sol (por otra parte, impresionante) y tomar heladitos hasta que llegue la hora de la cena.
Las claves para tener un buen día son, primero desearlo con fuerza y segundo, no madrugar. Sobre todo lo segundo. Sí, mucho mejor así, olvidad lo primero.
Pero como el deber obliga, a las 8:00 de la madrugada volvemos a reunirnos para desayunar y después ir al centro de buceo, a preparar todo. Como los equipos ya están repartidos, hoy sí, la logística se cumple y los grupos salen escalonados, sin atropellarse, tal y como estaba previsto. Que, al final, Sonia me ha tenido que dar la razón… bueno, ahora vivo con miedo s sus represalias,
La cosa es que subimos al barco y nos vamos a la mina de cristal. El mar está un poco más agitado que ayer, pero nada extraordinario. Pese a que la disciplina de a bordo es férrea (contamos con Juan, un tipo que con tal de no dar la vuelta a Sudamérica nadando hizo el canal de panamá con una cuchara) tenemos un par de chavales mareados. Muy mareados. Este punto de inmersión es reamente sorprendente. Se hace en torno a dos moles de piedra con grietas repletas de morenas y congrios con los omnipresentes cardúmenes de bogas y los bonitos a toda velocidad mezclando plata y azul. Luego, sí, es cierto, hay un tramito de jara y sedal hasta que llegas a una zona con grandes bloques caídos de los acantilados y que albergan una variedad enorme de peces y lo que no son peces: anémonas, nudibránquios, cangrejos, gambas…
Finalizamos la inmersión y subimos a bordo. Tenemos un panorama desolador. Álvaro, lleva un rato vomitando cosas que no recordaba haber ingerido. Teníamos pensado ir al fondeo del arco, pero, allí, estaríamos más expuestos al oleaje. Si solo fuera uno… podríamos haberle evacuado en otro de los barcos, pero es que, la coloración verde amarillenta que se les está poniendo a vari*s nos hace pensar en ir a Cala cerrada, por lo menos, para cambiar equipos sin movernos. Y dicho y hecho, allí que fondeamos. Y ya que estamos aquí, como el mareado se ha tirado a tierra (no decimos que haya sido por la presencia del exhibicionista) no nos queda otra que hacer la segunda en este mismo punto.
Como parte de su formación, la charla técnica la impartirá Juan. Y allí los tiene, formadit*s, en proa, escuchando atentamente y sin pestañear. No me extraña. Con esa seriedad que le caracteriza… bueno cuentan que los dinosaurios no le hicieron caso en una ocasión y se extinguieron sin que nadie sepa porqué, así que, mejor no tentar a la suerte.
Cala cerrada otra vez, pero esta vez a más profundidad y por debajo de la termoclina. Falta el cartel de “pulpoland”. Aquí, cada roca es un punto de interés. En el azul, los bonitos, las bogas y los medregales siguen a lo suyo. Justo antes de dar la vuelta una serviola se pasea a escasos centímetros de nuestras máscaras sin inmutarse. Nos detenemos en una piedra que refugia a un pequeño cardumen de Corvinas, alguna, ya de “Columbretes size”. Y, finalmente, las chicharras y los dent…inos nos despiden con un ejercicio de natación sincronizada. Es hora de la parada de seguridad y del regreso.
La explicación a mi tranquilidad a la hora de recoger equipos es que yo, no regreso a Madrid.
De momento, Carmen y Rafa (estos sí que son dignos al ansiamasá) planearon quedarse un día más. Al saberlo, Mer y Vanesa se sumaron a la iniciativa y más tarde, Gloria, decidió tomarse un lunes sabático y pidió asilo. De manera que, esta vez toca despedirse, pero desde fuera del coche. Los mandamos a todos de vuelta y nos vamos a comer. Luego, una duchita (que ya empiezo a parecerme a un dálmata) y un paseíto antes de la cena. Un domingo tranquilo, como tiene que ser. Antes de dormir, aprovecho para agilizar los trámites de certificación. Como en los Piscis hay wifi, puedo hacerlo desde la cama, eso sí, con cuidado, que los enchufes están en lugares inverosímiles y para conectar el portátil tengo que inventarme estiramientos como para convalidarme tercero de yoga.
Lunes. Estoy mirando el mar. Tranquilo. Estoy mirando las palmeras. Quietas. Porque no hay viento. Escucho una voz a mi espalda: -Buenos días guapo-. Si me dieran un euro cada vez que me llaman “guapo” tendría dos euros, mi madre no ha venido, así que tiene que ser Mer. En efecto, no falla. Esto del buceo consigue que esté más contenta que Ronaldinho en una barra libre. Desayunamos y nos vamos al centro.
Lo mismo es por lo del lunes, pero entre olvidos y asuntos caninos nos hemos retrasado un poquitín más de la cuenta. Eso hace que, definitivamente, el planteamiento de la jornada sea a dos inmersiones, para medio disgusto de Gloria que pretendía aprovechar parte del día para hacer algo de turismo de piedra.
El primer buceo de día lo haremos en el arco. Bajo con Gloria, Mer y Vanesa. El mar está inmoral. Azul intenso, sol y calorcito. Entrar al agua es una delicia. Durante el descenso me fijo en que a Gloria le está entrando agua en la máscara. Espero que lo solucione pronto porque de lo contrario se va a pasar toda la inmersión guiñando el ojo como Oriol Junqueras. Vamos directos a la punta, donde está todo el pescado. Y no, no decepciona. Las grietas están llenas de brótolas, rascacios, cabrachos, pulpos, morenas, algún murión y una colección enorme de gambas limpiadoras. Pero lo bueno viene de arriba. Castañuelas que se refugian en las piedras cada vez que uno de los grandes ejemplares de dentón se acerca demasiado. Un espetón cruza el cardumen de bogas a gran velocidad. Vemos muchos más ejemplares, quizás, sea una táctica de caza. De repente, un auténtico muro de medregales pasa por delante de nosotros, gira 180º y vuelve a pasar en dirección contraria en un alarde de coordinación. El regreso lo hacemos roqueando. Ha sido tan intensa la experiencia, hemos tenido tantas emociones que hemos apurado un “pelín” los tiempos de fondo y nuestros ordenadores nos castigan con unos minutillos de parada obligatoria.
El intervalo en superficie lo aprovechamos solucionando una “Villaltada” con el combustible y comprando algo para comer, que tenemos a la gente desfallecida. De lo primero, se encarga Andrés (“no paha ná”) y de lo segundo, Miguel, que si llega a aparecer sin chucherías le falta Azohía para correr. La segunda inmersión la haremos en la garita, buscando el caballito de mar. Quizás fuera la más incómoda por el efecto de la termoclina que mezclaba aguas al “tun tun”, y, ese paso de fría a caliente una y otra vez, puede que fuese bueno para el cutis, pero resulta desalentador para el buceo. Aun así, más de una hora de inmersión con la compañía de una pareja de peces ballesta bastante fotogénicos.
Nos hacemos unas fotos antes de salir. Ahora, las chicas posan pasándose la lengua por los labios, quizás para buscar un matiz “sexy”, que a ellas les resultará atractivo pero a mí me recuerda a una cabra bebiendo. Luego, cargamos el coche de Mer, nos despedimos y me tele transporto hasta “los Cuñados”, donde haremos el avituallamiento. Hemos optado por hacer una estrategia a una sola parada por no retrasar mucho la hora de llegada. Para aguantar los primeros kilómetros en el coche hay patatas de mil sabores: Paprika, crema de cebolla, mostaza y miel, queso, jamón, barbacoa, finas hiervas, provenzal… ¡ya podían dejarse de sacar sabores para las patatas fritas y que los saquen para las acelgas joder!
Regresamos por la A3 para evitar esas cajeras enviadas por satán que te dan el cambio encima del ticket para que se te caigan todas las monedas (monedas que luego encuentra Luis, claro) y tras un cafelito entramos en Carabanchel. Descargamos. En el horizonte, solo nos queda un Columbretes de tres días, dos piscinas y Moalboal. Me preguntan si saldrá alguna escapada más, y, bueno, que queréis que os diga, mi mente es como una lavadora, dentro hay cosas muy sucias dando vueltas. Algo se me ocurrirá, pero eso, será otra historia.