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Ya está. El portón de la Scubamovil se ha cerrado. El primer “Tetris” del 2016 ha sido bastante sencillo. Sinceramente, me hubiera alegrado mucho que fuera más complicado, pero, lesiones, guardias, cambios de trabajo y otras causas han limitado el número de participantes en esta escapada. Despliego el retrovisor, arranco y me froto las manos. Mientras el motor ronronea la calefacción empieza a caldear el habitáculo. Con cuidado inicio la marcha, giro por Blasón y enfilo la calle de Eugenia de Montijo. La temporada, ha empezado.

Blanca, una mujer tan comprometida que no le importaría morir comprobando si los tiburones tienen cosquillas, me interroga sobre el origen de esta iniciativa “tierra adentro”. Para responder a esto, os podría contar una bonita historia sobre compañerismo, unidad, empatías y diversión, pero, la realidad es que el “fin de semana termal” es una de nuestras muchas, buenas ideas, que comienzan con un “a lo mejor esto que voy a decir es una tontería“…

Kilómetro a kilómetro nos vamos acercando a nuestro destino. La conversación es amena. Eva, que se está preparando a conciencia, aprovecha que estamos lanzados y que las puertas están cerradas para irnos contando todas las excursiones que quiere hacer en Riviera Maya, incluyendo una visita a una tribu (maya) que lleva miles de años sin tener contacto con el resto de la humanidad, pero a los que puedes comprar mercaderías y pagar con dólares, Euros o la Visa. Las risas casi logran ahogar el sonido del navegador cuando nos indica el desvío de Alhama. La primera parte del viaje ha sido tan agradable que los he traído a “cascoporro” sin un solo “pit stop”. Como vamos muy bien de tiempo, paramos a desayunar en una cafetería que se nota que no ha tenido contacto con seres humanos en muchos años.

Yo pido lo que en cualquier otro lugar sería un colacao con bollos del hacendado, aunque, en estas zonas de ocio de viruta, se llama “emulsión a base de espuma grumosa de cacao sobre lecho de lácteos con una sinfonía de esponjas a la clara de huevo”. Tras la degustación (mira que insisto veces que el día es mucho más llevadero cuando se empieza con una buena comida) retomamos camino hasta detenernos en el jardín del Balneario, justo entre la señal de prohibido y el cartel de por favor dejar este sitio libre.

Nos acercamos a la recepción, donde hay que esperar a que a una de esas poligoneras a las que le sobran selfies y le faltan palos se entere de los horarios y de otras cuestiones que ya sabría si se hubiese leído el papel que tiene en la mano. Por cierto, ya que hablamos de papeles, para registrarnos en Pallarés hemos tenido que hacer más firmas que para conseguir una hipoteca. Que no pasa nada, que es lo suyo, pero que no pasando nada, sabed que firmar, firmamos.

Tras el “check in” nos dirigimos a nuestras habitaciones, a dejar las maletas, ponernos los bañadores y bajar para ir preparando el despliegue. Descargamos todo, y nos empezamos a equipar. Aunque lo haya dicho ante testigos, ahora mismo, escuchar a Eva diciendo que en Riviera Maya buceará, tiene la misma credibilidad que escuchar a Rafa Mora decir que se va a matricular en ciencias puras. Pese a todo, nos ayuda a prepararlo todo.

Mientras monto la cámara, voy notando cierta confusión a la hora de ir colocando la cincha de la botella. La influencia de Guardiola en el buceo es innegable y, además de que los Scubaguetos ya meamos colonia (eso sí, con aroma a pis) el 1, 3, 2,4 va pasando por 2, 3, 6, 7, 2, 3, 4 que como sigan así van a terminar montando el equipo con un 4,4,2 con los laterales muy arriba. Se nota que la gente es cumplidora y tradicionalista y van sumando nominaciones al collejón de oro 2016. Luego los apuntaré en la libreta de Mer…

Los hay que se llevan las manos a la cabeza cuando consideramos esta experiencia termal como escapada de buceo. No es que me preocupe, cuento con que siempre habrá gente que nos critique sin saber, y, ya hay alguno, que tiene el culo celoso de la cantidad de mierda que echa por la boca. Por mi parte, el buen humor que reina en una isla a la que aún tienen que poner las escaleras justifica que Alhama de Aragón sea el punto de inicio de todas las temporadas de buceo. Mientras ajusto los focos, miro a Vanesa, a mi derecha, tapada con la toalla y con un pañuelo en la cabeza que, junto con las gafas, es clavadita a la abuela de la fabada Litoral pero cambiando las enaguas por un Shorty. Luis entra de los primeros armado con su flamante Go-Pro. En superficie, charlamos sobre los minutos de grabación disponibles. Según Raúl, (que es el que más sabe de esto) dependemos de la autonomía de las baterías. Las mías son de Madrid, pero no sé cuánto es eso en minutos.

Nos sumergimos y lo primero que salta a la vista son las enormes “cicatrices” en forma de surco que hay en el fondo del lago. Se nota que ha estado expuesto a la intemperie. Cosas de la sequía y de que abrieron las instalaciones hace tan solo veinticuatro horas. Como viene a ser tradición en este tipo de buceo, en cuanto se aletea con descuido se levanta sedimento, y eso, hace que todos nos vayamos dispersando mientras buscamos los manantiales.

Donde veas plantas verdes y, de vez en cuando, una hilera de burbujas, es donde están los nacientes de este lago, brotando a 34º, calentando el agua de los alrededores que, cuando sales de su protección sientes hasta escalofríos. En esta parte, nos podemos mezclar con el resto de usuarios, que “pasean” sorprendidos por nuestra presencia. Lo mismo estas ahí, absorto viendo las caracolillas a la sorprendente profundidad de un metro y medio, cuando notas a tu lado la presencia de unos pies (que por las uñas te planteas que en lugar de tronador o supinador pueda ser velociraptor) que te llevas un sobresalto parecido a cuando la novia te mira los mensajes del wasup. Veo a Luis y a Blanca comunicarse con normalidad, en lugar de recurrir a los gestos de rapero chungo, simplemente, se ponen de pie, se quitan el regulador de la boca y se hace lo que diga ella, claro, faltaría más. A falta de peces, cada vez que pasaba un nadador cerca nos poníamos a su lado y le hacíamos fotos, como si fuese un tiburón ballena. Por supuesto, la seguridad es lo más importante y todos hemos bajado con equipo completo, Carlos, ante la presencia de la corriente ha desplegado la boya deco desde la pasmosa profundidad de ochenta centímetros.

Así, como de casualidad me junto con Vanesa y nos dirigimos a la entrada de agua del balneario. Siempre está cerrada, pero como hemos llegado el día de apertura, hoy, podemos recorrer esa tubería de un metro cuadrado y que va zigzagueando bajo tierra. Una nueva experiencia. Apenas hay pececillos y los cangrejos brillan por su ausencia. Disfrutamos un poco con los contraluces, la visión de los edificios desde debajo del agua y poco más. Será una inmersión de bajo perfil, pero todos hemos estado más de una hora endulzando buceador y equipo en aguas medicinales.

Tras la inmersión, llega la hora de recoger equipos mientras tomamos un canapé de mosquitos. No hace demasiado frío (el año pasado nos nevó) y quitarnos los trajes no se hace tan “al límite”. Devolvemos los bultos a la oscuridad de la scubamovil y a esta al aparcamiento, justo bajo el cartel ese de “No bloquear, salida de emergencia”. Luego, vamos a comer.

El salón del balneario es una preciosidad de techos muy altos y lámparas con cadenas muy largas. Nos atiende un señor que ya está en la edad de los metales (pelo de plata, dientes de oro, pies de plomo) que tiene aspecto de seductor de culebrón, pero venido a menos. Nos elige una mesa separada de la concurrencia (por algo será) y nos pregunta si vamos a esperar a nuestros compañeros.

A ver, que no quiero hacer herida, pero mientas nosotros cumplíamos con el sagrado ideario Scubagueto, Emilio y Eva, los “no” buceadores se fueron de cata de vinos al pueblo sin medir las consecuencias. Llevamos esperando la friolera de dos minutos, cuando ya estamos pidiendo pan, aceite, vinagre y sal para hacer una emulsión de deriv… ¡¡¡ Coño !!! para comer algo, que esto del buceo de mucha hambre y la sensación de vacío estomacal despierta instintos homicidas.

¿Exagero? Todos los que pensáis que ponerle a un huracán nombre de mujer es machista, no habéis visto a Vanesa con hambre…

Finalmente aparecen los dos, Emilio, más puesto que Paquirrín en el rocío y Eva con la cara rosada, que parece que se ha maquillado con los cheetos del aperitivo. Con todos en la mesa, nos ponen los aperitivos mientras nos toman nota de lo que queremos. En estos sitios de ocio de viruta (ya lo he dicho al principio) más te vale tener Google a mano, o una buena app de traductor simultáneo de platos porque de lo contrario no te vas a enterar de lo que comes. Elegir un primero aquí genera más indecisión que elegir al más feo de los Andy y Lucas. Entre plato y plato podemos ver caras famosas como la de Estella Reynolds o Krusty el de los Simpson y es que, sacando parecidos razonables, también somos grandes, muy grandes.

Tras el postre, y tras una velada distendida y tranquila, hay división de opiniones. Luis se va a echar una siesta “gorda” , una de esas en las que tiene que venir un príncipe de un país lejano a despertarle con un beso. Mientras, Vanesa y yo, decidimos ir a conocer Alhama, será como una travesía de montaña, pero venida a menos. Paseamos por los lavaderos y por el puente terminando la caminata (que es como una epopeya, pero venida a menos) junto a la fuente del “pollaken piss”, que es como la fontana de Trevi (pero venida a menos), y que, en lugar de ser una alegoría a Neptuno es una  rotunda invitación a la zoofilia y al onanismo adolescente y…

¡ya! Que esto es muy pequeño y no da para más.

Tras un té en una terraza, regresamos al hotel y como no tenemos nada que hacer, empezamos a enredar. Lo que viene a ser ir a la sala de filrnes, filtmers, fistnes…. Ir al gimnasio y hacernos unos “selfies” en bicicletas estáticas y artilugios parecidos. Luego, en total intimidad, nos entregamos a la lujuria de una partida de ping radical y pong extremo.

De nuevo vamos a las habitaciones a buscar el albornoz y el preservativo para la cabeza y nos encontramos con el grupo a la puerta de la Aquaterma.

Veamos, la Aquaterma es un espacio lúdico, en el que haces un circuito “termal” que aporta beneficios incuestionables para la salud. De momento, pasas al vestuario a colgar el albornoz y ajustarte el gorro de baño. Con cara de asustado pasas por unos “chorricos” de agua que son para pasarte a limpio y que no entres con microbios al agua. Nada más pasar está la sauna, y, unos pasos más adelante la pileta. A la izquierda hay unos caños que sueltan agua de tranqui y pasados estos hay tres “camas” de piedra que sueltan burbujas, es como un flujo continuo de regulador pero venido a menos, además, en lugar de asustarte o enfadarte te relaja. Eso sí, hay que llevar bañador ajustado, porque si lo llevas ancho, las burbujas se te meten por las perneras te hacen “boya” y te levantan de forma humillante y enseñando cataplines a los que vienen de frente.

Luego hay una sala con un pasillo lleno de piedras y agua fría, para mejorar el drenaje linfático (dicen) pero que la sensación que te deja en los pies da más grima que ver comer un Calippo a “bocaos”. Justo enfrente hay dos piscinas, preciosas, una llena de agua fría (temperatura nivel tiritona) y otra de agua caliente para darte baños de contraste. Para mí que esto lo diseño un perturbado. Saliendo de la sala vuelves a un pasillo con unos, ahora sí, chorracos que son capaces de arrancarte los tatuajes y que duelen como las collejas de Sonia. Cuando te recuperas de los impactos llegas a una zona que suelta agua vaporizada, que dicen que es para mejorar las vías respiratorias. Finalmente, hay un Jacuzzi que, dado la dirección de las burbujas, intuyo puede servir para mejorar la parte final del proceso digestivo ya que te dan directamente en el…

Bueno, para terminar, antes de la salida, hay unos catres de piedra con una forma muy curiosa que están calentitas. Para recordarte que la salud se mejora a base de sufrir, cuando más a gusto estás, te cae una gota fría de la condensación del techo que suele acertar en todo el ojo. Finalmente, toca recoger el albornoz y salir, más relajados que Papá Noel en carnaval, rumbo a la habitación. Espero con paciencia a que mi compañera de habitación se termine de duchar. A ver, muchachos, tomaos esto como un consejo: No hay que criticar a las chicas por tardar tanto en ducharse, seguramente si los chicos tuviéramos tetas, champú y agua en un recinto privado también tardaríamos bastante.

Seguimos con el relato. Una vez hemos terminado de asearnos, bajamos a cenar. Mientras nos atienden, Eva nos deleita con una cuidada selección de psicofonías de maullidos de gato, en las que ella escucha palabras. No quiero ser demasiado crítico en esta primera scubacrónica del año, entiendo que hablar con una mascota es algo muy normal, pero que te responda… es esquizofrenia. Esta vez no cometimos el error de novato de la comida y aprovechamos el momento en el que el camarero nos trajo la carta para pedir las primeras cervezas.

De nuevo hay que traducir el menú de la cena. Esta noche, los “segundos” están bastante claros, pero, a Luis, que es tan feo que considera la frase “he visto cosas peores” como un cumplido, le preocupa el hecho de que la ensalada lleve salmón y la pasta, queso de cabra porque su única opción será las siempre nutritivas “borrajas”.

Cuando le traen el plato… mirad, ojalá nadie os mire nunca como Luis miró a sus borrajas.

Para los neófitos en lugares de ocio de viruta, os diré que las borrajas son como acelgas, pero venidas a menos. Además, cuando Blanca, apostilló que lo que se estaba comiendo, en realidad, era un rabo (de borrajas), Luis me dio más pena que un gato recién bañado.

Poniendo cara de estar dándole el sol en ojos todo el rato, y, sometido a burla general, nuestro primer aspirante a collejón de oro terminó, a base de orgullo, ajitos y aceite por engullir su plato de vegetales. Con lo fácil que es ser vegano vasco es decir, comer lo que te salga de los coj… como Carlos.

Tras un postre multitudinario, llega la hora de conectar con las redes sociales, no en vano programamos las escapadas para que podáis colgarlo en facebook o comentarlo por wasup, no para que os divirtáis. Tras la cena, relajados y cansados, toca ir a la cama. Antes de dormir, una amena conversación en la que nos dimos cuenta de cómo se parece una escapada de buceo al sexo: te da pereza cuando hace frío, una vez empiezas ya no quieres parar, te cuesta 190€ y ocurre como mucho un par de veces al mes.

No me despierta la alarma del móvil, me despierta el ruido de carreras y gritos que vienen del pasillo. En nuestra planta hay un equipo de ciclismo que no saben sufrir en silencio y piensan que todos los demás tenemos que ser solidarios con sus madrugones deportivos. Es lamentable que tengamos que soportarlos solo porque sus padres no tuvieron el acierto de cambiarles el agua por cianuro, pero, al fin y al cabo, ya estamos despiertos y con todo el domingo por delante.

El ansiamasá de buceo se sustituye por el interés cultural y decidimos hacer una visita a la “gruta de las maravillas” que, a mí, he de reconocer, me sonaba a puticlú de pueblo. De manera que, tras el desayuno, arrancamos la Scuba y en menos de veinte minutos llegamos al lugar. Allí nos recibe el guía, que es como el Jon Nieve de juego de tronos, pero venido a menos, que por un eurillo (más propina) nos propone una experiencia inédita, pudiendo empezar ahora, o luego, como queramos, pero primero por la gruta o no, aunque si vamos a las fuentes, o al nevero, pero como quieran… vamos que el hombre estaba más perdido que Michael Knight en un Seat Panda.

El recorrido empieza con una cascada (bieeeeen) de agua (jooooo) que es como las del Niagara, pero venida a menos. Continúa con una cuevecita donde han colocado una imagen de la virgen y sigue con una gruta con dos recorridos diferentes, que, sumadas las longitudes de ambos, dan como resultado unos alucinantes sesenta metros de caliza. Lo que viene a ser como un cenote, pero sin agua y venido a menos. Ante la posibilidad de batir algún record, Eva, sacó el gen de exploradora tan de mujer (a que voy yo y lo encuentro) y se dedicó a explorar “beyond the limits” que salió con la ropa con más mierda que la bayeta de un burguer.

Luego fuimos a ver una ermita incrustada en la piedra (como Covadonga, pero venida a menos) y tratamos de caminar hasta unas pinturas rupestres. Decidimos volver cuando nos encontramos a dos enanos que decían no sé qué de un anillo y probamos a encontrar el restaurante “las kuatro eskinas” así, como suena.

La verdad, que fue todo un descubrimiento, un lugar donde hacen comidas caseras en cantidad y calidad.

Ya solo nos queda despedirnos de Mayka y de Emilio y conducir de vuelta a Madrid con un ojo en la carretera y el otro a las manos de Vanesa, que ya debe de estar dándole gusto al dedo tecleando wasups, y es que, al final, me dará más miedo leer “has sido etiquetado en una foto en Facebook” que abrir el recibo de la luz.

En el horizonte, las escapadas en el mar, la primera, la tiritona, una aventura que sirve para darte cuenta que los frigodedos y los frigopies estaban basados en hechos reales, pero eso, será otra historia.

Zona de inmersión
Nunca tengo que recordar lo que pasa, posiblemente, porque nunca lo olvido.