ALHAMA DE ARAGÓN. EXPEDICIÓN “Fisichella” .01/04/2017
“No podréis hacerlo“, dijo el temor. “No lo conseguiréis”, dijo la cobardía. “¡A tomar por saco!”, dijimos nosotros, y aquí estamos, en Alhama de Aragón dispuestos a comenzar nuestra sexta experiencia de buceo termal consecutiva, aunque esta vez, el “mermeamasao” parece que se alió con los cambios de temperatura y finalmente decidimos limitar el “FIN DE SEMANA” a un “fin de semana”.
El sábado, de madrugada, muy tempranero, justo cuando el grácil y armonioso berrear de Sonia se combina con esa delicada manita voladora en mitad del gaznate, me despierto. Tras un frugal desayuno embelesado escuchando esa armonía de reproches injuriosos y románticas difamaciones a cerca de mi actitud desenfadada y poco resuelta opto por ir a buscar la Scubamovil con la duda de si mi querida esposa terminará su transformación mensual en Lucifer antes de mi regreso.
La calle está desierta, la temperatura roza el “fresquito”, pero por debajo, y las luces del primer coche que aparece por la curva son las del “Truchicar” de Antonio, que diga lo que diga, con alerón o sin él, y no pasando nada, no cabe la menor duda de que el coche, ser, es. Cuando paso junto a la fuente en la que el RCD Carabanchel celebra sus triunfos me cruzo con los clientes del bar latino de la esquina, que salen dando tumbos, quizás poseídos por el ritmo ragatanga rompiendo la tranquilidad de la mañana. Entro al garaje y arranco la Scubamovil. En el salpicadero se iluminan con un color rojo intenso los controles del nuevo equipo de audio. Selecciono una carpeta que ha sido ordenada como “temazos” y, lentamente, me dirijo de vuelta a la tienda. Aparco justo enfrente de Zona, desde donde veo la cara de Irene resplandecer tras la llama del mechero. El portal se ilumina anunciando la aparición de Sonia y su carácter de tertuliana que ya viene ordenando la forma correcta de cargar los pocos bártulos que quedan con ese tono cadencioso de “celeuste” de galera romana tan amorosamente característico.
Dejamos atrás las pálidas luces de la calle Eugenia de Montijo para salir de Madrid por la M45 buscando el enlace a la NII, en esas rectas mesetarias que languidecen en el horizonte (se acerca el momento, Compañero, ya casi estamos) hasta encontrar Guadalajara. Hasta entonces, la dialéctica y el ingenio verbal habían imperado, como antaño, en esa aula magna de la vida en la que se ha convertido nuestro vehículo. Pero, justo cuando la torre del castillo de Brihuega apareció por el costado de estribor, los Scubanautas solicitaron deleitarse con esa selección de grandes temas musicales, “temazos”, que vosotros, panda de cabrones, habéis tenido a bien ir sugiriendo en el muro de nuestro Facebook. El primero, el imprescindible “coches de choque” que, ya quedaría marcado en el subconsciente colectivo para toda la eternidad. Entre Nancys rubias, Puturrú de Fua, Koalas, Glutamatos, Mojinos y resto de intérpretes (Pittbull, no, por supuesto) llegamos al kilómetro 103, lugar de parada obligatoria. Paramos aquí, porque, si eres de los que piensan que ponerle a los huracanes nombres de mujer es machista, es porque no has visto a Sonia en un coche con hambre, sueño o ganas de hacer pis. Como el fin de semana es una alegoría a la vida sana, esquivamos las vitrinas repletas de carnes y salsas y pedimos lo básico para un desayuno equilibrado, ligero y frugal: Torrijas… bueno, no: TORRIJAS. Sí, así está mejor.
Tras aprovechar esa oferta 2×1 en productos dietéticos de temporada (si bien los de la venta de Almadrones aún no son conscientes de ello) volvemos a la carretera, volvemos a la conversación amena y volvemos a inundar el volumen de la Scuba con esos sonidos gráciles, envolventes y melódicos (Pittbull, no, por supuesto) que nos habéis sugerido, cabrones, desde nuestra cuenta de Facebook.
Finalmente llegamos al Balneario, cruzamos la puerta de los jardines y aparcamos la Scubamovil frente a la entrada del hotel Termas. Lo primero, es hacer la complicada maniobra del “Chek in”, que con tanto formulario, más que entrar en una hospedería parece que estemos cruzando la frontera de los Estados unidos.
Termas Pallarés… ¿Qué puedo contaros de las Termas Pallarés que no hayamos contado ya?
Pues bueno, resulta que, al principio, no había nada, pero nada de nada. Lo que pasa es que a los ingenieros Romanos, (siempre los Romanos) se les puso entre las grebas lo de hacer pasar por allí la calzada desde Emerita Augusta (Mérida) hasta Caesar augusta (Zaragoza) y decidieron que ese era un sitio cojonudísimo para descansar y echar unas partidas al “ludus latrunculorum”, apretarse unas “poscas” o buscar un cementerio próximo con “fornices” libres para echar unos pinchitos, que estos, eran de los que tenían siempre el salami de oferta.
Cuando los fornidos norteños se dejaron de carantoñas con los pueriles legionarios de las legiones, y, en lugar de ponerles mirando para Cuenca los enfilaron para “Tarraco”, el lugar quedo un poco abandonado, ya que, los godos y visigodos (que tenían en común con los turistas germanos actuales su oposición al desodorante), llevaban siempre más mierda encima que la bombilla de un gallinero y no les iba mucho eso de los baños, ni turcos ni checos, ninguno.
Luego llegaron los árabes con su cultura de la higiene y le vieron el filón a la calidad de las aguas que brotaban por la zona, lo que pasa, es que el chollo les duró poco, porque los Rodrigo, Sancho, Pelayo y Ordoño de turno (que más que hablar de héroes de la reconquista parece que estemos en un congreso de las nuevas generaciones del PP) encontraron divertido eso de repartir “yoyas” a los chicos del califato hasta ponerles el turbante orientado hacia la meca. La zona, por lo tanto, volvió a caer el olvido.
Menos mal que un tal Manuel Matheu, allá por el 1.860, viendo que las aguas aliviaban sus dolores de articulaciones y vías respiratorias (el tipo tenía pasta pero estaba hecho una mierda) se encorajino con la idea de construir una estación termal. Por lo visto llegó a desviar el ferrocarril entre Zaragoza y Madrid (se ve que también tenía contactos en Fomento) al mismo tiempo que levantaba lo que ahora es el hotel Termas. El amigo no se contuvo para nada y, como era de bolsillo fácil, no escatimó en gastos. Al parecer fue el primer edificio de España en tener ascensor. Como solar había, aprovechó para levantar un palacete que alojase a la gente VIP, jardines y un lago para que los de Zona de inmersión se echaran de vez en cuando un buceíto termal. En 1.911 Ramón Pallarés compró el tinglado y se construyeron los demás hoteles del complejo y el casino, donde los cansados viajeros podrían perder fortunas jugando a la Ruleta, mamarse hasta las trancas a base de brandy y utilizar las plazas hoteleras para mitigar las ganas de mandanga, vamos, como en Magaluf, pero sin canis.
He aprovechado para contar la historia del complejo, mientras van llegando los osados aventureros que participan en esta nueva edición de nuestro fin de semana termal.
Aparcando junto la Scuba están José y Nieves. Acompañándome en la Scuba han venido Sonia, Antonio DC (que no voy a decir nada malo de él, pero está harto de que los geles y los champús de frutas no tengan sabor a fruta) Irene (la que ha logrado que ahora yo pueda entrar en una zapatería y preguntar sin complejos si tienen zapatos castellanos que combinen con los calcetines a rayas y el chándal) y Vanesa. Con las maletas a cuesta vienen Blanca y Luis, el Borraja de honor, que no digo nada sobre su nivel de comprensión, pero pensaba que un mariscal de campo era un tipo que vendía langostinos en ambientes rústicos. Llamamos a los que faltan para comprobar que están cerca. Por fin aparecen Carlos y Eva discutiendo sobre si se unieran China y Japón en un futuro, el país resultante se llamaría Chimpón.
Subimos a las habitaciones a dejar la mochila con el equipaje (la mayoría), y el contenedor ISO con ropa suficiente como para pasar tres años sin repetir modelo de Eva. La que sí que viene ligerilla de bártulos en Vanesa, que ya se ha dado cuenta de que ha dejado en Madrid el bañador y los escarpines. Menos mal que Blanca ha traído su mochila. Que sí, que nos reímos todos mucho de su bolso hasta que necesitamos un bikini, una tirita, un boli verde o un taladro percutor con una broca del 8. Eso sí, nominación para el Borraja 2017, tenerla, la tiene.
Llegamos al lago y descargamos equipos en una de las islas. La temperatura es agradable hasta que sopla un viento frío que nos deja la misma sensación térmica de estar en un iglú con aire acondicionado. Me acerco a ver algo que se mueve y veo una de esas viborillas pardas que de vez en cuando vienen a tomar baños calientes. No le digo nada a Blanca porque con la grima que le dan estos simpáticos reptiles pasaría en la inmersión más miedo que Falete sentado en una banqueta de plástico.
El agua no está para muchas bromas. Pese al viento reinante y, para ser una inmersión en la que es posible alcanzar los tres metros y medio de profundidad, no hay olas, seguro que tampoco hay corriente y la temperatura del agua estará en torno a los 28º. La visibilidad, excelente, tampoco acompaña. La verdad es que le estamos echando mucho valor para intentar completar esta aventura con éxito y sin incidentes.
Tal y como habíamos explicado en la inexistente charla técnica previa a la inmersión, vamos bajando cada uno por nuestro lado, evitando, sobre todo, que alguna de las cámaras subacuáticas con las que contamos nos grabe cerca de Carlos y su capucha de Winnie the Pooh, que no es por criticar, pero le confiere un aspecto menos estético que darle un tampón usado a un arqueólogo y preguntarle de que periodo es. Si hasta “Pollito” prefirió bucear sin su cresta púrpura (¡toma gama cromática!) totalmente abochornada.
La inmersión de más de una hora –esquivamos las paradas de descompresión por los pelos, gracias a nuestras técnicas milenarias de buceador autónomo- transcurre entre arenales, algas, caracolas, cangrejos y los cálidos manantiales de agua termal que son un gusto para las canillas desnudas. Hay pececillos de colores con cara de pastorcillo con boina del somontano pirenaico y otros más alargados con más miedo que el compañero de celda de Nacho Vidal. También hay otros bichos de dos patas y picos, pero el muy cabrón del cormorán no se atrevió a pescar delante de cámara. Lo más peligroso, quizás, sea que si te quedas parado en las partes menos profundas vienen los del IMSERSO y te pasan por encima.
Terminamos la inmersión sin daños personales que lamentar y pasamos la primera “tiritona” de superficie de la temporada, que entre el frío y el aire empezabas a quitarte el bañador con el albornoz puesto y tenías que dar pasos de Capoeira avanzada para que no se te escapase una teta o un huevo. Poco a poco, nos vestimos de seres humanos, hacemos la mirada de gitano para cerciorarnos de no dejar obsequios a las generaciones venideras y vamos transportando equipos hasta la Scuba. De nuevo, al colocar todo en su sitio, confirmo mi convicción de que el Tetris es un claro ejemplo de que los errores se acumulan, los triunfos desaparecen y tener un palo largo ayuda mucho en la vida.
Por supuesto, el espíritu crítico e inconformista de mi amada sale a relucir cuando sugiere (ordena) cambiar el orden de estiva aludiendo a esa ley cósmica que dice que cuando guardas un equipo de buceo siempre lo haces al contrario de como lo quiere Sonia. Cerrado el portón, regresamos a los jardines y aprovechamos que pasamos por la puerta paramos en el casino para tomarnos unas cuantas birras. Luis se pide una Cruzcampo porque el médico le ha recomendado que beba solo agua. Finalizado el compromiso, salimos con destino al restaurante. Mi estado de ánimo se resume en dos palabras, once letras y un sentimiento:
“TENGO HAMBRE”
Entramos a la gran sala y nos encontramos con Joel, que anda de celebración familiar. Luego, el actor (venido a menos) que hace las veces de maestro de ceremonias nos acomoda en nuestra mesa, al final de todo. Como habíamos elegido el menú al hacer el “chequín” no tardan mucho en servirnos. Pese a la rapidez en el servicio, la sensación de gusa hay que calmarla con esa técnica milenaria de buceador autónomo que consiste en elaborar una emulsión de aceite y vinagre para luego hacer un coloide con pan.
A ver, comer, lo que se dice comer, comes muy bien. Lo que pasa es que muchas veces, cuando la camarera te dice que tiene como entrada un “ficoides glacial” no sabes si pedirle ya el segundo plato o llevarla a un centro de salud para que la traten de esa dolencia. Ahora bien, si los platos son de alta cocina, los vinos son de alta graduación, a juzgar por el incipiente color rosado que se adivina en las mejillas de las damas, que aparentan ser muy melindrosas pero antes de que sirvan los postres van a terminar más borrachas que los bizcochos y van a volver a la habitación saludando en las rotondas. Cuando realizamos desde el cariño la sugerencia de que deberían beber con moderación, Irene, que cuando se arranca tiene más peligro que Eduardo Manos tijeras poniendo lentillas nos pregunta que quien coño es ese tal “moderación” y porqué debería beber con él. Otro momento tenso, como cuando en verano descubres que ninguno de los dos lados de la almohada está fresquito es cuando las camareras comienzan a servir las viandas. En principio, quizás advertidas de nuestra naturaleza desenfadada y gamberra (por qué no decirlo) se mantienen en constante estado de sospecha, como los chinos cuando entras a buscar algo en su tienda. Menos mal que las técnicas milenarias de buceador autónomo consiguen reconducir la situación hasta tal punto que, dudando si pedir tarta de queso o tiramisú para el postre, pedimos “tarta de queso con tiramisú” y nos sirvieron las dos.
Como la opción “siesta” se nos empieza a ir de las manos, decidimos dar un paseíto hasta el animado pueblo de Alhama (luego decís de La Unión) y tomarnos unos cafelitos en el bar “Karlos” que ahora ha cambiado de nombre y se llama “Richal”, vamos en cualquier caso, todo queda en el polígono. Nieves, se ha dejado las gafas en la habitación, pero no pasa nada, Blanca saca de su mochila unos prismáticos y nuestra mujer del tiempo puede ver el telediario sin problemas. Realmente, llevar bolso es inteligente, llevar una amiga con bolso es muy inteligente, pero llevar a blanca con bolso es la hostia de inteligente. Luego, regresamos al recinto y nos damos un paseíto por los alrededores del lago, con Eva en plan “okupa” intentando entrar en la ermita forzando la cerradura. Como volvemos a pasar frente a la terracita del casino, volvemos a detenernos con la sana intención de saborear unas copas y esperar a que nos sirvan unos “alcahueses” que por el ritmo al que funciona el camarero va a solucionar “Pakirrín” ecuaciones de segundo grado antes de que nos traigan algo de tapa.
La conversación giró en torno a la castidad de Vanesa y a la vestimenta que debería lucir en el evento familiar del mes de julio, al que, y pese a ser tendencia, no podrá ir en chándal. Eva, que es de esas mujeres con tanta sofisticación y modernidad que llama a las fruterías de su barrio “apple store” sugiere la posibilidad de hacer una mañana de compras, justo después del “brunch”… Veamos, panda de desnortados, como sois más bastos que un tanga de esparto os voy a explicar lo que es este invento:
Originalmente, los feligreses que salían de las iglesias del Bronx (Nueva York) con tanto Gospel y efervescencia de la fe, sudaban más que Falete en una sauna y salían más cansados que la puta que puso una oferta en “Groupon”, por lo que se les ocurrió que, como forma ideal para recuperar fuerzas, lo mejor era darse un homenaje gastronómico, aunque, para optimizar recursos, fusionarían el desayuno (que era muy pronto) con el almuerzo (que era muy tarde) en algo que, en España, se llamaría “Desayerzo”, pero que allí se llamó “Brunch”. Para los que no tenéis ni puta idea de ese idioma inventado que es el inglés, juntaron Breakfast y lunch. Espera un poco que lo mismo a los estudiantes de ingeniería naval y a los de Salamanca os tengo que hacer un croquis: BReakfast y lUNCH, BRUNCH. ¿Ahora sí?, de nada majetes.
En España no triunfó porque ya pasamos bastante vergüenza ajena con términos como “juernes”, “fofisano”, “gordibuena”, “viejoven” y el novedoso “claro que sí, guapi” como para liarnos en denominar algo que ya teníamos arraigado en nuestra cultura como es el vermú, el tentempié, los pintxos (no confundir con los pinchitos) o el castizo“ir de tapas”. Lo que pasa es que a los “licoretas” que salían de las discotecas yankees y de los “afters” con el centro de gravedad desorientado les venía bien tomar algo sólido, y se apuntaron a la moda.
En lugar de pedir la “cervecita”, el “vinito”, el “finito” o el vermú a gritos, encaramados a una barra con más mierda que la bayeta de un burguer, y ponernos gochos a base de panceta a la brasa y tortilla en un “bareto” con menos clase que levantar la taza del váter y encontrarte un mojón, el brunch lo haremos en salitas pequeñas con una decoración más hortera que un ataúd con pegatinas donde se combinan zumos, café, leche, té y chocolate con marisco, huevos a la Benedictine, salchichas (que no “salchipapas”, ojo con esto) y Bloody Mary como colofón.
Bien, seguimos.
Tras las copas y la comparación entre tradiciones hispánicas y mierdas extranjeras, regresamos a las habitaciones y nos ponemos el albornoz y el gorro para ir a la sesión de aquaterma. La aquaterma… ¿Qué os puedo decir sobre la aquaterma?
Recibe el nombre de “aquaterma” una sala alta y estrecha que tiene en lugar de suelo un charco profundo, pero con la profundidad venida a menos. En las paredes hay chorritos, chorros, chorracos y megabuk… bueno, más chorracos. La cosa es que unos tienen menos fuerzas que un fruitopia abierto y otros que a los que te descuidas te arrancan hasta los empastes, que te dicen que es para relajarte, pero pasas un rato más tenso que Doraemon en un control de aeropuerto. Lo cachondo es que la señora de la puerta te decía que tenía efectos terapéuticos y beneficiosos para la salud… joder, visto lo visto, casi me parece más sano beber lejía a chupitos. Luego, al final del charco, llegas a una sala que tiene unas piedras por el suelo (se ve que no llegaron a tiempo de tirarlas al contenedor cuando hicieron la reforma) y te dicen que es para mejorar no sé qué de sistema linfático, que a mí eso de “linfático” me suena a guarrería de las gordas. También hay dos bañeras, una con agua caliente, y otra, que se ve que el presupuesto no les ha dado para un termo y si te metes pasas más frío que el Tarzán de Disney on ice. Eso sí, a la que ves hueco, te amodorras en los jacuzzis, que los hay de dos tipos, uno tumbado y otro sentado, aunque, el resultado es el mismo, las burbujas se te meten por las perneras de las bermudas, se te inflan, y sales de allí flotando que pareces una boya deco cuando la tira Rubén. Este año, como novedad, la sauna funcionaba. Tras la relajante sesión de agua a chorros, subimos a la habitación y nos pegamos una duchita para pasarnos a limpio antes de regresar al salón a cenar. Al llegar al pasillo me encuentro con Vanesa, que en albornoz blanco y con el gorro de piscina parece un roll-on de Sanex esperando a Irene, que, al parecer, se ha perdido y anda dando sustos a los “yayos” por los pasillos del hotel que creen estar ante la aparición de la “niña de la tendencia”.
La alimentación en el balneario, es muy cuidada, equilibrada y con tanta fibra que ahora mismo puedo vomitar jerséis. Para colmo, tengo a Sonia despierta desde primera hora de la mañana. Ni ha podido dormir en la Scuba por aquello de la música y los coros, ni se ha echado la siesta por la actividad cultural, y desde las tres y cuarto de la tarde le está pasando los vapores del vino y ya tiene el trastorne pabajo de manera que a estas alturas está más cabreada que Pinocho en el Ikea, por lo que, optamos por una retirada estratégica antes que tengamos que lamentar daños personales.
Dormir es tan bueno que parece mentira que sea gratis. Mi máquina de llevarme la contraria se despierta (tarde) pero fresca y descansada, tal y como yo le había dicho, que como le he demostrado que yo tenía razón, ahora no sé qué hacer. Lo mejor será pedirle perdón, como siempre.
Bajamos a un salón configurado en modo “libre”, destacando la ausencia de personal del IMSERSO, algo que explica la ausencia de violencia a la hora de coger las viandas y es que, estos venerables ancianos, cada vez que entran a un “bufé” no ven personas, ven competencias y descubren una variedad interminable de técnicas de combate que si puedes llegar a coger un zumo y un bizcocho abierto ya es un éxito. Tras una explicación magistral ilustrando los beneficios del Colacao frente a las deficiencias del Nesquick celebramos el cumpleaños feliz de Eva, cantando y contando con la colaboración desinteresada de todos los que estaban en el restaurante. Tras saciar la gusa mañanera hacemos el “check out” y nos despedimos de las termas hasta la temporada que viene.
Como vamos bien de tiempo (hace solete) y no es ni pronto ni tarde (hora del brunch, minuto arriba, minuto abajo) volvemos a la carretera con la sana intención de visitar la ciudad de Medinaceli. Es un lugar estratégico, ayer en pleno cogollo de caminos pero hoy en mitad de nada. Aún conserva ese carácter de artesanado histórico (como el cansino) y te da como para una horita larga de caminata entre piedros. También hay árboles que se dejan abrazar y lugares fotogénicos donde ejercer la fotografía irregular que tanto le gusta a Blanca. Como Luis no ha querido cargar con el tonelaje de su cámara anda quejándose de las lamentables prestaciones de la compacta de su mujer (compacta la cámara, no su mujer) que manifestó su extrañeza de que Luis no la haya metido. Esta última frase queda a vuestra consideración que a estas alturas yo ya no tengo el kiwi para macedonias.
Tras entrar a una tienda para comprar productos típicos y columpiarnos (literal, hay video) disfrutamos de un “brunch humilde” a base de torreznos y birras, lo normal, y una amena conversación en la que tratamos de explicar la atracción de blanca por los árboles desnudos. Si hubiese un psicólogo entre los lectores, agradeceríamos cualquier comentario o aclaración, el resto, y en especial tú, dejar de elucubrar, que ya tendremos tiempo para eso en la Azohía, aunque, será otra historia.
Regresamos a Madrid, descargamos los equipos y nos preparamos para el resto de temporada, que se acerca inexorable languideciendo mientras converge la confluencia.