COLUMBRETES. EXPEDICIÓN “Ave Fénix”. 12/05/2017
Era una de las escapadas más deseadas de los últimos años. Por fin, recuperábamos a Manuel (Peña) para la causa del ansiamasá. Por fin, volverían las elucubraciones, las nocturnas y los fines de semana con más de cuatro inmersiones. El terror de los buceadores de una sola inmersión y de un solo centro había regresado. El ideario Scubagueto recuperaba uno de sus pilares más importantes. De manera que con una actitud más optimista que una erección matutina andaba yo preparando cámara y bolsas a la espera de que el “mortycar” hiciera su aparición estelar por la esquina del Telepizza. Tras el periodo de inactividad, esta escapada ha conseguido que mi compañero de buceo asimétrico libre asociado esté más nervioso que Belén Esteban haciendo un examen de matemáticas. De momento, hay que cargar los equipos y pensar en empezar a movernos, ya que, antes de coger la AP36 (mucho más barata que la A$4) hay que pasar por Airbus a recoger al grupo de ingenieros que nos van a acompañar en este periplo. Puntuales (porque nosotros llegamos tarde, como siempre) vemos que nos esperan en la puerta de la empresa, que no sabemos si son un piquete informativo o indigentes mendigando.
Allí están Diego (que no digo que sea feo, pero en las citas a ciegas le reconocen por el lazo azul que lleva en la chepa), Alexandre (que como habla poco, me recuerda al pequeño Nicolás, que lo saludas, buceas con él pero acabas preguntándote qué coño hacía en esta escapada) y Alba, oriunda gallega de esos pueblos tan bestias que en la cabalgata de reyes ponen los caramelos en el suelo y lanzan a los niños desde las carretas. Por aquellos designios de la innovación, en lugar de la vetusta Scubamovil, en esta ocasión, nos desplazaremos con la novedosa “mortycar” de Manuel, que es “muy top”. Aprovechamos los kilómetros que tenemos por delante para tratar de consolar a Alba, que al parecer, ha sido ignominiosamente denominada como “pre gorda” por el médico de la empresa. Lo que ocurre, y mira que os lo he avisado muchas veces, es que tener al ansiamasá retenida es como tener veneno “amasao”, y claro, como Manuel, que siempre ha tenido don de convertir cualquier frase en el eslogan de un puticlub, lleva más de dos años sin darle resuello, la prosa anda “enviciá” y las elucubraciones van convergiendo sin el más mínimo control, que hace cuarenta minutos que dejamos atrás el peaje de la AP36 y ninguno de los pasajeros ha dicho ni media palabra, que como lleguemos a Minglanilla y esto siga así, lo mismo tenemos que parar y comprobar si mantienen las constantes vitales. Cuando el rugido del estómago suena más que el de las neuronas, paramos en un bar para tomar algo. La asimetría no contempla planificación, de manera que, mientras los venerables ancianos tenemos que pagar por la restauración, esta juventud preparada han perpetrado un mini botellón a base de bocadillos (eso sí, más sosos que una croqueta de tofu) y refrescos que con la distancia deben de estar más calientes que el quesito de un San Jacobo. Eso sí, me descubro ante esta generación que siguen sus instintos y solucionan con creatividad los problemas. Manuel y yo, la última vez que seguimos nuestros instintos nos pedimos una cerveza con una tapa de jamón.
Al filo de la medianoche, que no es exacto, pero que es una expresión que siempre quise emplear en una scubacrónica, llegamos a Benicarló. Allí nos están esperando Bea y Nacho, que con el paso del tiempo se han convertido en una de esas parejas consolidada en las que ellas fingen orgasmos y ellos eyaculaciones precoces. Tampoco tardan mucho en aparecer Ainhoa (la que dijo que quería perforarse un “óvulo” de la oreja, pero la seguimos queriendo igual) y Johnny, un tipo singular, y que me cae muy bien porque hacía más de seis meses que no hablábamos. Tras la cena, embarcamos, preparamos los equipos y nos acostamos, ya que, para dejar que el mar se calme un poquito más, saldremos de puerto de madrugada.
Una constante en las escapadas de buceo, es la aversión que produce en la caterva Scubagueto aquello de madrugar. Como la mayoría de chavetes y chavetas son de moral distraída y con querencia a los efluvios de destilados -si son añejos o envejecidos en maderas nobles, mejor- lo de posponer la pernocta lo llevan bastante bien, ahora, lo que es mañanear antes de tiempo lo llevan peor que vomitar para arriba. Eso, sí, a la que pisan el Devismar, les entra una apetencia desmesurada por ver en directo el “sunrise” con una taza de café en la mano. Lo que pasa, es que, esa actividad tiene un coste bastante alto en reverberaciones, sonsonetes, runrunes y bramidos que hacen que a las siete de la madrugada, en el barco, no pueda dormir ni la bella durmiente con sobredosis de dormidina. Si en estos momentos me dieran a elegir entre pasar toda la escapada junto a ellos/ellas o un regulador, no tengo ni puta idea de si sería din o int. A las siete de la mañana, además de hacer ruido, dar los buenos días y pedir café, también se podrían tirar al agua con 200 kilos de lastre y sin regulador. Como el daño ya está hecho, me desperezo y salgo por el tambucho. Puedo hacerlo ya que la naturaleza ha perfeccionado mis michelines hasta el punto de convertirlos en abdominales plegables.
Camino por la borda comprobando que el mar está bastante tranquilo, no tanto como en la expedición “niebla”, pero sí que permite disfrutar de la navegación. En la bañera de popa, andan estos chavales, envueltos en mantas, que parece que los acabemos de rescatar de una patera, vomitando cosas que no recordaban haberse comido, esperando a que Nacho termine de preparar el café.
Lo que pasa, es que Nacho, que es de morro fino, no encuentra la cafetera. La tiene delante, a la vista, pero más que el típico cacharro cromado con asa, él está buscando una máquina con ranura para meter la capsulita del Nesspreso. Otro que anda más perdido que Punset en el Sálvame es Manuel, que como ve menos que un topo liado en un trapo ha confundido el brick de la leche con el del zumo de manzana por lo que su “cortadito” presenta un aspecto más desconcertarte que un certamen de belleza en Mordor. Aún nos quedan unas cuantas millas para llegar a Columbretes, que sufrimos escuchando a Manuel, que desde que se ha aficionado a la botánica, pretende dejar el Devismar como un patio cordobés.
A la hora prevista, fondeamos en el interior del cráter de la isla Grosa. Comunicamos nuestra llegada a los del parque, y nos preparamos para empezar con las inmersiones. En la proa nos apañamos para ajustarnos los equipos y saltar al agua. Luego, nos dirigimos al fondeo, pero con una trayectoria elíptica que nos acerca a la primera de las grandes “dorsales” de piedra que encontraremos en nuestro camino. Descendemos hasta los tres metros y en flotabilidad neutra (más o menos) nos aproximamos al canal que hay entre la isla y la formación volcánica del Mascarat. Justo aquí, nos topamos con la primera de las cigarras de mar que veríamos en esta inmersión. Buscamos el caballito de mar en la pared, sin éxito, y salimos al exterior. Allí nos recibe Niebla, con el que nos entretenemos unos minutos, luego, pasamos junto al cardumen de chopas contemplando las corvinas en formación. En el azul, los inquietos dent…inos patrullan incansables por las paredes verticales que llegan hasta los cincuenta metros de profundidad. A lo lejos, con indiferencia pasa un águila de mar y ya de regreso, vemos un par de medregales de casi un metro de longitud. Cuando los manómetros se van acercando a los 100 bar, regresamos. Manuel, que debajo del agua es menos fiable que un tweet de Piqué, nos hace la señal de nudibránquio. No sé si es que ha confundido la señal, o es que, como ve menos que un gato de escayola, ha confundido una enorme langosta con un opistobranquio menudito. El aire se va consumiendo con bastante avidez, y eso, supone que alguna inmersión va a ser más breve que el vocabulario del correcaminos. Dejamos a los aspirantes a sorbete de oro 2017 en el fondeo y seguimos explorando las rocas que rodean el fondeo, hogar de varias langostas de gran tamaño, que se convierten en objetivo principal de nuestras cámaras. Tras 69 minutos de inmersión, ascendemos y nos despojamos de los equipos.
Mientras hacemos el intervalo en superficie, tratamos de serenar el ánimo de los que más han consumido, que los veo un pelín de humillados, como cuando te esteras que tu padre fue la reina del baile de su instituto. Alba dice que esto de bucear es complicado, a ver, no nos confundamos, bucear no es complicado, complicado es aparcar en el centro de Madrid, lo que pasa es que hay gente que no ha hecho el curso con nosotros y…
El intervalo en superficie se ameniza con productos típicos del mar, como son el jamón y el queso, aderezados con esas tostadas que hizo nuestro patrón (Sebas) untadas con la salsita de tomate casero, o, en este caso, barquero. Mientras honramos los platos que nos han dispuesto, comienzan a fluir la historias y anécdotas de buceo, como las que cuenta Nacho, que presume de haber obtenido la titulación, pero que no puede explicar lo del tatuaje en el culo ni lo de las fotos chungas del móvil. Manuel, por su parte, ya tiene provectas narraciones sobre operaciones y hospitales (propias de la edad, de su avanzada edad) como aquella en la que tuvo que ir al Bricomark para comprarse una ingletadora y hacerse las ingles brasileñas.
La segunda inmersión la hicimos en “punta bonita”. Tras un ligero traslado, nos sumergimos. La visibilidad ha mejorado por momentos. Tras la roca que hay en el fondeo, buscamos la arena, sorprendiendo a una tembladera y continuando con la pared a nuestra izquierda hasta llegar a un precioso cardumen de coloridos anthias. Llegamos hasta las corvinas y los meros y regresamos a menos profundidad, buscando una reconciliación con la temperatura, que, arriba está “fresquita” (18º) pero abajo era gélida como un abrazo de suegra.
Buscamos un fondeo tranquilo para pasar la noche y cargamos botellas mientras le damos fusta a la barbacoa, que, esta vez, con total discreción, y de tapadillo, hemos traído panceta, costillar y chorizo criollo, que veo a Sebas poniendo el pimiento frito y la salsa sobre la mesa y me descojono de las mierdas esas que te da el Daviz muñoz el Diverxo. Cae la noche, noche estrellada, sin luna, que nos permite divisar un montón de meteoros brillantes que cruzan el cielo. Me levanto de la red y paso al baño. Los primeros viajes a Columbretes son una fuente inagotable de emociones, como por ejemplo, la de ir a mear con miedo por si se te forman carámbanos. Luego, antes de volver a mi camastro, me detengo unos minutos para sentir la oscuridad, el bramido del mar, los graznidos de las pardelas y la luz del faro. El de Ibiza, claro.
Los despertares en el Devismar dan como para una trilogía de poemas. Los hay que veinte minutos después de que Sebas arranque motores y ponga proa a la Foradada aún están pegados al catre y solo se despertarán por los chasquidos que pega el desfibrilador. Los hay, como Nacho, que son de sueño profundo y de experiencias intensas, de los que se despiertan con el contrato sobre la mesilla pero no pueden explicar ni lo del tatuaje en el culo ni lo de las fotos chungas del móvil. Alba ha salido así en plan “derrepente”, sin consultar, a la gallega, y como el sol le da directamente en los ojos, tiene mirada de poligonera, que parece que se vaya a quedar bizca por comprobar si le queda bien el piercing de la nariz. Diego, aparece también tambaleándose de sueño, porque el mar está muy tranquilito esta vez, y sigue sin decir nada, pero se fija en todo, y es que el chaval es un de mucho detalle, es decir, no mira tetas, mira pezones. Ainhoa ya está gumiando desayuno a base de cruasán relleno, y tiene la misma cara de superioridad que cuando sale del Decathlon sin comprar nada pensando eso de “ahora va a ir a jugar al, padel su puta madre”. Eso sí, siempre admiraré a todos esos progenitores y progenitoras entregados porque en estos días que corren tener una hija que llegue virgen a la confirmación ya es un éxito como padre. Esto último, lo podéis anotar en las scubareflexiones. Manuel aparece con su bañador. Su único bañador. Este ser ignominioso ha asumido la teoría pragmática de tal manera que en su casa, ya no se lava la ropa, se incinera. Ahora lo tienes allí, con un limón en la mano, elucubrando sobre la incuestionable (que todo hay que decirlo) forma vaginal del cítrico y especulando con que, con esa forma, la ralladura, tendría que tener sabor a gamba. En ese instante, por nuestro costado, aparece la embarcación del parque con los biólogos. La frase del día será la de… ¡¡¡ Si suben los biólogos los “biolamos” !!!
Con Johnny en la cubierta -que parece que no, pero es que este tío habla tanto que parece Argentino, que seguro que no deja que los niños se duerman hasta que no termina de contarles el cuento- estamos todos prestos a escuchar otro de los brillantes “brífines” de los de Columbretes.
Si bien es cierto que el Devismar es un barco bastante cómodo para el buceo, no podemos obviar que es preciso cierto orden y disciplina en las maniobras de equiparse y saltar al agua. Hay veces, que por falta de cuidado o exceso de intensidad, los equipos se rozan con peligro de ruptura. Entonces, desde el respeto y el cariño, tienes que decirle al compañero-compañera, eso de… “la próxima vez que te vea maltratando mi equipo de la ostia que te llevas te vas a tragar el manómetro” porque, en este mundo, o se dialoga, o no se consigue nada.
Saltamos al agua, agua de mayo. Alexandre dice que está fría. Vamos a ver, primero, no estará tan fría cuando no contemplas el suicidio como alternativa y segundo, este chico es oriundo de Bélgica, que no quiero decir nada, pero que uno de los platos típicos de allí es el “Hutsepot” que es un estofado de patatas, zanahorias, cebollas coles, judías verdes, salchichas y puerros, es decir, ni siquiera es un cocido, pero no se puede esperar mucho más de un País que tiene como icono cultural la figura de un crio meando.
La quince tiene un recorrido sencillo: Desciendes, roqueas un poco con rumbo norte hasta llegar a la piedra con forma de cono invertido y regresas paralelo al desplome buscando pastinacas, tembladeras y langostas. En alguna piedra se esconden grandes morenas y me sorprende la cantidad de anémonas con cangrejos Inachus phalangium balanceándose es sus tentáculos y grandes ceriantos de un color blanco brillante. La inmersión se alarga hasta los sesenta y ocho minutos. Tan fría no estaría ¿no?
Tras la inmersión, toca un par de horas de ronroneo de compresor que salvamos compartiendo generosas raciones de embutidos patrios en popa, acompañadas por conversaciones de esas importantes que no se pueden dejar para luego, sobre la cantidad de aplicaciones que se pueden incorporar al móvil. Parece algo trivial, pero cualquiera de estos, se descarga tres aplicaciones y tienen tres aplicaciones, yo, sin embargo, me bajo una aplicación y se me descargan tres programas, siete virus, se me abren 20 enlaces a páginas de venta de repuestos de ordenador y una ventana con una tal “sandy” que vive a menos de tres kilómetros y que me quiere conocer.
Fondeados en la dieciséis nos preparamos para hacer la cuarta inmersión de la singladura. En lugar del tradicional salto de proa, hay delicaditos de espíritu que optan por saltar de espaldas, desde a popa, pero sin arte ni estilo, que así con las patas para arriba me recuerdan a los pavos de la cena del rojo. La idea es ir al arco, pero con ruta innovadora. De momento, en las rocas, los meros, como siempre. Pero las siluetas que hay bajo la termoclina son de los grandes abades. Y lo que aparece fugazmente es un pez luna. Entre la pared de bogas que hay en la zona, aparecen dent…inos, espet…inos y los incombustibles medregales. No son suficiente como para quitarle protagonismo a las langostas y al bogavante. Una inmersión típica de Columbretes. Sesenta y siete minutos para regocijo de los pingüinos.
Regresamos al cráter, a su calma, para comer y hacer la visita de la isla. Una oportunidad para la solidaridad (en forma de café de máquina y pulseras aptas para veganos) y reponer, entre otras cosas, hielo en recién estrenada cafetería del faro. Luego, tras la caída del sol, cena y conversación. He descubierto que soy capaz de derretir hielo con la mirada. Me cuesta hacerlo unas nueve horas, pero al final lo consigo. Charlamos sobre la representación femenina con las que compartimos visita al parque. Yo no me fijo en esas cosas, a mí, las mujeres, con que mantengan las constantes vitales, ya me gustan.
Última noche de pardelas. Última norte de Columbretes. Decidimos regresar a la Foradada, a la dieciséis y tratar de rodear las barras del Peña, por aquello de que Peña, por fin, conozca sus barras. Con el colacao aún en las tripitas, bajamos a piñón, a la pradera, sorprendiendo a un par de pastinacas y un grupo de dent…inos que andan a la caza de distraídas castañuelas y bogas. Pasamos por encima de las nacras y empezamos a ver langostas. Luego, en la pared, un precioso ejemplar de anemona de tierra (o anémona dorada) Condylactis aurantiaca con su corte de periclímenes (scriptus) nos separa de la visión de un enorme ejemplar de pastinaca que descansa sobre las algas. Bajando a la cueva, el movimiento unidireccional de bogas nos indica que por detrás algo tiene que aparecer. Se trata de un enorme ejemplar de atún, que al vernos, se pone más tenso que el tanga de Obelix y gira a escasos metros de nuestras máscaras. Incluso Nacho, que debajo del agua es como un volcán (inactivo) esboza un gesto de sorpresa.
Tras acabar con las existencias de lo que queda para picar, atacamos la sexta inmersión del crucero, de nuevo, en el fondeo tres, pero esta vez, llegando al cañón del Cremaet. La ida, se hace con cierta agilidad, pero la vuelta, es para recrearse con las corvinas y, sobre todo, con Niebla, que tras el parón invernal anda con cierta necesidad de compañía.
El regreso es comodón, sin problemas, y disfrutando de la gastronomía característica del Devismar, esa de sabor a mar abierto y libertad. Esas ensaladas aderezadas Llegamos a Benicarló. Descansados, con la tranquilidad necesaria como para tomarnos algo en esa terraza frecuentada por chonis de esas que solo aprobarán exámenes de drogas o de embarazo. Queda el regreso a Madrid, abandonar a su suerte a los del consorcio y empezar a mirar a la siguiente escapada en aguas de Altea, pero eso, será otra historia.