CARBONERAS: Expedición “Churros licuados”. 30/03/15
Repasamos una y otra vez la lista. Todo correcto. Encajamos el gigantesco “Tetris” que tenemos expandido por la tienda en la parte trasera de la Scubamovil. De cuando en cuando, miramos hacia la intersección de General Ricardos con Francisco Romero por si apareciese el dichoso repartidor. Estamos esperando un envío muy importante que se está haciendo de rogar. Entre tanto, suena el teléfono, me llaman de ACUC, para ver si voy a recoger documentación que tengo lista. Empezamos bien, me dijeron que la oficina estaba cerrada y ahora, tengo que cruzar un Madrid desierto, buscar sitio para aparcar y esperar un poco porque, ya que estoy allí, tengo que dejar solucionado un par de temas que han surgido. Cuando regreso a la tienda, el pedido pendiente ha llegado, y podemos salir. Son las dos de la tarde. Llevamos cuatro horas de retraso. Con tanta carga, al final, sólo vamos en la Scuba Ángel, Sonia y yo. Sonia ya ha invadido el asiento de atrás y está comenzando el proceso de tele transportación. El wasup, no deja de sonar. Los alumnos llevan ya varias horas en la carretera y a la vez que el “ansiamasá” les va poseyendo se entretienen etiquetando a los incautos que deciden acortar el viaje alargando el sueño.
Nuestra primera parada será en la Jineta, procurando darle fuelle al estómago y alegrando la mañana a Lourdes, nuestra camarera favorita, toda simpatía que nos sirve un exquisito chumirrasco (o como carajo se diga) a la brasa. Taponadas las úlceras con productos Manchegos, nos ponemos de nuevo en ruta. Un viaje tranquilo que terminará en Buceo Carboneras, descargando equipos y preparando el scubasarao de la mañana siguiente. Pero antes, hay que cenar. Nos reunimos con los aspirantes a Scubagueto, que llevan toda la mañana provocando el pánico en la playa con un boomerang de todo a cien y buscando erizos de mar, aunque la técnica de localizarlos “al tacto” haya que pulirla aún un poco más. Como son jóvenes se atreven, incluso, a retozar en las tranquilas aguas.
La primera sorpresa de la tarde-noche, quizás, sea la extraña conjunción cósmica traducida en inexplicables fallos de material, los más destacados, la ausencia de agua caliente y la inoperatividad de las tarjetas que abren las puertas que casi me obligan a pasar la noche en el sofá. Al parecer, la causa más factible para explicar tanto desmán se encuentra en Ricardo, un chiquín rumianto y de mirada torva tan gafe que si cayera de espaldas se rompería el pene. Mientras cenamos, dejamos al personal del hotel Felipe centrado en solucionar los problemillas.
De nuevo, estamos sentados a la mesa de Diego. El lema “que no farte de ná” sigue resonando en las paredes cada vez que pides ali oli y pan. Las jarras de cerveza van cayendo, mientras sirven los contundentes platos del menú. Por supuesto, la estrella, sigue siendo un flan de queso más denso que un batido de adoquines. Mientras cenamos, vamos informando de la hora del desayuno, los grupos, las inmersiones… en fin, todos los detalles de la escapada. Tras el café y el chupito, subimos a las habitaciones y procuramos descansar.
Amanece en Carboneras. El sol nos va diciendo que es de día y la ausencia de movimiento en las palmeras nos dice que el día será bueno. Hemos optado por hacer dos grupos. A falta de concurso mundial para denominación de grupos de buceo, el grupo A, empezará primero, madrugando, mientras que el B puede darle un poco más de guerra al somier. A la hora prevista, llegamos al centro y nos equipamos. Pensamos en hacer una inmersión “profunda”, por eso, me llevo sólo a los alumnos del curso de avanzado. Tras equiparnos, salimos por la bocana del puerto y nos dirigimos directamente al motor. En menos de diez minutos estamos equipados y saltando a un agua que lo mejor que podemos decir de ella, es que no tenemos que hacer agujeros para poder sumergirnos.
Descendemos, esto empieza. El agua está más verde que una sopa de tortuga ninja, fría como el “coño” de la sirenita y a poca profundidad aún se notan los efectos del temporal de la semana pasada en forma de mar de fondo. Una vez llegamos a la pared del cráter, la cosa mejora un poquitín. Entre castañuelas, salpas, bogas y sargos destaca la presencia de un pulpo que ha tenido que pasar una noche espantosa, a juzgar por el número de patas que le faltan. Como estaba previsto, lo que si hay, y en abundancia, son nudibránquios, en especial, flavelinas y crátenas. También hay un elevado número de planarias, en especial de las moraditas (prostheceraeus roseus), aunque también vemos de las blancas (Prostheceraeus vittatus) y de las blancas con pecas que tienen ese pequeño borde amarillo (Prostheceraeus moseley). Una vez llegamos al motor, comprobamos que sigue poblado de salmonetes reales y de muriones. Un falso abadejo nos observa desde lejos mientras hacemos un par de ejercicios para demostrar eso de que la narcosis sí que sí. Una vez hemos argumentado la inmersión, retomamos el camino de vuelta ascendiendo por las gorgonias y regresando por el arenal hasta encontrar el fondeo.
Esto del traje seco es una maravilla. El sol templa tu prenda térmica, seca, y como estás seco, porque sales seco, vas recuperando temperatura, por lo que en la sucesiva, entrarás, seco, al agua para que salgas de nuevo, seco, directamente al chiringuito, sin pasar frío. No sé si ha quedado seco, perdón, claro, la necesidad de este tipo de trajes en inmersiones “primaverales”. Cuando llegamos al puerto, el grupo B, ya nos está esperando en el muelle. Sonia dando instrucciones agobia más que Dark Vader con un megáfono, pero como al que se ande reposado le remoñea de collejas los tiene dispuestos y a cuatro inmersiones de conocer la verdad universal del buceo.
El mar nos permite empezar el curso en las Corvinas. El año pasado colocaron un fondeo a cinco metros de profundidad, en medio de un pequeño cráter, que permite descender al grupo y mantenerlo compacto sin remover arena y sin castigar la pradera de posidonia que nos rodea. Por desgracia, la visibilidad no nos deja contemplar toda la fauna que sobrevuela este ecosistema, por lo que, nosotros a lo nuestro, nos pegamos a la pared mientras confirmamos que la evolución de los alumnos es la esperada. Se nota que lidero un grupo educado a moflete cruzado porque, aparte de llevar todo el curso hablando como los libros de COU (ni un cantidubi, ni un cómeme el níspero) van disciplinaditos, pendiente del compañero y cumpliendo con todos y cada uno de los puntos del código Scubagueto de comportamiento. Disfrutamos con la visión de un congrío hasta que alguno de ellos comienza a sentir la falta de calor y nos damos la vuelta, acortando sobre la pradera y llegando al fondeo sin novedad.
Mientras recuperamos calorías en el puerto y cumplimos con la norma de convertir la cerveza y el vino en orina, notamos como el viento ha levantado un poquito. Manu, el de buceo Carboneras, de los dos, el que tiene el pelo como un chupa-chups de estropajo, ya va avisando que para estar tranquilos hay que buscar la pared de San Andrés, y, a eso vamos, fondeando sin problemas y haciendo el segundo descenso del día.
La segunda inmersión pretende rebajar egos, por ejemplo el de Daniel, que va más sobrado que las niñas portuguesas cuando van sin depilar, haciendo el “buda” cada vez que le apunta una cámara. Entre la arena sorprendemos un par de chicharras y una estrella, serranos, julias y por supuesto los imprescindibles nudibránquios. Tras un rato de navegación, encontramos la entrada al cañón, y nos acercamos a la rueda, refugio habitual de pulpos. La pared está plagada de flavelinas y tras pasar por el pequeño arco, al final, una enorme morena se refugia en una grieta. El fondeo que pusieron aquí, queda justo al lado del ancla partida. Es en este punto cuando la resistencia al frío de Marta llega a su fin, nos hace la señal correspondiente y decidimos regresar, subiendo de cota, buscando la capa superior ligeramente más caliente. Tras inspeccionar los dos cráteres de la pared en busca de los inquilinos de las anémonas encontramos el cabo. Un ascenso nos separa de las tapas, de los zumos de cereales y de los cuidados de Diego.
Con alguna que otra dificultad, llegamos a los chupitos, desatamos a Marta (que si la hubiésemos dejado suelta ya se habría bebido hasta la mercromina) y subimos a las habitaciones. Por mi parte, tengo en mente echarme una siesta de esas de las que despierto porque en la tele empiezan a sonar las campanadas. Hemos quedado con el grupo para hacer el examen, penúltimo trámite del curso, y que les deja solo a dos inmersiones de conocer la verdad universal del buceo. A la hora prevista, todos, menos Ricardo, se presentan con pelazo yegua y más impolutos que una medalla de la virgen María. Con todo terminado, tenemos tiempo para tomar una cervecita justo antes de entrar a una cena que transcurre con relativa normalidad. Apuramos los chupitos amarillos y regresamos para descansar un poco.
El último día de inmersiones empieza con un tiempo más inestable que King África con tacones de aguja. Hay que aprovechar para apurar las Corvinas, por si apareciera o apareciese el caballito de mar. Como el grupo es disciplinado, se ve que aún no se han quitado el pánico a pisar por lo “fregao”, llegamos sin problemas y comenzamos la inmersión. Tratamos de ir un poco sobre las plantas para tratar de sorprender a las hurtas y a los abades, pero sobre todo, por acortar camino a las corvinas, donde llegamos justitos de aire. Dejamos la pared a nuestra derecha y seguimos por el ancla hasta la esquina y desde allí seguir el cañón hasta llegar al fondeo. Después de más de cuarenta minutos de inmersión, lo del agua es algo que ya no da gustito y empieza a escocer.
El camino de vuelta, con el viento en contra, es una explicación práctica de cómo se pierde calor por evaporación. Los veo agrupaditos en proa temblando más que los pollos descabezaos, con los labios más azules que un desnudo de la pitufina y mirándose un ojo con el otro. Pero al llegar a tierra se recomponen, demuestran que son espartanos, como las alpargatas y preparan los equipos para terminar las inmersiones.
Es la última. Una y todo esto habrá acabado. Una y conocerán la verdad universal del buceo. Una.
Le digo a Manu (de los dos de Buceo Carboneras el que tiene los pelos como tallarines) que nos deje en el arco pequeño. Estamos resguardaditos del viento y parece que aquí la cosa de la visibilidad anda mejorando. Desciendo y de pronto me encuentro más desorientado que un guiri en Santa Pola, me parece que nos han dejado sobre el sifón, y que, siguiendo esa pared llegaremos al motor. En efecto, si hubiera seguido la pared, digamos que habríamos llegado al motor, incluso, habríamos subido por las gorgonias hasta llegar al arco y de allí, al sifón. Pero esa ruta no la pudimos hacer porque hubiéramos bajado más de lo permitido por los estándares… Por fin finalizamos la inmersión y, pese a todo, veo que ha sido otra escapada que acaba con caras de semana fantástica. Toca irse despidiendo de este grupo, para que regresen pronto a Madrid sin demasiados problemas de tráfico. A la vuelta les entregaré las titulaciones, pero aprovecho que Manu (de los dos de buceo Carboneras el que tiene el pelo como una mecedora de mimbre reventada) baja las revoluciones del motor para decirles una verdad universal del buceo que ya sabían, pero que ahora han podido exteriorizar. Se les ve animados, y, realmente, ha sido un grupo más grande que abrir los brazos. Espero que continúen buceando, aunque, imagino que, sitio dónde lleguen, sitio que van a dejar más descolocado que un carrefur en rebajas.
Antes de que llegue el momento de partir, nos hacemos una foto de grupo. Allí posan Carlos C (un tipo vago, más perezoso que las chicas que no se enamoran en invierno para no tener que depilarse), Sonia, Nacho (un tipo con tan poca coordinación que su profesor de música cuando repartía instrumentos siempre le daba el triángulo), Aarón (que es tan feo que sus padres apagaban la luz por la noche y era el coco el que la encendía), Daniel (realmente, es un sol… hace daño a la vista) Marta (la chica Sauron, siempre acompañada por orcos), Ricardo (una de esas personas que si se tragase un mosquito tendría más cerebro en el estómago que en la cabeza) Ángel (me recuerda a un muelle, que te divierte cuando lo tiras por las escaleras), Carlos D (Uno de esos tipos que disfruta de la vida contemplando sus infinitos misterios… vamos, que duerme mucho), Eduardo (la historia de su vida comienza con una farmacia cerrada), Luis (el que se peina como Concha Velasco) y yo, que al final, me tocó aguantarlos a todos sólo porque durante su infancia nadie tuvo valor para cambiarles el agua por lejía.
Regreso al hotel y me da tiempo para echarme un poco antes de bajar a comer y volver a la habitación para echarme otro rato. Adoro los días bisiestos.
Entre medias, una pantagruélica comida junto a Murillo y Silvia que ya han llegado. A lo largo de la tarde, van apareciendo los demás: Jorge, Nacho, Bea, Edel, Susana, Belén e Inmaculada. Durante la tarde y tras el letargo vampírico de Javi nos quedamos en la terraza del “Felipe” degustando unos deliciosos y abundantes (que no falte de ná) churros acompañado por un chocolate que, según cuenta la leyenda, si eras capaz de desclavar la cuchara te nombraban rey de Inglaterra. Luego, con todo el grupo reunido, toca planificar los horarios del primer día de buceo y marcharnos a la cama, a descansar.
Amanece un día tranquilo, sin que la brisa anunciada hiciese acto de presencia. Como no nos equipamos con prisas, la cosa avanza despacito, mucho más lento que con los del grupo anterior. Nacho anda tan blandito que a Alex Ubago le sobraría inspiración como para sacar un disco. Antonio se empeña en arrebatar a Silvia el collejón de oro con un desesperado intento de montaje de botella inverso. Empezamos bien. La primera inmersión la perpetraremos en las Corvinas, rizando el rizo, al libre albedrío, lo que viene a ser una caribeña.
En primer lugar largo a Nacho y a Jorge con el nuevo, lo que viene a ser un “quitaquestorbas” rotundo. Luego, uno a uno, vamos descendiendo por el cabo y cruzando por las corvinas hasta llegar a las grietas. Buscamos el caballito de mar, esta vez, ausente (y no digo que sea por el “efecto Silvia”) pero vemos morenas, un murión, congríos y la colección invierno-primavera de nudibránquios. Luego, continuamos impulsados por la ligera corriente hasta que superamos la lengua de arena y nos aventuramos a superar la esquina de la isla y continuar por la pared hasta el fondeo, pero, los 43 minutos el frío empieza a pasar factura y se suceden los esparcimientos de boya deco, alguno, con intento de suicidio incluido.
Subimos al barco y regresamos a puerto. Llega, entonces, la hora de los valientes. Nos quedamos Nacho, Jorge, Silvia, Ángel y yo. El resto, huye vergonzosamente rumbo al centro. Mientras sorteamos olas hasta llegar al cráter, pienso no sentía tanta vergüenza de ser español desde el día que le dieron un Grammy a Alejandro Sanz. Esta segunda inmersión de la mañana se prolongará hasta más allá de los cuarenta y seis minutos. Para los que no sepan lo que son cuarenta y seis minutos buceando, es más o menos el tiempo que tarda un daltónico en resolver un cubo Rubick.
La liturgia en Carboneras, y más en semana santa, obliga a tapa y peregrinación al “Felipe”. Tras los primeros y segundos llegan los postres. Para los neófitos en estas lides, comentaremos que según Diego, si no obstruye el intestino, no se le puede considerar postre. Tras los chupitos digestivos, no hay unificación de criterios. Mientras unos buscan la playa, otras van de tiendas, Edel dice que se va a correr (se nota que es un caballero, de los que avisan) y yo opto por respetar esa milenaria tradición hispánica consistente en dormir un poco después de comer con el objetivo de recuperar energías para seguir haciendo el vago por la tarde.
El wasup ha revolucionado el universo Scubagueto, racionalizando mucho más el desorden. De manera que, silbato a silbato, pitido a pitido, nos organizamos lo justo como para definir un bar de referencia en el que dar rienda suelta a nuestro espíritu “Scubagueto” que permite que todas las escapadas estén repletas de experiencias increíbles y maravillosas que las leyes y la decencia prohíben expresamente. Allí, de repente, sin encomendarse a ningún santo, Murillo vuelve a romper la belleza inconmensurable de sus silencios haciendo un tendencioso comentario sobre el tema musical de fondo elegido para el vídeo de Maldivas. Envalentonado, relaciona el reconocimiento mundial del tema “you were allaways on my mind” con los Pets Shop Boys, negándole la fama no solo al eterno willie Nelson, sino al mismísimo Elvis Prestley. En uno de esos momentos en los que solo mi silla sabe cómo me siento, por primera vez asumo la necesidad del deporte en nuestra sociedad, por ejemplo a Murillo, que lo deporten de inmediato, y así con todos.
Llegamos a cenar tarde. Vamos a ver, los Scubagueto, no llegamos tarde, creamos expectativas, pero como parece que esta vez hemos aparecido más allá del horario previsto, ya hay quien, poseídos por el ansia gumiosa, han empezado con la cena. Una vez terminados los cumplidos al buen hacer de Diego y su tarta de tres chocolates, encaminamos nuestros pasos, como no, hacía el bar más cercano. Con esto, damos por terminado el día.
Para evitar la brisa que se levanta a media mañana y asegurar al menos la primera inmersión, bucearemos muy temprano. Hoy hemos madrugado tanto que hemos empezando el día ayudando a Dios. Desayunando, dudo si la gente está bostezando o interpretando ópera en silencio. Procesionamos hasta el centro y nos equipamos. Noto que los manguitos del traje tienen un aspecto algo así como de papel de fumar mojado, pero Sonia me echa unos cuantos polvos (de talco) y encaro la primera inmersión de la mañana con más optimismo que los músicos del Titanic. Hoy buscaremos una tregua en la zona del Acuario, lo que nos permite un fondeo resguardado, a cambio de un incremento en la navegación. La visibilidad es mala, el horizonte está más blanco que una pescadilla en harina, de manera que hay que ir viendo el detalle, y, detalles en forma de molusco hay muchos. Las grietas siguen cobijando morenas y congrios. Sobre la pradera patrullan incansables un par de hurtas de gran tamaño y, ocasionalmente, alguna barracuda cruza a gran velocidad por delante de nuestro campo visual. Por mi derecha veo a un par de medregales. De repente, castañuelas y bogas descienden a esconderse en las algas alertadas por la presencia de dos atunes que parecen bólidos plateados. Tras ver como se expande una boya deco en coreografía circular, damos por terminada la inmersión. A lo lejos, aparece Nacho con Bea, ambos más perdidos que la Veneno en Los mundos de Yuppi, berreando cariñosamente y solicitando la aproximación del barco. Bea, que tiene cierta urgencia por subir, comprende por qué sugerimos que lo primero que se le entregue al barquero sean los plomos. Recibe en el improvisado aseo su nominación al collejón de oro 2015.
La segunda inmersión, tiene menos asistencia que la despedida de solteros de Adán y Eva, y, es que, desde que Manuel está liberado de escapadas, la gente tiene menos fuerza que un fruitopía abierto. Jorge, Ángel y yo, recorremos el cráter encontrando el tesoro de la semana, un precioso nudibránquio muy raro de ver cuyo nombre ciéntifico es janolus cristatus. Como Nacho dice que si estás menos de una hora buceando los demonios matan a un a un adorable delfín, y él no quiere que eso ocurra, los últimos minutos de esta inmersión, hasta llegar a los sesenta los emplearemos en filmar este bicho mientras nos preguntamos por qué su nombre se relaciona con el Dios Romano Jano y sobre todo, por qué “cristatus” no significa cristal, sino cresta.
Una vez damos por finalizado el capítulo cultural de las Scubacrónicas, llega la hora de pasarnos a limpio y arrastrarnos hasta el restaurante, a devorar como si no hubiera un mañana. Decidimos que, para aprovechar la tarde, vamos a culturizarnos un poco a las cuevas de Sorbas. Edel, quiere repetir lo de la corrida, mientras que Bea dice que se va a la cama con tos. Llamarme aprensivo si queréis, pero eso de irse a la cama con “tos” es muy de guarrilla. Inmaculada y Belén renuncian a las cuevas y se dedicarán a recorrer el litoral mientras que Nacho ha decidido que hará lo que diga Bea, y no hay más que hablar.
De las visitas a las cuevas, un lugar donde sin conocernos ya nos dan un gorrito de Mastercheff pero de todo a cien, un casco con lucecita y un guía con un total desconocimiento del modo conceptual del comportamiento Scubagueto, lo más positivo que podemos decir es que no nos dejaron abandonados. Incluso, nos dieron tres minutos (de los cuales me sobraron dos) en total oscuridad que aprovechamos para restregarnos hasta con los marcos de las puertas mientras hacíamos el sonido de los monos del Faunia buscando hacer cosquillas en la sobaca mora de mi Sonia. Ni que decir tiene que la guantá sonó como las de Bud Spencer. El guía terminó la visita contándonos historias de la cueva basadas en hechos reales, como la peli del Rey león. Luego, nos dio tiempo de sobra como para ver el anochecer en la playa de los muertos, a la que bajaron Murillo y Antoñito por aquello de, supongo, impresionar a las suecas, porque si no, no me lo explico. Otra cena más entre amenas conversaciones. Me preguntan por qué no organizamos algo en Holanda. Vamos a ver, nunca iremos a Amsterdam, porque me recuerda al tour de Francia, es decir, un montón de gente en bicicleta y drogada. Luego, mojito con las niñas y a la cama, a una habitación que con el paso del tiempo ya está más desordenada que un Bershka en rebajas.
El día amanece revoltoso y juguetón.
Eso nos obliga a refugiarnos en la pared de San Andrés y cruzar la arena buscando el cráter. Como ya somos habituales (sospechosos habituales), el recorrido de esta inmersión nos lo sabemos de memoria, por lo que, el paseo lo podemos improvisar de mil formas. A mitad de inmersión, me percato que mis compañeros se han quedado un poco atrás, Mientras contemplamos un gran ejemplar de “Felimida purpurea” esperamos hasta que llega Antonio, gesticulando como si fuera una azafata epiléptica diciéndonos no sé qué de Murillo y Mayka. Desde mi posición veo sus burbujas, de manera que, espero un poco y como no llegan, decido acercarme y comprobar que todo va bien. Veo a Mayka iniciando el ascenso y a Javi, realizando uno de sus grandiosos despliegues de boya deco, solo que esta vez, ha decidido mirarlo desde un punto de vista superior y sube él más rápido que la boya. Cuando Silvia se acerca a Mayka, Antonio, impulsado por un resorte, surca el mar con la celeridad de Super Ratón (pero menos supervitaminizado y mineralizado) apartando a la buena doctora y subiendo a su compañera con una violencia que aquello parecía una partida de Mortal Kombat. Ya en superficie, comprobamos que es el frío el motivo principal de deserción, aunque las palabras finales de Javi acerca de una “levantada” de tres metros, confieso que me dejaron más confundido que un perro con tres cojones.
Terminamos la inmersión y, mientras esperamos que aparezcan Jorge y Nacho le sigo dando vueltas al misterio, que no deja de ser inquietante. Finalmente, asoman las cabezas de los dos zoquetes más perdidos que la Veneno en los mundos de yupi rogando que nos acercásemos con el barco para librarles de un indigno y bochornoso tramo a nado. Como el que guiaba la inmersión era Jorge, entiendo que esto, le convierte en candidato al collejón de oro 2015. Y van tres en una misma escapada, lo que indica que, este año, llevarse el galardón va a ser más complicado que ver una colombiana con los pantalones de su talla. Tras llegar a tierra, la serie de vergonzosas e inexplicables deserciones se suceden, dejando a los inasequibles al desaliento poder para decidir el donde de la siguiente inmersión. Desprovistos de los pusilánimes recelosos del oleaje, optamos por caribeñear de nuevo en las gorgonias, haciendo una ruta inversa no exenta de sorpresas.
Regresamos al restaurante para comer y para preparar la siguiente jugada.
Pese a que la visita de un túmulo funerario fenicio resulta una idea muy atractiva, la palabra Kart, hace que se movilice toda la gente y que busquemos un medio mejor de liberar adrenalina que la contemplación de osamentas y ajuares mortuorios. Nos embarcamos pues en la Scuba, todos menos la Otorrino y Nacho, que se mantiene muy firme en su postura de cumplir a rajatabla las instrucciones de Bea. Edel, Susana, Inmaculada y Belen optan por la carretera nacional, con muchas más curvas, nosotros, por la autopista, a lo loco.
Llegamos a la pista y contratamos una carrera completa, con vuelta de calentamiento y sesión de calificación. Luego, tras una coca cola y un desesperado intento por hacer pasar a Silvia por una niña de 5 años para que le dejaran subir a las camas elásticas nos aprestamos a terminar la carrera. Tras bajarme del coche, me percato que Silvia tiene cara de estar más mosqueada que el casero del fugitivo y habla con muy malos modos, como de querer darse de baja de Movistar. Protegido por Jorge, escapo de la situación, aunque Edel, un caballero de esos que tiran los huesos de aceituna al cenicero, intenta relajar la tensión del momento. No se percata que, ahora mismo, decirle algo a Silvia es lo mismo que decir “Satanás yo te invoco, desata tu furia“, total que la ginecóloga le toma por una piñata y le escaralla dejándole la cara como un huevo frito con labios. Para no tener la misma suerte, dejamos que la doctora siga hablando de libertad y democracia mientras que nosotros opinamos de lo fría que está el agua.
La cena en la que “casi” nos hacemos clandestinamente con un Vega Sicilia contribuye a calmar los ánimos y a relajar el ambiente. La noche será plácida sin demasiadas alteraciones. A la última noche, le suele suceder la última mañana, un momento en el que piensas si debes hacer la maleta y recoger todo o prender fuego a la habitación, cerrar la puerta y empezar otra vez desde cero. Desayuno, paseo al centro y de nuevo al mar. Hoy, por aquello de evitar atascos, solo haremos una vista al arco y alrededores tirando de sapiencia orientativa porque el mar anda revuelto y la visibilidad no es buena. Pese a todo, nos acercamos a los setenta minutos de inmersión.
Esto ya está terminado, tenemos por delante muchos kilómetros, una visita a los chopos y descansar de una semana de gran actividad.
Por delante queda mucha temporada, pero eso, será otra historia.
Zona de inMersión
El movimiento de las olas, día y noche, viene del mar, hay quien ve las olas, pero, ¡qué extraño! no ven el mar