ALTEA. EXPEDICIÓN “Heidi” .28/10/2016
Entre decepción y decepción, llevo una semana mirando las previsiones del tiempo y frotándome los ojos con lo que veo. Ya dijeron los telediarios que tendríamos un otoño atípico, que las máximas temperaturas del agua se alcanzaron en septiembre, que no hemos tenido ni lluvias ni frentes gélidos que acelerasen el enfriamiento del mediterráneo, pero, es que, no recuerdo haberlo visto así en la vida. Bueno, quizás sí, pero ya sabéis la relación existente entre mi memoria y la sexualidad.
Decepcionado por enterarme que mi “Gordi” finalmente no viene porque se ha levantado con placas en la garganta y está con cuarenta -dado el cariño que la tengo voy a omitir el chiste fácil- en la cama. Es una faena, porque, precisamente ahora que con tanto pedaleo está más cuadrada que una lasaña de ladrillos, eso de que la tumbe un microbio la tiene que dejar más preocupada que D’artacan con moquillo. Bueno… la de La Herradura, seguro que no se la pierde.
También se aprovecha la mañana para resolver asuntos de proveedores, de agencias, de seguros, de certificaciones y, por lo que puedo ver en las redes sociales, de preocuparme un poco por algunos que no van a tener presupuesto suficiente para la película que se están montando. Con todo esto, la mañana se va echando encima, y, hoy, además, es uno de esos días en los que puedo salir prontito de la nación Carabanchelera.
Cuando el coche de Raúl, con bolsas hasta la luz del techo, abandona las calles de la capital, en dirección a la A$4, ya andan por carretera los primeros Scubanautas de esta expedición. Álvaro, el de la informática, que no dudo de su capacidad intelectual, pero para él un plan brillante es envolver el bocadillo con papel de plata, interpreta todo tipo de géneros musicales sin vergüenza ninguna junto a Ana (en adelante “Heidi”) cuyas preferencias musicales tienden más al complejo mundo del reguetón y el electro latino, esos géneros musicales preferidos por aquellos que suman con los dedos.
El resto tiene previsto dejar Madrid algo más tarde, por lo que, la primera parada de mi viaje será en “los Chopos”, bocadillería de referenciada en la guía Michelín versión Scubagueto por su dedicación ejemplar en el mantenimiento de tradiciones relacionadas con la innovación gastronómica del arte cisoria de los músculos ventrales porcinos. Vamos, que hacen unos bocatas de panceta a la brasa con queso manchego de la Mancha que lo flipas. Una vez saciado el aspecto nutricional y con menos de la mitad del recorrido por delante, en menos de lo que un Daltónico gana una partida al “Simón”, nos personamos ante las puertas del Hostal, más o menos, justo en el momento de llegar, ni antes ni después. Los primeros minutos en Altea los empleamos en una conversación infructuosa con la recepcionista, que no asumía mi clarividencia a la hora de repartir habitaciones. Me recordó a lo de montar en bicicleta estática, que me esforcé, sudé y al final no llegue a ningún sitio. Finalmente, mi oratoria triunfó y más o menos, la cosa quedó resuelta. Todo listo.
Como todavía teníamos tiempo hasta la cena, decidí dar una vuelta por la vecina urbe de Benidorm, que aunque parezca mentira, a estas alturas del año, y aún hay más gente que en el área del Éibar en un córner. Entre los jubilados (que si el desembarco de Normandía lo hubieran hecho aquí, no hubieran pasado de la segunda línea de sombrillas), y los turistas británicos (que ya llevan en la camisa más alcohol que la fregona de una sidrería), nos cuesta una barbaridad encontrar un sitio tranquilo donde tomar algo. Tras declinar el único bar del mundo donde encontrar torreznos con Nutella (el snack definitivo) nos acomodamos en una terraza balinesa de esas donde ofrecen una cuidada selección de trescientos tipos de té, pero donde ninguno sabe a nada. Tras una agradable conversación, volvemos tras nuestros pasos y volvemos a pasar por ese polígono repleto de señoras de las que te cobran los besos que precede al hostal.
Poco a poco, birra a birra, van llegando el resto del personal. Viene Vanesa, indignada porque se ha comprado un juego de sábanas y le ha venido sin instrucciones, Mer, Álvaro (el otro) y Beatriz. Fernando viene con la familia, algo que me resulta más raro que una maestra pariendo en verano. Gloria viene solita, acertando a la primera, encantada de haber llegado a la primera sin GPS ni nada. Fer, Aurora y Sebastián llegan a la vez porque han venido en el mismo coche. Los últimos serán María José, Beatriz (en adelante Bebé) y el Tato, uno de esos tipos que te caen bien porque siempre van de cara. Los que van de espaldas no me gustan porque se tropiezan y lo tiran todo. La cena, como viene siendo tradición, es de régimen. De régimen totalitario, concretamente. Nuestra camarera dominatrix nos orquesta unos primeros, unos segundos y unos postres con una eficacia y un orden propio de internado ario.
Tras un día de viaje, como siempre, apuramos la última cerveza en la terraza, y, cuando Morfeo nos empieza a vencer, nos levantamos y subimos a las habitaciones. ¿Sabéis ese momento en el que estás muerto de sueño y te levantas con la intención de dormir? Bien había 2.785 circulitos blancos en las cortinas de mi habitación.
A mí me ha tocado compartir habitación con Sonia, una mujer que tiene la capacidad de dejarme helado o de hacerme gozar con un agradable calor… Depende de lo que haga con el edredón. Menos mal que pude elegir habitación con dos camas. Finalmente, el viernes termina. La próxima luz que veamos será la del sábado. Bueno, y la de los cargadores de las baterías de los focos, y los de las cámaras cargando, y el pilotito azul de la tele, y el pilotito rojo del detector de incendios, y…
Cualquier mes que empiece en sábado tendrá 5 sábados y 5 domingos, según el Feng shui, todas las actividades que emprendas en esos días serán afortunadas, si las haces con zona de inmersión… ¡¡¡serán la ostia!!!.
Carboneras fue la ostia, Columbretes fue la ostia y Terreros fue la ostia. Altea, para cerrar el mes, llevaba el mismo camino. Pero, no adelantemos acontecimientos. Primera hora de la madrugada. Bajo a desayunar. El salón está vacío, las mesas desocupadas pero por alguna razón “Heidi” y el Arribas, deciden sentarse a mi lado. Las cosas son así, yo, me suelo despertar con alegría y con optimismo, pero, según avanzan las horas, me voy encontrando con gente. Baja Beatriz, que se nota que vive en la parte noble de la costa marrón porque sus amigas no se llaman Yorelai, Yeni o Zuleima. Las chicas bajan peinadas, impolutas como medallitas de la virgen maría. Los chicos, que son más feos que el Fary mirando al sol no son tan cuidadosos con su aspecto. Todos menos Fernando, que como es de esa época en la que la gente se metía en los baños para frunjir o meterse rayas, y no para hacerse selfies, luce un aspecto noble que parece un futbolista haciendo el anuncio de Emidio Tucci.
Llegamos al centro. Vuelvo a saludar a Rebeca y a Curro, los que nos van a aguantar hoy. Luego, repartimos los equipos y supervisamos el montaje de los que, hoy, van a conocer lo que supone hacerse adictos al “ansiamasá”. Mientras observo al grupo, no puedo dejar de pensar cosas positivas, como que he visto a buitres destrozar cadáveres con más tacto que alguno de estos montar el equipo de buceo. Como es Sonia la que mete prisa, la cosa avanza rapidito. Hombre, no seré yo quien diga que mi mujer sea negativa, pero cuando se desmaya, en lugar de volver en sí, vuelve en no.
Sea como fuere, nos encontramos en el puerto, frente a las barcas, esperando el carro con los equipos. Veo como Vanesa organiza el traslado, y eso, que lleva desde las seis de la mañana tratando de ponerse las lentillas, que se la ha quedado un ojo como el de Sauron. Otro que carga con lo que le echen es el Tato, Dragos, que demuestra tener más fuerza que la tela de araña que sujetó a los elefantes y que se aficionó al heay porque pensaba que las siglas ac/dc significaban almuerzo comida / desayuno cena.
Antes de cargar las barcas, le preguntamos a Fernando, como líder todopoderoso de la élite titulada en cuál de las dos prefería ir. Él, en su infinita sabiduría eligió la de la derecha, más, al percatarse de que la de la izquierda venía con sombrilla de serie, modificó su elección. El motor de nuestra barca, arrancó con suavidad, pero el de la suya… Pero que esto no os haga pensar que… sea… ¿gafe?
Bueno, resumamos: barca en marcha, sol, calorcillo, mar en calma y retraso de tiempo habitual mientras navegamos hasta la Mitjana. Una vez fondeamos, ambos grupos, nos sumergimos en unas aguas llenas de vida, pasando entre una nube de castañuelas zaheridas ocasionalmente por unos cuantos espet…inos que centellean cuando les da la luz. Lo primero es lo primero, y bajamos despacito, hasta llegar a la esquina. A unos veinte metros de profundidad, aparece una neblina que limita la visibilidad. Pienso que será la temida termoclina y que, nos vamos a pelar de frío, pero no, la temperatura se mantiene en unos agradables 20º. Álvaro, que estaba tan sobrado que terminó su examen de avanzado escribiendo “chin pom” me pidió repetir lo de la narcosis. Y allá que vamos, a degüello a los 39 metros entre grandes ejemplares de dentón, pulpos, vaquitas suizas, cabrachos y un enorme congrio que nos mira extrañado mientras hacemos un par de ejercicios frente a si guarida. Así que, desarrollamos un par de pruebas hasta que veo que mi alumno se pone bizco de astucia. Es el momento de regresar. Camino del barco, nos encontramos con Bebé, el Tato y Vanesa, que andan terminando su primera inmersión. Trata (Álvaro) de hacer un simulacro (bastante real) de parada de descompresión, manteniendo la flotabilidad mientras hace los mismos gestos que los monos del zoo cuando les pica el escroto cuando intenta lanzar la boya deco. Mira que tengo modelos en este tipo de despliegues, pero, si tengo que evaluar el de esta mañana, diré que una vez vi a Agatha Ruiz de la Prada con coloretes verdes y traje de pelota de playa y daba menos vergüenza.
Subimos a bordo. Resulta que la lógica logística femenina nos dice que hay que venir a bucear con siete bikinis, doce vestidos, tres abrigos pero solo una goma del pelo y, cuando esta se pierde, hay cabelleras que empiezan a parecer una zona catastrófica. Concretamente, Beatriz, con ese peinado a lo Olivia Newton Jones (en Grease) mañanero, ahora parece la loca de los gatos de los Simpson. Mer, pese a recortarse cuero cabelludo, tiene la cocorota que parece que haya tenido gatos durmiendo encima. Ana, no se mueve mucho, quizás sea porque su neopreno le queda tan ajustado que si separa las piernas se le van a salir los ojos de las cuencas.
Un pequeño intervalo en superficie que incluye un pequeño traslado nos separa de la inmersión conocida como la “cueva del Enanito”. Fondeamos y mientras el grupo de élite se dirige primero a la “cueva del Elefante”, los demás atacamos la mencionada en primer lugar. Es un lugar pintoresco, que oculta una cigarra de mar, una familia de antias y los eternos salmonetes reales. Tras unos minutos allí, regresamos al exterior quedando el grupo dividido entre los que ya andan tiritando y los que aguantan. Entre estos últimos, mis alumnos de owd y alguna rezagada que lleva años sin mojarse. Aprovecho para corregir esos defectillos en los que tienes que decir: “¿ves como la cosa va mejorando?”, aunque lo que pienses sea: “prefiero que me apuñalen los ojos con una botella rota antes de volver a verte aletear así”. Como yo soy vegetariano no practicante, mi estómago comienza a sugerir que quizás sea el momento adecuado para regresar al centro, con rogativa a la jefatura de que nos amplíe el plazo de comedor ya que, acumular inmersiones de más de una hora, nos ha llevado a llegar a puerto pasadas las tres y media.
Tras la comida (a riesgo de que pueda haber confusiones), la gente se dispersa. Unos, a la camita, otros, a recorrer los casi seis kilómetros de camino que hay hasta el faro. El paseo dio para muchas cosas, incluyendo un avistamiento de cetáceos y un atisbo de hostia enorme que nos heló las venas a todos. Terminamos socializando a un par de perros. También aprovechamos para socializar a Mer, que sigue sin progresar en su “curso”, y no se da cuenta que así no se puede. Pero esta chica es de esas a las que le dijeron que hay que amar al prójimo y no parará hasta que tenga denuncias y órdenes de alejamiento. Sonia, que se despertó de la siesta tarde, casi le chafa al bueno de Fernando el mes de septiembre del 2017. Mira que lo he dicho veces… si hay algo que he podido aprender de la película “el resplandor” es lo que ocurre cuando pasas mucho tiempo con la familia. Tras la cena, paseíto por Altea con Vanesa, que no digo que sea mala, pero si escribes bruja en google maps sale la dirección de su casa. Una última copa nos separa de unas horas de merecido sueño.
El domingo llega. Bajo con ilusión a desayunar SO-LO, y mi mesa, por momentos, se parece a la de la casa de médico de familia, que no me van a dejar mi momento de esparcimiento mañanero tranquilo. Trato de comprobar si las previsiones van mejorando, pero he visto a señoras correr detrás de un autobús más rápidas que este wifi. Finalmente, lo consigo, y las previsiones son inmejorables.
Hoy, optaremos por bucear en Benidorm. Hago caso de la sugerencia de Rebeca y fondeamos en los “Arcos”. El mar está tranquilo. La visibilidad es impresionante. Junto al fondeo, un descomunal cardumen de salpas se estira mientras tomamos imágenes. Todos menos Fernando que no bajó la cámara, o sí, pero luego mejor que no, pero la llevó, o se la dejó, no lo sé. Y mira que le he dicho veces que el sistema “pito, pito, gorgorito” es el mejor para tomar este tipo de decisiones complicadas.
Cuando los manómetros van delatando a los aspirantes a sorbete (edición 2007, próximamente en nuestra Scubacomida), me quedo con Sonia, Vanesa y Mª José explorando un poco más de esta parte de la isla. No podemos evitar sucumbir al hechizo del cardumen de salpas, aunque, una tembladera nadando distraiga nuestra atención. Es entonces cuando nos cruzamos con un grupo de buceadores. Mira que a veces pienso que soy demasiado crítico con mis alumnos. Mira que a veces, pienso que les exigimos mucho más de lo normal. Mira que por muy bien que hayan ido este fin de semana (que ir bien, han ido) siempre me quedan dudas. Pero ver esa cuadrilla arando el fondo sin compasión me convence de que nuestro sistema de formación se tiene que mantener así y que puede que el próximo Scuabartículo lo titule “pero quien cojones te ha enseñado a bucear así de mal” y hable sobre la paciencia que hay que tener con quienes no han tenido el acierto de aprender a bucear en zona de inmersión. Unos enormes cabrachos y un par de brótolas protagonizan esos minutos finales de inmersión que te animan para hacer la sucesiva. Pero antes, mientras montamos equipos, dejamos que Sonia compruebe lo largos que pueden llegar a ser los dos minutos que transcurren entre que subes al barco porque te estas meando y te abren la cremallera del seco.
Cumpliendo esa máxima Scubagueto que dice que “si no has tenido que ponerte más de tres veces las aletas en un fin de semana no has aprovechado la escapada”, volvemos a fondear en la Mitjana, porque nos pilla de paso, y explorar la cara que nos privó el consumo el día anterior. Otra preciosa inmersión, que alargamos hasta más allá de los setenta minutos, aunque, alguno de los que estaban el barco, andaba ya más estresado que una familia de perdices al final del cuento por aquello de la relajación en los horarios previstos. Tras recoger y distribuir equipos, nos desplazamos a un selecto restaurante para recuperar fuerzas y hacer la buena obra del mes. Los unos, vuelven a Madrid, los más afortunados, tomamos dirección norte, a Columbretes. Parece mentira que en un aparcamiento se forjen estas historias pero, una vez más, Altea, ha recibido a una buceadora (Ana) y ha despedido a una leyenda (Heidi).
El soniquete continuo de mi teléfono me hace sospechar que alguno saldría antes de la droga que de este grupo de wasup. Yo, por mi parte, mientras enciendo las luces, pienso que tras un fin de semana con tantas inmersiones, voy a terminar con las axilas más irritadas que el parto de un puercoespín, pero bueno, estas cosas que hacemos, son para que podáis bucear. En el retrovisor, las luces del coche de Álvaro que me seguirán hasta Benicarló. En el horizonte, Columbretes, pero eso, será otra historia.
Andaos por lo segao.