EXPEDICIÓN “Mar Rojo 2016” .20/08/2016
¿El Mar Rojo?, ¿Egipto?… ¿Qué puedo contaros yo sobre el Mar Rojo y Egipto?
Veamos, al principio, no había nada, pero nada de nada, o sea, nada, cero patatero, nada. Eso era triste y lamentable, una total soledad, como cuando te sorprendes contándole tus movidas al gato. De repente, surgió un Dios (según los Vascos el mismo de “mecaguen”) que empezó a darle vueltas al coco y de momento, así, sin avisar dijo un “alehop” mazo de entusiasta y se produjo el big bangnam style. Al igual que cuando mezclas Coca cola con Mentos, le salió un pedazo explosión, pero que, en lugar de liarla parda, en unos minutos, le salieron estrellas y planetas a cascoporro. A un puñado de estrellas les dio por ponerse a girar alrededor de otra más grande, y le pusieron el nombre de “vía láctea”. Que sí, que es una horterada, que pudieron ponerse un nombre mucho más fardón, como el de los equipos de la NFL, pero bueno, imagino que, como esto de la creación del universo era muy nuevo, aún no había gente como para hacer un concurso mundial de denominación de galaxias recién creadas. El caso, es que una de esas masas incandescentes, se fue enfriando, hasta que la parte de fuera se quedó dura como el turrón de Alicante. A partir de aquí, lo que pasa es que la masa incandescente que hay dentro trata de salir como la Nutella cuando estrujas el cruasán, haciendo la corteza más densa. El paso siguiente es generar vapor de agua que al condensarse empezaría a formar los mares. Bueno, exactamente, el mar, porque, el primer diseño de este planeta, era como muy básico: un trozasco de isla muy tocha rodeada de mar por todos los lados. La isla tocha, que no pudo parar quieta, empezó a flotar sobre la masa incandescente al igual que flotan los picatostes en el puré de lentejas. Pasado un poco de tiempo, encontramos, ya no una isla grande, sino muchas pequeñitas que llamaríamos “continentes”, y que luego se convertirán en Carrefour. Pues bien, como el continente africano y el continente asiático no se llevaban bien, empezaron a separarse, pero muy despacito, como en las canciones de Pimpinela, dejando que entrara agua a puñados. Esa grieta estrecha y profunda, llena de agua calentita que pronto se llenó de bichejos de colorines se llamaría Mar Rojo.
Así como a la izquierda del Mar Rojo, pegaditos a ese tochaco de río que es el Nilo, unos señores con la cabeza afeitada y que además se pintaban las cejas, andaban liados continuamente a la carantoña entre ellos, es decir, los de arriba contra los de abajo, como en el anuncio de Fairy o en un barrio de gitanos, hasta que, a un tal Narmer, que era un faraón muy malote, le gruñó la neurona y tuvo una revelación de esas de que lo haré porque sí, porque puedo y porque me sale de los cojones y se puso a repartir más hostias que en la comunión de Hulk Hogan hasta que unificó los dos imperios, el de arriba (llamado alto) y el de abajo (curiosamente llamado bajo) comenzando la primera dinastía. A partir de aquí van subiendo al poder montones de faraones con nombres cortos, como de orden de ataque para perro pastor, como por ejemplo Aha (que luego, en los ochenta sacaría una canción cojonuda), Den (según los Vascos “el Kete”), Djet, (como la Pepsi) o un tal Qaa. Por ir haciendo un resumen rapidito, según van naciendo, creciendo, asumiendo el poder, reproduciéndose como conejos y diñándola, van formando dinastías, que se suceden una detrás de la otra de forma ordenada, hasta llegar a la 3ª, más o menos en el dos mil seiscientos antes de Cristo, en el que encontramos a Zoser, un Faraón que, contando con la ayuda de un tal Imhotep, a la sazón arquitecto, vieron demasiados capítulos de Bricomania y decidieron construir la primera pirámide en un secarral de sitio llamado Saqqara.
Como eran de naturaleza chapucera, la cosa no les fue bien de primeras, aunque, en las siguientes dinastías, trataron de pulir defectillos hasta que en la IV, dieron con la clave y construyeron en otro secarral (que fijación tenían, oyes) las de Keops, Kefren y Micerinos, que son las que se ven en las postales. A partir de aquí, pasan siglos con Faraones que tenían nombres divertidos, como Jaba o Pepi, pero claro, lo construir lo de las pirámides era mucho curro y el populacho empezaba a llevarlo bastante mal. Hubo Faraones con nombre de enfermedad (Thutmosis), de medicamento (Akenaton) o de perro (Ramses) que cuando cascaban, para no pulirse el presupuesto municipal en pirámides (como haría Gallardón siglos más tarde), pidieron que les enterraran en otros sitios (generalmente, otros secarrales, pero secretos) con todo el “colorao” además de unos bocatas y chucherías para el viaje eterno. Cuando publicaban en el facepapyrus que el estado del faraón era fiambre, doscientos mangantes y saqueadores de tumbas daban al me gusta y cuando localizaban el túmulo real lo dejaban que se llevaban hasta los regios empastes. Por lo visto, a algún polvorilla con mando, se le ocurrió que lo mejor era hacer un cementerio vip, pero a tomar por culo, en mitad del desierto, (que es otro secarral, pero a lo bestia) y sepultarlos a todos juntitos, como para dificultar un poco las cosas a la delincuencia. El sitio en concreto, para no dar pistas, se llamó “tumbas reales del valle de los reyes”.
Todo esto lo sabemos porque un francés (como no) que se había pasado por la piedra a una tal Rossetta descifró todos los dibujitos con los que escribían los egipcios, de manera que, eso de pato, sol, halcón, sol, buitre, papiro, palote, pene, chico de perfil o churri con cabeza de vaca, dejó de ser una incógnita y pudo traducirse a todos los idiomas, lo que ayudó a comprender y conocer mejor a esta cultura y enterarnos de los chismorreos, de la catadura moral de esta gente y también, de saber quién era qué. Nacía la egiptología como ciencia y los del National Geographic pudieron pasar un poco de los putos ñus cruzando el río y darnos otros argumentos para dormirnos viendo los documentales de la 2.
En fin que la última dinastía fue derrocada por los persas en el año 341 a.c. y estos sucumbieron a los griegos. Una de las últimas “griegas” que subió al poder fue una chiquita de nombre Cleopatra que pilló cacho hasta con el bedel del senado de Roma, pero que al final se volvió loquita por un tipo con nombre de cantante de electro latino (Marc Anthony) hasta que a Cesar se le inflaron las togas y tras la batalla de Actium trajo, por fin, paz y estabilidad económica al secarral. Con la caída del Imperio Romano, pasarían por las piedras los Árabes, los Fatamidas, el tal Saladino (que no se perdía una), los mamelucos (los mismos que años más tarde nos pasaríamos a cuchillo aquí, en Madrid), y los otomanos hasta que Napoleón ocupó el país. Como el calor no le sentaba nada de bien al “Sire” se volvió a la “France” dejando a la vasca peleándose en plan violento hasta que un tal Kavalali Mehmet Alí Pasha (flipas con el nombre) se puso las pilas y se lio a emprender reformas estructurales, militares, educativas, industriales y agrícolas. Puso el secarral tan “cuqui” que los de la pérfida Albión ocuparon de a poquitos (como siempre) el lugar hasta que los largaron en 1922. Entonces apareció un abusón de patio de colegio llamado Nasser que primero se las tuvo tiesas con los Ingleses, más tarde con Franceses y luego, envalentonado, anduvo a la gresca con los Israelíes, que para entonces ya habían dejado de dar vueltas por el desierto y estaban más que centraditos en lo suyo. Tras Nasser subieron al poder otros “faraones” como Sadat o Mubarak y así hasta nuestros días.
Una historia cojonuda, como la que comienza hoy, esperando a Manuel Peña con el equipo en la calle. El “Ansiamasá de honor” me deja en el aeropuerto porque Sonia está de escapada en Carboneras, que dicho así, suena hasta pernicioso, pero bueno. A lo que vamos. No tardo mucho en facturar, pasar a la terminal y localizar la sala VIP ¿os he dicho ya que voy a la sala VIP?, sentarme en uno de los cómodos “sofases” de la sala VIP y entregarme al saqueo de todo lo que hay en los frigoríficos de la sala VIP, porque, ya que estoy en una sala VIP, habrá que hacer cosas de sala VIP. Y que conste que no pretendo burlarme de los que tienen que esperar a la hora de embarque fuera de la sala VIP, pero bueno, que a lo que vamos, que voy a la sala VIP y me tomo hasta el pulso. Por cierto que, puntual como siempre, coincidí en el mostrador de Egiptair con Juan, nuestro vegano favorito, que hasta estuvo a punto de comerse un plato de cordero cuando se enteró de que podía acceder conmigo a la sala VIP. Para los que no habéis estado nunca en una sala VIP de AENA, os diré que es un espacio cómodo, donde puedes leer revistas de gratis (como en el Flores) mientras sacas a pasear el “ansia gumiosa” y te pones hasta las cejas de refrescos, de vinos, de cervezas, de bocadillos y de platos precocinados. Lo bueno es que el catering que tenían preparado aún no había superado esa delgada línea que lo diferencia de la comida para gatos.
Estábamos repanchingados en unos pedazos de asientos de esos que te absorben y te acunan al mismo tiempo cuando vimos en la pantalla que comenzaba el embarque para nuestro vuelo, así que, recogimos el equipaje de mano y nos dirigimos a la puerta indicada para comenzar nuestro viaje. Allí me encuentro con Miguel, que lleva unos meses capeando en “brexit” en las minas del país de Gales. También está Coto, un tipo de esos familiares amables y educados, tan inocente que si le dan cocaína se pone a empanar filetes. El resto deberá estar desperdigado por la fila que se está formando. Una vez ocupamos los asientos en el avión, me percato de que eso de que “somos un grupo” ha sido entendido por la señorita de facturación como “disemina y dispersa”, porque nos ha colocado separados, cada uno en un lado, como cuando castigan a los niños en el cole. Lo mismo es que ya nos conocen de vuelos anteriores, que también puede ser. El caso es que este aislamiento impedirá empezar a darle bríos a la agenda ya que esta etapa de la singladura parece que va a ser bastante tranquilita. Al poco rato de despegar, la tripulación de cabina comienza a servir lo que ellos llaman comida. La primera ración se la lleva Carmen, que, hasta ahora no me había fijado, ocupa su asiento situado unas filas por delante de mí. Es fácil comprobar si son ellos, veamos cabezas de izquierda a derecha: turbante, velo, calvito, escarola… ¡¡¡ sí, son ellos !!!
Juan, ahora que está superando esa fase tan complicada de la vida como es la pubertad, les ha dado por cuidarse en plan metrosexual y por eso pidió el menú vegetariano, ese que ahora mira con los mismos ojos con los que Luis miró a las borrajas en Alhama de Aragón. Y es que, pedir menús “especialitos” en un avión es más arriesgado que bautizar a un Gremlim, porque si la comida normal de las líneas aéreas es más bien mohína, la comida para veganos de las líneas aéreas tiene que ser más triste que las canciones de Pitbull a capela. Esta situación, no obstante, me da como para empezar a anotar en mi memoria de bolsillo las primeras anécdotas del crucero, por lo que, saco mi bolígrafo y…
De momento el puñetero bolígrafo comprado en una prestigiosa tienda de chinos se ha jodido y está soltando tinta en plan bukake, que se me han quedado las manos igual que cuando comes costillas a la parrilla, pero en azul. No hay problema, con el Catering me dieron unas toallitas de esas pringadas en Nenuco que pueden prestar un valioso servicio. Cuando la situación parece controlada, interviene Murphy y me provoca un leve picor en la cara, entonces, claro, trato de aliviar la desazón con un rascado resuelto, pero como aún tengo las manos más azules que un striptease de la pitufina se me queda la cara como a Mel Gibson en Braveheart. Decido entonces a pedir ayuda, toco el botón naranja del techo, donde, por supuesto, dejo una huella dactilar (en azul) perfectamente marcada, como las de CSI Miami. Al rato llega una azafata a la que humildemente le pido unas toallitas. La chica, ante tal solicitud, pone la misma cara que Rosy de Palma oliendo coliflor hervida, pero, le enseño mis manos y entonces asume la gravedad de la situación. Al instante me trae un cacho de toalla, más que húmeda, empapada, que uso sin encomendarme a ningún santo. La necesidad por aliviar esa “cianosis” quizás me haga usar el paño con una fricción mayor de lo normal, lo que se traduce en un chorreo que va a parar (Murphy es un puto genio) a mi entrepierna, que ahora parece que me haya meado encima. Menos mal que aún queda mucho para aterrizar en el Cairo y la situación puede revertirse. Por cierto, que gracias a la diáspora, nadie se ha percatado de mi pequeña aventura, por lo que, me puedo excluir de la lucha por el borraja de oro, así, de una forma bastante disimulada.
En la terminal, el grupo se reúne y nos entregan los visados. De aquí, hasta que lleguemos a la nueva puerta de embarque, tendremos que pasar el trámite de los numerosos controles de seguridad en los que, este año, como novedad, te hacen quitar los zapatos, lo que me lleva a la reflexión de que los de las plantillas “devorolor” no se están tomando su trabajo demasiado en serio. Superada la peste a tabla de quesos, nos subimos en el avión que nos llevará a Hurghada. Este vuelo es más corto y, en lugar de catering, nos dan unas galletas que tienen mucho parecido con los premios de Wiskas que le dan las marujas a los caniches.
Sin más contratiempos, llegamos al puerto, donde nos espera el Marselia Star. Y aquí hay que hacer un pequeño inciso con reflexión.
Tras la experiencia que acumulamos tras todos estos años organizando cruceros por el Mar Rojo, habíamos conseguido vertebrar un viaje que consideramos “ideal” para disfrutar de estas aguas. Tras pasar con penas y con glorías por varias agencias y barcos, llegamos a poder planificar nuestra ruta, nuestro periplo, ajustado a nuestras consideraciones, las consideraciones de nuestros clientes, vosotros. Habíamos conseguido por el mismo precio, un viaje con 24 inmersiones, sin limitación de tiempo en el buceo y terminando el crucero con una noche de hotel para quitar salitre y descansar de barco. La agencia que organizó este evento (Sunytravel) nos intentó convencer de que lo más importante era la calidad del barco, y aceptamos el reto.
De momento, el Marselia Star tiene un aspecto impresionante. No sólo por la calidad de sus acabados. El color azul brilla iluminado por un despliegue de focos que resaltan las depuradas líneas de este barco. Así, visto desde lejos, es el barco más imponente que hemos contratado nunca. Cuando saltas desde el muelle a la plataforma de popa, te das cuenta de las dimensiones. Es mucho más ancho (manga) y largo (eslora) que cualquiera de los que conocemos. Comparado con los otros dos cruceros que nos escoltan, bueno, barcos que conocemos y que nos parecían grandes, al lado de este parecen de juguete. La cubierta de buceo, claro está, se aprovecha de la gran manga, disponiendo de un botellero cómodo, amplio y con una extraordinaria capacidad para acoger buceadores. Queda sitio para unas taquillas que aparte del espacio para dejar toallas, gafas o móviles disponen de enchufe para dejar cargando baterías. Hay perchas de sobra a los lados para colgar los trajes, aunque, el tamaño del barco deja un pasillo suficiente como para poder pasar sin darte con el neopreno en la cara. Desde aquí, entras a un salón grande, con sofás de cuero que tienen toda la pinta de tener ese efecto narcótico tan necesario para empezar las siestas con el pie derecho.
Para acceder a los cuatro cubiertas del Marselia tienes más escaleras que en un Corte Inglés, que nada más ver tanto despliegue de escalón para arriba y para abajo me pregunto si no echaremos al final de menos un puñetero ascensor. En el nivel principal, aparte del pequeño salón, encontramos los camarotes. Todos tienen un ventanal enorme, dos literas muy cómodas y un cuarto de baño espacioso con la ducha separada, así al ducharte no se moja todo el suelo. Por supuesto nevera, aire acondicionado, y un juego de luces de bar de carretera la mar de “cuquis” que puedes combinar de mil formas. En el nivel inferior, aparte de dos camarotes, está el comedor y la cocina. Un comedor con mesas y sillas de las de verdad, no los bancos corridos de otros cruceros. Comodidad y espacio. El segundo nivel, aparte de una “terraza” con una sugerente barra de bar y con sitio suficiente como para ser el centro social del barco, hay un enorme salón que servirá también para dar las charlas previas a cada inmersión. También aquí hay cabinas, pero estas, son las “suites”, de cama doble y con vistas libres de transeúntes. Un nivel por encima, está el solárium, que aparte de tener dos “croquetariums” como para entrar haciendo la croqueta (de ahí su nombre) cuando están durmiendo quince a la vez, y no topar con nadie, tiene un “sombrarium” enorme para los que quieren sentir la brisa sin salir de allí con tonalidades rosáceas. Todo esto, como os digo, contenido en un barco con diseño más agresivo que el entrenador de los Power rangers y con una altura que, bueno, empiezo a pensar que este año lo de los saltos desde el solárium los va a hacer su puta madre.
Lo primero es conocernos mientras nos ofrecen ese “cocktail” de bienvenida. Luego, repartir habitaciones. Como en este viaje no ha venido ninguna chica sola, pues renuncio al honor de compartir camarote y me sacrifico quedándome aislado, en cabina individual, que, si los camarotes para dos son un lujazo, imagínate cuando tienes uno para ti solito. Organizo el equipo de buceo, la ropa y me meto en la cama, deseando un feliz crucero a todos y a todas, menos a los que se levantan antes de la hora caminando por las cubiertas y hablando en voz alta, a esos nada de felicidad, no, a esos les deseo odio y que sufran una eternidad llena de suplicios y tormentos.
Las cortinas que más que de tela parecen hechas de pana, por lo duras que son y lo que pesas las muy… no permiten pasar la luz del sol, porque, ¿seguro que es de día?, a ver si estos cabrones están ya danzando al amanecer gruesitos de los nervios por aquello de ser el primer crucero. Como el camarote está oscuro, enciendo una luz al azar y me sale una tonalidad violeta, como esa de las películas de amor con mucha acción que tanto me hacen disfrutar. Ya con visión periférica y tras deshacerme de unas legañas del tamaño de bocabits, entro al aseo, a pasarme a limpio en esa ducha separada que no te deja el resto del baño como la ciénaga de Shrek y salgo al mundo.
Con la luz del día, el barco parece hasta más grande. En la cubierta de buceo, con todos los equipos montados, así, organizaditos, te das cuentas de que aún hay puestos libres, que estos de Sunytravel tienen más botellas que el camión de la Mahou. En la terraza me encuentro con Miguel y con Juan, que, al parecer, con la caraja de primera hora no se ha percatado que el depósito de acero brillante de la esquina es un termo y se está tomando un té, elaborado con agua fría que tiene pinta de estar delicioso. La gente que va desperezándose recibe la luz del nuevo día con caras de haber pisado una caca de perro descalzos. Antes de ponerse en marcha, ¡primera sorpresa!, la campana del barco, la tradicional campana ha sido sustituida por un timbre como los de los colegios. Que no me parece mal, que no me opongo al progreso ni nada de eso, pero que cambiar la campana por un timbre es como quitar las pastillas de jabón para poner dosificadores, que, si bien se gana mucho en modernidad, se pierde todo el romanticismo.
En fin, que ese sonido avisa de que hay reunión con charla. Como en todos los cruceros, empiezas con el papeleo de exenciones, titulaciones, declaraciones… que más que en un barco de vacaciones parece que estés firmando una hipoteca en el Santander. Lo bueno es que, tras el pequeño contratiempo azulado de ayer en el avión, hoy, para empezar el día me han regalado un bolígrafo, si bien su legítimo propietario aún no es plenamente consciente de su generosidad. Continuamos con la repentina racha de buena suerte: El briefing de Vicente (Vila) ha sido más breve que el vocabulario del correcaminos, eso que significa que tenemos tiempo libre hasta que las autoridades nos permitan salir del puerto. Aprovecho estos minutos de libertad para hacer una inspección de las medidas de seguridad del barco, y, para mi satisfacción, compruebo que en la cocina hay Cola Cao y Nutella… Ya no importa nada más. Podemos irnos.
Mientras nos dirigimos a la primera inmersión del periplo, bajamos al salón a desayunar. Allí me encuentro con Rafa, que tiene acorralado a uno de los guías y ya le está contando hasta lo de Bailén. Carmen se ha levantado para pedir algo de picante, lo que sea con chile habanero, que desde que volvió de México a huevos, no le gana nadie. Pero, antes de seguir con la narración, tendremos que hacer otro merecido inciso con reflexión.
Mi abuelo, hombre sabio, pragmático y de Carabanchel, solía decir que la muerte está tan segura de ganarte la partida que te da toda una vida de ventaja. Así que, como ya sabes que el juego lo tienes perdido, lo que tienes que hacer es aprovechar al máximo esa vida que tienes de ventaja. Esto me ha venido a la cabeza hoy viendo a Rafa y a Carmen ajustando sus equipos de buceo. Desde que los conozco he visto como llevan su pasión por el mar con una vitalidad sorprendente. No les afectan ni los largos viajes, ni las esperas en aeropuertos, ni los oleajes, ni los accesos agrestes, ni los traslados por caminos de cabra… nada, ellos van a su ritmo, o mejor aún, marcando el ritmo, demostrando esa vocación de ser eternamente jóvenes a cada instante. Y eso que, últimamente, a mi niña le ha dado por pegarse costalazos, que suelo de hotel que pisa, suelo de hotel que besa como el papa, pero en plan breakdance. Que de “dance” no sé si habrá mucho, pero lo que es de “break”… Por ejemplo, después de México y después de Indonesia llega a Egipto con la espalda más descolocada que un expositor de bragas en rebajas que al final, vamos a tener que envolverla en papel de burbujas para evitar que se siga pegando ostias. Pues bueno, con todo eso, ahí la tienes, preparando inmersiones y saltando al agua la primera. Como sé que suelen leer estas crónicas, ya sabéis niños, un abrazo muy fuerte y seguir siempre así.
Me pongo en proa para tratar de sacar alguna imagen pero hace mucho viento, tanto, que voy a terminar por tener que comprarme gorras con barboquejo, como las de la legión. De repente. Suena el timbre, el barco reduce velocidad y empiezan las maniobras que nos dejaran fondeados en el arrecife de Fanoust, en su cara este. Será la inmersión típica de chequeo, para comprobar lastre, y demás. Es un arrecife sencillito, muy frecuentado por los “barcos de día” pero que sin embargo atesora un enorme atractivo en sus pináculos y sus concentraciones de coral cerebro. Pablo y Alba salen impresionados por los jardines de coral, y eso, que aún no hemos llegado a la parte buena de la ruta. El primer día de buceo nos llevará al arrecife de Umm Gammar, donde ya empezaremos a ver pelágicos y grandes cardúmenes de peces, alguna gran barracuda y los más afortunados un pequeño tiburón de puntas blancas para terminar con la nocturna en Abu Nuhas, que siempre suele ser resultona y sirve como antesala de lo que tendrá que venir después.
El primer día está terminado. Me vuelvo al camarote y… ¡¡¡ Joder !!! el aire acondicionado funciona demasiado bien, la cabina tiene una temperatura ideal como para alojar al Sr. Porta (nuestro gallego de referencia), hibernar osos polares o mantener criogenizado a Walt Disney. Como a mí el único frío que me gusta es el de “si quieres te frío unas croquetas” hay que hacer alguna que otra manipulación antes de acostarme y taparme con el edredón.
El lunes empieza movidito. He madrugado tanto para tener imágenes del amanecer que me he encontrado con mis abuelos cuando eran novios. Nada más salir me topo con Edel. Le resulta extraño que en este viaje no haya venido ninguno de los “inasequibles” ya que no conoce a casi nadie. Este chico que, definitivamente es maligno, como el que puso las horas restantes que te quedan antes de que suene la alarma del móvil, hace extrañas asociaciones mnemotécnicas, por ejemplo, decir que “se llama como el de Dios: Moisés” para referirse a nuestro amigo Venezolano. Por cierto, mnemotecnia, vaya palabreja, con una m al principio tan inútil como la m del final de Benidorm, que no la pronuncia nadie. Más tarde aparece esa que “se llama como lo de la virgen: Belén“, que ha tenido una reacción alérgica que le han salido tantos granos que si los unes con un boli te sale el cuadro de las lanzas.
Hoy, vamos a bucear en dos de los barcos más emblemáticos del Mar Rojo. El primero el Carnatic.
El Carnatic era una goleta motorizada construida en 1862 en los astilleros Samuda Brothers de Londres. Sus ingenieros diseñaron un casco de líneas afiladas de 89 m de eslora por 11 m de manga que permitiera transportar tanto pasajeros como mercancías entre Inglaterra y las indias. Su motorización le permitía hacer frente a las calmas tan frecuentes en estas rutas, reduciendo tanto la duración de las singladuras que fueron utilizados, además para el servicio postal. Ese domingo de 1869 el calmado mar no se rompía en una nube de espuma en el arrecife, por lo que los vigías, no se percataron de la proximidad de las rocas con la debida antelación. El barco con sus doscientos pasajeros trató de virar, pero al final acabó subido en Abu Nuhas igual que el arlequín y Loli Díaz en la Cibeles. El capitán Jones (según los vascos, el de pormisco) pensó que como era de noche y no se veía una mierda, era mejor esperar a que amaneciera, así que se fue a dormir. Por la mañana prepararon a los pasajeros en la cubierta con todo listo ante una posible evacuación y se pusieron a mover la carga para equilibrar la estructura y bombear el agua que entraba a borbotones. El capitán hizo caso omiso a las peticiones de ayuda de otros barcos, ya que, otro navío de la misma compañía estaba a punto de llegar, y claro, la maniobra sería gratuita. Durante todo el día el barco tomó el sol en el arrecife hasta que de madrugada entró agua en la sala de máquinas y este peso extra terminó por llevar al Carnatic al lugar donde ahora descansa. Con él, se hundieron su valioso cargamento de vino, soda, algodón, lingotes de cobre, el correo real y 40.000 libras en oro. Tan valioso era su cargamento que la misión de rescate supuso un hito técnico para la época. En el hundimiento fallecieron 31 pasajeros, el resto, pudo llegar en las balsas salvavidas hasta la cercana isla de Sadwan.
Tras ciento veinte años sumergido, el pecio, se encuentra descansando sobre su costado de babor a una profundidad máxima de 27 metros. Su estructura, muy reconocible pese a la dureza del impacto, está totalmente recubierta de coral, tanto duro, como blando, otorgando al Carnatic una variedad cromática inigualable. Esta fraccionado en tres zonas. En la zona de popa, la más separada del arrecife, es conveniente detenerse a contemplar el conjunto formado por la hélice y la pala del timón. Es sencillo entrar a su interior entre las cuadernas, pudiendo encontrar aún restos de botellas y carbón. Sus hierros retorcidos son el escondite ideal para los peces escorpión o los peces cocodrilo. Hasta la parte de proa, hay un tremendo espacio (segunda zona) lleno de escombros, donde son reconocibles las grandes calderas. En este tramo abierto podremos ver a los pelágicos patrullando por el azul a gran velocidad y es frecuente el encuentro con tortugas incluso con delfines. La parte de proa, sin duda, es la más bonita, Al ser más cerrada permite bellísimos contraluces. Es la zona preferida por los corales blandos con sus diferentes coloridos y, sobre todo, es donde encontramos la mayor escuela de “peces de cristal”, todo un incentivo para los fotógrafos submarinos que ante tanto despliegue de belleza terminarán por mojar sus enaguas de neopreno con los efluvios del querer. Al final del pecio, el hueco que dejó el bauprés al desprenderse, es utilizado por los buceadores como una ventana privilegiada al azul de este mar… rojo. Por cierto, que mira que en las charlas nos dijeron que no era posible pasar a través de este agujero, pero Rafa, está en un plan anti-social que tira de espaldas y se toma cada observación como un “no hay huevos” de manera que pasar, pasó, con dos cojones.
De regreso al Marselia, en el canal que forma el arrecife principal con los dos satélites, vemos la silueta inconfundible de los delfines jugando con las olas. Le pedimos permiso a Karim, nuestro guía para lanzarnos al agua. Permiso que es denegado ya que, la barca no se puede quedar con nosotros porque que tiene que regresar al Carnatic para recoger al segundo grupo de buceadores, y, además, nos recuerda que por la tarde tenemos previsto ir a la laguna, donde con toda seguridad, también podremos nadar con estos mamíferos. Ante razones tan lógicas como poderosas, nuestro sentido común se activa y no sin cierta amargura, decidimos obedecer la orden. ¡¡¡ Y una mierda !!!, Miguel, Edel y yo nos lanzamos al agua disfrutando de unos pocos minutos que a nosotros se nos hicieron larguísimos nadando junto a un pequeño grupo de cetáceos, que, colaboraron jugueteando y nadando a nuestro alrededor dándonos uno de los mayores subidones de la mañana. Eso sí, nos tocó volver al barco a nado, como represalia y soportar la primera de las muchas charlas por irresponsables, desobedientes, bla, bla, bla...
Tras la inmersión en el Carnatic, ponemos proa al arrecife de Sha’ab Ali donde reposa el segundo pecio en el que bucearemos hoy: El Thistlegorm
Este barco de 126 metros de eslora y casi 5.000 toneladas de desplazamiento fue construido por los astilleros de JL Thompson en Sunderland. Era por lo tanto un carguero de gran tamaño, capaz de alcanzar los diez nudos de velocidad y que pertenecía a una serie de cuatro buques encargados por la empresa Alby y que fueron bautizados con el nombre del emblema de escocia, el cardo (Thistle) seguido de una palabra gaélica. Así que el Thistlegorm y sus gemelos el Thistledhu, el Thistleglen y el Thistlenuir esperaban su botadura para comenzar lo antes posible sus singladuras cuando estalló la guerra. Nuestro protagonista, el Thistlegorm, fue requisado por la Real Marina Británica para apoyar misiones de intendencia y le dotaron de dos cañones antiaéreos de la primera guerra mundial, más viejos que las sandalias de Moisés pero que quedaron la mar de pintones en la popa del navío. Así, completó con éxito tres viajes a los Estados Unidos, Argentina y las Antillas. Su cuarto viaje comenzó en Glasgow en un viaje que le obligaría a rodear África, ya que el mediterráneo estaba controlado por los alemanes, subir por el Mar Rojo hasta el canal de Suez para finalmente descargar su preciada carga en Alejandría.
Los suministros eran esperados por los efectivos de la VIII división en Tobruk para comenzar el contra-ataque aliado (“Operación Cruzada”) contra el Africa Korps del general Erwin Rommel que, hasta ese momento, estaba desbordando a las tropas aliadas. La tercera semana de septiembre de 1941, escoltado por el HMS Carlisle, el convoy del que formaba parte el Thistlegorm entró en el Mar Rojo. Pese a que los paracaidistas alemanes habían logrado conquistar creta con sus estratégicos aeródromos, la actividad aérea no era importante en la zona, por lo que, cuando el canal de Suez quedó bloqueado por dos barcos averiados, el convoy recibió la orden de esperar en el arrecife de Sha’ab Ali.
Durante 10 días el barco estuvo retenido por el bloqueo de la entrada del Canal de Suez, hasta que el día 5 de octubre, un escuadrón de los veloces y versátiles bombarderos Heinkel 111 despegó de su base en Creta para tratar de hundir al Queen Mary, que según los informes de la eficaz inteligencia germana, estaba llegando con tropas Australianas, también, por el Mar Rojo. Pese a no ser un aparato especialmente dotado para las misiones de largo alcance, estos “lobos con piel de cordero” de la luftwaffe aparte de su cargamento de bombas podían montar depósitos de combustible auxiliares que permitían aumentar considerablemente su radio de acción. Encontrándose al límite de su autonomía sin encontrar al ansiado crucero los pilotos alemanes decidieron regresar. Era la 1:30 de la mañana del 6 de octubre de 1.941 cuando el observador comunicó al comandante de la aeronave la presencia del Thistlegorm cuya silueta se recortaba con la luz de la luna llena. Lanzaron dos bombas que penetraron en la bodega número cinco provocando una gran explosión y el rápido hundimiento del barco. Nueve miembros de la tripulación perdieron la vida en el ataque, mientras que los supervivientes, incluido el capitán Ellis (comandante del Thistlegorm) fueron rescatados por el HMS Carlisle. Los bombarderos regresaron a su base en Creta, no sin antes localizar casualmente el Andrea Moller, que también estaba esperando órdenes y que hundieron tan solo dos días después.
El barco cayó en el olvido hasta que Cousteau lo descubrió en 1956. Fiel a su espíritu generoso y altruista, le commandant se dedicó a expoliar el barco con o sin permiso. Las malas lenguas aseguran que con la complicidad del almirantazgo. Con las malas artes que caracterizaron la vida de este defensor de los mares, se dedicó en cuerpo y alma a destrozar corales poco fotogénicos para su documental (mundo silencioso), arrancar puertas y llevarse para su museo la campana del barco y otros “souvenirs” como por ejemplo, una de las motos que transportaba el barco. Como muestra de su talante humanitario y desprendido, el Calypso se encargó de tumbar la grúa de proa (visible casi desde la superficie) y se negó a proporcionar las coordenadas del hallazgo o facilitó datos falsos. Los 33 metros de profundidad volvieron a sumergir al Thistlegorm en el olvido hasta que en la década de los noventa en floreciente negocio del buceo recreativo volvió a incluir este pecio en sus planes de inmersión.
El lugar del hundimiento está en una zona de corrientes (a veces muy fuerte) y hay que escoger muy bien las horas de inicio de las actividades para minimizar alguna que otra incomodidad y encontrar la mejor visibilidad posible. Este pecio requiere varias inmersiones (según Juan Toro las veinticuatro del crucero) para disfrutar de todos sus atractivos. Nosotros, completamos cuatro (algunos una quinta) incluida la imperdonable nocturna. La primera inmersión se suele hacer por la cubierta, dejándose caer por el costado de estribor hasta llegar a la impresionante hélice y hacer una pausa en la popa, donde encontraremos los dos anti-aéreos. Luego, podemos acercarnos a una de las locomotoras que transportaba y que por el efecto de la explosión cayeron al mar a más de treinta metros del barco, lo que nos puede dar una idea de la violencia del ataque. Hay una parte del navío totalmente destrozada donde veremos tanquetas, grandes proyectiles de artillería, munición y repuestos. Finalmente, volveremos a superficie ya que, pese a usar aire enriquecido, no es complicado llegar a tiempos de fondo de los que requieran paradas obligatorias.
La segunda inmersión suele hacerse por el interior del barco, entrando por un hueco existente, que permite el acceso a la zona de la carbonera. En sus bodegas, podemos ver toda esa carga de suministros que salieron de Glasgow con un escueto “MT” (Motor Transport) en su manifiesto de carga (para evitar filtraciones al enemigo) y que consistía en las locomotoras de vapor Stanier 8F, vagones para cargar agua, tres pequeños tanques Bren, motocicletas BSA M 20, motocicletas biplaza G3L (diseñada específicamente para ser utilizada en el desierto), motocicletas Norton 16H, camiones Bedford OY, camiones Ford WOT2 y WOT3, camiones Tilling Stevens TS19, repuestos para aviación, generadores, cocinas de campaña, rifles y munición, aunque, lo más curioso sean las botas de goma que, pese al expolio y al esfuerzo de nuestros hermanos rusos de llenarlas de aire para que salgan flotando a superficie (simpáticos que son los muy hijos de Putin) aún se pueden ver algunas mientras paseas por este trozo de la historia. La Tercera inmersión, nocturna, se suele hacer por la cubierta, ya que los guías no nos permitieron el acceso a las bodegas, que ya te voy diciendo yo el caso que les hicimos, y se enfocan más a disfrutar de la vida que hay en el pecio. Nosotros hicimos una cuarta (por la tarde) porque la cadera de Carmen le impedía poder in en las zodiacs hasta la laguna donde se puede disfrutar de un rato increíble nadando con un grupo de más de cincuenta delfines. Terminamos de visitar este barco con la cuarta inmersión, en la mañana del martes donde nos centramos en explorar la cocina, la sala de radio, el camarote del capitán y, en definitiva, cualquier pequeño resquicio del barco que no hubiéramos descubierto en los buceos anteriores. Por supuesto, el barco se rodea de una cantidad de vida grande y numerosa, desde los cardúmenes de fusileros, bogas, barracudas, peces murciélago o medregales, hasta los peces cocodrilo, escorpión, piedra, meros, peces ángel, peces globo y el enorme pez napoleón que de vez en cuando se pasea por el costado de estribor.
Cuando regreso de 1941 a la puta realidad del siglo XXI veo en la cubierta del Marselia a Karim discutiendo con Juan. Por lo visto, al egipcio le ha resultado cuanto menos chocante que tras haberle pedido a nuestro vegano preferido en varias ocasiones el aire, por toda respuesta, el de Alcorcón se haya quitado el regulador de la boca y haya empezado a exhalar burbujas haciendo un enigmático ruido gutural, y es que, si no sabes cómo hacer la señal de 70 bares, ¡¡¡ coño, se la tendrás que cantar!!! . De manera que, nuestro guía todopoderoso no ha comprendido la lógica aplastante de la situación y como es más pesado que la señora que te dice lo mucho que has crecido y como te pareces a tu madre, insiste en obtener una respuesta. Aún no se ha percatado que Vicente Vila ha sido muy listo anexionándose al grupo de catalanes mientras que a él le ha endosado el grupo de los Scubaguetos. Karim va a tener más trabajo en este crucero que el veterinario de los 101 dálmatas.
Nos soltamos del Thistlegorm y navegamos con rumbo a la zona próxima de Sharm, pasando frente al parque marino de Ras Mohammed que atacaremos a la vuelta. Quedamos fondeados en la protegida bahía natural des Ras Gozlani donde haremos la segunda inmersión del día y luego subimos un poco más para hacer la tercera inmersión en Ras Oum Sid. Esta inmersión se hace a la deriva, es decir, te llevan con las zodiacs a un punto, saltas al agua y luego te dejas arrastrar por la corriente hasta que, tras hacer caso omiso de las indicaciones de Karim, continuar solos un poco más hasta que despliegas la boya deco y esperas a que te recojan. Siempre hay una barca de apoyo, aunque, dado que pretendemos pernoctar en tiran, por eso de ganar tiempo, el Marselia se ha soltado de su amarre y nos está esperando con algo ya de inquietud. Entonces es cuando percibimos lo que es la discriminación naval… veamos, a Belén, el barquero le ha dicho algo así como “adlag bacag habibi” que en egipcio se podría traducir como “sube al barquito, preciosa” si eres una chica o “parece que te tienes que volver nadando, bicho” si eres un chico, porque, si bien a nuestros amigos de Mataró, al menos les lanzaron un cabo y, arrastrándoles, sí, pero les llevaron al barco, a Miguel a Edel y a mí, los insurrectos del ansiamasá, nos dejaron a nuestra suerte para que volviéramos a nado. No pasa nada, en un par de horas estaremos en Tiran.
El estrecho de Tiran es un angosto pasillo de cinco kilómetros de longitud entre la península del Sinaí (Egipto) y la península de Shayk Humayd (Arabia Saudí) que sirve de entrada al golfo de Aqaba. Recibe su nombre por la mayor de las dos islas que cierran el brazo septentrional del Mar Rojo. De importancia estratégica ya que suponen una plataforma ideal para controlar el tráfico marítimo a los puertos de Eilat (Israel) y Aquaba (Jordania) fueron claves en la denominada “guerra de los seis días” ya que esta se inició, entre otras cosas por el bloqueo a los puertos Israelíes y la militarización de la isla de Tiran. Para nosotros, todo aquello es historia, y lo que buscamos no son estas aguas, sino las que unas millas más arriba rodean cuatro arrecifes que se han ganado merecidamente la fama mundial que tienen. Justo al caer la tarde disfrutamos de una preciosa puesta de sol en “Gordon Reef”.
Todos estos arrecifes reciben los nombres de los cartógrafos ingleses que dibujaron el primer mapa náutico de la zona: Gordon, Woodhouse, Thomas y Jackson. Tan solo en el primero es posible pernoctar ya que, a resguardo del viento dominante, encontramos una plataforma arenosa a poca profundidad donde se han podido preparar fondeos para los barcos de “Safari”. Gordon reef es el primer arrecife, el que está más al sur y ofrece varias posibilidades para el buceo, ya que, aparte de la plataforma con sus jardines de coral tiene caídas pronunciadas donde abundan los atunes los peces ballesta, los cirujanos, las enormes morenas de java o los napoleones. Tampoco es de extrañar el encuentro con tortugas o tiburones de puntas blancas. De noche, lo mejor son los crustáceos, las concentraciones de alevines y los peces león, que, habituados a los submarinistas no desaprovechan la ocasión que les brinda la luz de los focos para devorar de un rápido movimiento a sus sorprendidas presas. En estos arrecifes, y Gordon no es una excepción es donde disfrutaremos de los jardines de coral más bellos de todo el Mar Rojo.
Tras la nocturna, me dirijo a mi cabina para ducharme y compruebo que han cambiado las toallas. Me fijo en un detalle y es que, el primer juego de toallas era del Marselia Star, este que estreno hoy es de 100% Azurro y el siguiente será del Hilton. Vaya, pues parece que al final va a ser verdad que compartimos con los Árabes algo más que tratados de agricultura. Luego bajo a cenar (tras el consabido timbrazo) y descubro que el producto estrella de la cena vuelve a ser el pepino, que lo sirven en ensalada, en sopa, en crema, en zumo y empiezo a intuir que el cocinero lo que quiere transmitir es que también lo tiene en barra. En esto, que, Juan (que es al Mar Rojo lo que Alex será a Maldivas) se dirige a su compañero de habitación (Coto) con un cariñoso “¿Me alcanzas el pepino, cari?”, que tampoco hace falta comentar mucho más, ¿no?
Ya que estamos aquí, es imperdonable no bucear en todos los arrecifes, ya que, pese a compartir una vida similar, todos tienen características propias. Por ejemplo, Jackson es el arrecife de los escarpados muros llenos de coral que bajan hasta los trescientos metros de profundidad. Es el mejor de los cuatro para ver anémonas, coral látigo, el color de los anthias, barracudas, jureles, águilas de mar, atunes, napoleones, tortugas y en verano (como cuando vamos nosotros) es el arrecife de los encuentros con tiburones leopardo. En el largo y estrecho Woodhouse es donde encontraremos cuevas de coral, pináculos que parecen templos tailandeses y uno de los lugares favoritos para ver grandes pelágicos aunque, con precaución, ya que en uno de sus extremos hay una corriente descendente conocida como “wash machine” que te puede poner en un aprieto. También en sus paredes disfrutaremos de las enormes gorgonias donde se refugian los peces halcón. En Thomas, destaca su espectacular orografía, con su arco y sus jardines de corales de hasta de ciervo y sus acroporas tan grandes como mesas de billar.
Dejamos atrás Tiran y ponemos proa a Ras Mohamed, donde bucearemos en Shark Reef, un arrecife que destaca, como su propio nombre indica, por la cantidad de tortugas que te puedes encontrar. Este parque terrestre y marino está unas diez millas al sur de Sharm y es uno de los arrecifes coralinos más antiguos (70.000 años) del Mar Rojo. Sus características paredes verticales que llegan a los 700 metros de profundidad, la particularidad de sus corrientes, y los nutrientes que llegan también desde el cercano manglar hacen que sea el punto de mayor biodiversidad (se han catalogado más de 1.200 especies de peces) de todo el mundo. En sus 480 Km2 de extensión (solo en su parte acuática) puedes disfrutar de puntos de inmersión como anemone city, Jolanda reef (con su pecio de inodoros y bañeras), Shark observatory (como su propio nombre indica es el mejor lugar para ver grandes barracudas) o Ras Zaatar, entre otras. Es por eso que, cuando le dijeron a Carmen que no podría bucear aquí, se cogió un cabreo de tres pares y cuando se fue a pedirle explicaciones a Vicente se encontró con que el jefe supremo de todo no ha terminado de captar que la sutil diferencia entre la soberbia y el orgullo es que el segundo no precisa tener testigos.
Nuestro próximo destino es Beacon Rock, donde puedes hacer una nocturna increíble en una especie de vertedero de coral muerto abarrotado de peces piedra. En esta inmersión el guía volvió a molestarse porque Carmen y Rafa se le fueron un poco profundos (a ver, después de los 54 metros del Angelita, para ellos doce metros son una niñería) y no sé qué pasaría con Juan, pero parece que, definitivamente, Karim le han cogido manía y le ha prohibido bajar con la Go-Pro, esta noche se queda sin postre y se está planteando comenzar con la disciplina inglesa.
Por la mañana, tras el primer desayuno, iremos a bucear al Dunraven, otro de los pecios míticos del Mar Rojo. En esta ocasión, Pablo, Alba, Miguel y yo le hicimos la 3,14 (otra vez) a Karim y nos marcamos un “a nuestra puta bola diving” de setenta minutos a cero bar. Volvemos a cruzar Gubal de nuevo buscando Abu Nuhas para bucear en el Ghianis D. A estas alturas, excepto Moisés ya hay quien no nos saluda, quizás, porque en Cataluña estén recortando demasiado en educación. A ver, que yo no tengo nada en contra, es más, admiro un lugar que ha sabido montarse lo de San Jordi para que, al menos, un día al año, puedas ver a hombres con ramos de flores sin preguntarte que habrán hecho para cagarla. Tras las dos inmersiones, hay una navegación un poco larga hasta el siguiente punto de buceo: Police Station. Un tiempo que se aprovecha para tomar el sol, leer, o, directamente, sestear como si no hubiera un mañana. Al sonar el timbre veo pasar a Karim con su turbante, o es que lo mismo, ha dado tantas vueltas en la cama que se le ha quedado la almohada enganchada al pelo. Sorprendo a Juan, Miguel, Edel y Pablo en una animada conversación sobre la idea que ha tenido el primero de poner un negocio de secaderos de jamón en el desierto para exportar productos derivados del cerdo a Egipto y a países cercanos como Arabia Saudí. Que no es que yo para esto de las inversiones sea más raro que una choni sin dos abortos, pero así, como concepto, creo que habría que pulir un par de detalles antes de empezar a echarle billetes al “bisnes”.
La ultima nocturna será en Gotta Abu Ramada. Luego, de nuevo, el ritmo endiablado del Marselia nos llama a cenar. Y está bien que seamos así de precisos, ya que, la expresión “me bajo a comer” puede generar confusión. Lo malo de la disciplina de abordo, es que, si te distraes un poco cambiando las pilas a la linterna o cargando la cámara, con tanta escalera, cuando llegas al salón, el pavo ya ha volado. La sobremesa, se aprovecha para meternos con Edel por ese pequeño detalle de saltar al agua sin ponerse las aletas, los consejos médicos de Pablo postulando que lo que tienes que hacer cuando hiperventilas es pegar una buena chupada -bueno, ahí se queda eso- y escuchar de fondo alguna pamplina sobre disciplina en el buceo de gente que hizo el OWD, el avanzado y el nitrox a la vez, en la misma hora y media. Por la mañana, Carmen, que es como la cerveza, que si la dejas sola se calienta, ha vuelto a comentar el incidente de ayer con Vicente, que en lugar de claudicar, reconocer la metedura de pata y ponerse más rojo que el texto de un poligonero con auto-corrector, trata de poner en marcha esa teoría que dice que si no puedes con el enemigo, échate las siesta sin percatarse que cuando una mujer se levanta con ganas de discutir, lo mejor es empezar la bronca prontito, así te lo quitas de encima, porque discutir, discutes. Seguro.
Total que, tras la inmersión, toca lo de recoger equipos, que, dado la inexperiencia del grupo, hay que aconsejar y supervisar sin extrañarte de preguntas profundas y metafísicas (como las frases de Descartes) de Miguel como esa tan manida de “¿Aquí dónde se mete?” sin que sepamos a día de hoy si se refiere a una ubicación específica de algún objeto o a la necesidad de saciar ciertas necesidades fisiológicas. La calidad del crucero, siempre se nota cuando saboreas la Nutella en la merienda, y, menos mal, porque la cena que nos han endilgado ha sido digna de ermitaños: Mala, poca y fría. Aprovechamos para pasear por Hurghada en busca de regalos para los sobrinos y para tomarnos unas birras en una terraza saboreando los momentos vividos. Luego, unas horas de descanso y un traslado al aeropuerto antes de tomar los vuelos que nos llevarán de regreso a Madrid. En el avión, de nuevo, coincidimos con grupos de peregrinos que vienen de La Meca, donde, lo de no ducharse tiene que ser más común de lo que parece, eso, o es que hay que avisar a los publicistas de desodorantes que no están llegando a toda la audiencia.
El Mar Rojo 2016 está terminado. El año que viene, lo más seguro es que volvamos a sacrificar la comodidad y el lujo del barco para ganar más inmersiones, la noche de hotel y regresar a los famosos “ilimitados” que nos caracterizan. De momento, hay que regresar a la vida cotidiana, esa que a veces no sé si está dirigida por Dios, Eastwood, Woody allen, Mariano Ozores o un oso panda borracho. Aprovecho el último tramo para dormir y para soñar con cosas que nunca podré hacer por lo “tiquis miquis” que es el código penal…