Expedición RIVIERA MAYA 2015
1ª Parte: México
México… Que os puedo decir de México…
Bueno, pues México es un país imaginario, como Maldivas o Egipto, de esos que tienes que utilizar máquina de tele transportación, también llamada “vión” o “aroplano” para poder llegar. Por cosas de esas de la naturaleza terrestre, tienen los relojes atrasados siete horas, así, sin avisar, por lo que, lo primero que tienes que tener claro si vas para allá, es que hay que dormir a deshoras, como en verano, a base de siestas.
Los más conservadores y adoradores de las sagradas tradiciones hispánicas estaréis pensando ahora mismo que el uso de esa costumbre española consistente en dormir unos minutos después de comer, para así continuar haciendo el vago toda la tarde con más energía, no tiene cabida en esta crónica, pero como tenemos que recuperar las dichosas siete horas de diferencia, nos veremos en la obligación de paralizar la vida a ratos para poder así armonizar los horarios. En las horas que dura el viaje puedes echarte la siesta del carnero, la del abuelo, la de documental, la de padrenuestro, la del vaso de agua y orinal y la de camello, llamada así porque al despertarte, tu cara presenta la misma babaza en la comisura de los labios que el conocido camélido del atlas africano. Por cierto, para que luego digáis que no culturizamos a la caterva Scubagueto, está científicamente demostrado que si recogieras toda la babilla que derramas durante la siesta en un recipiente, sería una asquerosidad.
Total que, la primera conclusión a la que llegas cuando viajas a México es que tienes que tener ratitos de ocio y esparcimiento y otros en los que tu comportamiento se asemejará al de una marmota anestesiada. Eso sí, entre sueño y sueño puedes aprovechar para caminar, charlar, investigar los orígenes plásticos de las verduras del catering, ver películas o estudiar un poco las costumbres del país de destino. Como a mí me gusta mucho la historia (soy especialista en contar cuentos) he averiguado que, en México, al principio, para empezar, surgieron tribus urbanas con nombres muy chonis, como los “olmecas” seguramente derivados de palabras antiguas como cochacos o libracos, que ya invitan a pensar a un posible origen cultural suburbial agañotado (de gañán) de estas gentes.
Luego aparecieron los mayas, que eran muy listos y como de pequeños les hacían jugar al tetris y al “lego” se dedicaron a fabricar templos (templacos, en su lengua nativa) encajando piedra (pedrolacos) y amontonándolas en formas piramidales. El resultado es el mismo que si la torre Eiffel hubiera sido diseñada y construida por una cuadrilla de levantadores de piedras de Urretxu, que se vería sin tanto hierro pero mucho más compacta. La cosa es que los mayas no eran todos iguales y a veces pasaba lo mismo que en juego de tronos, y cuando los toltecas pillaron la corajina, se pusieron cerriles, y les dio por andar a la carantoña con todos los vecinos, allí se generó más violencia que en un cumpleaños con piñata.
Menos mal que así, de pronto, aparecieron los extremeños y se pusieron a pacificar la zona, con la sublime táctica de remoñonear a collejas a los chicos y obsequiar con mandangas y salamis a las chicas. La cosa duró, hasta que al Francés le dio por invadir España, entonces, los de allá, viendo un negocio más rentable que abrir una barbería unisex en Portugal, se organizaron y pidieron de buenas lo de la separación. Como la sociedad, así, en general, como concepto, estaba dividida en “castas” (ostras, como lo de “podemos”, mira tú por donde) pues empezaron con los reproches y los arrumacos y de nuevo se liaron a la carantoña, en especial Morelos, que como era cura, se le daba bien eso de repartir hostias. La cosa es que por aquí y por allá anduvieron a la gresca hasta que los delicaditos del trienio liberal firmaron la independencia en 1821. Luego comenzaron los líos de políticos como Santa Ana, que era un tipo con nombre de barrio obrero, y que se aberronchó a la poltrona presidencial con desmesurada apetencia. Ya puestos en faena, los gringos, siempre los gringos, aprovecharon el desconcierto y se pillaron unos solares cerca del rio colorado así, “de a poquitos”. Tanta pelea tenía un alto coste en tiritas y cuando los franceses, siempre los franceses, reclamaron la pasta, los mexicanos dijeron que no pagaban, entonces, en lugar de mandar al cobrador del frac, Napoleón III organizó una movida a la que se apuntaron los ingleses y nosotros, que aquello ya parecía una final four de basket. A nosotros y a los ingleses, que fuimos de tranquis, nos invitaron a unos tequilas y nos fuimos de buen rollo, pero a los gabachos les pudo el ansia gumiosa y se quedaron a la gresca para ver si cobraban…. Que cobrar, vaya si cobraron, como aquí, pero con una calorina más que sofocante al medio día.
Tras fusilar un poco a Maximiliano, el emperador, ya la cosa fue un poco más fluida hasta que Zapata y Villa, organizaron una revolución, pero sin vista comercial, que todas las camisetas las terminará vendiendo el “Che”. Luego, con más calma, llegaron Cárdenas, Orgaz, Portillo, De La Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y obrador, que si meto a Hugo Sánchez parece la alineación de la selección de fútbol, pero que han sido presidentes elegidos más o menos democráticamente. Actualmente, la agarrada la tienen con unos señores que se hacen llamar “narcos” y que se dedican a negocios honrados como el tráfico de drogas y que tienen mariachis que les componen canciones. Bueno, este es un resumen de historia de México con el que damos por cerrado el apartado cultural del viaje, muy interesante si te gusta jugar al lego o las canciones de los mariachis.
Un viaje, que podríamos contar en diez minutos pero que Rafael podría resumir en hora y media. Un viaje que comienza como todos, con Zona de Inmersión abarrotada de maletas y bolsos de buceo y gente preguntando que si se lleva un shorthy o si se deja el siete milímetros.
A primera hora he ido a buscar a Raúl. Cuando le veo de cerca, me percato que, por cuestiones de ingeniero, ha decidido afeitarse el bigote del labio superior y ahora es clavadito a Lincoln. A mí, que ya le he conocido en sus papeles de presidente de los iuesei, explorador o arquitecto barroco, no me queda la menor duda de que es un pofaci… policefa… polifacelito… policeliaco… lopifaceli… vamos, que es una persona que se dedica a actividades muy distintas y tiene múltiples aptitudes.
Cuando regreso a la tienda ya están Luis, Alma, los emetés (Paco y José Manuel) y Maribel. En barajas nos encontraremos con Rafael, Carmen, Vicente, Pepe y Antonia, que junto al mencionado Raúl y yo, seremos el grupo de desnortados subacuáticos destinado a vivir esta experiencia, que damos por iniciada oficialmente cuando aparece Vicente con un sombrero de mariachi y unos bigotes postizos que ya van dando para las primeras fotos en el feisbú. Tras pasar por el control de pasaportes, buscamos la puerta U61. Como la T4 tiene menos indicadores que el salpicadero del coche de los Picapiedra, dimos más vueltas que una choni en un puesto de bragas. Luego nos subimos a un tren que sólo tiene una vía hasta llegar a la T4 satélite, y una vez allí, buscar la sala vip para entregarnos al arte de saquear las neveras como si no hubiera un mañana. Cuando en la televisión avisan de la inminente salida del vuelo (y no me refiero a una azafata facilona), nos ponemos a la cola, y esperamos ordenaditos para entrar en la aeronave mientras que Vicente aprovecha el tiempo para hacer un par de amistades. En lugar del pasillo inestable de siempre, nos bajan al asfalto y nos montan en un autobús donde no hace falta billete, que nos lleva hasta el avión. La verdad, la decoración grafitera me resulta más hortera que un doberman con calzones.
De entrada, el avión es de esos que dicen de lou cos. No tiene televisiones en los asientos ni mandos de colores, encima, las azafatas, cursis como pedo de mirlo, nos meten prisa para que nos sentemos y pongamos los cinturones en posición vertical y nos abrochemos el respaldo de nuestro asiento, o algo así. Despegamos, y como he comentado al principio, inauguramos la sucesión de siestas. Me despierta por megafonía el piloto, con la voz de piolín constipado, que nos dice que como tenemos viento de frente vamos a dar una vueltecita por Canadá (otro país imaginario) y la costa este de los iuesei. Luis, a estas alturas ya ve carteles de Rolls Royce en el mar y quiere salir a una de las dos terrazas del avión para estirar las piernas, Paco nos confiesa encontrarse “entomecio” y Jose Manuel se acaba de tirar un pedete, que los de los asientos de delante se han girado igual que los “coaches” en “La Voz”. Raúl, aislado en su universo paralelo se nos ha quedado dormido con un antifaz y una mascarilla de cirujano. Aprovechamos para hacernos unas fotillos y para pintarle algo, pero las puñeteras limitaciones por cuestiones de seguridad han evitado que las chicas suban con pintalabios. Rafael, conversador, ya se ha hecho amigo hasta del que engrasa el tren de aterrizaje, y Antonia, curtida en viajes de este tipo, ya llama a todos los de la tripulación por su nombre. Unos minutos antes de aterrizar vienen las azafatas rociando el avión con espermicidas, por aquello de no introducir plagas en la selva, no sea que se queden sin mosquitos. Aterrizamos y bajamos del avión. Hacemos el pis de bienvenida y pasamos un par de controles antes de salir y pisar territorio Mexicano. Nos recibe una chiquita menuda y de mirada torva, pasada de rayos uva que se hace llamar la “choco”. Sinceramente, desde la parte de detrás del autobús, con esa megafonía con ruido de fondo y tras un viaje de tantas horas, yo, entendí la “cho…” Bueno, mejor, pasamos a otra cosa.
Por fin llegamos al Lupita, que tiene nombre de bar de carretera pero que es un hotel. Nos reciben con unos zumos rojizos un par de chiquines vestidos con más plumas que los Locomía en chueca y nos dan las llaves de la habitación, la clave del wifi, el candado de la caja de seguridad y nos ponen una pulsera gris para que todo lo del hotel nos salga de gratis. Las habitaciones están repartidas desde Madrid, pero, para mi sorpresa, cuando llego a la mía, la nuestra, sólo hay una cama. Seamos sinceros, con el cansancio que llevo encima, en ese tochaco de cama hubiéramos dormido la Isa y yo sin un roce, pero, como somos de buenas costumbres, pedimos en recepción una habitación con dos camas, como tiene que ser. El señor con corbata nos dice que sólo dispone de una habitación con cama y litera, de manera que, el primer dilema del viaje será quien se pone arriba, si Maribel o yo.
La noche termina en el bar, jugando a la carta de bebidas rusa, con José Manuel en plan sibarita pidiendo un combinado de cola cao con ron tostadito, lo que para el resto de los mortales sería un curaçao con ron moreno. Sin embargo, el descubrimiento de la noche, sería el amaranto (Amaretto) de di sarnoso (disaronno), mezclado con lima, naranja y hielo picado, pero, no adelantemos acontecimientos. Con once horas de viaje, cuatro combinados y seis tequilas, nos acostamos, porque, a la mañana siguiente, la cosa empezará muy pronto.
2ª Parte: Playa del Carmen
Eso que entra por la ventana tiene que ser la luz. Nuestra habitación provisional carece de balcón, por lo que Isabel anda más inquieta que Frodo en una joyería por eso del no poder fumar. Me ducho y bajamos a desayunar. El desayuno es de tipo “brufé” con plátanos embutidos y huevos adosados. También hay salchichas, judías, fruta y pasteles. Vamos que tú estás acostumbrado a un petisuis y una galleta y ahora comes con más ansias que el perro de los Chocapits. Mientras desayunamos, no podemos evitar fijarnos que el comedor, en lugar de paredes tiene redes como de pescar atunes. Imagino que será por los mosquitos, por lo que, el presumible tamaño de los insectos empieza por acojonar un poco. Luego te enteras que la red es para evitar que entren los pájaros a pillar cosas del bufé, como no llevan pulsera…
Saliendo del comedor, justo enfrente, está la pileta grande de endulzar, también llamada piscina. A la derecha encuentras el comedor temático, que es igual que el otro, pero que no te dejan pasar en chanclas o con calcetines blancos. A José Manuel en ese momento le gruñe la neurona y decide que tenemos que cenar allí una noche de estas, pero, no adelantemos acontecimientos. A la izquierda, según sales del comedor, puedes ver el bar y la tarima donde el equipo de animadores entretiene al personal. El resto del hotel son habitaciones y jardines. Por cierto, como lo que nos rodea es una selva, por las instalaciones del Lupita circulan con total impunidad un grupo de coatíes.
Los coatíes son unos prociónicos, de la familia de los mapaches, bastante simpáticos y que a nosotros nos recuerdan a una mezcla extraña entre un perro y un mono. Dejo a vuestra imaginación quién hizo el ardor con cual. Las cucarachas no pueden subir a las habitaciones porque están muy gordas y tienen un caparazón muy duro y pesado, además, se mueven con mucha lentitud y si te acercas, esconden la cabeza. Luego hay unas ratas enormes pero que no las llaman ratas, que si las ves en Madrid chillas, pero como las ves en México pues te hace ilusión.
Mientras aprovechamos para mandar wasup desde la recepción, puntual, aparece Pepe Esteban con la furgoneta del centro, un pedazo de Scubamovil con capacidad para todo el grupo.
Pepe… que os puedo decir de Pepe…
No es que sea feo, pero si se le tuerce un poco más la nariz, podría bucear sin usar el tubo. El notas está moreno, muy moreno y viene vestido con una camiseta de Pepedive center, pantalón corto y chanclas, que si llega a llevar dos collares de oro más hubiéramos pensado que nos venía a pedir costo. Y es que México es un país de contrastes. Te hablan como aquí, pero metiendo “pinche”, “huevón” y “huey” en todas las frases, que resulta que si les llamas cabrones no se ofenden, pero si les dices algo con culo se mosquean.
Le acompaña Julio, un tipo de voz grave y contundente que es el que le da seriedad a la actividad. Mientras vamos al centro, Rafael, que ha vivido en el país, charla sobre el tema corrupción y cosas importantes, de esas que no se pueden dejar para luego, mientras que Raúl, hace preguntas de ingeniero. Los “emetés” empiezan ya a soltarse confirmando las noticias que llegan de México “decé”, en especial Paco, que como tiene un hermano de una tía de un primo en la zona, busca información sobre su “tiastro”. Con Pepe convencido de haber cometido un error garrafal al habernos aceptado como clientes, llegamos al centro, Alonso, otro de los guías, nos ayuda a descargar los equipos.
Tenemos un tiempecito para recorrer el tinglado de Pepe. Veamos, a la entrada hay un patio donde están los colgadores para dejar los equipos y las botellas. Al entrar, pasas directamente a la cocina, un notable éxito de diseño, porque, las chicas, pueden empezar el día fregando los platos y así se integran con más rapidez. A un lado encontramos la oficina y un aseo. Luego hay un almacén para equipos y el segundo patio, donde hay unos baúles para dejar ropa u otros enseres que no utilices. Aquí hay un foso en plan piscina, pero que no es un Jacuzzi.
Estamos contemplando las fotos, las camisetas y las caretas de luchadores cuando aparece Tomás por la puerta metiendo prisa. Pese a su aspecto “integrao” en el ambiente, tiene un carácter Germano que más que educarse con la supernani parece que lo hizo con el encantador de perros y nos apresura para que carguemos equipos. El centro te proporciona unas bolsas de última generación para estivar tus cosas, que, rápidamente acaban en los coches.
Desde el centro hasta Playa del Carmen hay un trayecto corto.
Llegamos donde Pepe tiene aparcado el barco. No hay muelle y entras desde playa. Allí ya nos espera Gerson, que parece más feliz que Mcgyver en un desguace y Mar una chica muy guapa, no como esas que antes de maquillarse tienen que pedir un permiso de obras, que se mueve con más rapidez que Forrest Gump en los San Fermines y que, en dos patadas, ya tiene todo resuelto. Así, sin encomendarnos a ningún santo, comienza nuestra primera cita con el caribe.
Hay unas cuantas olas. Los dos barcos cabecean y los primeros roción… salpicon… las primeras gotas de agua entran a bordo. Llegamos al punto exacto y nos preparamos para saltar. El briefing ha sido de manual, y, como nos acompaña todo el Staff de Pepedivecenter, tocamos a un guía por cada cuatro. Alma, Luis, Maribel y yo bajaremos con pepe. José Manuel, Paco, Raúl y Vicente con Alonso y a los “niños” los mimará Julio. Nada más caer y al descender un par de metros nos damos cuenta de que hay una fuerte corriente. No será porque no nos lo avisaron, pero en cuanto nos distraemos un poco nos separamos y nos cuesta un poco recuperar la compostura. Pepe, que ha visto todo esto sólidamente apoyado en su bibotella, empieza a gesticular como una azafata epiléptica cuando ve a Vicente más perdido que Paquirrín en el Parque de las Ciencias. Se tranquiliza cuando ve como el gallego se anexiona a otro grupo. Total, que a estas alturas, ya estamos todos más o menos agrupados.
Playa del Carmen es un escenario pardo, con una excelente visibilidad y donde las esponjas reinan descaradamente. Esta inmersión que hacemos se llama “Tortugas”, precisamente por la gran cantidad de esos simpáticos mamíferos marinos que se ven. Eso sí, rápido rápido. Vemos una barracuda enorme que se cruza y muchos peces ballesta. En las rocas, descansan los cirujanos y en la arena hay una especie de pez muy raro que aún no he podido identificar, pero que con su aspecto metálico me llama mucho la atención.
En una grieta veo algo que… sí, en efecto, es un tiburón nodriza. No hay donde sujetarse, pero le puedo grabar unos segundos. Pepe anda esperando y le hago la señal de tiburón. No se lo puede creer, pero, no adelantemos acontecimientos. Curiosamente, tras el tiburón, empezamos a ver una tortuga detrás de otra. La inmersión es una pasada. Con una enorme disciplina, cada vez que alguien llega a los bares marcados, el grupo, junto y coordinado comienza el ascenso. Bueno, vale, es un mentirusco gordo atado con piedras. Como siempre, sacamos lo peor del ansiamasá, y dejamos llevar la inmersión hasta más allá de los sesenta minutos, por supuesto, cumpliendo con la regla de los tres tercios, de ¡¡¡ nuestros !!! tres tercios.
Al llegar a superficie y acercarse el barco, veo a Luis en popa, más blanco que el culo de Orzowei. Al acercarnos, el color blanco mortecino naval de su cara ha mutado a un tono más verde que un estriptis de las tortuga ninja y que terminará en un tono azulado por estrangulamiento. Tanta gama cromática nos sugiere que se ha quedado en el barco y que se ha mareado más que los piojos de Rafaela Carrá. Hay que dejarle en tierra pronto, porque ya ha vomitado cosas que no recordaba haber comido y ya está viendo la luz al final del túnel.
Con Luis aliviado en tierra, buscamos la segunda inmersión de la mañana, en un lugar llamado “Cueva de Pargo”. Un nombre puesto por algún cachondo mental ya que, ni cuevas, ni pargos. Es un arrecife más bajo que la matrícula de un monipatín, pero, eso sí, tranquilote y lleno de vida. Me llaman la atención las bellas cipreas que se cuelgan de los corales y de las pequeñas agrupaciones de besugos (me refiero a los peces, no a los buceadores) que hay en cada esquina. Lo más sorprendente de esta inmersión son unos calamares que van y vienen cambiando de color, en un derroche de mimetismo.
Luego, el arrecife se parte y en el arenal han puesto una imagen de la virgen de Guadalupe, muy venerada por estas tierras, y que anda vigilada por unas barracudas de buen tamaño. Con el lanzamiento de boya deco, damos por terminadas las inmersiones en playa del Carmen. Regresamos al hotel para disfrutar de nuestro todo incluido y nos preparamos para continuar nuestra experiencia en México.
3ª Parte: Cenotes
La vida en un “resor” con la pulsera de todo incluido transcurre entre el “brufé”, el quiosco de las hamburguesas y la barra fija del bar donde alternamos los combinados propuestos en la carta y las innovaciones “cocktaileras” que solo mentes perturbadas como las nuestras pueden generar. Otra cosa que nos da vidilla es el tema de las albercas, aquí llamadas piletas, en especial las que tienen telarañas de siesta o lugares pintones “behind the musgo” para retozar, aunque pensándolo bien, entiendo que la gente pague por ver aparearse a las yubarta, pero eso de compartir agua con una americana abisontada de Wisconsin mientras acosa a un imberbe tostado, y se entregan con pasión y sin vergüenza al amancebamiento vil, consumando junto a la escalera de la piscina ya me parece de mal gusto.
Tras volver de la experiencia playera, nos tocaba ver pasar el tiempo hasta loa días destinados a bucear en cenotes. En total, disfrutamos de inmersiones en seis cenotes, recomendados por pepe en función de sus preferencias, es decir, los que le salió de la chingada. Para no romper la línea argumental de la scubacrónica trataremos de agrupar en este capítulo todos los que hicimos.
Básicamente, hace un huevo de años, mucho antes, incluso, de que Carmen hiciese la primera comunión, la península del Yucatán estaba sumergida, ahí, sin molestar a nadie. Ocurre que, las tensiones entre placas tectónicas (del griego tektonikos, y no del hipocorístico “teta”) hicieron que las tierras emergieran (igual que hizo nacho con Murillo el día de la “levantá”) y que se vieran expuestas a los fenómenos erosivos habituales. Como el material más abundante era la caliza y, más o menos, en esa época México era como Galicia por primavera, una lluvia eterna, el agua comenzó a crear ríos subterráneos. A la que una parte de los techos de estos canales se desmorona, se crea una entrada que los mayas llamaron dzonoot, que viene a significar “bujeraco con agua” y que tenía mucha relevancia en el aspecto espiritual de esta civilización.
Hoy en día, muchos de ellos, están explorados y preparados para ser visitados por buceadores como nosotros, que para eso hemos venido hasta aquí.
Lo primero que nos llama la atención es el nombre de los mismos: Chac mol, Kin ha, Aktun chen, ik kil… vamos que si nombras dos o tres seguidos suena como si te atragantases con un hueso de pollo. Los hay más prosaicos como Angelita, Ponderosa, Dos ojos o lavadero de coches… lo que no admite dudas es que cada uno tiene su propia identidad y ofrece unos tesoros que hay que descubrir.
Un día de “Cenote”, en contra de lo que puede parecer, comienza muy de mañana, a la fresca, cuando los coatíes aún no han fichado en el hotel y se pasean a lo largo de la alambrada. Como siempre, lo primero, es nutrirse y bajar al restaurante para darnos un capricho de ricos, como pedirnos zumo de naranja en el desayuno. Luego, hay que esperar a los pausados como Raúl, un tío que es capaz de aterrizar una sonda en mercurio pero que no puede meter un USB a la primera, y que ya nos ha escrito en el wasup “estoy llegando” aunque bien sabemos que aún tiene que atravesar Narnia, la Tierra Media y el campo de Oliver y Benji a lo largo. Vicente, en su comunicación es más contundente y escribe algo así como “que ya he dicho que en tres minutos bajo, que no tenéis porqué repetirlo cada dos horas”. Más o menos puntuales, llegan a recogernos los de Pepe Dive Center, que nos llevan a la guarida a coger nuestros equipos y de allí, a nuestro destino. En el camino, Tomás, aprovecha para impartirnos el briefing. Creo que lo hace en el coche para que no podamos escapar. Por supuesto, como habla mucho y lo explica todo, la cosa pues como que avanza despacito. A veces paramos para tomar un refresco, y, a veces para esperar a los despistados que se van dejando equipos olvidados. Mientras nosotros nos vamos hidratando, el germano-mexicano se rumia unos chiles habaneros a palo seco, que solo con verlo ya se te saltan las lágrimas, pero que el sistema digestivo del tipo este asume como si fuesen gominolas.
De repente, dejas la carretera y te metes en caminos de baches de esos de dejarte mechones de cuello cabelludo enganchados a la luz del techo del coche. En algunos hay oficinas, en otro un tipo con bigote que su cara es igual si le pones boca arriba que boca abajo, que te cobra por entrar y por decirte donde aparcar, que no me jodas que en mitad de la jungla vamos a tener reminiscencias de zona azul.
Nuestro bautismo será en el Chac Mool, un bujero que, a juzgar por la cantidad de mierda acumulada en la superficie, no es muy frecuentado por chicas, en caso contrario, estaría como la patena. Antes de continuar, advertir que estoy escribiendo esta crónica muy despacito por si hay rubias naturales entre las lectoras. Como llevamos a Gordi, Alma y Carmen, pronto cogen la escoba y dejan la entrada “niquelá”. Conste que todas estas alusiones a la condición laboral femenina, son por cuenta de Pepe, y no diciendo más ná….
En fin, que antes de la primera inmersión, nos dan otra charla de esas de actitud ante un buen guía, lo que viene a ser, sonreír, asentir y luego hacer lo que nos salga de los cojones. En plena selva, con la calorina alrededor y con unos mosquitos que después de picarte te dan un bocadillo, un refresco y te hacen donante, nos preparamos. Carmen, es de las que está convencida que si sacas la lengua y la tuerces para un lado mientras montas el equipo el resultado es mucho más efectivo.
De cuatro en cuatro entramos, por mi parte, formando equipo con Alma, Luis y Gordi, de primeras, con el privilegio de contar con el Esteban como cicerone. Luego, iré cambiando de grupo para poder ir sacando imágenes de todos. Esta cavidad inundada tiene casi de todo, estalactitas, estalagmitas, columnas (en plan macro), termoclinas, haloclinas, cortinas de luz y cavidades aéreas en las que sobrevuelan murciélagos. Como los cenotes forman sistemas, no hay motivos para hacer largos desplazamientos, incluso, algunos, comparten una misma entrada, como en el caso del Little Brother. Los contraluces son de una belleza indescriptible y la poca profundidad alcanzada hace que prolonguemos las inmersiones hasta más allá de los sesenta minutos. Esta demora en el tiempo nos la Recalcan Julio y Tomás, con esa cara de “esto no me puede estar pasando a mí “, mientras nos llevan al tercer cenote, llamado “Ponderosa”.
Un cenote, diferente, lugar de concentración de familias, más transitado que un “carrefur” en rebajas, pero que, una vez debajo, nos sorprende con unas cortinas de luz sobrecogedoras. Puesto que nos “regañaron” por exceder de los cuarenta y cinco minutos de tiempo estimado, en esta ocasión, nos portamos y la inmersión duró sólo setenta y tres. Esta gente, aún no ha comprendido que las inmersiones no se acaban hasta que se terminan. En los intervalos de superficie, los equipos se dejan flotando, aunque algún despistado se deje “el equipo encendido”. Esa observación es característica de Alma, una mujer bella como una vaca de la India: libre, intocable y que todo el mundo mira con cara de hambre.
El segundo día de Cenotes nos llevaron al Pit, una cavidad vertical, profunda, donde vimos el “espíritu de Moctezuma” que no es otra cosa que una capa de ácido sulfhídrico que, anclada a los árboles en descomposición del fondo, compone una imagen tan tétrica como fascinante. Antes de entrar en el Dos ojos, nos vuelven a dar órdenes muy importantes de esas como, a mi señal, bocaos y cataplasmas”, “gusa y bochorno” o “migrañas y berberechos”. Es precisamente aquí, donde una jovencita de aspecto angelical requiere nuestros servicios para encontrar una diadema caída al fondo. Como caballeros que somos, recuperamos el adorno capilar entregándoselo de nuevo a su legítima dueña. A ver si los demás hacen lo mismo con los galeones hundidos. La reflexión de la jornada es que sigo sin poder creer que esas chicas que te dicen “no sé cómo agradecértelo” no hayan oído hablar nunca de sexo.
Las dos rutas que hicimos en el sistema “Dos ojos” resultaron espectaculares. La genuina cueva de estalactitas blancas, ese laberinto, ese conducto vaginal que penetramos en grupo sin la menor consideración. Este cenote se podría hacer cientos de veces sin cansarnos. Ya fuera, hay que comprar camisetas y comprobar que las imágenes hacen justicia a la realidad.
De vuelta al centro, paramos en restaurantes típicos, algo que, sin tener una supervisión tan buena como las de Pepe y sus secuaces puede resultar arriesgado. Pepe nos enseña como comer las fajitas y los burritos sin que las camisas terminen con más mierda que la bayeta de un burguer. También nos advierten del grado de toxicidad de los chiles, condimento indispensable para estos platos y que tienen más peligro que Abraham Mateo cuando toma cafeína, si no, que se lo digan a José Manuel que le echó valor al aditivo habanero y que al rato se marcó un baile nada sensual, como esos que haces cuando tienes ganas de hacer pis, pero te da pereza ir al servicio, con la cara más roja que la entrada de un puticlub chino mientras su lengua inflamada trataba de decir algo con sentido, pero totalmente inteligible.
Por su parte, Vicente, ha decidido optimizar recursos y no se ha quitado el traje en toda la mañana, ni para comer, que además de dar más el cante que el Fary en una peli porno, con tanto uso, hasta las mofetas se abanicaba cuando pasaba a su lado. En medio de toda esta debacle, resuenan dos advertencias que no ayudan para nada a la causa, una esa de “todo agujero es bueno, hasta el de caballero”, y la otra “el habanero jode al entrar y jode al salir”. Respecto a la primera, espero no hacer nada para argumentarla, en cuanto a la segunda, mañana, José Manuel nos explicará con todo lujo de detalles el enigmático significado de la expresión.
Tras los cenotes, regresábamos al hotel, a seguir comiendo, que seguro que con tanta comida, y tanta mezcla picante, a la que se nos escape un cuesco, va a salir con salsa y van a aplaudir hasta las moscas. Tras la cena, Luis pone en práctica su idea de una dieta equilibrada que no es otra que llevar una birra en cada mano, justo antes de irnos a la cama, que con tanto ajetreo ya tengo tanto sueño que cuando me duerma lo único que me va a diferencia de un planta es que ella hace la fotosíntesis.
El futuro ya no es lo que solía ser, y la alarma sonará en seis horas, doce minutos, cuatro “suspiros”, tres “no puede ser”, dos “su puta madre” y un “coño que llego tarde”
4ª Parte: Cozumel
Entre cena y cena (porqué decir entre comida y comida generaría faltas expectativas) tenemos que preparar el día de buceo en Cozumel. La aparición de falsas previsiones de tiempo y la mala experiencia de los mareados de playa del Carmen, consigue que vivamos un momento tenso, en el que soporto más presión que la báscula de King África, hasta que llega Pepe para explicarnos paso a paso cómo será el día de buceo. Solucionadas las dudas, nos apretamos una ronda de tequilas y nos vamos a la cama.
Para conseguir hacer tres inmersiones en Cozumel, tenemos, mira tú que sorpresa, que madrugar.
Antonia ya está en el comedor cuando bajamos a desayunar. Ya ha generado confianza suficiente como para conocer a todo el personal y recomendarnos las tortitas con sirope que te hacen sobre la marcha. Los pájaros, campan por sus respetos sin la más mínima consideración hacia los comensales. Que estemos solos en el restaurante indica lo pronto que es. Con un ritmo cadencioso, nos dirigimos hacia la recepción donde ya nos esperan Julio y Tomás, que a estas horas el sonido de su voz suena tan erótico como un eructo de Chewbacca. Uno a uno van llegando los aguerridos buceadores. Esta vez el primero es Raúl Un ingeniero de esos que pueden enviar un satélite a Marte pero para saber que la plancha está caliente aún se tiene que chupar el dedito, le siguen Alma y Luis una pareja consolidada, de esas que van un viernes de madrugada a una farmacia y piden “juanolas”. Más tarde aparece Vicente, apurando hasta el último minuto de aire acondicionado, que ha creado un ambiente tan gélido que piensas que mantiene a Walt Disney congelado en esa habitación. Los “niños” han aparecido más tarde porque a Carmen se ha caído en las escaleras, según Rafa, ha cogido carrerilla y todo, que parecía que quisiera entrar para coger el tren a Hogwarts. Menos mal que como hace tai-chi, que es como bailar sevillanas, pero en flojito, su cadera ha absorbido parte del impacto. Viene con cara de haber olido nidos de abubillas pero con las ganas de bucear intactas.
De camino al Ferry, nos van explicando más o menos lo que tenemos que hacer. En un semáforo, se nos ha puesto al lado uno de esos chavales que para qué van a ir por la calle pregonando que son imbéciles cuando pueden pasear con el reguetón a todo volumen en el móvil. En la calle, junto al parking, la típica chica que dudas de si lleva bragas de cheewaka o simplemente, no se ha depilado. Hasta el ferry, vamos andando, pero nuestros equipos los llevan en una bicicleta con maletero. Luego, sacamos los boletos, que son nuestros, tan castizos, tickets. Ya hemos hablado de las peculiaridades linguisticas de un país en el que si llamas a alguien chupapollas se ofende, pero si le llamas “mamapingas” se descojona.
El barco suelta amarras y se lanza a darse de cabezazos contra las olas. Mientras, una banda de músicos, en cubierta, nos deleita con una esmerada selección de rancheras y temas populares, que tiene su mérito, ya que, aparte de tocar, tienen que mantener el equilibrio (esto se mueve más que la cama de la niña del exorcista) y esquivar el agua que entra, vamos, que la escena se parece mucho a la última noche del Titanic.
Antes de llegar a Cozumel, Alma descubre que “la están cantando por el culo”, que traducido, viene a decir que se ha sentado en un altavoz. No quiero decir nada sobre una rubia natural que lleva tres días tratando de descubrir el culpable de la película “casada con su asesino“. Desde el ferry, cogemos un par de taxis hasta el puerto, donde embarcamos. La primera inmersión la perpetraremos en un lugar llamado Santa Rosa. El mar está tranquilo, el azul es intenso, y el sol empieza a picar. Nos lanzamos al agua y descendemos. Nos empieza a llevar la corriente. Vicente, que en este tipo de inmersiones disfruta más que Boris Izaguirre en un saco de pepinos empieza con sus gestos de Superman. El arrecife es distinto a los del mar Rojo. Primero, hay un arenal que gana profundidad poco a poco hasta llegar al coral, que marca el límite con el abismo. Como esta parte se encuentra a unos veinte metros de profundidad y no disponemos de nitrox, hacemos una inmersión cortita, de no más de sesenta y ocho minutos.
El arrecife es muy bonito, con muchas cuevas y oquedades que podemos explorar, mucha vida, muchas barracudas, algunas tortugas y toda la colección de peces de colores habitual. De repente, el regulador de Raúl falla (es lo que tiene confundir un cuarto de vuelta con cuatro vueltas) y sin el suministro de aire, el de la NASA se amodorra al regulador de Rafa, así, sin avisar, empezando los dos una danza ascendente que terminará casi en superficie, un error garrafal, como cuando mi psicóloga me dijo “hazme un niño” y no caí que lo que quería era un dibujo.
Tras un intervalo en superficie de tres cuartos de hora amenizado con agua y frutas, volvemos a sumergirnos en el punto denominado Yucab, que traducido quiere decir setenta minutos de inmersión. Pese a la poca profundidad de este arrecife (una máxima de dieciséis metros) eso de no contar con dosis de aire enriquecido nos obliga a pensar en el Scubarefrán “pizza quemada, cerveza congelada, mujer embarazada y compañera con enfermedad descompresiva son consecuencias de no haberla sacado a tiempo” y prestar atención a lo que nos marca el ordenador, eso sí, sin olvidarnos de disfrutar con los bellos ejemplares de langosta y cangrejos culturistas que van apareciendo. También hay que destacar el enorme tamaño de la morena verde, tan impresionante que no encontré valiente que se pusiera a su lado para que sirviera de referencia.
Tras una inmersión confortable, regresamos al puerto, lugar donde comeremos y descansaremos. Algunos han ido al servicio, pero para sus alivios tienen, bien que pagar, bien que consumir algo. Por lo visto, el refresco que les sirvieron tenía el color, la textura y el sabor del líquido anticongelante que le pongo al coche. Pepe, que ya nos ha cogido cariño, nos ha mandado una cestita con bocatas, así, recuperaremos energías para hacer la tercera inmersión que por aquello de los horarios, haremos la inmersión en el “Paraíso”, muy cerca del puerto. La corriente ha aumentado, por lo que, la inmersión, será mucho más llevadera, pero eso sí, más larga que los anuncios de antena tres. El guía, ha decidido que es el momento de limitar el tiempo de inmersión y nosotros que ha llegado el momento de entregarnos al noble arte de la sordera colectiva. A veces pienso que Julio, como responsable de la inmersión que es, si por ejemplo, alguno de nosotros se estuviera ahogando, dudaría si tomarse un refresco o una birra. Tras casi setenta minutos de inmersión, terminaremos haciéndonos la foto de grupo.
Mientras regresamos al puerto, veo las caras de mis compañeros, de mis amigos, no puedo evitar pensar lo afortunado que soy. He tenido suerte desde pequeño. Recuerdo cuando mi padre decía que se iban a sortear dos hostias una siempre me tocaba a mí. Como vamos a darnos un capricho en forma de barbacoa, tenemos que recoger, coger un taxi, llegar al puerto, sacar los boletos y hacer pis a la puta carrera. Rafa y Carmen disfrutarán de los tres minutos de intimidad en wc (que parecen adolescentes, coño) mientras que Raúl se dedicará a la filantropía olvidando su cámara en el muelle. El viaje de vuelta es movidito, y mientras la gente descansa, yo aprovecho para hablar con Julio y gestionar algunas de las excursiones que haremos y que comentaremos en el próximo capítulo de esta crónica.
No se lo digáis a Sonia, pero, según parece, me he descuidado un poco en lo relativo a protegerme del sol, y mis piernas y mis brazos han cogido una sana coloración rosácea. El problema principal es que, cuando te ha dado mucho el sol, decir “no me toques que me he quemado” es como decirle a un salido “no me mires que me voy a desnudar“. Del puerto, no nos vamos al hotel, sino al Pepedive center, donde nos han preparado una fiesta de la hostia con bebidas, barbacoa y hasta “mariachis”, A simple vista, pudiera parecer que no vamos a ser capaces de terminar con tanta comida y bebida, pero como dice mi amigo el yonki, todo es ponerse, pero de eso, hablaremos luego.
Tras la fiesta, volvemos, finalmente al hotel. Hay que tener cierta organización, porque, tenemos cena elegante y hay que restaurarse un poco. Me quedo con Luis en el bar (Dios inventó los bares, y el diablo los taburetes sin respaldo) mientras que mi compañera de habitación se arregla, que si lo pensamos bien, resulta un poco ilógico que te digan “no entres, estoy en ropa interior” cuando llevas tres días viéndola con un bikini que entra en un kinder sorpresa.
La experiencia de Cozumel ha terminado. El buceo ha terminado. Por la mañana, iremos a culturizarnos un poco.
5ª Parte: Excursiones
Si hay algo que tiene la Riviera Maya, aparte del buceo, es una oferta variada de actividades culturales, de ocio y de tiempo libre. Aparte de las playas típicas del caribe, la vida nocturna de metrópoli, el comercio, o los parques acuáticos, por ejemplo, podemos descubrir parte de ese “otro” caribe, haciendo excursiones que podemos organizar desde el mismo Pepedive center, por cortesía de Julio. No digo que sean los más baratos, pero te ofrecen una atención personalizada, cuidada, mimada, ajustada a nuestro ritmo y contando con infraestructuras de calidad.
Las excursiones comienzan, incluso, más temprano que los buceos, y es que, ya se sabe que, al que madruga… Dios no lo está ayudando lo suficiente. El grupo, ha decidido hacer como primera visita el impresionante conjunto arqueológico de Chichén Itzá, una de las nuevas siete maravillas del mundo. Nuestro guía y conductor será “el Abuelo”… que podemos decir del abuelo….
De entrada, tiene la estampa de “charro”, curtido por el sol y claramente dentro de la edad de los metales (pelo de plata, dientes de oro y pies de plomo). Su voz es amable, cálida, con ritmo, casi se podría decir que melodiosa. La educación, impecable. Cuando ves a una persona así, y te enteras de su edad, piensas que no es que me hayan pasado por encima los años, es que me ha pasado un camión de 18 ruedas. Con cordialidad nos anima a subir al furgón y se pone en marcha, cumpliendo con el horario previsto. Ya en ruta, nos va informando de la ruta y poniéndonos al tanto de otros pormenores relacionados con la excursión. Nos para en un centro comercial para comprar agua y tomar un café. El grupo, desayuna, aunque no está al completo. Carmen, Antonia y Rafael han decido favorecer al comercio y al bebercio, mientras que Vicente ha decidido quedarse en la habitación, refrigerándose. El que si nos acompaña es Pepe, uno de esos tipos que de puro extremeño que es, si se cae al suelo
aprovecha para echarse una cabezadita. Tampoco se lo pierde Maribel, que con tanta humedad en el ambiente lleva el pelo que parece que ha estado chupando un pararrayos. José Manuel y Paco llevan unos de esos chandals de poligonero, que si se mueven, se les cae la cinturilla y se les ve el culo, como en los calendarios de camioneros.
¿Os acordáis de la experiencia con el chile habanero de José Manuel?. Pues bien, jodieron para entrar y llevan toda la noche jodiendo para salir. Por lo que me cuenta mi Paco, se ha pasado la noche anclado a la taza del váter, porque apenas tenía autonomía para dos pasos. Tiene tanto picor por la “zona internalgal” que se rasca continuamente, como un sherpei. No hemos llegado a mitad de camino cuando, por sus gestos, interpretamos que está a punto de hacer de tripas un marrón, y necesita espacio y tiempo, y, no precisamente para calcular la velocidad. Le dejamos en mitad de la selva, seguro de que ningún depredador en kilómetros a la redonda se acercará. Es más, los últimos jaguares del Yucatán, al olfatear semejante plasta habrán decido emigrar al polo norte, deseando estar permanentemente constipados.
Cuando José Manuel termina por dejar una parte de sí mismo en la selva, contribuyendo de una forma decisiva a la deforestación, retomamos el viaje hasta llegar a la entrada del recinto. Pese a tener una fila de gente como la del cuponazo, “El Abuelo” nos pasa con autoridad por delante y nos presenta a nuestro guía. Chichen Itza es una pradera inmensa, con restos de lo que fue una gran ciudad esparcidos por el suelo, pero con el templo principal presidiéndolo todo, de forma majestuosa. Cuenta con templos adosados y con un recinto del juego de la pelota con una acústica sorprendente. Impresiona los logros conseguidos en imagen y sonido por una civilización mucho más antigua que la nuestra, sin tantos adelantos, pero que sabían entender su entorno a la perfección, no como nosotros, el hombre moderno que queremos conocer el sentido de la vida pero no sabemos interpretar las instrucciones de un micro ondas.
La acústica, sorprendente, y que honró nuestro gran tenor, Plácido Domingo cantando a los pies del templo de Kukulkan, sirve ahora para demostraciones con menos glamurosas y con los éxitos de los Camela. Una vez recorridos todos los rincones de esta maravilla, regresamos al coche, nos hidratamos y vamos a un nuevo yacimiento.
Por no alargarme demasiado, os diré que visitamos las ruinas de Ek Balm, Cobá y Tulum. Verdaderas maravillas que pudimos recorrer a pie o en bicicleta, incluso, subir a loa alto de los templos. Para completar el día, las excursiones incluían visitas a cenotes como el ik kill, la playa de Akumal donde nadamos junto a rayas y a tortugas y compras en poblados de esos de productos típicos hechos a mano (aunque “hecho a mano” suele ser una excusa para no poner feo y caro) donde compramos regalos para los que no pudieron acompañarnos.
Los almuerzos se solían hacer en lugares seleccionado por “el Abuelo”, típicos, familiares, con una gran variedad de platos, donde las salsas dan más miedo que una suegra menopaúsica y que a veces tenían a gente vestidos como los Bom Bom Chip interpretando bailes regionales con bandejas de cerveza sobre la cabeza. El Abuelo nos mimaba recordándonos lo importante de re hidratarnos tras estar expuesto a tanto calor y compartía cerveza sin alcohol (Se llama cerveza sin alcohol porque fanta de cereales no sonaba muy comercial) con Luis mientras los mosquitos echaban carreras a lo StarWars junto a mi oído. En carretera, yo que se quedarme en silencio en varios idiomas, le daba oportunidades a Raúl para vengarse por lo de la mascarilla en el avión, que lo que yo pensaba que era un descanso merecido hoy se llama josetocandoseloshuevos.jpeg. Las excursiones pusieron el punto final a un viaje en un país de matices, donde los ricos campan por las carreteras con todo terrenos más grandes que un carro de combate y en los poblados de pobres las gitanas hacen la prueba de la virginidad con kleenex. Menos mal que cada noche, al llegar a la habitación, encontraba la cosa rubia más bonita del mundo, en la nevera, en pack de seis, sobre la que me abalanzaba con ansia, como las hienas sobre la carroña o las abuelas con los caramelos de la cabalgata de reyes. Al llegar al hotel, cansados, sudorosos y doloridos de tanta escalera para arriba y para abajo, a la cena temática sugerida por los “emetes” los camareros nos recomendaron una ducha… y para el postre, flan de queso.
Nos toca regresar, volver al aeropuerto donde los niños cantan esa cancioncita de los elefantes en la tela de araña sin saber que si fuese yo el que se columpiaba la canción no habría durado tanto. Disfrutamos de cada momento, de la compañía de la experiencia. Un viaje de esos que fortalece lazos, que estrecha nudos, que hace que tus compañeros de viaje te resulten bellas personas aunque antes que vivir con ellos prefieras vivir con una tribu de “predators”.
El catering del avión rompe la monotonía de la vuelta, y el tiempo transcurre despacio, hasta que aterrizamos. Estamos de vuelta en casa, con José Manuel a punto de descubrir que Lo peor de haber tenido diarrea es ese momento en el que te la juegas y te tiras un pedo para comprobar si estás curado.
Cuando llego a casa estoy solo, Sonia está en Carboneras con un grupo, y yo, empiezo mi fin de semana poniendo mi primera lavadora. Todo controlado.
Espero que el rosa se ponga de moda
Zona de inMersión
Los que piensan que tenemos pocos seguidores en facebook no recuerdan la que montó Leónidas con sólo trescientos.