LA AZOHÍA: expedición “Humareda”. 20/05/2016
¿La Azohía?, ¿Qué puedo contaros sobre la Azohía?
En 1572, mientras que la inquisición encarcelaba a Fray Luis de León por sostener que la “Biblia Vulgata” contenía errores de traducción, unos perro flautas holandeses (los mendigos del mar) asaltaban la ciudad de Brielle, el Duque de Alba tomaba Mons, Cristóbal de Mondragón con menos de tres mil barbudos de los tercios viejos levantaba el asedio de Goes, Enrique IV de Francia se casaba con Margarita de Valois por aquello de la conciliación y para celebrarlo los católicos invitados se pasaban a cuchillo a los hugonotes y por la piedra a las hugonotas en lo que se conocería como matanza de San Bartolomé… en la Azohía no pasaba nada. Pero nada de nada, Ni pequeño ni grande, nada, na da.
La Azohía, desde tiempos inmemoriales era totalmente desconocida por su pesca, su agricultura y por las inexistentes factorías de “garum” (una salsa a base de vísceras de pescado fermentada) muy apreciada por los romanos y que dieron fama a las conserveras de salazón de otros lugares de la costa Murciana que no eran la Azohía.
Este hipotético progreso no continuó ni durante la ocupación musulmana ni tras la reconquista y ni siquiera los piratas berberiscos atacaron sus playas. Lo que pasa es que a raíz de las Reales Provisiones de 1768 los de Cartagena se dieron cuenta del tremendo atractivo de esta zona para el turismo que se tradujo en una total ausencia de edificaciones. Felipe II mandó construir una torre fortificada en los alrededores, con unas vistas privilegiadas a un descampado con arena y palmeras. Los ficticios habitantes de la inexistente Azohía se dedicaron entonces a la minería, aunque esta actividad que nunca fue llevada a cabo se extinguió en 1963. En el último cuarto del siglo XX, el turismo llegó a las costas mediterráneas españolas como un ciclón, transformando el litoral murciano en un conglomerado de urbanizaciones, edificios, carreteras y autopistas que no pasaron nunca por la Azohía.
Y como decía David Coverdale: – Aquí voy otra vez -. Bueno, él, no lo decía, lo cantaba. Y no lo cantaba en español, lo cantaba en inglés, idioma que, como todos sabemos, es totalmente inventado. De manera que, –Aquí voy otra vez – pero, si queremos ser escrupulosos con los acontecimientos, aquí voy otra vez, pero tarde. Tarde porque vamos a salir a horas insidiosas, de esas en las que ya has comido, pero tienes hambre, o tienes sueño, pero no puedes dormirte. El responsable de este lamentable retraso vuelve a ser Santiago, de todos el que es más feo que un camión por debajo. Con los arreos de bucear ya cargados, esperan turno para subir a la Scubamovil: Jorge, Juan (que es vegano, como la época del año en que los franceses vienen a España para hartarse de jamón) Nacho, Álvaro (que de cerca se parece mucho a un mojón de Falete) y Javi Murillo.
Una vez terminamos el cubiqueitor, nos ponemos en marcha y dejamos atrás los Carabancheles para ir enlazando los peajes de la R4 (mucho más barata que la A$4) y la AP36 hasta llegar a la muy noble e ilustre villa de La Gineta, capital de la Manchuela, y lugar de peregrinación de quienes idolatran la transfiguración de un todo elemental de raza porcina en pequeños corpúsculos de panceta a la brasa. Lo que pasa, es que, como la hora de inicio del periplo fue la que fue, nos tuvimos que conformar con sacramentalizar unos torreznos con los que nos obsequió la camarera de la mirada profunda y ojos capaces de competir con el brillo del sol.
Sol que empieza a rebelarse contra el cencio primaveral y anda calentando el techo de la Scuba, que ya voy evocando lo del nazi de Indiana Jones cada vez que pongo la mano en la palanca de cambios. La tarde se presenta circunspecta en una carretera tan tediosa que produce una inevitable lasitud en todo el pasaje. Toma frase culta. Sí, es cierto, a veces empleo estas palabras alejadas de la vulgaridad solo por no parecer tan misoneísta.
En fin, que van todos más aburridos que frunjir con una muñeca hinchable pinchada, todos, menos Murillo, que como lo del frunjir no le alcanza, no levanta la vista del Wasup, que le están entrando más mensajes que a Roberto Carlos (el cantante, ojo) el día de su cumpleaños. Poco a poco, esquivando a esos rucios que van por la carretera por la raya sobre los dos carriles que se creen que son un coche de scalextrix, nos acercamos a nuestro destino, al que llegamos a eso de las ocho y tantas. Allí ya nos esperan Blanca y Luis, Alma (la rubia que leyó “los pilares de la tierra” en dos horas, que sí, que fueron sólo cinco palabras, pero no estuvo nada mal) y el otro Luis. Valentín (nuevo en esta plaza) anda de camino, y Gloria anda… bueno, anda. Carlos y Beatriz aún no han salido de Madrid por lo que ni están, ni se les esperará para cenar.
Tras descargar los equipos en el centro de buceo, nos acercamos al puerto donde están aplicándose en poner nuestro barco en el agua y probar con cuál de los postulados del principio de Arquímedes va a cumplir. Finalmente, tras un par de excursiones baldías por el paseo, recalamos en el restaurante para tomarnos un par de birras. Si de cervezas hablamos, de Alhambra, sólo hay tres tipos: la primera, la siguiente y la penúltima. Y justo después de la primera, nos llama Gloria para decirnos que anda cerca de Cartagena. Seguramente se habrá confundido al entrar en Murcia y ver desde lejos la Giralda de Granada, como Alma el año pasado. Como no lleva GPS ni Tom-tom anda más perdida que un sordo en un tiroteo y llegará al filo del segundo plato. Cenamos en el Hala – Ola, un garito sin paredes, híbrido entre descampado y chatarrería y que en lugar de techos tiene más plástico que las tetas de Pamela Anderson. Eso sí, con barbacoa, lo que le confiere una singularidad inigualable. Te ponen unas ensaladas “desasosegadas” que lo flipas. Es decir, que te ponen las verduras, pero no te traen el aliño. Cuando finalmente accedes a la sal, el vinagre y el aceite, te das cuenta de que falta pan y cuando te traen el pan y andas saboreando esa “pringá” que te vas a marcar abusando de la fuerza centrífuga para no dejar ni rastro de salsa, te quitan el plato y te sirven los primeros, que te dejan más angustiado que King África en un body Factory.
Tras la cena, voy dejando todo cerrado y asegurándome que todos están en su sitio. Luego, llego al apartamento, me tumbo en mi solio, y… ¿Sabéis esos momentos en los que te vas a la cama con sueño, pero no te quedas dormido?, bien, pues hay 1245 agujeritos en la persiana de mi habitación.
No sé si tengo “carraspera de vecino” como melodía de despertador en el móvil, pero las expectoraciones con espasmos que se ha marcado el paisano me han terminado por despertar. Con paso desmañado, me acerco al baño para efectuar el ritual de ablución crepuscular y lo primero que me pasa es que la pasta de dientes me ha hecho una mancha sobre la que nadie se atreverá a preguntar pero yo me empeñaré en explicar. Luego, espero que bajen mis compañeros y nos vamos a desayunar. En la playa, hay alguien que ha bajado a las seis de la mañana para poner la sombrilla y coger sitio. Pienso que, o es un gilipollas tamaño Salmantino uniformado, o es que la deja allí para todo el verano, que también puede ser, porque, no creo que hoy bajen más de siete personas a la playa.
Llegamos al centro. Vamos… es decir, voy, repartiendo equipos, comprobando los que van a un barco y al otro, informando de las inmersiones… lo de siempre, pidiendo al cielo que me de paciencia, por que como me dé una espada laser…
Tras cargar los equipos en los carros, nos montamos en las pateras con ruedas y llegamos al muelle. Allí, nos esperan los dos barcos de nuestros amigos del azul: El amarillo y el otro. El amarillo tiene por nombre “Ilusions” y en el irán todos los que saben o creen que saben, o dicen que saben. El otro se llama Aldrenabán, almendrabán, alverbrarán… bueno, el blanco. En este iremos los que queremos enseñar, los que quieren aprender y un par de adosados de los de una sola inmersión.
Nos acompaña como patrón Bruno, un gabacho digno de la Grande Armée que anda todo el rato de acá para allá (es decir, de babor a estribor) que parece estar más nervioso que la sirenita en un restaurante de Sushi. En cuanto arranca los motores, el puerto se llena con una niebla densa como un batido de adoquines, pero el aldrabán, alvertadrán, alderbayor… el barco blanco abandona el muelle y pasa sobre la almadraba dirección a la primera inmersión del día: La Garita. Las previsiones del tiempo cambiaron mucho, para no variar, durante toda la semana, pero hoy, el mar está tranquilo, sin olas y brilla el sol. Eso demuestra que en Zona de Inmersión no “salimos” a bucear. La palabra “salir” implica la probabilidad de fracasar. En Zona de Inmersión vamos a bucear. Y es lo que hacemos una vez nos equipamos y saltamos desde la popa del barco. Es entonces cuando queda demostrado que todo cuerpo sumergido en un líquido, experimenta una sensación de humedad y fresquito directamente proporcional a la cantidad de carne sumergida.
Como os podréis imaginar, y, por ser consecuente con la realidad, solo puedo narrar lo ocurrido en el albertadán, aldercabrán, alvertoral… en el barco blanco. En el otro, conociendo el percal, me imagino que Luis y Blanca se pasarían la inmersión discutiendo como camareros chinos, Jorge, que al final pudo ponerse el traje seco de Raúl ( que como le queda pequeño y parece que vaya envasado al vacío se lo va a tener que quitar suspirando), y el otro Luis, buceando con Alma, adquiriendo ese nivel de sabiduría oriental necesario para discernir que cuando su mujer le dice que no, es que no, salvo que sea que sí, pero dirá ella siempre dirá que no, por no decir que sí, para que sea sí, aunque no lo diga. Imagino que Valentín estará analizando todo desde un punto de vista profundo y metafísico, como las frases de Paulo Coelho y Santiago seguirá con sus dudas, como cuando le tiene que decir a la peluquera de la forma más heterosexual posible que le corte sólo las puntas.
Por mi parte, inicio la inmersión con los alumnos de open, que están teniendo su primer contacto con las aguas abiertas. Carlos, Bea y Gloria (que es una de esas chicas que cuando iban a las tiendas la ropa estaba entera y las camisetas tenían espalda y los jerséis llegaban hasta abajo) hacen un descenso más patético que un villancico versionado por Pitt Bull y continúan evolucionando hasta llegar a las piedras. Hay bastante vida en cuanto a los peces, aunque, toda mi atención la dedico a comprobar el progreso de mis alumnos. Escoltando a los chavales tengo a Nacho, que como es ingeniero siempre habla muy culto (hasta que le sale la vena nini) y Murillo, que ha bajado pese a tener los oídos tocados. A la media hora de inmersión, regresamos al barco. Por aquello de los consumos, dejamos a la funcionaria bajo los cuidados de Bruno y el resto apuramos un poco más el tiempo de inmersión. Como los alumnos van bastante bien, opto por separar el grupo y dejar que Nacho y Javi sigan por su cuenta mientras que nosotros regresamos al barco.
Con la cara de semana fantástica habitual, regresamos al muelle y hacemos un cambio rápido de botellas. Volvemos a poner en marcha los motores y la humareda vuelve a inundar el dique, que a eso solo le falta un temazo de Chimo Bayo para parecer la Fabrick en una fiesta de maquineros. Como se ha levantado un poco de viento, para la segunda inmersión buscaremos el refugio de Cala Cerrada. Mira tú por donde, han colocado tres fondeos ecológicos y uno está libre. Una vez dejamos todo atado, saltamos al agua y descendemos justo encima del nido de un tordo. Luego, salimos al exterior viendo un pulpo cobijado en un tubo. Las piedras están llenas de pequeños nudibránquios, pero por ahora, importa ejercitar la flotabilidad, que, bueno, eliminando los nervios del debut, ha mejorado notablemente. Si al final resulta que es muy fácil hacerme feliz, basta con no tocarme los hu…
Por hoy, el buceo ha terminado. Llegamos al muelle, subimos en los coches, y recogemos equipos. Tras una ducha, estamos todos listos para comer. Se nota que hay hambre, porque hemos atacado el ali oli con ansia gumiosa, que, ahora que estamos sentados, si viene alguien y nos hace lo del anuncio de las natillas (para comerse el ali oli) no habrá suficiente sitio en Murcia para enterrar tanto cadáver. Tras la paella, toca jornada de reflexión. Unos, optarán por la Española tradición de siesta, otros, calculando los tiempos, haremos una visita a la cueva del agua y otra a la batería de costa de Castillitos. El único que se queda en la Azohía es “el Mallitas”… ¿A ver si es que en lugar de un incomprendido va a ser solamente un misántropo?
Bueno, pues la visita cultural, en resumen, puede ser algo así como: Dios los cría, ellos se juntan y a mí me toca aguantarlos. Nos colamos hasta en la sala de máquinas, que salimos de allí con más mierda que la bayeta de un burguer, nos hicimos una foto subidos al cañón y tras pasar una tarde bastante agradable, volvimos al pueblo, para ser más concretos, a uno de esos chiringuitos de playa que tanto le gustan a Juan. A veces, cuando llego a un lugar así, me dan ganas de subir al facebook una foto de mis piernas en la playa o de una botella de cerveza con el mar al fondo, pero temo abrumaros con tanta originalidad. Tenemos que ir a cenar. La caminata, ha sido dura. Recuerdo la vez que subimos allí con número uno, Juanito, Irene y nuestro Juan. Ese que nos decía que el paracaidismo era como tratar de tirarte a la hermana de tu novia, que si no se abre a la primera… ¡¡¡ a la mierda con todo !!!
La cena, es la confirmación de esa norma que rige en las escapadas cuyo enunciado es: “Si en siete minutos no han traído el aceite y el vinagre, la ensalada se puede comer sin aliñar”. Luego, llegan las pizzas y los postres. Cuando salimos del restaurante, nos vamos todos a la cama.
Otro madrugón dominical. Mientras me ducho reflexiono y pienso que si fuera cierto eso de que la fe mueve montañas, ya podríamos tratar de mover una playa y ponerla en Carabanchel. Luego, otro desayuno y al centro, Álvaro se presenta con un jersey ancho y con barba, que parece un modelo, si yo hiciese algo así, parecería que vengo de vender drogas en las barranquillas. Luis, baja con una camiseta con la imagen del Che Guevara, algo que me fastidia mucho, porque seguro que no ha escuchado ni uno solo de sus discos. Hay que modificar la distribución de barcos sobre la marcha y por petición popular, de manera que improvisamos unos cambios que vamos “cantando” para que todos se enteren. Uno por uno, indicamos el barco en el que irá, de manera que, cuando me preguntan eso en pretérito imperfecto de “¿En qué barco iba yo?, pienso que mi próxima tesis se titulará “te voy a dar collejas con las dos manos hasta que sean imparables” y tratará de profundizar en las ventajas de la paciencia para organizar grupos de buceo.
En fin que, con Jorge, Santiago y Álvaro adosados en el alnedarbán, alverturán, aldregabán… en el barco blanco con nombre de medicamento, nos movemos hasta el puerto y cargamos todo. Bruno pone en marcha el motor. En el puerto, hay un anciano pescando, sentado en el noray donde amarra el cabo de popa del barco. Está con su caña, mirando el mar, cuando, de repente, le envuelve una nube blanca que le oculta de nuestra vista. Lo más parecido que he visto es, en la tele, es el programa ese de las estrellas, que por un momento creí que al disiparse el humo, en lugar del abuelo, aparecería Ricky Martin.
El viento, hoy, sopla un poquito más que ayer. De hecho, ha soplado durante la noche y ha dejado un mar revoltoso. Una de las muchas opciones que nos ofrece la futura reserva, es fondear en el arco, y eso hacemos. Como el barco se mueve, nos equipamos rápidos, con la ayuda de Bruno, olvidando así el desvestido de Miguel en el barco. Bruno, que el tipo está más fuerte que una empanada de eucaliptus, nos ayuda dejando los equipos, a pulso, en la superficie del agua, con dulzura y mimo. Descendemos y nos separamos. Los de curso, por un lado, los demás, con Miguel, a lo negro. Esta inmersión me gusta mucho: Grandes nacras, pulpos, morenas, una pequeña langosta y una pared plagada de planarias y nudibránquios. El tiempo se nos pasa volando, aunque, nuestra inmersión durará una hora. Luego, sin mover el barco, hacemos la segunda inmersión pegados por la pared hasta llegar a la cueva del lago, aunque solo sea por contentar a Jorge, que estaba con lo de visitar la gruta más pesado que la vecina esa que siempre te dice todo lo que has crecido.
Una vez pasamos al interior de la cueva, nos quitamos equipos y plomos y superamos la distancia que nos separa del lago, donde nos damos un bañito y, hasta encontramos la máscara que perdimos el año pasado. Santiago, se curra todo el camino a pulso, que me parece que le vamos a tener que convalidar segundo de spiderman. Luego, tras disfrutar de un paraje tan singular, de nuevo, al agua y tras una pequeña exploración, a superficie. Lanzamos la boya deco para que nos localice el patrón, ya que el mar, ha subido un poco.
Sobre esto de los “despliegues”… Siempre estuve en contra de la pena de muerte, pero hoy he visto a algunos tirando la boya deco y la silla eléctrica me parece poco. Uno a uno vamos subiendo al barco, el último Juan, que es de los que piensa que se puede tirar la basura al mar porque es biodegradable, pero pone pegas cuando le queremos tirar por la borda. Regresamos al muelle. Las inmersiones han acabado.
Queda recoger los equipos, hacer un cubiqueitor de los buenos, y regresar a Madrid. Blanca, que siempre ha sido más de apagar Internet y quedar en persona, nos está esperando para que volvamos juntos. Pararemos en el restaurante que nos ha recomendado Nacho, y, digo pararemos, porque nos ha dado una referencia errónea y nos hemos pasado la salida. A ver, Nacho, que no pretendo criticar tu personalidad, pero no es necesario que siempre seas tan “tú mismo“.
Tras el refigerio, lo de siempre: carretera, banda sonora de ronquidos y baladas metaleras, parada en la Gineta, helados y regreso a Carabanchel, a ver si mañana la vida nos sorprende y las hostias nos vienen desde un ángulo diferente, pero eso, será otra historia.
Por cierto, el nombre del barco es Aldebarán… ¿o, no? Yo qué sé.