LA HERRADURA EXPEDICIÓN “No es mi problema” .18/11/2016
El motivo principal por el que hago lo que hago es una mezcla de porque sí, porque puedo y porque me sale de los c…
Manuel, desde la atalaya de “mermeamasao” en la que se ha instalado últimamente me pedía innovación. “Villa”, que cuando se pone a recitar poemas tradicionales provenientes de la milenaria tradición agrónoma-esteparia salmantina suele ser más basto que un petisuís de morcilla, fue capaz de coordinar tres adjetivos calificativos bastante agradables en la misma frase de la que hablaba del centro de buceo. Nacho (el ex – hombre de negro) se pedía un botellín de Mahou mientras movía esa ceja con su genuino gesto de sabiduría infinita mientras le comentaba que ya tenía todo listo para el fin de semana en la Herradura. Todos ellos se lo perdieron como se perdieron las 25 galeras y más de 5.000 almas de la armada que Juan Hurtado de Mendoza tenía que llevar hasta Orán y que un levante tan revoltoso como rolón (como el desodorante) se encargó de destrozar contra los acantilados de la punta de la Mona, y que es lo más reseñable de la historia de esta población de la costa tropical (el agua sigue siendo ártica) de Granada, pero, no adelantemos acontecimientos… Acontecimientos, por cierto, que han dado un giro dramático que supone que entre oposiciones, trabajo, constipados y desastres semejantemente parecidos hayamos tenido más faltas que Messi marcado por Chuck Norris.
Hoy voy a omitir mi visita al “gym”, ese que está lleno de culturistas mas cuadrados que los caramelos Sugus, que van con camisas que parece que se hubieran peleado con un tigre y que aún no saben que lo que mejor combina con unas mallas de colores y el iPod colgado en el bíceps es un zapatillazo en las encías. Tengo muchas cosas que hacer. Entre los encargos de Raúl, el compresor que anda tocando los cojones, las certificaciones pendientes y la vorágine propia de un viernes de escapada ando desde primera hora de la mañana más estresado que el logopeda de Sergio Ramos. La tienda está llena de bolsas por el suelo, con un desorden propio de un cumpleaños con piñata y que delata que volvemos al mar con la intención de desvelar la verdad universal de buceo.
A la hora prevista, tarde, muy tarde, van llegando las afortunadas que han tenido hueco en la Scuba. La primera en aparecer es Vanesa, que parece estar muy emocionada porque le han llamado “mala persona” y hacía muchos años que nadie le llamaba persona. Aún no lo sabe, pero este fin de semana va a tener una prueba muy dura para su curso de Divemaster. Puntual llega Maribel, mi “gordi” que se perdió la expedición “Heidi” por quedarse en la cama con cuarenta (no ha desvelado ni tantos por ciento ni gamas cromáticas) y que, con tanto spinning como hace se ha quedado tan delgada que temo que como se ponga un tampón “superabsorvente” desaparecerá. Poco después llega Irene (esta chica sale más que de noche que el camión de la basura), que ha pegado la tarde del jueves con la madrugada del viernes a base de pacharanes amarillos y que por aquello de la tendencia de moda viene disfrazada de rapera chunga de esas que se hacen los selfies poniendo morritos, que parecen perros pachones cuando sacan la cabeza por la ventanilla de los coches. Cuando pensaba que esto no podía empeorar, veo aparcar a Juan Cano (de los “caris” el que usa loción hidratante) que como es vegano, nunca será feliz porque nunca comerá perdices. Hacemos uno de los últimos “cubiqueitors” de la temporada y dejamos el cielo cada vez más oscuro de Carabanchel buscando la A42. En teoría tendríamos que haber pasado por Leganés para recoger a la última pasajera, Mer, pero la conversación a bordo es tan interesante que nos pasamos el desvío y tenemos que dar un pequeño rodeo sin mayores consecuencias.
A ver… seguro que a la hija del Sr. Muñoz no le preocupa en exceso que lleguemos un poco tarde. Tampoco espero una reacción demasiado violenta de una persona que se compró un saco de boxeo y solo llegó a insultarlo, pero no me gusta incumplir con los horarios previstos, en especial, cuando hay más gente en carretera. Total, que una vez incorporada a la Scubamóvil, volvemos a la A42 para salir de Madrid por la R4 (mucho más barata que la A$4) y abordar tierras de Castilla. Al caer el sol pasamos junto al punto fatídico y el camino se acorta con cada anécdota hasta que llega la hora de merendar, justo al iniciar Despeñaperros, en Casa Pepe.
Para los que no han estado nunca en ese lugar, diremos que, Casa Pepe, es un sitio cuya clientela más ferviente te hace meditar si el problema real del balconing es que lo tendría que practicar más gente. Los ocasionales de espíritu curioso y mentes poco impresionables pueden, sin embargo, encontrar un punto jocoso a la situación, mientras disfrutan de un montadito de queso curado que, por cierto, está cojonudo. La noche cerrada sin super luna y la lluvia crean una atmósfera melancólica que por momentos hace que los minutos parezcan más largos. Los faros de la Scubamovil iluminan una carretera que parece languidecer en el horizonte, en el punto donde convergen (o confluyen) los olivares con las paredes de granito que anuncian la proximidad de la serranía… ¡¡¡Tú puedes vivir esto… Y lo sabes !!!
Como soy una persona razonablemente educada y comprensiva, respeto mucho ciertas decisiones que afectan a las antojadizas jaculatorias femeninas en lo relativo a los pormenores de sus “frutis di mare”, por lo que, cuando mis tímpanos reaccionan a la amable y educada petición de “para o me meo” de la concurrencia mujeril busco un lugar adecuado para tales menesteres con la sana intención de comprobar el estado del viaje del resto de Scubaguetos implicados en esta expedición. En eso del wasup andaba enfrascado cuando el “I surrender” de Rainbow sacude mi teléfono. Son Jonny y Ainhoa. El primero, de apellido Ponga, que suena como de clan de narcotraficantes malotes o de pandilleros de Móstoles, me pregunta por nuestra posición. Mi respuesta es que estamos parados en un bar a las afueras de Granada. Sin un ápice de vergüenza torera me replican que ellos deben de estar muy cerca, ya que, según el cartel que tienen delante solo están a treinta y cuatro kilómetros de Córdoba. La posterior llamada sirve para confirmarles que, sí, que van a tener que hacer una horita larga más de viaje y que sí, por supuesto, desde este instante están propuestos para el premio “Borraja de oro 2016”. Por si fuera poco, también llama Sonia, que ha vuelto del salón de belleza, y que, al parecer, por lo que cuenta de su peinado, ella dijo “lo de siempre” y la peluquera entendió “he matado a alguien y necesito empezar una nueva vida en Uruguay”. El domingo por la noche vamos a tener que hilar muy fino y tirar de recursos para evitar esas consecuencias que siempre son fruto de las circunstancias. Por lo menos, con la lluvia, la furgoneta luce plateada en toda su amplitud, porque tras unos meses de frenética actividad tiene encima más polvo que las botas de John Wayne, que como atropellemos a alguien va a morir antes por la infección que por el golpe. Omitiré ciertos comentarios socio–políticos que surgieron en la intimidad del vehículo acerca de la diversidad cultural y que, sin duda, podemos achacar a cierta influencia tardía de nuestra visita a Casa Pepe… Y no diciendo más ná, lo digo tó.
Nos acercamos a la Herradura, mi GPS (el que alguien tiene que actualizar en dos patadas) me indica más o menos la ubicación del hotel, pero, el teléfono de Juan, se pone en modo antagónico y me hace dar un par de vueltas por un barrio más feo que un camión por debajo. Hay que fastidiarse con estos teléfonos que tienen doscientas aplicaciones, que son más complicados que el cuadro de mandos del Halcón Milenario y que, al final, lo más sensato es llamar y que te den… unas indicaciones tope precisas. En un intento desesperado por ayudar, tarea por otra parte muy loable, Maribel intenta iluminar con la luz de su terminal a través de los cristales tintados de la furgoneta para ver mejor el mar –recuerdo- en pena noche. Al final, vamos a tener una desgracia por conseguir el premio borraja. Por fin llegamos al primer destino, el Hostal que será nuestra casa durante el fin de semana, aún preocupado porque Juan insiste en que desde este punto, hasta el centro, hay más de treinta minutos o treinta kilómetros, y, no los escasos doscientos metros que nos habían dicho. De momento, repartimos habitaciones para todos menos para Jonny y Ainhoa que solo Dios sabe por dónde andarán.
Tras un pequeño descanso que incluye fumadero en la terraza, entramos al salón y cenamos. Una cena de mesa cuadrada y conversaciones redondas. De momento, nos sirven unas ensaladas que vienen pre–aliñadas. Una de ellas, no puede llevar sal, cosas de Juan, que para esto de la dietética es más raro que un “Gandía Shore” con gente que sabe leer. Casi a los postres, llegan los despistados. Ainhoa y Jonny, que no dudo de su capacidad de publicista, pero es el tipo de persona que hace fotocopias de los folios en blanco para tener más. Con todo el grupo por fin reunido, apuramos el café y/o Cola Cao y nos entregamos en cuerpo y alma a la ardua tarea de descansar.
Como al final hemos vuelto a superar expectativas, me toca compartir habitación con Mer y Vanesa. En principio, creo que con el cansancio que llevo encima, me voy a dormir tan bien que lo único que me va a distinguir de una planta es que ella hace la fotosíntesis. Por la mañana, Vanesa me confirmaría que lo único que me ha distinguido de una Harley Davidson al ralentí es que a la moto, por muy vieja que sea, siempre le funciona el pito. Pero, no nos adelantemos a los acontecimientos. Antes de caer en los brazos de Morfeo, recuerdo haber tenido una conversación profunda y metafísica (como una frase de Descartes) sobre los motivos que nos llevan a pensar que todas las sábanas de hotel huelen igual. También se habla sobre progenitores enseñando culos durante cenas familiares, pero eso, lo dejo más a la imaginación personal de cada uno. Pero si alguien sabe por qué todas las sábanas de los hoteles huelen igual, por favor, hablar con Vanesa.
El sonido coordinado de las alarmas de los móviles llega tarde. Es lo que tiene la construcción hotelera en este país, que escatiman en aislantes y muros y cuando alguien se ducha despierta a todo el mundo. Por lo visto, alguien ha decidido que para estar desayunando a las 8:30 de la madrugada hay que empezar a ponerse en marcha a las 6:45. No es que me moleste, en cualquier caso, la vida me ha demostrado que ser madrugador, previsor y limpio no está reñido con ser un mamonazo. Lo que puedo asegurar es que la persona que actuó como despertador no es Scubagueto, porque, cuando bajo al salón, las caras que veo no están muy “trabajadas” que digamos.
Frases como “la belleza está en el interior” son las que hacen que Irene se venga arriba y se atreva a lucir modelitos refractarios y de influencia ecléctica que seguro que acaban marcando tendencia. Vamos, que como lleva sueño atrasado desde el “juernes” se ha puesto lo primero que ha sacado de la bolsa. Desayunamos. Las tostadas de tomate van cayendo (luego se irán regurgitando) una a una, incluso Juan, se atreve a incluir ajos, que ya os advierto, que si me quedo sin aire dejar que me ahogue, pero no comparto aire con él ni de coña.
Llegamos al centro. Descargamos los equipos y sin prisa, pero sin pausa, nos equipamos. Vanesa supervisa a los del curso, y yo aprovecho para hablar con Boychi (que sí, que es un nombre más raro que una choni sin tres abortos), Iñaki, Celia, Miguel, pero sobre todo con Lola, posiblemente la cosa más activa y cariñosa del lugar. Una vez se han montado los equipos, los suben a un engendro de esos de agrónomo y se los llevan a la playa, donde espera fondeada la barca. Hay que hacer un pequeño porteo a la vieja usanza para llevar los equipos desde el motocarro hasta la neumática. Recuerdo a los presentes que hay que prepararse y tener todo listo. Eso incluye lo de ponerse el traje de buceo. A ver… Hay personas que no se merecen un consejo, y es más gratificante sentarse y ver como se estrellan (anda que no puedo poner ejemplos de esto) y ver cómo cambia la cara de Jonny cuando se mete en el agua con la cremallera del traje bajada, gratifica un poco, al tiempo que le incluye en la lista de nominados al “borraja de oro 2016”.
Con todos sentados en los balones de la embarcación (que me dan ganas de empezar a hacer “Rossis” pero a lo bestia) navegamos en un mar en calma buscando los acantilados de Maro y Cerro Gordo. Nada más doblar la punta, el poniente se muestra y las olas se empiezan a sentir. Como siempre, a partir de aquí, narraré lo acontecido en mi grupo. De momento, el barco fondea para que podamos hacer un descenso más cómodo. Decido (error) no bajar la cámara, por aquello de no comprometer la seguridad. Pues bueno, nuestros alumnos están en el agua antes que los buceadores titulados y con una soltura digna de mención, comienzan el descenso. Una vez alcanzamos los ocho metros de profundidad y en un fondo de cascajo donde ya son visibles algunos ejemplares de cerianto, empleamos unos minutos en ajustar cinchas. Irene (la de la capucha de pollito, pero en fucsia) tiene un problemilla con la máscara. Vanesa trata de solucionárselo. Mientras, van descendiendo los demás. No es que sea un descenso demasiado modélico. Entre los que van mal lastrados y los que no andan muy finos, me estoy llevando más patadas que el gato de Pepe. Este pequeño desconcierto con el subsiguiente aumento del sedimento en el ambiente hace que se me pongan las venas del cuello como tallos de alfalfa. Decido abrirme un poco y buscar aguas más limpias. Me siguen Ainhoa, Jonny, Irene y Vanesa. Recorremos los grandes bloques plagados de nudibránquios y anémonas bajo una nube de bogas que a veces, se alinean para escapar del ataque de algún dentón. Brótolas, morenas, grandes rascacios… este lugar promete mucho. Me encuentro con el otro grupo y Miguel, me hace señales de que vamos mal de tiempo. Es entonces cuando demuestro esa habilidad adquirida tras tantas inmersiones de mostrar interés por lo que dice el guía cuando realmente le estás ignorando. Mis alumnos van bien, demasiado bien. Incluso cuando inducimos a que cometan errores, los solucionan antes de que Vanesa tenga que intervenir. Lo siento mucho, tengo que decirlo, llevo los últimos fines de semana de buceo haciendo comparaciones… Que en su primera inmersión del curso estén disfrutando del mar, es algo que se consigue gracias a muchas horas de esfuerzo y dedicación. Que se sientan seguros porque hay un divemaster pendiente de todos los detalles es algo que se consigue, como no, gracias a muchas horas de esfuerzo y dedicación. No me creo superior, no me creo mejor, creo firmemente en un sistema de formación basado en la calidad. Y no me refiero solamente a los cursos recreativos. En los niveles profesionales, como el que está haciendo Vanesa, la exigencia es mucho mayor, sin permitir errores. Visto lo visto, hay veces que pienso que podríamos proponer al perro sarnoso del borracho de mi pueblo como candidato a guía de grupo y aprobaría el curso… ¡ y lo sabéis !
En fin, que esta pequeña reflexión (Es imposible querer hacer bien tu trabajo sin ofender a nadie o sin dejar gente en el camino) no nos distraiga de la inmersión.
Con tanta diversidad de fauna, el frío parece que no se nota, pero sus efectos en el consumo, sí. Al filo de los cuarenta minutos de inmersión, empiezan a verse la señales de cincuenta. Ojo al dato, para que luego no se diga, al Cesar lo que es del Cesar y a Dios… Pampa mía. Mientras controlo a los alumnos, Vanesa, se prepara para desplegar ese accesorio del demonio que es os cuesta tanto dominar. A ver, que a veces, los inventos se distorsionan. Seguro que el fonógrafo no se pensó para escuchar reguetón y seguro que el que inventó la boya deco no pensó jamás que se pudiera distorsionar su uso de semejante forma. Finalmente, tras no pocas carcajadas (por mi parte) ya disponemos de una referencia para ascender. Tras una parada de seguridad sin nada que destacar, esperamos a que se acerque el barco. Como sé que Vanesa va sobrada de aire, dejamos al alumnado con cara de semana fantástica subiendo por la escalera y nosotros descendemos para completar veinte minutos más de inmersión bastante animada, sobre todo al final, cuando nos rodeó un grupo de medregales en plan despedida.
Regresamos a la playa. El aumento del viento dificulta un poco el intervalo en superficie y se producen las primeras deserciones. Los inasequibles al desaliento, volvemos al mar, esta vez, buscando la tranquilidad de Cala Iza. Otra inmersión a la deriva que comienza en un fondo de seis metros y poco a poco va ganando profundidad. Un roqueo muy interesante en el que descubrimos oculto entre los tentáculos de una anémona un bello ejemplar de gambita periclítoris (periclímenes) que posa su transparencia delante de nuestros ojos. Esta entretenida inmersión nos llevaría a más de una hora de tiempo de fondo. Joder con el alumnado.
Acabadas las dos inmersiones del día, toca recoger, enjuagar y preparar una deliciosa barbacoa que sirva para honrar el precioso día que se nos ha quedado. Otro atractivo más de esta costa tropical que tantos tesoros tiene. Y es precisamente, la cercana población de Salobreña la que nos tienta con sus estrechas y empinadas calles que terminan en una alcazaba desde donde se domina el mar de Alborán. No quiero darme demasiada importancia en esta historia, pero manejar una herramienta tan grande como la Scubamovil en sitios tan estrechos y húmedos (recordar lo de la lluvia), no es fácil. Aguantar a Maribel sin café desde las diez de la mañana tampoco. Afortunadamente, encontramos un lugar para aparcar. Terminada la manobra, un microbús de turistas que desciende por la calle amenaza con no tener espacio para seguir con su camino. Se escuchan comentarios, y, es entonces, cuando la ausencia de cafeína toma el control de la situación con un contundente y por duplicado para ganar contundencia– “me estás hablando a mí, ¿eh?”” – . Los, ya amedrantados, conductores dejaron caer que quizás no puedan pasar y que habría que despejar la calle. Entonces, el carácter Carabanchelero vuelve a salir a flote con un contundente –“¿Qué no puedes pasar?, Ese no es mi problema”- que termina por desarbolar a los sorprendidos jubilados. Al final, un estrecho margen permite que el minibús siga su viaje al sur de Granada.
Tras la NO visita al castillo y la NO toma de café en terracita mística y, ante la llegada de la oscuridad, optamos por regresar a la Herradura, dejar aparcada la Scubamovil y bajar caminando por el sendero de los lobos al animado pueblo (después hablamos de La Unión) donde ya el poniente se empieza a notar. Como normalmente yo solo suelo ir a la playa únicamente para disfrutar de la refracción de la luz solar en superficies semiesféricas (lo que se suele decir para ver pechotes y culazos) lo de las olas rompiendo en la negrura no acaba de seducirme demasiado. Buscamos entonces el calor de un bar con una decoración extraña, como de aprovechar lo que no cabe dentro de los cubos de basura, y nos castigamos el hígado con unos copazos de licores varios. Es lo único que se necesita para comenzar una partida de Scubabillar, que terminamos ganando Irene y yo, para que conste. Luego, como Vanesa tiene más peligro con un móvil en la mano que un mono con dos pistolas, hacemos una solicitud musical al encargado del local, y nos entregamos a cantar a todo pulmón una “Malagueña salerosa” en mitad de la nada de Granada. Sinceramente, lo que yo pienso que es una manera muy divertida de “hacer grupo”, mañana puede ser claramente un “borrachuzos desafinando.mp4”, por lo que, casi prefiero ver en las redes ese vídeo mío buceando en pelotas antes que el que grabaron esta manada de súcubos.
Como faltan horas (aún) para la cena, el consenso (a ver quién es el valiente que le lleva la contraria a Maribel) nos obliga a dar un paseo por el marítimo. Normalmente, es en un bar, con una cerveza en la mano, cuando cualquier Scubagueto adquiere unos conocimientos sobre cualquier materia que asustan, por eso me sorprende que la conversación alcance cotas máximas de audiencia con la clasificación de los negros por porcentajes, o la preocupante normalización de dimensiones caribeñas. Y no me preguntéis más, que lo que pasa en La Herradura…
Hora de recuperar fuerzas. Allí llegan Mer (que es columnista, no porque escriba en un periódico sino porque aparca muy mal) hablando con Irene (que es de las viven cada momento con intensidad, como si fuera el último, pero no suelta el móvil ni para cenar) y Ainhoa. Luego, van bajando todos los demás. Con las mesas llenas de bocas hambrientas y recibiendo las actualizaciones del derbi, vamos resolviendo lo de la gusilla entre recuerdos de ausentes y presentes y confirmación de que escarmentar es aprender que a tomar una cerveza no se va con cualquiera. Tengo en mi agenda un apunte sobre las preferencias de ciertas mujeres que se conformarían con una pareja “normal” y que bucee. Ante una descripción así, me seduce la idea de que si hubiera conocido a Maribel hace veinte años, habríamos hecho una buena pareja y que si hubiera conocido a Irene, hace veinte años, ahora mismo, estaría a punto de conseguir el tercer grado penitenciario, aunque la más clara aspirante al ansiamasá 2017 no acierte a resolver la resta hasta los postres. Antes de subir a dormir, resuena en el salón esa nueva frase mítica que enriquecerá el credo Scubagueto: Puedes hacerlo lento, puedes hacerlo rápido, pero nunca lo hagas blando. Un lema que se puede aplicar hasta para jugar al pádel.
Me subo a la habitación. La gente prefiere regresar al lugar del crimen (eso es lo consensuado, que cualquiera le lleva la contraria a Maribel) y se prepara para salir. Yo opto por pasarme a limpio, que me pasa lo que a bruce Willis en la jungla de cristal, que salgo a tomar algo y a los diez minutos ya estoy hecho un trapo y a verificar esa ley universal no escrita que relaciona la comodidad de un pijama con la cantidad de mierda que lleva encima. Me ducho, y compruebo que la evolución tecnológica es imparable, aunque sigamos mojando las cortinas del baño para que se queden pegadas.
El domingo no amanece muy católico. Las nubes ocultan por momentos el sol y el viento hace que la sensación de fresquito aumente. Como marujas en rebajas esperamos que nos abran el salón para desayunar. A estas horas de la madrugada, la gente me va preguntando cosas y me obligan a contestar tomando una actitud descaradamente “porno”… por no matarlos.
Cuando bajo al centro, Boychi (el del nombre extraño) me comenta los cambios habidos en la meteorología. En estas ocasiones, la frase “ha cambiado el viento” suena mucho más triste que eso del “te quiero, pero como amigo”. Pero no pasa nada, nos desplazamos en furgonetas hasta Marina del Este y embarcamos desde muelle, como las personas normales. Una navegación corta, nos separa de los fondeos de la punta de la Mona. Allí, totalmente resguardados del viento, en unas aguas totalmente tranquilas, comprobamos como han mejorado la visibilidad y la temperatura. Optamos por acercarnos a la pared y descender sin referencias, algo que vuelve a confirmar la calidad del curso que estamos dando, además, Irene le monta un cisco con despedida incluida a Vanesa, que le viene de perlas para su curso de divemaster. Una vez tenemos la situación controlada, iniciamos la inmersión entre grandes bloques de piedra desprendidos del acantilado y una pared preciosa. A destacar el pez luna que vieron todos, menos yo. Tras una hora y diecisiete minutos emergemos, volvemos al barco y del barco al puerto. Allí, mi capacidad de improvisación (esa facultad que obtienes cuando terminas de cagar en casa de la novia y te dice que han cortado el agua) se pone de manifiesto cuando les mando a todos y a todas a tomar una bebida caliente donde el elfo (Éldelbar) de la esquina. Ahora que he entrado en esa fase de mi vida en la que se me empiezan a caer los pelos de leche, lo del fresquito, hay que combatirlo con recursos milenarios de instructor.
La segunda inmersión la haremos en el roqueo de los catorce metros. Iñaki, nos lleva por un arenal que a ojos de pedantes de inmersión única pueda parecer un erial sin vida, pero, para los que llevamos el ansiamasá de serie, supone una oportunidad de encontrarnos con ceriantos, anémonas (con su gambita transparente), serpientes de arena, tembladeras y un par de bellísimos ejemplares de Rubio. Luego, encontramos las grandes rocas salidas de la nada y las recorremos con tranquilidad, recreándonos en los detalles como los anthias, estrellas, nudibránquios, anémonas, actinias y salpas, que ponen la nota de confeti pre navideño al asunto. Terminamos la inmersión racaneando minutos a la reserva de aire, buscando el contraluz imposible de Mer. Sabes que ha sido un buen día de buceo cuando llegas al puerto y al bajar del barco caminas como un cervatillo recién nacido, aunque hoy, la mezcla de poniente con trajes de buceo que a veces quedan ajustados o a veces, directamente, te envasan al vacío, puede influir ligeramente.
Terminamos con liturgia de centro, ducha, recoger equipos y cubiqueitor de viaje de vuelta. Por consenso (cualquiera le lleva la contraria a Maribel) comemos en el chiringuito de enfrente, el de las especialidades en pescados, mariscos frescos (yo me pedí una hamburguesa) y postres caseros. Luego, entre una lluvia que no nos dejará hasta que lleguemos a Madrid, dejamos atrás tierras andaluzas hasta que de nuevo, el consenso (cualquiera le lleva la contraria a Maribel) nos invita a parar pasado Guarroman (sí, el nombre de la localidad invita a la broma) para que la de Toriijos NO se tome su café. Quizás lo más peculiar del local fuese que el camarero confundiera a Mer con un hombre y a Vanesa con una mujer. Seguimos camino intercalando las más variopintas melodías ochenteras con conversaciones que sin renunciar a su carácter informativo no dejan de ser subidas de tono, como esa que zanjamos afirmando que, aunque no están nada mal los “geles de placer”, yo, por ejemplo, sigo prefiriendo el flan de queso del Felipe.
Unas horas más tarde estamos en la puerta de Zona de inMersión dejando equipos y certificando que la temporada 2016 de buceo está terminada. Lo que queda es sencillo. Tengo que despedirme de estas chicas tan majas, que me han dado un fin de semana tan bueno que les voy a dar un beso que va a sonar como una pedrada en una puerta de chapa, tengo que guardar el coche y tengo que torear en casa el asunto de la peluquería, no sea que vaya a tener querella dialéctica con Sonia, porque, como digo siempre, los guionistas de las películas en las que una enorme discusión termina en sexo salvaje no han estado casados en su puta vida. Mientras subo por las escaleras resolviendo el dilema de si mañana tendré ánimos para ir al gym (que va a ser que no, ya te lo voy diciendo) me doy cuenta de que voy necesitando unas vacaciones de esas de un par de décadas. Pensando en todas las crónicas y vídeos que quedan pendientes y de lo que me espera en esta nueva semana que ya ha comenzado, trato de dormirme, de relajarme, y de hacer realidad esos delirios oníricos que me sobrevienen, aunque, seguramente, mi mayor sueño sea el del lunes por la mañana…