Expedición RIVIERA MAYA 2016
¿Riviera Maya?, ¿en junio?…
…En esta oportunidad, el viaje tenía un objetivo muy concreto, que era ver la concentración de mujeres que hay en la isla de las ballenas. Por lo visto, hay una época del año en la que se congregan más de cuatrocientas en pleno desenfreno por la comida, vamos, que ni dotes de seductor ni hostias, que muy mal se nos tiene que dar el día, que si vamos, lo tenemos hecho. El caso, es que tanta lujuria se concentra únicamente en unos meses del año, concretamente de mayo a septiembre, lo que nos obliga a ser muy finos en la elección de las fechas.
La llegada de tanta “dama” es progresiva. Primero llegan las más atrevidas y luego se van añadiendo más ejemplares, siendo agosto el mes en el que se pueden ver en mayor número. Luego, cuando se quedan satisfechas de tanta comida, comienzan a irse a otras zonas, despidiéndose hasta el año siguiente.
A todo esto, hay otra cuestión a considerar…
Resulta que, en la Riviera Maya lo de las estaciones no es como en Carabanchel, por ejemplo, carecen de la estación del puto frío, de la del puto polen, y la de no sé qué ropa ponerme, por lo que solo tienen la del puto calor. Lo que pasa, es que en esa época, hay meses en los que llueve casi todos los días (como en Galicia en un otoño seco), meses en los que llueve todos los días pero con ganas (como en Galicia en un otoño seco) y meses en los que hay huracanes y tifones y es peligroso salir a la calle (como cuando Sonia tiene hambre), vamos, que, si vas a principios de junio, verás unas cuantas “damas”, pero tendrás cierta probabilidad de mojarte. Si vas en julio y en agosto, verás un montón, pero te arriesgas a que te llueva todos los días, eso, si no te pilla un huracán. Y si vas en septiembre, te arriesgas a que a los bichos les gruña la neurona y se larguen antes de que llegues para disfrutar de tal vorágine, aunque lo mismo no te llueve.
Puestos en contacto con Pepe esteban, y, siguiendo sus consejos, nos aprestamos para reservar centro y hotel para finales de junio, y, una vez confirmamos precios y fechas, lanzamos el evento a la masa Scubagueto, que por cierto, anda con el ansiamasá en efervescencia.
Es en este preciso instante es cuando me doy cuenta de que he cometido un error garrafal, como cuando mi mujer me dice que no le pasa nada y yo me voy a dormir la siesta tan tranquilo, y es que…
¡¡¡ No es una concentración de mujeres en la isla de las ballenas,
es una concentración de ballenas (tiburón ballena) en la isla de las mujeres !!!…
¡Joder!, que fastidio, eso lo cambia todo y seguro que desanima a venir a más de uno.
Por cierto, en México, al tiburón ballena se le denomina “dama” porque sus dibujos se asemejan al tablero del juego.
Tras un periodo de espera, llega la hora H, del día D.
Así que me dispongo a limpiar y colocar mi bolsa de buceo. En tan solo dos minutos he encontrado siete juntas viejas, tres latiguillos rotos, dos clips de aletas, dos brújulas estropeadas y una nueva forma de entrar en Narnia. De todas maneras, pienso, que aquellos que tienen su bolsa de buceo en orden no conocerán nunca la emoción de encontrar algo que se creía perdido.
Aparento tranquilidad, me preparo mi equipo, limpio mi bolsa de buceo, no le monto dramas a Sonia cuando me toca el juguete del Happy meal repetido… está claro que ya he madurado. Por si acaso, mi querida mujer, enfrascada en eso de ser mujer, deshace lo hecho y lo vuelve a colocar a su estilo, olvidando de incorporar algo tan superficial y prescindible en una zona de corrientes como la boya deco. Ya está todo listo, ahora, a dormir, que mañana nos espera un día cojonudo.
Amanece. Antes de que suene la persiana del vecino, de que cante el gallo, del trinar de los pájaros, del batir de alas de las palomas, de los coches de la basura, del experto en bricolaje que se pone a colgar cuadros a las siete de la mañana (porque el ser mañoso no está reñido con ser un hijo de puta), antes de todos esos ruidos que funcionan como despertador, prevalece el andar acompasado de mi querida esposa, que parece de los de Mayumana haciendo música a golpes. Evidentemente me despierto, me ducho, me engraso con desodorante de ese que no te abandona y me pongo el uniforme. Sonia, está más nerviosa que Iron Man en un barrio de rumanos. Yo, sigo tranquilo, en el fondo, una escapada a Columbretes se diferencia de un viaje a la Riviera Maya en que tengo que echar tres calzoncillos más en la mochila. Bajo a la tienda y aprovecho para ir a desayunar. Cuando regreso a Zona de inmersión, Vanesa y Mer ya están en la tienda.
Tenemos el tiempo justo para meter los equipajes en la furgoneta, recoger la documentación y ponernos en marcha, con la T4 como destino. Una vez llegamos a la terminal, precintamos las maletas y esperamos al grupo con la intención de facturar todos juntos. Mientras tramitan las tarjetas de embarque, aprovecho para hacer un repaso de los adictos al ansiamasá con los que afrontaremos esta aventura.
Por un lado esta Mer, una personita que aún no ha comprendido que lo malo que tiene no querer hacerle daño a nadie es que todas las hostias se las lleva ella. Se hace acompañar por una voz muy particular de la conciencia de nombre Vanesa, que no digo que sea libertina, pero de pequeña en lugar de gatear, perreaba. Del norte, llegan José Félix (que es como un bonsái, pequeñito y retorcido) y Puy. Del sur Araceli y Daniel, un tipo clásico, elegante y con viruta que es el que le va a imponer seriedad al viaje. El que sale en las fotos del aeropuerto vestido con el uniforme del coronel Tapioca es José Manuel, que será mi compañero de habitación. Completan la docena Carmen y Rafael, que son como los Simpsons, repetitivos pero eternos y una pareja que se está postulando como serios aspirantes al ansiamasá 2016: Alba y Pablo. Los asimétricos son Paqui (que ya anda por allí), Pilar y Guillermo (que salen tres días más tarde que el resto). En septiembre, mandaremos a Rosa y a Silvia, pero eso, será otra historia.
Con el grupo reunido, nos ponemos frente al mostrador de la compañía y esperamos nuestro turno para facturar. En ese preciso momento, Mer, aprovecha los breves momentos de confusión para intentar el asesinato por aplastamiento, dejando caer su maleta sobre mi anatomía. El resultado, es que me debe una tarta de la abuela para julio, concretamente a finales, precisamente este próximo fin de semana. Luego, en el control, desgraciadamente, encuentran el arsenal que tenía preparado para secuestrar el avión: Una herramienta multiusos, una navaja suiza, dos cuchillos jamoneros, un punzón para hielo, un tanga (que fue catalogado como tirachinas de precisión), baterías y cableado diverso, ¡ vamos, lo normal en un bolso !
La espera se ameniza en la sala vip, consiguiendo provisiones para el vuelo.
Y por fin llega el momento de embarcar. Cuando una compañía aérea (Evelop) tiene nombre de aplicación de móvil (como wallapop) los aparatos tienen que tener algo destacable. Concretamente, en el que vamos a subir, en lugar de letras y logos currados, está lleno de grafitis que solo le falta el del “muelle”. Nos llevan en un autobús hasta las escaleras y subimos. El avión es nuevecito, y, suelto un suspiro de alivio -como cuando la novia te mira el móvil pero te ha dado tiempo para borrar las fotos de la última escapada- porque en los asientos hay televisiones individuales. Con la misma cara que Rosy de Palma oliendo amoniaco y un carácter de tertuliana más agresivo que un cumpleaños con piñata, nos recibe un clon de Stella Reynolds (a la que le chupó un pezón Fernando Esteso) que nos va sentando, sugiriendo que nos abrochemos el cinturón y hablando con el piloto que la aeronave diciendo que el trasto este no se mueve hasta que ella diga, y que no la jodan mucho que no tiene el kiwi para macedonias.
La selección audiovisual del sistema de entretenimiento tiene menos contenido que la carta de ajuste. El tiempo pasa volando (nótese el ingenioso juego de palabras) con películas de esas que cumplen la máxima del cine que dice que cuanto peor es la película más tetas tiene que tener la protagonista, películas de Clint Eastwood pero de las de pensar, cancionero español o módulos con guiños al electro latino de esas con coros que hacen uuuuuuh. Pese a tener toda esa diversión a nuestro alcance, el viaje se me está haciendo más insoportable que la final de un concurso de tunas. De vez en cuando, el piloto, con el permiso de Stella, dice algo por la megafonía, que tiene la misma resolución que una psicofonía de Cheewaka, y, entonces, te sirven unos platos de plástico con un contenido al que llaman catering porque “dame veneno que quiero morir” ya lo tenían registrado los chunguitos. Además, la tripulación de cabina, por aquello de criarse a los pechos de la Reynolds, anda con la simpatía selectiva, que cuando les pedí algo para beber me respondieron con un “vamos a tomar tierra en unos minutos”. Cuando respondí con un “pues coño, los demás pasajeros que tomen lo que quieran, pero yo quiero agua” me miró con cara de darle el sol en los ojos y se marchó por el pasillo. Por supuesto, lo del agua, ni de coña.
Antes de aterrizar, nos dieron un papel que tienes que rellenar para entregárselo luego a las autoridades mexicanas y nos echaron un spray, que dado el estado de ánimo de la tripulación, ya podemos dar gracias que no fuera de pimienta. Por fin, aterrizamos. La gente aplaude. Ha sido un aterrizaje normal, que preguntas a un entendido en aterrizajes y te dice que ha sido un aterrizaje muy normal, pero la gente aplaude. Yo voy de Madrid a Carboneras sin copiloto (lo más parecido es Luis, pero se dedica el muy cabrón a buscar monedas) parando para que comáis bocatas de panceta a la brasa con queso manchego de la mancha, aparcando en huecos inverosímiles y no dais ni las gracias.
Antes de bajar del avión, mientras Vanesa se vuelve loca -no porque no le combinen los zapatos con el bolso, que eso lo tiene superado desde que usa chándal a diario- sino porque no encuentra el billete, esperamos para dejar tiempo a la gente que empieza a recoger los equipajes de mano. En este momento, hubiera deseado que hombres y mujeres hubieran nacido sin axilas. Por fin aparece la documentación. No estaba perdida, lo que pasa es que se había sentado encima y la tenía guardada en el culo.
Para salir de la terminal, tienes que jugar. Llegas a la altura del guardia, pulsas un botón, y si la luz es verde, sales, y si la luz es roja te hacen una revisión con manos enguantadas en látex que te meten el dedo hasta en los agujeros de las caries. A nosotros nos salió verde, y es que, yo tengo mucha suerte. Cuando mi Padre, de pequeño, decía que se estaba rifando una hostia, siempre me la llevaba yo.
El “chamaco” de las maletas, palabra que le impactó a Vanesa bastante, nos espera. Subimos a un autobús donde nos da la brasa un animador que es tan tonto que no tiene cola porque se la mordería. Sin posibilidad de fuga o electrocución por un cortocircuito en el micrófono, llegamos al hotel. La verdad, la modernidad que se apodera de todo ha restado carisma al Lupita. Sin las maderas ni los techos de paja ha perdido singularidad. Además, el cambio de color de las fachadas, a un blanco normal, le confiere un aspecto más tristón. Eso sí, en cuanto nos dan las llaves de las habitaciones, nos vamos al bar, a darle fuelle a la pulsera del todo incluido como si no hubiese un mañana y pasando de todo… excepto Carmen, que por aquello de estar en estado crítico permanente, hasta encontrar la ubicación perfecta, ha cambiado de habitación más veces que un futbolista de peinado.
Tras la cena, las copas y los primeros tequilas, nos vamos a la cama, ya que hemos quedado con Pepe por la mañana, de madrugada, muy tempranero.
Nos hemos levantado tan temprano que hemos empezado el día ayudando a Dios. Luego, comenzamos con la aspersión corporal, ya que contamos en la habitación con una pista de patinaje con ducha, que tenemos que entrar agarrándonos a todo lo que sobresale de la pared, que parecemos spiderman. Separamos la mosquitera para abrir el balcón y ver la selva en su esplendor. Antes de fijarnos en los pájaros y los cuatíes, nos sorprende el tamaño de los mosquitos. Seguro si te pica uno de esos te da un bocadillo y una Pepsi y te hace donante de sangre. La solución para evitar picaduras es ponerse al lado de Rafa, que no digo que sea feo, pero es el mejor repelente.
Al desayuno ya viene Araceli que presenta la primera picadura con dos trayectorias a la altura de la femoral que no llegaron a afectar las arterias por milímetros. Luego, en la recepción, encuentro con Pepe esteban…
Para los que no le conocéis, Pepe Esteban es un hombre de más de 40 años, con aspecto de más de 60 y que actúa como si tuviese menos de 20. Está en la edad de los metales (tez de bronce, pelos de plata, dientes de oro, huevos de plomo) y se hace acompañar por Julio, un valenciano que se curó mal el acné de joven y que es el que mete cizaña para que nos demos prisa.
Cuando llegamos al Pepe Diva Center (no se complicó mucho con lo del nombre, no) nos encontramos con Gerson, un tipo tan “particular” que se presentó en un velatorio con collares y una camiseta de los Knicks porque le dijeron que había que ir de negro, y que está cargando las botellas en los coches. Sin pausa, pero con prisa, vamos metiendo los equipos en las bolsas de promoción del Ikea (los suecos les han regalado las bolsas, si bien aún desconocen aún este aspecto) y repartiendo los lastres, que como estamos en México, están fabricados según los pesos y medidas de los americanos, es decir, en libras inglesas.
Superada la barrera de las medidas del imperio, nos subimos en la furgoneta todos menos Carmen y Rafael, que han preferido irse a los cenotes con Pepe. Nosotros, vamos a Playa del Carmen. Cargar los barcos resulta entretenido, sobre todo porque el patrón utiliza un sistema de órdenes indirectas. Le dice a Gerson lo que quiere que hagamos, para que este, nos lo diga a nosotros. Finalmente salimos.
El patrón es muy bajito, más que la patronera, y, me imagino. Que como no puede ver lo que hay a proa, se orientará por el olfato. Pablo, nuevo en estos cruceros, ha olvidado las aletas, lo que, aparte de significar una nominación para el collejón de oro 2016 más grande que la paellera de Villabajo, nos obliga a prescindir de uno de los guías, que le prestará las suyas. Me ofrezco como cierre de grupo, a sabiendas que con la corriente que hay, nos vamos a desperdigar enseguida y voy a tener una inmersión de tú a tú con José Manuel. En efecto, según iniciamos el descenso, el grupo se alarga tanto que a los treinta segundos de inmersión dejamos de verlos.
De todas maneras, la orientación de esta inmersión es sencilla: te dejas llevar por la corriente, te mantienes entre veinte y treinta metros de profundidad y la que llegas al tercer tercio de la reserva (diez bares, más o menos) despliegas la boya deco y asciendes con la esperanza que no se hayan olvidado de ti. Que por cierto, el despliegue fue cosa de José Manuel, que no decimos que fue una puta mierda porque en la crónica queda mucho mejor escribir que el carácter de un buceador se demuestra en la capacidad de reinventar las técnicas establecidas. Han sido más de una hora de inmersión entre cardúmenes de peces, barracudas, y morenas verdes más violentas que Chuck Norris en Sanfermines.
Tras el ascenso, subimos al barco a comprobar el estado dantesco de la concurrencia. Pablo y Mer andan tan mareados que parece que en lugar de bucear, han estado haciendo un casting para la NASA. El guía, que como ha olvidado mi nombre lleva más del 75% del tiempo llamándome “campeón“, sugiere ir a Sábalos. A ver, las inmersiones en Riviera Maya, tienen nombres más cortos que un gnomo sin gorro, eso, hay que asumirlo. En esta segunda inmersión, el arrecife, tiene mucha más orografía y está lleno de cuevecitas ante las que se agrupan los peces componiendo un paisaje memorable. En el interior de cada oquedad, langostas y cangrejos comparten el espacio con morenas, mientras que los pelágicos, andan revoloteando a ver si pillan algo.
Más de una hora estuvimos por la zona, hasta que ascendimos y nos subimos al barco para regresar a puerto. Al descender del barco, a Pablo, que con tanta vomitona ha perdido electrolitos a toneladas, le empiezan a dar tirones que se queda más rígido que la papada de un costalero. Le tenemos que sacar del agua y llevarlo a la orilla haciendo la croqueta, claro, y hacerle unos estiramientos para que reaccionase. A este súbito agarrotamiento muscular se le conoce como hacerse un P.A.B.L.O. (Petrificación de la Anatomía al Bajar de una Lancha en la Orilla) y coincide, por pura casualidad con el nombre del primer Scubagueto en asumir tales circunstancias.
Regresamos al Lupita y vamos derechitos al snack (a comer no llegamos) y a las habitaciones, a descansar un poco. Los enchufes de la pared, se cargan con las baterías de las cámaras y los focos. De momento, va bien, pero más tarde, por la noche, en lugar de una habitación de hotel se va a parecer a un puticlub chino con tanta lucecita roja. En fin… Por supuesto, nos hemos cascado una siesta de esas en las que te despiertas con coronas de flores y una cinta que pone “no te olvidamos“. Voy a la ducha, me cruzo con mi compañero y viendo ambos cuerpos, entro al baño asumiendo inexorablemente la idea de que una chica está encantadora con la camisa de un hombre sin nada debajo, pero al revés, es un asco. Luego, bajo al bar, que es el sitio a donde vamos a dejar pasar el tiempo, tras una barra o en un velador, entre otras cosas porque está lloviendo a cántaros.
Las cenas en el Lupita invitan a tener conversaciones profundas y metafísicas sobre si el origen de los “monoperros” fue producto de la evolución o del vicio. Luego, tras saciar el apetito, vemos las imágenes de las inmersiones bajo los leds del nuevo techo, con el sonido de las movidas de los animadores martilleándote los tímpanos y descojonándote de como los pájaros despluman a los incautos que se dejan los platos en las mesas sin vigilancia.
El segundo día, nos toca ir de cenotes a primera hora de la mañana, algo que, en sí mismo, resulta paradójico. De momento, el tiempo, está cambiando. Pasamos de un sol espectacular, a una nubosidad atenuadora del calor a una lluvia fina y otra vez lo mismo, pero alternando el orden. Tanto cambio, pudiera ser porque Chaak (Dios de la lluvia maya) fuese en realidad una mujer, y, además, esa semana estuviese menstruando. Para los indocumentados (que los hay) diremos que la menstruación, es eso que tiene las chicas y que se parece a un piropo de albañil, que cuando llega, es odioso, pero cuando no llega es preocupante.
El primer objetivo de hoy es el Pit. Un cenote singular, al que se llega por una carretera de esas de tierra sin asfaltar, entre la jungla, en la que el conductor, cada vez que el coche roza con una rama, sufre más que el yeti depilándose. A Mer, a Carmen y a Rafa les bajan los equipos con una grúa. El resto, bajamos más cargados que la mula de Juan Valdez. Nos acoplamos con nuestros guías y empezamos a disfrutar con lo que se esconde en este tesoro vestido de cueva. Presidiendo la cavidad hay una gran estalactita (las que van para abajo) y justo enfrente, los orificios de la roca forman cortinas de luz de gran belleza. Carmen y Rafa no quieren descender más allá de los veinte metros (eso es prevención, sí señor) justo donde hay una curiosa nube de ácido sulfhídrico y unas ramas que componen una estampa digna del universo de Alan Poe. Al ascender, aprovechamos para visitar unas cavidades con estalagmitas (las que van para arriba) y columnas de un color blanco que lo flipas. Me fijo en Pablo y en Alba, que nos llegaron en enero a Zona con la moral más baja que la matrícula de un monopatín y que son la prueba fehaciente de que la diferencia entre ser una piltrafilla subacuática y un buceador seguro son unas cuantas prácticas radicales de las nuestras. Tras un par de intentos de fotos de grupo, con menos coordinación que una pelea de gitanas en un puesto de bragas, y tras completar una parada de seguridad, volvemos del inframundo y nos preparamos para bucear en el dos ojos, que nos pilla de paso.
El dos ojos es un cenote muy singular. La transparencia del agua es total, y el color lechoso de sus estalactitas, estalagmitas y columnas le confieren un encanto del que carecen otras surgencias de la zona. Aquí, solemos hacer dos inmersiones, una, la denominada “Barbie line”, que no digo el motivo de esta denominación para no chafar la sorpresa. La otra, “batcave” pasa por una cavidad aérea en la que habitan murciélagos y otras especies dignas de admiración, respeto, reconocimiento… Y… Sí, la chica tenía un culo de escándalo.
Gerson, nos enseña cada recoveco singular de las líneas y nos prolonga las inmersiones más allá de la hora.
De nuevo, tarde, nos volvemos al hotel, a darle cancha al snack y a dormir un poco hasta que llegue la hora de la cena. Por esas cosas de facilitar el descanso a mi compañero, en lugar de cumplir con el plan original, que, por cierto, era buenísimo, me quedo con ese terremoto con nombre de poligonera a darme un baño en la piscina y luego a ver las instalaciones del hotel. Como no podía ser de otra manera, la lluvia, nos sorprendió en el gimnasio, y, entre todas las sugerentes opciones de uso y empleo erótico de las máquinas, a mi niña no se le ocurrió otra que hacer deporte. Y allí me veis, subido a la bicicleta estática y a la cinta, sudando más que un concejal de urbanismo en la máquina de la verdad, hasta que descampó un poco y pudimos rehacer la tarde a base de combinados. Por la noche, se nota la afluencia de más huéspedes que han desertado del arado y andan con sus iphones decorados (más horteras que un doverman con abriguito) grabando y comentando todo lo que hacen.
Quizás Carmen, tendría que haberse fijado un poco más a la hora de elegir plato, más que plato, contenido para el plato, ya que, mezclar el gazpacho andaluz con chile habanero no parece muy buena idea.
En efecto. Nos encontramos todos en la recepción, esperando, cuando aparece Rafa para decirnos que Carmen anda un poco traspuesta, que no ha pasado buena noche y que muy a su pesar declina la opción de ir a bucear a Cozumel reservándose el derecho de inquirir la posibilidad de retomar la actividad en fechas cercanas a costa de sacrificar otras inmersiones o excursiones. Vamos, que anoche la niña se hizo un MT con el habanero y se nos ha pirado por la pata abajo y que a la que pueda se nos va a Cozumel sí, o sí. Según vamos de camino, al aparcamiento, nos percatamos que hay alguien que ha tenido una noche mucho mejor que la nuestra, fácilmente demostrable por el hecho de ver unas bragas tiradas entre el bar y los aseos.
Como siempre, jodida costumbre, nos hemos levantado muy pronto. Nos han llevado al centro para recoger los equipos y de allí al puerto, para abordar el primer ferry con destino a Cozumel. Una vez llegamos al destino, las limusinas mayas nos llevan el equipaje al barco, mientras que nosotros caminamos por todo el paseo marítimo, que ya tenemos convalidado el camino de Santiago hasta Ponferrada. Entrando al malecón, me sorprende un pequeño revuelo que se ha montado. Al parecer, Mer, muy tradicional ella, ha tropezado y se ha dado una hostia contra el suelo con apetencia. Sientes, entonces, esa curioso mezcla de sentimientos que afloran cuando tu compañera se ha caído y corres para ayudarla preocupado por que no se note que te estás descojonando en su cara.
El “Astuto”, tal es el nombre de nuestro bajel, avanza lentamente entre cruceros oceánicos y un yate de lujo que tiene veleros y más yates de lujo como balsas salvavidas, y, al parecer, el dueño, no ha tenido que pelarse las rodillas lo más mínimo para tener tanta pasta. Finalmente, llegamos a nuestro primer punto de inmersión, llamado Santarosa (todo junto, por aquello de que las inmersiones en Riviera Maya son de una palabra) que es un arrecife, en reserva marina, con una claridad de aguas legendaria y una orografía espectacular donde abundan las grietas, arcos, pequeñas oquedades y túneles. Hay mucha vida, mucho color, grandes esponjas y colores. Langostas, medregales, algún que otro atún y barracudas enormes. En un momento de la inmersión, me fijo en Daniel, muy abajo a lo suyo con la cámara. No es que me preocupe, pero la inmersión es profunda y nos falta poco para sacar a pasear el meñique. Tras unas cuantas inmersiones juntos, sé que su nivel de buceo es bueno, como esos sujetadores push up que convierten tetas en papadas, por lo que, me quedo junto a Araceli, que tiene carilla de preocupación. En esto, por debajo de Daniel, surge una tortuga más grande que el abrazo de una abuela y ambos nos lanzamos dispuestos a disfrutar de con este encuentro. El animal, agradecido por nuestro interés, se deja filmar, posa y tranquilamente, se va como ha venido. Imposible seguir su ritmo contra corriente. La subida la hacemos con cara de que “esta noche toca” tratando de disimular los minutillos de deco que nos marca el chivato del ordenador. Nos reunimos al grupo y nos preparamos para la segunda inmersión.
Quizás, sean estos intervalos donde más disfruto de mi trabajo. A ver, soy tan optimista que cuando una chica me hace la cobra pienso que está cogiendo impulso para besarme más fuerte, y estoy convencido de la calidad que damos en todo lo que hacemos, pero cuando ves a un grupo que prácticamente acaba de conocerse, con tan alto grado de compenetración, divirtiéndose y disfrutando no puedes dejar de pensar en que este es un proyecto muy notorio y que merece la pena el esfuerzo realizado. También pienso que tener éxito es como un embarazo, que todo el mundo te felicita pero nadie sabe cuántas veces te han jodido para lograrlo.
Que tener una buena inmersión garantiza tener una buena segunda, es tan cierto como decir que once de cada diez mujeres tienen siempre la razón. Y la segunda inmersión será en Tormentos (una palabra, ¿veis?) otro arrecife, más somero, pero igualmente sorprendente. De momento, el protagonismo de esta inmersión se lo ha llevado una barracuda a la que hemos adoptado sin darnos cuenta. Nos sigue por todo el arrecife, posando y, para mi asombro, interesándose por los led de mis focos. Lo que queda abajo es igualmente precioso: cangrejos, langostas, cardúmenes de peces y en los corales y las gorgonias las bellísimas cipreas nacaradas con esos dibujos dorados que, personalmente, me encantan.
La tortuga de la primera y la duración de la segunda van pasando factura que tengo el meñique más tieso que el dobladillo de un pantalón de pana de tanto indicar minutos de deco.
Tras tormentos, a ver, una inmersión, una palabra, esta es: Paraíso
Otro arrecife con regalo de termoclina y grandes meros descansando a la sombra. Otra hora larga de buceo y un ascenso con sabor a despedida, ya que hemos completado las tres inmersiones del día y tenemos que regresar al hotel, a descansar, porque mañana, será el día grande.
Y el día grande ha llegado, porque hoy, ya es mañana.
De momento, José Manuel y yo hemos tenido un pequeño problema espacio temporal. Más concretamente, temporal. La cosa es que los sistemas de producción de ruido molesto, no han funcionado, y nos hemos despertado a las 04:00, justo a la hora en la que habíamos quedado. Menos mal que teníamos todo preparadito y que tan solo hemos tenido que lavarnos la cara, coger las bolsas, pillar algo para desayunar y llegar al autobús donde ya nos espera nuestro conductor. Vanesa, que tiene la lengua bífida, como los yogures, ya nos anda recriminado lo del retraso, y también lo de llegar tarde.
El autobús es otra cosa. Asientos amplios, aire acondicionado y una televisión más hermosa que la de casa donde ponen vídeos de “reguetón” y baladas tristes. También películas de amor con mucha acción y algún éxito reciente de Hollywood. Todo esto, me lo imagino, porque, según me senté, sucumbí al incuestionable poder narcótico del cabecero de felpa y me sumí en un letargo mañanero que fue inmortalizado por la totalidad de los dispositivos de grabación de mis compañeros de viaje. Alguno, incluso, se atrevió con el sonido ambiente, ya que, según los testigos, pasé del suspiro profundo al ronroneo felino, terminando con la motosierra de leñador de la estepa siberiana. Es lo que pasa cuando en un grupo de gente, hay especímenes que han venido al mundo porque no había dinero para pagar el butano en lugar de por amor.
A todo esto, llegando al muelle, la reflexión más acertada sobre esta experiencia es que un bicho que te obliga a madrugar tanto para verlo, tendría que estar extinguido.
Desayunamos algo ya que, por delante, tenemos algo menos de treinta millas hasta llegar a la zona de los ballena. Se nos unen unos perrillos lastimeros que tendrían mucho que aprender de las habilidades de los coatíes y de los pájaros del Lupita. Aun así, su técnica es efectiva, ya que Puy y Araceli, sucumben ante las miradas apenadas y les andan cebando con todo lo que pueden. Estas mujeres, son todo un descubrimiento, Simpáticas hasta las orejas, son inasequibles al desaliento y tan positivas que cuando fallecieron el del Santander y el del Corte inglés se alegraron por haber subido dos puestos en la lista de Forbes.
Acostumbrado al ritmo de mi añorado Devismar, navegar a cuarenta nudos de velocidad, cabalgando las olas, se me hace, cuanto menos extraño. Hemos dado más saltos que un rapero pisando mierdas, pero por fin, los motores rugen y los patrones otean el horizonte buscando aletas. No pasarían más de tres minutos cuando aparecen las primeras. Un ligero golpe de mando y nos acercamos, adelantamos al bicho, nos preparamos y saltamos al agua. Regina, que es la hija de Pepe nos da los últimos consejos antes de nadar con estos animales, y con los tiburones ballena.
Regina, tiene una voz dulce, aterciopelada, mirada generosa y ademanes tranquilos. Tiene chispa, no como su progenitor que llegó al hospital diciendo que tenía una corazonada cuando lo que realmente tenía era un infarto, y sabe transmitir la pasión y el respeto que siente por este medio marino que tanto nos hace disfrutar. Me aconseja que no salte de primeras con la cámara, pero prefiero ir de “machito” y omitir su consejo. Por cierto, no sé qué tiene este acento, pero las mujeres de México tienen un tono de voz dulce y sensual mientras que el tono de los hombres se asemeja a más al de un vendedor ambulante con megáfono.
Total que el patrón nos pone en la trayectoria y…
Mer, que andaba fastidiada de la rodilla, con dolores lumbares y molestias en las cervicales, vamos, como esas señoras que casi no pueden andar, a la que ha visto un tiburón ballena en el agua se ha vuelto una ninja, saltando por la borda y poniéndose junto al primer gran ejemplar que ha pasado a nuestro lado como distraído. El patrón, desde la barca, pega tantos gritos que me recuerda a Camacho en el mundial de Korea, invitándonos a nadar junto a estas bestias, llevándonos al límite de nuestra resistencia. Como coordinados, cada vez que te paras para recuperar el resuello, aparece otro, llamándote, seduciéndote, y claro, ellos se ofrecen y nosotros nos vemos obligados.
Con las olas, el tubo acaba llenándose de agua, que terminas comiendo más plancton que los tiburones, pero eso no importa. El tiempo pasa volando. Apenas nos damos cuenta que llevamos más de una hora ininterrumpida en compañía del pez más grande del mundo. Es tanta la concentración que tenemos que, apenas nos hemos dado cuenta que ya hay más lanchas en el mar. Esos sí, distribuidos en una franja muy amplia de agua. No sabría calcular el número exacto de tiburones con los que tuvimos el enorme privilegio (190€ mediante) de compartir espacio, pero, el patrón nos habló de unos 18 ejemplares con nosotros, habiendo otros barcos en otros puntos que también tenían a gente con tiburones en el agua. Fuimos muy afortunados.
Tras hora y media de buceo, y, viendo como llegaba el grueso de la flota, decidimos volver al puerto. En el trayecto a Isla Mujeres, nos encontramos con delfines y alguna tortuga. Luego, fondeamos frente a una playa de esas de calendario con playas de arena dorada y aguas turquesa. Aparte de nadar un poco en este pedazo de paraíso, teníamos que llegar al restaurante donde teníamos previsto comer. De momento, bajas del barco, con la ropa en la cabeza, que pareces inmigrantes ilegales llegando a Miami. Pablo, que se ha enrollado la toalla a la cabeza, con esa barba, parece un líder del DAESH, que como haya algún agente de la CIA de vacaciones va a tardar en ingresar en Guantánamo menos de lo que tarda un fardo de farlopa en desaparecer en una playa de Málaga.
Comemos en uno de esos restaurantes cuya especialidad es el pescado (yo tomé pollo) y tras los postres, de nuevo, con las bolsas al barco. Lo que pasa es que, “ahorita” la playa está llena de turistas y estamos dando más el cante que el Fary en una película de gladiadores.
Por fin, llegamos al puerto, donde nos espera un autobús fresquito y un viaje de vuelta bastante animado. Por supuesto, llegamos tarde a comer y nos tenemos que dedicar al asalto del snack (cuando tienes hambre, no solo está justificado, sino que es legal, quitarle las hamburguesas a los niños) antes de tomar un no sé qué de qué se yo (pero fresquito) en el bar y dar rienda suelta a la Harley que todos tenemos dentro.
Para cenar, hemos quedado en el restaurante temático (el que tiene más clase) donde te sirven el mismo menú que en el buffet pero con los platos pintados y sin tener que compartir espacio con los canis en chancleta que ya van poblando las instalaciones. El vino servido era un “rivera del maya” que es como un rioja, pero venido a menos.
La noche termina con la visualización de los vídeos, algo que, no ha resultado ser una buena idea ya que, Carmen, se queja de que no aparece en ellos. Esa falta de protagonismo le ha hecho calentarse los cascos más que el quesito de los San Jacobo, sin percatarse que, no vino a Playa del Carmen, no vino a Cozumel, no vino al ballena y en el dos ojos estuvo siempre en el otro grupo. Ahora vas y lo tuiteas. Pese a todo, como es cinéfila y le gusta el posar más que a la Obregón, a la que vea la luz el vídeo, comprobará con cuanto cariño la tratamos en Zona. Tras una agradable conversación en las tumbonas, al fresquito y totalmente resguardados del grupo de animadores del hotel, nos apresuramos para irnos a descansar. Mañana, otro día duro.
Y es que, toca ir al Angelita.
Si clasificásemos los cenotes según su distancia al centro de Pepe, tendríamos los que están cerca, los que están lejos y los que están a tomar por culo. El de hoy, es de esta última categoría. Eso sí, te permite sestear sin problemas, aunque eso suponga exponerse a una nueva sesión de fotos, que cuando me Duermo en un coche me siento como Judith Mascó (con las piernas cruzadas) y más fotografiado que los orangutanes del zoo cuando se meten el dedo en el culo y se lo huelen.
El Angelita está muy cerca de la carretera. Aparcas, te cambias, y caminas por una selva llena de mosquitos hasta encontrar un agujero más profundo que el ombligo de Falete, pero lleno de líquido. Hacemos la charla técnica y saltamos. Descendemos. El agua, pese a las nubes, está cristalina. Seguimos bajando, despacio, hasta encontrarnos con la nube de ácido sulfhídrico. Es mucho más densa que la del Pit. Literalmente, se va comiendo a los buzos, como si fuese una película de serie B. No la penetra ni la luz de los focos que, desde arriba, evocan a relámpagos en una tormenta, como esa película de Flash Gordon a la que le puso Queen la banda sonora. Atravesar la nube es un desafío y, cuando vuelves a recuperar la vista, vuelves al agua transparente. Por encima de tu cabeza, la nube cambia de color según siguiendo los caprichos del sol. También puede ser porque andas ya bordeando los cuarenta y cinco (metros de profundidad, cabrones, que os veo venir) y vas pelín tocadito de narcosis. Mientras sigo descendiendo, veo algo que, porque está documentado, que si no, lo achacaría a los efectos del nitrógeno. Junto a un árbol sumergido, anda Rafa, a 51 metros de profundidad. Pero es que Carmen, que es de las que les gusta quedar por encima (cosas de psicólogas), ahora se ha puesto por debajo, concretamente a -54Mts. Esta visión me reduce la narcosis, me baja el colocón y me cierra tanto el ojete que podría usarlo como corta puros. De todas maneras, el ascenso se hace sin demasiados problemas, salvo los derivados por algún que otro despiste y el desesperado intento de Carmen por adoptar un Chicozapote, quizás por sus cualidades terapéuticas. El cabreo de la chavalería en superficie por el desliz subacuático va en aumento mientras nos vestimos, ya que, el conductor no quiere que metamos más mierda en el autobús, que ya parece un Berska en rebajas. Lo peor de este cenote, sin duda, los mosquitos, que, al tener suficiente concurrencia como para nutrirse sin pasar penurias, los muy cabrones están tan gordos que volar, al parecer no vuelan, pero saltar, vaya si saltan que se cebaron con las pantorrillas de alguna con apetencia desmesurada.
Lo del chicozapote… es un árbol muy común de la selva maya.
El segundo cenote del día se llama Chikin Ha, que si lo dices con arte y salero te sale un temazo de Chimo Bayo. Es fascinante, de pedrolos desprendidos, termoclinas, haloclinas y contraluces de color verde esmeralda con cámaras de aire y lugares de culto y purificación por su recorrido.
Tras la primera inmersión van surgiendo las primeras bajas. Mer, Carmen y Rafa (quizás desmotivados porque en este recorrido no se baja a más de doce metros) Puy, Araceli, José Félix… que Daniel y Julio (los guías) habían empezado a eliminar gente que aquello parecía lo de los inmortales, con lo del “sólo puede quedar uno”. Tras una visita a una cámara de aire, Alba, de pronto tiene problemas para compensar. Poquito a poco, le ayudo a mantener la velocidad apropiada y finalmente superamos el problema. La verdad sea dicha, como la he salvado la vida, me tendría que hacer una tarta como compensación, pero en su caso, me conformaré con que me invite a un Sundy en el burriquín.
El regreso al hotel tiene unas connotaciones un tanto amargas, más que nada porque ha sido la última inmersión del periplo. A partir de mañana, toca la parte cultural, que empieza, como no, con un madrugón de campeonato para salvar lo antes posible la distancia que nos separa de Chichen Itza. Una vez llegamos, nos acompaña un guía que rapeaba las explicaciones para luego dejarnos un poco a nuestra bola, disfrutando de cada rincón de este parque arqueológico, una de las maravillas del mundo, que sigue sobrecogiendo a sus visitantes. Mientras hacíamos la visita al mercado, nos sorprende una lluvia de esas tropicales que convierten la visita enriquecedora en un concurso de camisetas mojadas.
Tras esta maravilla, no importa repetir la palabra: MA-RA-VI-LLA, vamos a comer al restaurante amenizado por los abueletes que bailan con la botella en la cabeza. Reponemos fuerzas y el día sigue con el refrescante baño en un cenote que tiene nombre de película de Tarantino: Ik Kil. Un cenote que tiene un complejo hotelero alrededor y desde el que puedes hacer saltos. Por cierto, yo hice uno desde el punto más alto que, al caer al agua, se me subió tanto el bañador que no necesitaré utilizar anticonceptivos en tres meses. Luego visitamos Ek Balam, otra maravilla, no importa repetir la palabra: MA-RA-VI-LLA, aún por descubrir, en la que te permiten subir a lo alto del templo y en la que andas tanto que luego te puedes comer el postre sin remordimientos.
De vuelta, Sergio (el pinche cabrón del conductor) y Julio (el pinche cabrón del responsable) nos paran en una cata selectiva de productos típicos. Me explico, ellos se ponen hasta las orejas de queso y carne ahumada, mientras el resto miramos a través de los cristales del autobús moviendo la cabeza como los perrillos esos que se ponían en los 124.
Llegamos al hotel. Cenamos.
Hay quien aprovechará la mañana para hacer una visita rápida a Tulum y nadar con las tortugas en Akumal, pero, otros, optamos por dormir hasta que nos echaran de la habitación y dar rienda suelta a la pulsera del todo incluido.
Finalmente, nos recoge el autobús que nos llevará al aeropuerto. Me da la sensación que estos viajes, son como las fiestas de los pueblos, donde lo importante no es divertirse, sino sobrevivir. Dicho esto, sin considerar la peligrosidad de regresar en una ruta plagada de poligoneros con niños que hacen que valores la labor de Herodes. Por fin llegamos a la terminal internacional, pagamos las tasas y aprovechamos el tiempo para hacer las compras de última hora. Me fijo en las piernas de Vanesa, que si unes con un boli negro todas las picaduras de mosquito le sale el Gernika.
Facturamos el equipaje, con la seguridad que si el olor que desprende toda la ropa sucia de la maleta es detectado por el perro que detecta los explosivos, el animal va a tener que pedir la jubilación.
Durante el vuelo, me da tiempo a repasar las notas que he tomado, imprescindibles para la elaboración de esta scubacrónica, percatándome de que tengo la misma letra que un mono con artritis. Veo a la gente rascarse como los serpeis, quizás por desconocimiento, porque Las picaduras de estos mosquitos son como las gitanas, que si tocas una, aparecen muchas más. Alguno se ha agachado tantas veces para aliviarse que le han salido abdominales. De todas maneras, lo más complicado del viaje de vuelta es averiguar cuando aterrizaremos en Madrid, porque con esto de la diferencia horaria, ayer era hoy, por lo que tendríamos que llegar mañana, no hoy. Total que llegamos, nos despedimos de un grupo que repetirá en Columbretes y nos apresuramos a reunirnos con la familia. Pienso almorzar con Sonia, ya que las medicinas, lavarse los dientes y decir cuánto quieres a tu pareja siempre se hace después de cada comida
Riviera Maya 2016 ha sido otro éxito, ya solo nos quedan dos meses para el Mar Rojo, pero eso, será otra historia.
“Scubacrónica dedicada a todas las mujeres que pensáis que soy guapo, gracias a las dos, sobre todo a mi mujer, porque mi madre ya no sabe lo que dice”