EXPEDICIÓN “Mar Rojo”. 19/08/2017
¿Egipto?, ya os he hablado de Egipto. ¿Mar Rojo?, ya os he hablado del Mar Rojo. ¿Península del Sinaí?, ¿qué puedo contaros yo sobre la península del Sinaí?, veamos…
Moisés, cuyo nombre se podría traducir como “sacado del agua”, lo cual supone una primera analogía con el catervario Scubagueto… Por cierto que, vaya suerte que “analogía” signifique relación de semejanza entre cosas distintas porque tenía toda la pinta de significar una guarrada. A lo que vamos, Moisés, cuyo nombre se podría traducir como “sacado del agua” era el pequeño de tres hermanos (por lo tanto el más mimado) de una familia obrera que vivían en un suburbio (polígono) en Egipto. Que ya cuando nació, su madre dijo: -¡ que niño más guapo, este, va para modelo!. Lo que pasa es que a un faraón (ya hemos hablado de ellos) le dio la divina gracia de cargarse a todos los niños chicos (más tarde Herodes seguiría la tradición) y a su madre (la de Moisés) no le se le ocurrió otra cosa para salvarlo que dejarlo flotando en un canasto por un Nilo infectado de cocodrilos, que parecía mucho más seguro, donde va a parar. Menos mal que una chiquina rumianta, de mirada túrbia, pero, a la sazón hija del jefe de los egipcios le encontró y como era de su talla, se lo quedó.
Como la madre (de Moisés) era una lianta de verborrea fluida, se las ingenió para enchufarse en la casa faraonal y criar al chaval rodeados de todo lujo. Que sí clases de inglés, que si gimnasio, que si judo, vamos, que Moisés se hizo grande y fuerte, como el primo de Zumosol. Mientras Él (Moisés) se pegaba la gran vida (como Paquirrín) su pueblo original andaba un poco jodido con aquello de ser esclavos, más, cuando la obra pública en Egipto (tal y como os he explicado antes) estaba en auge. Vamos, que curraban más que el mecánico de los Transformers. Una noche, saliendo de tranquis con los coleguis (creo que ahora se dice así, perdón, asín) se metió en una bronca y le metió un par de yoyas a un egipcio, vamos que lo crujió vivo y se deshizo del cadáver del muerto. Así, prófugo, se marchó al desierto.
Allí se encontró con las siete hijas de un tal Jetró y su rebaño y, bueno, ya os imagináis lo que pudo pasar, ellas se ofrecieron, él chaval que estaba en edad de merecer, todo hay que decirlo, se vio obligado y como resultado acabó casándose con una de las hijas del pastor, aunque las malas lenguas dicen no sé qué de unas botas altas y unas cabras.
Con el braguetazó que pegó, se pasó cuarenta añacos de pastoreo con su churri, las cuñadas, el rebaño, las botas altas y la cabra, claro, más perdido que un perroflauta en una ducha hasta que el jefe supremo (Yavé) le dijo que ya estaba bien de tanto dispendio y que se fuera en plan libertador para guiar al pueblo a la tierra prometida. Cuando llegó ante la corte para negociar el nuevo convenio, le dio miedo, como a Cristiano Ronaldo abrir una carta de hacienda, y le dijo a su hermano: ya ve tú si eso, haciendo hueco, que habiendo hueco yo ya…
El faraón, le dijo eso de que sí a todo como cuando actualizas un ordenador, pero que hoy no, ¡¡¡ mañana !!! y a los brothers les entró la corajina y como eran de “derrepentes exageraos” (recordar su origen poligonero) planearon una movida chunga a la que llamaron plagas. De una en una se las ingeniaron para 1º teñir las aguas de rojo, 2º una plaga de ranas, 3º piojos, 4º moscas, 5º peste, 6º úlceras, 7º granizo y fuego, 8º langostas (ojo, de las chungas), 9º oscuridad y 10º, y última, la de exterminar a los primogénitos, que joder la fijación que tenían estos antiguos por cargarse a los críos. La cosa es que con un concierto de reguetón o editando una recopilación de Pablo Alborán hubiera conseguido el mismo resultado en menos tiempo.
Total, que ahora liberados, tenían que hacer una peregrinación a la tierra prometida. Y allí que se fueron, compartiendo coche, hasta que llegaron al Mar Rojo. La cosa, es que al faraón, lo de las plagas le sentó peor que si le hubieran profanado el jujú y salió dispuesto a repartir carantoñas a los hebreos díscolos. Entonces, Moisés, se marcó un bisnes guay (creo que ahora se dice así, perdón, asín) y separó las aguas dejando un pasillo por el que escapar. Luego, cuando los egipcios pasaron, lo cerró y se ahogaron todos los que no habían hecho el owd con Zona de inMersión. Ese fue el primer safari de buceo de la historia.
Luego, derechitos a la tierra prometida. Lo que pasa, es que, lo de las plagas estuvo muy cuqui (creo que ahora se dice así, perdón, asín) pero les llevó un tiempo, y, cuando llegaron a Canaá, sus casas prometidas estaban llenas de okupas chungos con piercings y tatuajes. Los hebreos se achantaron un poco y su jefe (Yavé) no se lo tomo demasiado bien, así que, les jaqueó (creo que ahora se dice así, perdón, asín) el tom tom y los castigó a caminar cuarenta años por el desierto, eso sí, en vez en cuando, les gestionaba lo del catering a base de maná (que eran realmente tortitas de esas que parecen posavasos) y agua. Ni zumos ni vinitos ni nada. Como en el desierto no habían puesto ni burgers ni kebabs – no como aquí que con tanto Telepizza, Foster, Dominos o Burguer King la competencia es tan brutal que Carabanchel parece un circuito de moto gp – el pueblo se mosqueó, y, cuando Moisés subió al monte a que le dieran el convenio, la peña, abajo, se montó un botellón de flipar. Lo que faltaba. Sabiendo que el jefe (Yavé) es del género delicadito y tiene un pronto que “paqué” masajearle la bolsa escrotal no es lo más aconsejable, así que, del chungo que le dio, se marcó una limpieza étnica de las buenas. Y poco castigo me parece, no olvidemos que es un pueblo que pensó que crucificar a alguien que convertía el agua en vino era una buena idea.
A la temprana edad de ciento veinte años de edad Moisés falleció y Joshue (con hache intercalada de “diyei”) ascendió a guía y llevó al grupo ante las murallas de Jericó. En lugar de una batalla de las de lágrimas, sudor y sangre, los hebreos hicieron un festival de jevi metal durante siete días y las murallas cedieron. La cosa es que con un concierto de reguetón o editando una recopilación de Pablo Alborán hubiera conseguido el mismo resultado en menos tiempo. Así, con la “Joshue metal week” (Joshue con hache intercalada de “diyei”) fueron recuperando pisitos, echando a los okupas y ocupando por fin, la tierra prometida.
En conmemoración de todos estos hechos, en agosto, desde tiempos ancestrales, tribus enteras se desplazaban en santa peregrinación a la costa, exponiéndose a ruidos, mala alimentación, moscas y mosquitos para poder celebrar el ritual de meterse en el agua salada. La tradición ha variado un poquito desde entonces, pasándose a llamar “vacaciones”. Nosotros, gentes de bien, hemos dado una vuelta de tuerca al ideario y honramos esos hechos buceando en el Mar Rojo, frente a la península del Sinaí, un lugar muy recomendable si eres un okupa chungo con pircins y tatuajes o si te dan “derrepentes” por cualquier cosa.
El viaje, ah, sí, el viaje…
En esta ocasión habíamos optado por hacer una pequeña revolución, cambiando Hurghada y su marina por Sharm el Seij. Eso, nos condiciona a planear el viaje a bordo del “Blueforce 2”, el barco más pequeño que hayamos contratado nunca, lo cual es una apuesta que podríamos calificar como “osada” ya que, el aforo queda limitado a tan solo 18 plazas. El ansiamasá, verdaderamente, es algo maravilloso ya que, en menos de mes y medio ya teníamos el barco completo.
Quizás lo peor de estos viajes es la espera. Desde que cerramos el viaje, allá por enero hasta agosto, tendrán que pasar meses de Columbretes, Azohías, Cartagenas, Herraduras… incluso algún Sulawesi. Es decir, que aburrirnos, lo que se dice aburrirnos, no nos íbamos a aburrir.
La primera dificultad surge durante el vuelo. Laura, que no voy a decir nada sobre su nivel intelectual, pero dice que no toma postre porque tiene abstemia primaveral, pregunta si el vuelo es directo a “Sharikskin”, mientras que Dani, del que no quiero decir nada, porque bastante dura tuvo que ser su infancia con tanto golpe en la cabeza, corrige apostillando que nuestro destino final es “Harlem y sick”. Veis, por eso siempre digo que vamos al Mar Rojo, para evitar estas cosas, que luego coincides con otros centros de buceo y nuestra leyenda negra no deja de alimentarse. Si además, contamos con una “esclerótica” en el grupo, que se dedica a robar las mantas a los demás pasajeros, la cosa no promete mucho. Eso sí, por mucho que Dani se empeñe, la mujer aficionada a sustraer lo ajeno es una cleptómana.
Pero que despiste el mío, casi olvido presentaros a l*s aguerrid*s Scubaguet*s que se animaron a compartir este viaje con Zona de inMersión:
Por un lado tenemos a Jorge, que viene solo y como todo el mundo tiene “buddy” el hombre da más pena que escuchar a Sergio Ramos pronunciar Liechtenstein. Aparatosos, pero con muy buen fondo, desde su “amanecismo” más radical tenemos a Álex (de los dos hermanos el que es más feo que un chino bostezando) y al ya mencionado Dani, que es una de esas personas dispuesta a cantar un fandango en un concierto heavy, hablar de Dostoievski en el cumpleaños de Pakirrín o morir apuñalado en un tiroteo. En dura pugna por una taza pintada encontramos a Peña, un ser que siente un desmesurado amor por las estampas pastoriles bellamente compuestas, debido, en gran parte, a sus holguras cerebrales. También viene Álvaro (de los dos “Álvaros”el que tiene pelo en la cabeza, aunque lo tape con un sombrero más hortera que la decoración de la despedida de soltera de Hello Kitty) que no quiero decir nada sobre su situación sentimental, pero tiene las huellas dactilares borradas de tanto pasar contactos del Tinder en el móvil. Otro que repite es Manuel, al que un genio le concedió el deseo de tener un grifo infinito de cerveza y a los dos días volvió para pedirle otro porque ya se había terminado el primero. Luis (el infor) que es más feo que Stallone guiñando el ojo vago se hace acompañar por Natalia, que a esta chica, siendo su primer viaje de buceo, la veo más estresada que un camaleón en el desigual. Completan la digna representación femenina Laura (Que no digo nada sobre su capacidad de comprensión pero se fue a los días locos del Telepizza y pidió, farlopa, güisqui y temazos de los Iron Maiden) y Adriana, que sí, que quitando lo de la salud, el dinero y el amor, lo demás le marcha bien. En ruta ya, porque están haciendo la extensión por el Nilo deberían de estar Nacho (que es el número uno en lo suyo, aunque nadie sabe qué es lo suyo), Bea (que sigue siendo cabrona por parte de Padre), Mer (que en lo relativo al buceo tiene más vicio que una puerta vieja), Marta (la que tiene siempre esa cara de ir en moto sin casco), Álvaro (el delicadito) que siempre va con esas camisas que provocan prácticas de puntería y finalmente Irene, que pese a no caminar (que desfila) y ser tendencia de moda, últimamente no le llaman ni los de Vodafone a las cuatro de la tarde. Pero como ya sabéis, yo no soy de los de criticar. Total, que, al filo de la media noche, todos nos reunimos en el salón del Blueforce 2 para conocer barco y tripulación y a la sazón repartir camarotes y descansar.
El blueforce 2 y su tripulación, ¿qué puedo contaros sobre el bluforce 2 y su tripulación?
El primer dato (ya lo hemos adelantado) es que el barco sale del puerto de Sharm. Veamos… si a Sharm le quitas el desierto, las rotondas con luces y los tíos con toallas enrolladas en la cabeza te queda Benidorm. Pero seamos absolutamente concretos dentro de la abstracción: El barco.
Es pequeño (28 metros de eslora y 7 de manga) pero muy aprovechadito en toda su extensión. Tiene cuatro cubiertas, alguna descubierta y otras por descubrir. En la superior, hay un espacio blanco diáfano lleno de cojines gordos que bien podrían llenarse con las pelusillas esas que se te quedan en el ombligo cuando te quitas un jersey de lana. Aunque, bien pensado, teniendo en cuenta “la calor” que pasan en esta tierra, que abres una ventanilla y la brisa que te entra hace el mismo efecto que si pones la cara en el tubo de escape de un camión Pegaso, lo de vestir de lana, no lo veo. Es un espacio ideal para echarte siestas épicas o charlas disciplinarias tras las puestas de sol, porque, durante el día, como no hay una puñetera sombra, hace un bochorno que van las chicharras con cantimplora.
Unas escaleras de esas que cuando hay mala mar te puedes dejar los dientes por los peldaños te bajan al nivel inferior. Aquí hay unas mesas en las que te sirven la merienda y unos asientos cómodos y espaciosos. Cuando es posible, un sitio ideal para los “brifines”. En un lado hay una barra con una nevera llena de cosas, cerveza y un termo de agua caliente para que siempre nos podamos preparar una infusión o un cafelito de esos de sobre. Cuando los descuidos se combinan con oleaje, lo mismo la barra se queda un poco pringosa, vamos, que se queda con tanta mierda encima que no se posan ni las moscas verdes. Afortunadamente, la tripulación siempre está al tanto y el barco se mantiene en un estado permanente de perfecta limpieza, pero, no adelantemos acontecimientos. En esta cubierta encontramos cuatro cabinas.
Por otras escaleras accedemos a la cubierta principal donde están los bártulos de bucear. Hay una mesa de juegos en el centro, botelleros en ambos costados y dos compresores que suenan como los bombarderos de la segunda guerra mundial, pero que te cargan las botellas con mucha rapidez. El salón tiene dos partes. La primera, consta de unos sofases con mesilla que se suelen usar para rellenar las fichas del nitrox o los libros de inmersión. La segunda parte es el comedor, básicamente, dos mesas con sillas frente a la barra donde te dejan los platos.
Comida de calidad. En cantidad. Combinando los platos más “europeizados” con esos más tradicionales y típicamente egipcios como la molokheya, cuyos ingredientes naturales son, evidentemente, molokheya (una planta aromática), pollo, cilantro, ajo, blandiblú, champú anticaspa y ajax pino. De todas maneras no le puedes pedir mucho a una cocina basada en purés y verduras “aplastás” heredada de una gente (los egipcios) experta en hacer jeroglíficos (como los de Zanussi) y que tenían dioses llamados Amón y Ortadela pero que a día de hoy no tienen ni puta idea de lo que es un torrezno. El nivel más bajo al que se accede, ¡como no!, por una escalera, solo tiene cabinas. Todas tienen dos camas, un armario, aire acondicionado con tres posiciones –fresquito, frío antártico o glaciación- y un baño con lavabo, taza, ducha para gente normal y duchita para bajit*s o por si te quieres duchar de rodillas, y mejor, no hacer preguntas sobre esto.
Para dar servicio a semejante máquina de precisión contamos con una tripulación verdaderamente profesional. Siempre pendientes de que todo esté limpio, recogido, funcionando. Muy amables, serviciales, simpáticos. Un lujo. En nuestras inmersiones contaremos con tres guías, lo que es otro lujo añadido, ya que, el ratio será de 6 buceador*s por cada guía. En esta ocasión se ocuparán de nuestra seguridad: Valeria, que como guiará al grupo de “elite” va a disfrutar más que Harry Potter con una Nimbus tuneada, Ismail, que será el responsable del segundo grupo de élite, un clásico guía de esos que cuando le preguntas cualquier cosa te contesta “en teoría, sí”, lo cual significa “ni lo sé ni me importa” y Tamer (cuyo nombre en egipcio significa “aquel al que unos hijos de puta rompieron su taza preferida nada más subir al barco), que más que guiar, reinará cuál príncipe arábigo al tercer grupo. Tamer es un auténtico fanático de la seguridad (security freak, en inglés) y que piensa que hablar de buceo con nosotros es como pasarse un rallador de queso por la espalda, que puede ser ligeramente divertido al principio pero al final, sobre todo, es doloroso. En definitiva, que el Blueforce 2 es el barco ideal para aquellos que no tienen ni puta idea de lo que es un torrezno o a los que disfrutan pasándose ralladores de queso por la espalda.
Y en este ambiente, pensamos que vamos a bucear tanto como se lesiona Gareth Bale.
No sé si será que me estoy acostumbrando a los viajes, pero no noto cansancio aunque tengo más sueño que un canasto de gatos. Me despierta el movimiento. Hemos salido del puerto. Muy pronto. Ha amanecido un día precioso. La mañana es una de esas mañanas de solventar, es decir, que hace sol y viento. En contra de lo que pudiera parecer, no hace mucho más calor que en el desierto del Gobi, por ejemplo. Hacemos sonar de forma anticipada la campana por aquello de probar la agilidad de la gente, su capacidad de respuesta y, por qué no decirlo, por echarnos unas risas con las caras con las que amanece la caterva, que entre el calor y la humedad, por ejemplo, a las chicas se les han quedado unos peinados que parece que les hubiera pasado por encima el “Katrina”. La que sale con una cara inmensa de borraja de oro es Bea, que está muy contenta por tener un camarote con vistas al mar.
Peña está en uno de los sofases, a pecho turco, con las gafas de sol y hablando que se ha ganado que le grabemos un vídeo para mandarlo al “first dates”. Entre todas las lindezas que profiere destaca esa de: “¡Aquí no hemos venido a dormir!” que la verdad, cambia mucho de sentido según si te lo dice un* guía en un barco de buceo, tu jef* en el trabajo o tu novi* en la cama.
Y si de bucear hablamos…
El primer día nos dirigimos al sur, buscando hacer la primera inmersión en “the alternatives”, una serie de pináculos llenos de grietas y vida ideal para la inmersión de chequeo. Normalmente, estos primeros buceos de los cruceros suelen ser cortos y accidentados, como el beso de un adolescente, algo que parece confirmar la instrucción precisa de limitar el tiempo a cuarenta y cinco minutos y/o el consumo a cincuenta bar. Menos mal que no se nos oye pensar, aunque, el terminar la inmersión más allá de los setenta minutos creo que va aclarando conceptos. Tras chequear, cruzamos Gubal y hacemos la segunda inmersión del día un poco más abajo, en el arrecife de Shaab Mahmoud un lugar ideal para encuentros con los ágiles peces piedra. En esta inmersión baje con tanta mierda en las gafas que tenía que reconocer los peces por el olor. También es un lugar óptimo para ir practicando habilidades, como por ejemplo, la de desplegar la boya deco, algo que no desaprovecha Álvaro (el delicadito), aunque en su primer intento haga los mismos movimientos que una choni electrocutándose. Y sí, amiguitos y amiguitas, si hay algo que valoro en mi formación como instructor, es la capacidad de hacer críticas constructivas a la puta mierda de lanzamientos de boya deco que hacéis. El paso de Gubal, último traslado del día antes de quedar fondeados en Abu Nuhas sirve para certificar: uno: que solo te puedes dormir por la noche, y, en tu cabina. Y dos: que si algo nos enseñó leer el “patito feo” es que desde pequeños estamos rodeados de hijos de puta. Y lo digo por el estado de las uñas de Manuel tras despertar de una siesta. Antes de la nocturna, el debate se centrará en dirimir ciertas cuestiones semánticas entre las siglas MILF, PILF o FILF. Y ahí os lo dejo. Echarle imaginación. Por cierto, nocturna de lujo, solos, apagando las luces de los focos fundiéndonos con toda la vida que fluía bajo el casco del barco.
Ayer las inmersiones no bajaron de los sesenta minutos y lo de los manómetros, mejor lo comentamos con más profundidad en otra ocasión, por lo que hoy, tras el desayuno, lo que toca es charla. Tamer, que todo hay que decirlo tiene un aspecto principesco con ese cuerpo escultural, apolíneo y atigrado (pero este sí que lo tiene de verdad) y ese equipo impoluto como una medallita de la virgen del Rocio, ya nos ha recordado lo de los límites: 50 minutos – 50 bar. Joder, el infierno tiene que ser un lugar lleno de puntos de buceo impresionantes, estaciones de carga super rápida y cientos de demonios limitándote las inmersiones. En fin. No más de cincuenta minutos de inmersión. Prometido.
Los primeros sesenta y siete minutos de inmersión del lunes serán en el carismático Ghianis D. Una inmersión por las entrañas de este carguero que tras unos añitos en remojo está lleno de corales, en especial, la sección de proa y los mástiles. Peces de cristal, peces pipa, pez cocodrilo, pez escorpión y de vez en cuando sorpresas que llegan desde el azul. Álvaro sigue intentando desplegar la boya deco (es un decir) mientras Marta dirige el cotarro y Dani, en plan gran hermano, graba todo. La inmersión del Carnatic nos llevará a los sesenta y nueve minutos salivando. Su estructura, recubierta de corales blandos, alcionarios, anémonas esconde tesoros en forma de nudibránquios, gambas y un muro de peces de cristal que parecen iluminar con su movimiento la oscuridad de las bodegas. La tercera inmersión, la haremos en el Markus porque mi proposición de repetir el Carnatic tuvo menos seguidores que Juan Pardo en Rwanda. La cuarta inmersión, en una noche brocha, zahína y gazapona vuelve a llevarnos al arrecife de Abu Nuhas. Pero esta vez, buscando los pináculos del exterior, esos donde se perdió Nacho (porque perderse, se perdió) abandonando a Bea a su suerte y ganándose el derecho a dormir en el sofá los próximos cuatro meses y un día. Comentando la suerte estábamos en la plataforma de popa, cuando, a tres metros del barco, vemos la boya deco de Álex. A ver como lo explico. Se pierde en un arrecife de pared de pacá y pallá con las luces del barco que se veían a doscientos metros y tira la boya deco porque pensaba que la luz era de la luna… porque no veía bien si era una luz blanca o azul. El día de Álex ha comenzado.
La próximas 24 horas escucharemos relatos sobre barcos de dos kilómetros y medio de eslora, intentos de descender con la grifería cerrada, robos de cinturón (se lo levantó a Manuel y encima se le soltó) y la que me está haciendo dudar sobre si estamos ante un premio borraja o un collejón (o ambos) es que cuando a Álvaro se le puso la etapa principal en flujo continuo, Álex, mi Álex, nuestro Álex, en lugar de cerrar la grifería o manipular la etapa principal (la que se puso en flujo) trataba desesperadamente de localizar el octopus (que no estaba en flujo) y una vez conseguido liarse a ostias que parecía un cani de los de los de hermano mayor para solucionar (que ya os digo yo que no, que así no) el problema.
Lo que pasa, es que esto del “día de Álex” empieza a ser contagioso. ¿porqué?. Vamos a ver. Que durante y, solo durante, esas veinticuatro horas Laura dijera eso de “Me da igual besar con asco que sin asco, no sé decir que no”, que Peña se bebiera la salsa de los espagueti porque la confundió con el zumo de tomate, que Álex y Dani (again) echaran agua al sprite o que Dani (otra vez again) dijera “no he visto al pez piedra, pero lo he grabado” no puede ser casual.
Tras la tradicional coreografía de estrellita con manta y pez luna incluidos, otro punto álgido ha sido cuando Tamer se ha dado cuenta de que las tablas con los datos del nitrox estaban más trucadas que una pelea de los Power Rangers y se ha cogido una corajina que anda más cabreado que Roncero cuando le meten cuatro al Madrid.
Martes. Seguimos de pécios. El primero, el último que nos quedaba por conocer en Abu Nuhas, el Kimon. Y después, a desayunar, que por lo que se ve, la época de ir en calzoncillos por el barco ha llegado, y ahí está Dani, todo sepsi y felino luciendo calzoncillos de batman que hasta UNICEF y los de la tripulación han hecho una colecta para comprarle ropa. Tras reponer fuerzas cruzamos Gubal del vuelta al Thistlegorm. Un buen momento para echarse una siesta de esas en las que te despiertas y no sabes si mirar el reloj o el calendario, pero sobre todo, no sabes ni quien ni cuando te ha pintado las uñas de los piés. Hasta Tamer se ha descojonado.
Bueno, pues ya estamos en el Thistlegorm. Un barco con miles de historias. Merece, sin duda, crónica aparte, que tenerla, la tendrá. Pero bueno, haremos hoy tres inmersiones de lujo, solos, a placer. Bueno menos Álvaro (el del sombrero hortera) que decidió poner el regulador sin quitar la cincha y al querer levantarse ha empezado a botar como cuando los pekineses arrastran el culete por la moqueta, ganándose otra nominación al collejón de oro. Tres inmersiones de más de una hora deberían de ser suficientes para disfrutar en uno de los mejores puntos de buceo del mundo, pero no, mañana, volveremos a explorar un pedacito de historia.
Por cierto que esto de terminar la nocturna apagando focos se está convirtiendo en una adicción, aunque, poder estar entre barracudas o cardúmenes de “batfish” es algo bastante complicado a lo que renunciar.
Tras los últimos sesenta y tres minutos en el mítico carguero inglés ponemos proa al arrecife de Shaab Mahmoud y fondeamos en Small Crack, en español, pequeña ostia (traducción más o menos fiable) y nos preparamos para empezar la segunda inmersión. Observo que el grupo de “élite” a estas alturas anda de un obediente subido que parece que Valeria les eche “burundanga” en el café para tenerlos así de sumisos. Tras un salto asimétrico libre asociado de la Zodiac nos dejamos arrastrar por la corriente disfrutando de un jardín de coral de enorme belleza. Veo como Dani, que al parecer ha apurado un poco más de la cuenta lo de la botella, usa el octopus de Ismail, que como es un poco largo, se le cruza por todos los lados. Si es que él prefiere el corto, que le estresa menos y así el consumo no es tan alto. Vaya número. Lo más triste es ver como Jorge, totalmente aislado en su grupo, discute consigo mismo por no haberse cedido el octopus cuando se quedó justito de aire. El Dunraven será nuestro tercer objetivo del día. Noventa minutos de inmersión que finalizan jugando con un pulpo bastante bueno en el arte del camuflaje. La nocturna será hipnótica, con un cardumen de sardinillas siendo acosado por un grupo de “jackfish”.
Las últimas inmersiones se han salido un poco de tiempo y eso pone a Tamer más nervioso que un sordo en un tiroteo. Al parecer, el del compresor, que es ese tipo que tiene el mono con más mierda que el cromo de un Phoskito le ha ido con el cuento de los diez bar dándole al chaval un motivo más para echarnos otra de sus charlas disciplinarias. A partir de mañana, no más de cincuenta minutos de inmersión. La verdad es que cuando los príncipes se ponen insoportables, empiezas a echar de menos a las ranas. Pero como dijo Joseph Little Fox (José Zorrilla):
“clamé al guía, y no me oyó. Mas, si mi tiempo me niega, de mis bares en reserva, responda el guía, no yo”.
El nuevo día nos lleva a los arrecifes de Ras Mohamed (anemone city, shark y Jolanda reef) con, evidentemente, más de cincuenta minutos de inmersión y saliendo con menos de, bueno, saliendo. Lo que tenemos que hacer es pintar con el rotulador indeleble una aguja en el manómetro que marque cincuenta bar a ver si cuela, que no se nos enfade demasiado el chico. Lo que a estas alturas del crucero ya no se puede disimular es la costra que tiene Álvaro (el del sombrero hortera) en el cuello, que lo mismo tiene que ver con ese ambientador de cloroformo que pone Peña en la cabina por las noches. En estas inmersiones a la deriva, el despliegue de boya deco es algo vital, y, con tantas inmersiones a cuestas he de decir que no encuentro palabra élfica, ni en lengua Ent, ni de Mordor que pueda describir como estáis tirando la boya deco.
Ismail, ganado para la causa, nos está enseñando palabras en árabe, por ejemplo, besak, que quiere decir “grande” o “kivir” que quiere decir “teta”, por lo que “Guadalquivir” se podría traducir por “canalillo”. Hasta nos ha prestado su imagen para un par de “vapes”. Tras Ras Gozlani fondeamos en Gordon Reef. Aquí, mientras que el sector proletario guiado por Ismail tiene que pelear contra la corriente (caribeña granadina se le llama a esto) que si viene Sonia le hubiera caído una manita de ostias, aviso, los enchufados inician la inmersión desde zodiac. Que no pasa nada, pero que es darle a alguien como Nacho (que es tan cabrón como el entrenador de Oliver y Benji cuando les castigaba mandándoles dar dos vueltas al campo) un arma para masajear gónadas a capricho.
La mañana del viernes empieza con Laura pidiendo un cargador para el ordenador de buceo, ahí la tienes, ingeniera. Además, ayer, a Tamer le dio un “derrepente” de esos que le dan y nos volvió a recriminar lo del coral que se cayó. Luego, no contento, vuelta a la matraca del tiempo y el consumo, haciendo esa cosa tan española de intentar arreglar algo jodiéndolo un poco más.
Esto termina. Última noche a bordo, última puesta de sol, último amanecer y última inmersión en Ras Um Sid y sus impresionantes paredes llenas de gorgonias. Tras apurar las últimas bombonas, hay que secar los equipos, y, una vez secos, hacer las maletas. La cuestión del secado va rápido, porque, tan cerca de tierra, se está poniendo la mañana como para ir al Carrefur y acampar en el pasillo de los congelados. Los últimos minutos en el barco los pasamos haciéndole fotos a una libélula, que no es otra cosa que la versión premium de una puta mosca. Luego, depedida, vídeo para el VAPE del día y traslado al hotel, donde haremos “chequín” y nos entregaremos al desenfreno Scubagueto más absoluto.
Pero nuevamente, se produce un giro dramático de los acontecimientos, al parecer, hay jaleo en el hotel y lo de entregar las habitaciones va a retrasarse un poquito. El de la recepción dice que todo tiene remedio, pero… ¿Quién coño quiere remedio teniendo cerveza?. Si amiguitos y amiguitas el todo incluido del Hilton incluía cer-ve-za. Así que, ahí nos tienes, acaparando barra y birra. De vez en cuando, el amable camarero nos traía algo de picar (alcahueses) que si se caían al suelo los cogíamos y adentro, que todo el mundo sabe que si se cae algo de comer al suelo, y lo soplas, se van todos los gérmenes.
Tras comer y mientras esperamos que caiga la noche, nos marcamos un campeonato mundial de Scubapolo en versión salvaje que terminó cuando los de mantenimiento vieron en nuestra actitud un peligro inminente de catástrofe y nos echaron con un lacónico “problem in de guater” que se podría traducir por un castizo “! iros a la p… mier…!
Total, que, en peregrinación como los de Moises vamos abriendo y cerrando piscinas, dándole segundos de calidad a los VAPES. Me fijo en Adriana, que tan blanquita cómo es y con esa tonalidad rosa que ha pillado de tanto tomar sol se le ha quedado la espalda como la camiseta del sporting de Gijón. Tras una cena y las tradicionales compras en Naama bay llega la hora de dormir y de pensar en el regreso.
Epílogo (monólogo de Epi)
Una coja, otra con problemas intestinales que solo tenía dos pasos de autonomía desde la taza, Álvaro, el delicadito, afectado por las toxinas de las babas del pez cocodrilo (y eso que solo le pasó por encima), Álvaro, el del sombrero hortera, con más estrías en el cuello que una tortuga, que como no podía girar la cabeza utilizaba el móvil a modo de retrovisor. Luis, que le pararon en la aduana según Natalia para mirárselo todo, Nacho retenido por la DEA aunque al final se libró por sus contactos y con la eterna sensación de que si me dieran a elegir entre ell*s y un Ferrari no sabría de qué color elegiría el Ferrari. Últimas risas antes de aterrizar, últimos “selfies”, como se llaman ahora, que en mis tiempos se decía “mira ese gilipollas que ha cogido la cámara al revés” y esa extraña adicción nada más llegar que si alguien me invita a un plato de huevos fritos con bacon, me dejo hacer de todo, lo que sea, sea del género que sea.
La expedición Mar Rojo 2017 ha terminado, el 2018 empieza aquí, así que, andaos por lo segao.